martes, 2 de agosto de 2016
CAPITULO 6: (SEGUNDA HISTORIA)
A Paula le quemaban los labios, no por las alitas de pollo picantes sino por culpa de Alfonso, cuyos besos habían dado un significado nuevo a la palabra «atrevimiento».
La cálida brisa hawaiana movía su pelo mientras iban en el Porsche de Alfonso por la carretera de la costa. Paula pensaba en la lección que su padre siempre había intentando meterle en la cabeza: Ten cuidado con lo que deseas.
Había intentando convencerse a sí misma de que estaba bien tras el engaño de Jeremias, pero sin saberlo estaba esperando que ocurriera algo, que apareciese alguien que la ayudara a salir de aquella situación.
Y, de repente, aparecía aquel misterioso extraño… y por primera vez en mucho tiempo se sentía feliz, llena de vida.
Había conseguido lo que deseaba y, por el momento, no pensaba cuestionarlo. En cuanto los labios de Alfonso rozaron los suyos decidió que no iba a negarse a sí misma la oportunidad de olvidar el pasado.
En dos días se marcharía del hotel y volvería a su casa para estar con su padre. Siendo la heredera del imperio Chaves, su padre quería no sólo que aprendiese el negocio sino que lo amara tanto como él. Paula, que nunca había estado interesada en el negocio hotelero, siempre había pensado que era una decepción para él. Lo único que la interesaba era su cámara y las imágenes que podía retratar con ella.
Pero no quería pensar en eso ahora. Viviría el momento con un hombre que parecía tener muy claro lo que hacía, lo que quería y cómo iba a conseguirlo.
Alfonso la llevó a un animado restaurante con vistas al mar.
Cenaron en un patio donde las antorchas tiki y la luz de la luna eran la única iluminación. La noche era cálida y el sonido de las olas golpeando la playa rivalizaba con los latidos de su corazón. Alfonso no dejaba de mirarla a los ojos mientras compartían una bandeja de marisco y tomaban champán.
Después de cenar, los clientes del selecto patio fueron obsequiados con una típica interpretación luau. El movimiento ondulante de las exóticas bailarinas hacía que Paola se sintiera atrevida. Cada vez que miraba a Alfonso lo encontraba mirándola con un crudo deseo en los ojos…
Cuando el espectáculo terminó, una orquesta de tres músicos empezó a tocar suaves melodías de las islas. Él se levantó y tomó su mano.
—Baila conmigo.
Le gustaba lo fuerte que era, lo decidido. Y cuando la envolvió en sus brazos, apretándola hasta casi hacerla perder el equilibrio, Paula lo dejó hacer, apoyando la cabeza en su hombro, sintiendo que el miembro masculino rozaba sus muslos…
—Estaba deseando tenerte entre mis brazos otra vez.
—Yo también —murmuró ella.
—¿Cuánto tiempo vas a estar en la isla? —le preguntó Alfonso, rozando su cuello con los labios.
—Un par de días más.
—¿Y luego dónde irás?
—A casa, con mi padre. ¿Cuánto tiempo vas a estar tú aquí?
—Creo que acabo de ampliar mi estancia un par de días —contestó él.
—¿Y luego?
—Tengo un calendario muy apretado. Todavía no lo sé.
Por un lado, Paula quería saber algo más sobre él. Pero por otro lado, el más juicioso, se alegraba de no saber nada sobre aquel hombre que para ella era simplemente Alfonso.
Se llevaría con ella los recuerdos de la isla antes de volver a la realidad, al mundo de su padre.
Que había estado llamándola diariamente, preocupado por ella, esperando convencerla para que volviese a casa. Por fin, Paula aceptó. Tenía que dejar de lamerse las heridas y enfrentarse a su familia y sus amigos. Llevaba demasiado tiempo escapando, le había dicho su padre. Y aquélla era una de las pocas ocasiones en las que estaba de acuerdo con él.
Paula concentró su atención en Alfonso. Sabía que debía ser un hombre de éxito… o al menos lo parecía. El hotel Wind Breeze era sólo para personas acaudaladas. Y un hombre que podía conseguir mesa en aquel restaurante tenía que tener no sólo dinero sino contactos.
Pero ella no tenía por qué saber nada de eso. No quería saber nada de una experiencia ni remotamente parecida a su relación con Jeremias Overton.
Estaba contenta entre los brazos de Alfonso, disfrutando del roce de su cuerpo sin pensar en nada más.
Después de varios bailes que los dejaron a los dos casi sin aliento, salieron del restaurante. Pero cuando Paula pensaba que irían directamente al hotel, Alfonso la sorprendió llevándola a un club de jazz. Había prometido que no se aburriría y lo estaba consiguiendo.
Tomaron capuchinos mientras escuchaban las sensuales notas de un saxofón. Alfonso le pasaba un brazo por el hombro, acariciaba su mano… los sutiles gestos parecían increíblemente naturales, pero eso no evitaba que cada célula de su cuerpo reaccionase con deseo. Esas caricias despertaban sus sentidos hasta tal punto que Paula no sabía si podría aguantar mucho más sin lanzarse sobre él.
Lo deseaba.
Se volvió hacia él con una sonrisa en los labios, pero no le salían las palabras. No era tan atrevida. Aún no.
—¿Nos vamos?
Alfonso no esperó respuesta. Dejó unos billetes sobre la mesa y tomó su mano con un brillo en los ojos que decía exactamente lo que quería.
Y, de nuevo, Paula estaba segura de que no iba a aburrirse.
CAPITULO 5: (SEGUNDA HISTORIA)
—Averigua todo lo que puedas sobre Paula Chaves, Valentin. Lo necesito urgente —Pedro hablaba con su hermano por el móvil mientras conducía por la carretera que llevaba hasta el anticuado pero potencialmente interesante hotel Paradise, en el lado oeste de la isla.
—¿Paula Chaves? —repitió su hermano—. Por lo que yo sé, se ha vuelto invisible desde que rompió con su prometido.
—Está aquí, en la isla. Nos hemos conocido, pero no sabe quién soy.
—¿Y?
—Es la hija de Nicolas Chaves, Valentin. Y durante los últimos años ha trabajado para él.
—Y creo que es muy guapa, ¿no?
—Sí, eso también.
—He visto fotografías suyas en alguna parte, aunque es muy discreta. ¿Qué quieres conseguir con esto, Pedro?
—Seguro que ella sabe algo sobre los negocios de su padre. Y si la cadena de hoteles tiene problemas serios, tengo que saberlo.
—Intentaré averiguar algo —suspiró su hermano—. Oye, ¿cómo es que yo estoy hasta las cejas de papeles y tú estás en Maui tomando el sol con una mujer guapísima?
Pedro giró el Porsche alquilado hacia la entrada del viejo hotel. Un sitio estupendo, una vista fantástica. Pero necesitaba reformas importantes. Tendría que hacer una tasación antes de añadir ese hotel a la cadena Tempest, la cadena de hoteles de los Alfonso.
—Alguien tiene que hacerlo —contestó—. Y a mí no me importa mezclar los negocios con el placer. Para mí es lo mismo.
—Hay rumores sobre los Chaves desde hace meses.
—Precisamente lo que quiero averiguar es si hay algo de verdad en esos rumores. Llámame cuando sepas algo.
Pedro cerró el teléfono y detuvo el Porsche frente a la puerta del hotel. El hotel Paradise era de segunda categoría… pero él lo convertiría en uno de cinco estrellas si llegaba a un acuerdo con su propietario actual.
A las ocho menos cuarto, Pedro, ya duchado en su suite del Wind Breeze, llevaba puesto un traje oscuro y tenía todos los detalles que necesitaba sobre Paula Chaves. Y debía admitir que la pobre no había tenido suerte en la vida. Se había dejado cortejar por un sinvergüenza que estuvo a punto de pasar a formar parte de la familia Chaves. Nicolas, en contra de los deseos de su hija, había hecho que lo investigaran, aunque casi demasiado tarde.
Eso demostraba que el viejo empezaba a ablandarse.
Pedro se colocó la corbata de seda gris, se pasó un peine por el pelo y tomó varios preservativos de la cómoda, guardándolos en el bolsillo. Hacía tiempo que no conocía a una mujer que lo intrigase tanto como Paula Chaves y no pensaba dejarla escapar. Era una chica inteligente, guapa, divertida.
Sí, haría todo lo posible para que aquella belleza no se aburriese.
A las ocho en punto, Pedro llamó a la puerta de su habitación y estuvo a punto de caerse de espaldas al verla.
—Vaya —murmuró, lanzando un silbido.
—Gracias —sonrió ella, casi con timidez. Llevaba un vestido de encaje negro con un escote fantástico que caía por encima de las rodillas. Parecía más alta, casi tanto como él, gracias a unas sandalias de pedrería que la levantaban por lo menos doce centímetros.
—Entra un momento. Voy a buscar mi bolso.
Cuando se volvió, Pedro descubrió que el vestido tenía un escote que llegaba hasta donde era decente, dejando al descubierto su espalda y destacando un trasero bien formado.
—Muy bonito —murmuró.
—Se ha convertido en mi hogar —bromeó Paula—. Llevo aquí casi un mes.
—No me refería a la habitación.
—Ah, ya —sonrió ella, un poco tímida—. Gracias otra vez.
—Bueno, vamos a terminar con esto.
—¿A terminar con qué?
Parecía auténticamente sorprendida, pero Pedro no podía parar.
—Esto —dijo, envolviéndola en sus brazos para tomar su boca con un beso hambriento. Sus labios sabían a fruta tropical y tener el cuerpo femenino apretado contra el suyo le pareció el paraíso. Su leve gemido de sorpresa lo excitó aún más. Animado, siguió besándola, inclinando a un lado la cabeza, más exigente ahora. Y ella respondió echándole los brazos al cuello.
Pedro acarició su lengua una vez, dos veces… y ella le devolvió la caricia de forma tentativa. Su masculinidad reaccionó de inmediato, aunque no podía decidir si Paula era una amante experta o más ingenua de lo que parecía. Fuera como fuera, no podía negar que le parecía perfecta entre sus brazos. Pedro se apartó ligeramente y la miró a los ojos.
—Si no te hubiera prometido que iríamos a cenar no saldríamos de esta habitación, Paola.
Ella sacudió su rubia melena.
—Bueno, entonces me alegro de que me lo prometieras —dijo, con voz ronca—. Me gustan los hombres que cumplen sus promesas.
—Pero también te prometí que no te aburrirías.
—Por ahora, no me estoy aburriendo en absoluto. Sigue sorprendiéndome, Alfonso.
¿Alfonso? Durante un segundo, Pedrocasi olvidó la razón por la que estaba con la bella heredera. Sin revelar su identidad, pensaba conseguir información sobre la cadena de hoteles Chaves y cualquier problema que pudiera estar teniendo.
Sonriendo, inclinó la cabeza para rozar sus labios de nuevo y luego tomó su mano para salir de la habitación… si no se iban terminarían en la cama antes de lo previsto.
Paula lo sorprendía y eso era nuevo para él. A Pedro no le gustaban las sorpresas. Él necesitaba tener las situaciones controladas. Su intensa reacción ante Paula Chaves no era sólo sexual y eso lo turbaba un poco. Pero no dejaría que la sorpresa se interpusiera en su camino. Había algo que necesitaba de Paula Chaves y pensaba conseguirlo: información.
CAPITULO 4: (SEGUNDA HISTORIA)
Paula disfrutó tanto que cuando Alfonso la invitó a comer no pudo encontrar razón alguna para rechazar la invitación. Comieron en un restaurante en Lahaina famoso por sus alitas de pollo picantes.
El sitio estaba lleno de gente, pero Alfonso consiguió una mesa en una esquina del patio con vistas a la histórica ciudad llena de turistas.
Normalmente, Paula evitaba sitios llenos de gente, pero él le había prometido que no harían nada aburrido. Y nada aburrido era exactamente lo que le ofrecía.
Como aficionada a la fotografía, le encantaba mirar a la gente. Desde los doce años, cuando su padre le regaló su primera Canon, había estado haciendo fotografías. Esa era su pasión.
—Este sitio es estupendo.
—Me alegro de que te guste.
Paula quería pedir una sencilla ensalada de pollo, pero Alfonso la convenció para que probase algo más original, de modo que pidió kahuna, una hamburguesa con salsa teriyaki y piña asada.
—Después de las alitas de pollo picantes no me atrevo a mucho más —rió.
—Te va a gustar, ya lo verás.
Mientras comía su deliciosa hamburguesa, observaba a Alfonso atacando el cerdo kalúa, un sándwich de lomo de cerdo con coliflor y cebollas salteadas, otro de los platos típicos de la región.
Después, pasearon por la calle principal y hablaron de cosas poco importantes. Le gustaba no saber su apellido y que él no supiera el suyo y le gustaba no hablar de cosas personales.
Lo encontraba tan excitante, tan lleno de sorpresas. Cuando la llevó de vuelta al Wind Breeze, Alfonso se inclinó un poco para hablarle al oído:
—Me gustaría explorar ese comentario tuyo… lo de que no te atreves a nada más. ¿Por qué no cenamos juntos esta noche?
Ella no estaba allí para buscar aventuras. Había ido al hotel para alejarse de la gente, de la prensa y de los malos recuerdos. Normalmente, no era de las que permanecían sentadas, pero un corazón roto le robaba la alegría a cualquier cosa. Estaba allí para olvidar, se recordó a sí misma, pero le sentaría bien un poco de diversión.
Y Alfonso era una diversión muy atractiva.
—¿Y tendré que volver a comer alitas de pollo picantes? Porque aún me quema la boca.
—Prometo que no habrá más alitas, Paola —sonrió él—. Pero me temo que no puedo hacer promesas sobre tu boca.
Un calor que podría rivalizar con el de las alitas picantes la recorrió entonces y Paula decidió que Alfonso era bueno para su maltratado ego. ¿Por qué no iba a cenar con un hombre tan interesante? ¿Por qué no hacer algo más que cenar? Había respetado las reglas durante toda tu su vida y el resultado era un desastre.
Se había dejado persuadir por su padre para estudiar hostelería y dirección de empresas cuando lo único que deseaba era convertirse en fotógrafa profesional. Y cuando su padre le regaló unas vacaciones de tres meses para viajar por Europa con su cámara, esperando que se cansara de la idea, conoció a Jeremias Overton en un café parisino.
Jeremias era un hombre carismático y ella era tan ingenua…
Supo luego que el encuentro no había sido fortuito, que Jeremias la había seguido desde Los Ángeles.
Aparentemente, tenían tanto en común que pronto se creyó enamorada de él y enseguida se comprometieron.
Paula creía conocer bien a Jeremias hasta que su padre decidió investigarlo. Y justo antes de que intercambiasen los votos frente al altar, su novio había quedado expuesto como un estafador, interesado sólo en el dinero de su padre.
Jeremias la había engañado, le había roto el corazón y la había hecho quedar como una tonta. Eso no volvería a pasarle con un hombre y mucho menos con un atractivo extraño al que había conocido en la playa. Gracias a Jeremias, ahora no confiaba en nadie. Sí, guardaría bien su corazón.
De modo que, ¿por qué no pasarlo bien? Podría disfrutar con él del tiempo que le quedase en Maui, en lugar de intentar olvidar leyendo un best seller o fingir que lo pasaba bien en la playa cuando su desilusión le pesaba como una losa.
—Si estás casado o comprometido haré que te corten la cabeza —le dijo, sólo medio en broma.
—No, soy soltero. Eso te lo puedo jurar.
—Muy bien. Entonces, cenaré contigo.
Alfonso miró su reloj y luego levantó la cabeza, con una mirada llena de promesas.
—Vendré a buscarte a las ocho. Prepárate para pasarlo bien y… para soltarte el pelo.
La dejó allí, en el vestíbulo, sin tocarla siquiera. Pero, por la mirada hambrienta que había visto en sus ojos, Paula sabía que eso podía cambiar esa misma noche y se preguntó, sólo durante unos dos segundos, si sería sensato cenar con él.
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