miércoles, 7 de septiembre de 2016
CAPITULO 8: (SEXTA HISTORIA)
Pau suspiró satisfecha mientras se limpiaba los labios con una servilleta. El chile estaba delicioso. Y picante. Se había comido dos platos y varias rebanadas de pan casero.
—Ha sido una cena maravillosa —le dijo a su anfitrión—. Gracias.
—De nada —Hawk retiró la silla y se puso en pie—. ¿Os apetece postre o café? —miró a Pau y después a Pedro.
—Café —contestó Pau sin dudarlo un instante—. No puedo comer nada más.
—Yo también quiero café —dijo Pedro.
Cuando se terminaron el café, Pau se puso en pie y comenzó a retirar las cosas de la mesa.
—No tienes que ayudar —dijo Hawk.
—Lo sé, pero quiero hacerlo —gesticuló con la mano—. Vosotros id a relajaros o algo.
—Tú ganas. Pocas veces me libro de recoger la cocina —Hawk le indicó a Pedro que lo siguiera para que eligiera los caballos que iban a llevar.
En la puerta, Pedro se detuvo un instante para explicarle a Pau dónde estaba la habitación donde había dejado sus cosas. Nada más cerrar la puerta, Hawk le preguntó:
—¿Te has vuelto loco?
—No empieces, McKenna. Ya he discutido bastante con Paula en Durango. No estoy de humor para discutir contigo.
—Estés de humor o no, vamos a discutir. Maldita sea, Alfonso…
—Sí, maldita sea. ¿Qué más se supone que puedo hacer?
Al llegar al establo, Hawk abrió la puerta y encendió la luz.
—¿Qué tal si le dejas claro que no puede acompañarte? Fin de la discusión. Y punto.
—Lo he intentado —frunció el ceño—. No funcionó. Me dijo que si me negaba, buscaría a otro caza recompensas —suspiró para liberar tensión.
—¿Y no querías perder una buena suma?
—¿Estás loco? —Pedro comenzaba a enfadarse—. Hawk, me conoces mejor que eso. Y sabes tan bien como yo que hay caza recompensas que aceptarían cualquier condición, incluso permitir que una mujer los acompañe, si la cifra es buena.
—Lo sé. Pero todo esto no me gusta nada. Paula es una mujer guapa. Simpática. No me gustaría que le hicieran daño.
—No te sientas como el Llanero Solitario. A mí me pasa lo mismo —esbozó una sonrisa—. Por eso no voy a llevarla conmigo.
Hawk lo miró con ojos entornados.
—¿Estás diciendo lo que creo que estás diciendo?
—Así es, amigo —sonrió—. Voy a dejarla aquí, a tu cuidado.
—¿Pero qué diferencia hay entre dejarla en Durango o aquí, conmigo?
—Hawk, no te das cuenta de nada —lo regañó Pedro—. Si la hubiera dejado en Durango, habría contactado con otro caza recompensas o se habría marchado sola —se estremeció—. Ni siquiera quiero pensar en eso. Aquí, contigo, está atrapada. Lo único que puede hacer es pedirte que la lleves a Durango.
—Donde buscará a otro caza recompensas —dijo Hawk.
—Lo sé, pero yo ya me habré adelantado.
Hawk negó con la cabeza con frustración.
—Y cuando encuentres a ese hombre y lo entregues a la justicia, sabes que ella te entregará un cheque con los diez mil dólares originales.
—Lo sé —asintió Pedro—. Y no me importa. Hawk, ya no se trata de dinero. Se trata de Paula y de su seguridad —hizo una pausa antes de continuar—. Me siento atraído por ella. Muy atraído. Me pasa desde el momento en que abrí la puerta de casa y la vi.
—Es comprensible —dijo Hawk con una pequeña sonrisa—. Paula es muy guapa, y sexy.
—Dímelo a mí —Pedro negó con la cabeza—. En cuanto entró en mi casa deseé tomarla entre mis brazos y… Bueno, no importa. Estoy seguro de que puedes imaginártelo.
—Claro —asintió Hawk—. Yo también he pasado por eso.
—Y yo, pero no así —admitió Pedro—. Esta vez es más fuerte que nunca. La cosa es que no puedo dejarla en Durango y tampoco puedo llevarla conmigo. Ese tal Minnich es un asesino. Ha matado, al menos, a una mujer y la policía sospecha que a alguien más. Si le pasara algo a ella, si él consiguiera herirla de algún modo, yo me volvería loco —se estremeció al pensar en que Paula podría resultar herida—. Hawk, no puedo llevarla conmigo. No puedo correr ese riesgo.
Hawk asintió.
—Ese es el cazador que conozco y al que quiero como a un hermano. Me tenías preocupado.
Pedro se rio.
—No te preocupes. Ahora vamos a ver los caballos.
Hawk se detuvo en el segundo compartimento del establo.
—Vamos a tener que hacerlo muy bien, ¿sabes?
—Sí —asintió Pedro—. No podemos correr el riesgo de que ella sospeche nada. Dejaremos las luces encendidas cuando salgamos de aquí. La traeré para mostrarle los caballos que hemos elegido.
—Muéstrale la yegua —Hawk le indicó el animal de color chocolate que estaba en el tercer compartimento—. Sería la elección lógica para una mujer.
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