miércoles, 24 de agosto de 2016
CAPITULO 20: (CUARTA HISTORIA)
Esa noche sería la noche. Era lo único en lo que Paula podía pensar mientras salía al vestíbulo del edificio de apartamentos para esperar a que Pedro la recogiera. Desde el instante en que aceptó acompañarlo a la boda de su hermano, había sabido que acabaría entregándose a Pedro.
Ya no podía seguir rechazándolo por más tiempo. Ni a él ni a sí misma.
Hervía por dentro de pura excitación ante las promesas de aquella velada. Aferrando entre los dedos su bolso dorado, se miró en los espejos del vestíbulo. Se alegraba tanto de haberse dejado convencer por Karen de que la acompañara a comprarse un vestido para la boda… El verde esmeralda que había elegido, de reflejos y sin tirantes, largo hasta el suelo, destacaba maravillosamente el color de sus ojos. Incluso se había resignado a domeñar su cascada de rizos yendo a un salón de belleza, apenas unas horas atrás. En ese momento, toda brillante, la larga melena le caía sobre la espalda en delicadas ondas.
Una limusina apareció de pronto y Paula dejó de preocuparse por su vestido y su peinado. Se abrió la puerta trasera y Pedro bajó todo elegante, luciendo un espléndido traje negro. Su mirada acarició su cuerpo como si lo hubieran hecho sus grandes y fuertes manos.
Paula ladeó la cabeza, sonrió y dio una vuelta sobre sí misma, con los brazos extendidos, enviándole la sutil señal de que se le entregaría por completo… después. Solo esperaba que su recién descubierta valentía no la abandonara durante lo que quedaba de noche. Salió por fin del edificio.
—Me alegro de que no hayas traído una de tus motos.
—Y yo me alegro de que decidieras acompañarme —deslizó un dedo por la base de su cuello—. Sí que estás sexy… Te desearán todos los hombres presentes en la ceremonia.
—Pero yo soy tuya.
Detuvo la mano sobre su acalorada piel.
—Paula…
Se acercó todavía más a él, susurrándole al oído para que ni el chófer ni los porteros pudieran escucharla:
—Por esta noche, soy tuya. Hoy no quiero pensar en lo muy diferentes que somos, o en los meses que faltan para que nos separemos. Esta noche, Pedro, toma de mí lo que quieras —al apartarse, vio que tragaba saliva. Por primera vez desde que lo conocía, le había dejado sin habla.
Pedro se volvió entonces hacia la puerta abierta y la ayudó a subir al vehículo. La siguió antes de que el chófer cerrara la puerta.
—Siempre he pensado que eras preciosa —susurró, tomándole una mano—. Pero hoy me has dejado mudo de la impresión.
—Si sigues así —se echó a reír—, me temo que no seremos capaces de bajarnos del coche para asistir a la boda.
—¿Tan malo sería eso? —arqueó una ceja.
—No estaría bien que el padrino no se presentara —soltó una carcajada—. Procura dominarte.
—Estás de broma, ¿verdad?
—Solo piensa en la recompensa que recibirás al final si te portas bien. Oh, e intenta imaginarte lo que llevo debajo de este vestido…
Pedro soltó un gruñido y le apretó la mano.
—¿Estás segura de que nunca habías hecho esto antes?
Eres buena torturándome.
—Te lo prometo —respondió, nerviosa por dentro—. He estado esperando a conocer al hombre adecuado. Pero tú… ¿estás seguro de que quieres estar con alguien que puede que lo haga todo mal?
—No harás nada mal. Haremos esto juntos y todo saldrá perfecto. Relájate.
¿Relajarse? Claro, sin problema. Faltaban apenas unas pocas horas para que aquel hombre le descubriera un nuevo aspecto de sí misma… y para que lo exploraran juntos.
Así que relajarse no debería suponer ningún problema, ¿verdad?
Hacer de padrino de la ceremonia fue una verdadera tortura mientras buscaba a Paula con la mirada una y otra vez entre la multitud. Quería estar a solas con ella. Cuanto antes.
Cuando su hermano gemelo y Tamara pronunciaron solemnemente sus votos, no tuvo más remedio que dejar de mirarla. La había visto emocionarse como solían hacerlo las mujeres en aquellas circunstancias. No tenía la menor duda de que se estaría preguntando cómo sería su propia boda…
En aquel preciso instante odió con toda su alma al hombre que se casaría con Paula y la haría suya para siempre. Si él hubiera pretendido sentar la cabeza, algo ridículo por imposible, habría querido ciertamente establecer una relación a partir del deseo que sentía por ella… Pero ese no era el caso, así que se conformaría con lo que le ofreciera aquella noche y no se preocuparía de nada más.
—Puedes besar a la novia —dijo en ese momento el sacerdote.
Por fin. Pedro aplaudió junto a los otros ciento cincuenta invitados mientras Matias y Tamara se besaban y eran aclamados como señor y señora Alfonso.
Mientras el sol se ponía al fondo del jardín y las palomas, recién soltadas, volaban sobre sus cabezas, Pedro sonrió irónico. Aquella clase de fantasía no era para él. Pero se alegraba enormemente por su hermano y por su nueva cuñada. Se sentía feliz por ellos. Feliz de que se hubieran reencontrado y de que quisieran compartir su amor con tanta gente. Una vez acabada la ronda de felicitaciones, salió en busca de Paula. Su intención no era otra que desaparecer pronto de la fiesta y llevársela a una de las numerosas habitaciones de invitados para hacerle el amor durante toda la noche.
Cuando la encontró, se quedó sin aliento. Aquellos hipnóticos ojos verdes estaban fijos en él, bajo los párpados levemente entornados. Y tenía la misma expresión que había visto en Tamara cuando pronunció sus votos. No, no, no. No podía estar enamorada, ¿o sí? Toda aquella felicidad nupcial estaba haciendo estragos en su alma. Había llegado la hora de hacer una rápida salida de escena. En el momento en que llegó hasta ella, estaba charlando con unos invitados. Tomándola suavemente del codo, le susurró al oído:
—Vámonos.
El temblor que la recorrió reverberó también a través de su cuerpo. Paula se despidió con elegancia y se dejó guiar al interior de la mansión.
—¿Te has despedido al menos de Tamara y de Matias? —le preguntó ella mientras cruzaban el vestíbulo de mármol y se dirigían a la ancha escalera curva.
—Se marcharon hará una hora. Ellos también tenían ganas de estar solos.
Pero en lugar de llevarla escaleras arriba, tal y como había planeado en un principio, salieron por la puerta principal.
—¿Adónde vamos? Yo creí que íbamos a quedarnos aquí esta noche. ¿No es eso lo que había previsto Matias para los familiares y amigos más cercanos?
La llevó a su Camaro y le abrió la puerta; pero antes de que ella llegara a subir, la obligó a volverse y la besó con pasión.
No hubo ternura alguna en aquel beso: no cuando estaba a punto de explotar.
Se apartó por fin, antes de que pudiera perder el control.
Pero no lo suficiente como para no dejarle sentir lo muy excitado que estaba.
—Te quiero en mi cama —murmuró contra sus húmedos labios.
Mientras se hacía a un lado para permitirle subir al coche, Paula seguía mirándolo asombrada:
—¿Siempre eres tan apasionado?
—Sinceramente te digo que jamás me había sentido antes así.
—No me digas esas cosas… —cerró los ojos, suspirando.
No sabía lo que quería decir ni por qué parecía sufrir tanto.
En lugar de preguntárselo, le indicó con un gesto que subiera al coche. Meses atrás se había mostrado tan confiado, tan seguro de que acabaría acostándose con ella… Por supuesto, en aquel tiempo no había tenido la menor intención de llevársela a su hogar, a su santuario.
Sí, había estado arrogantemente seguro de sí mismo. Pero en ese preciso momento, mientras se sentaba al volante, se vio asaltado por un insólito ataque de nervios. Paula era una mujer inocente y candorosa. Lo que quería decir que también para él aquella noche sería la primera.
Sorprendentemente, Paula no se sentía tan nerviosa como había imaginado que se sentiría en aquel momento soñado.
Experimentaba incluso una sensación de paz, como si estuviera haciendo algo justo, correcto.
Mientras Pedro aparcaba en el garaje y apagaba el motor, un denso silencio los envolvió.
Sí, había esperado mucho tiempo para entregarse a un hombre, pero con Pedro eso no la inquietaba. Lo amaba, y él la quería y se preocupaba por ella. Tiempo atrás, no se habría conformado con eso. Ahora era diferente, porque estaba enamorada cuando antes no lo había estado nunca.
¿Era acaso culpa suya que su corazón hubiera escogido alguien tan receloso y desconfiado con el amor? No era de extrañar, después de la experiencia que había tenido con su ex.
Abrió la puerta del coche antes de que lo hiciera él. Pasaron al lado de sus dos motos, el Jaguar y el Bugatti antes de entrar finalmente en la casa.
—¿Dónde está Jake? —preguntó mientras dejaba el bolso sobre el mostrador de la cocina.
—En su cajón. Será mejor que le saque para hacer sus cosas antes de que…
Sonriendo, vio que Pedro entraba en el cuarto de lavado para recoger al perro. Su perro: el de los dos. No, no había manera de que Pedro pudiera negar que la amaba. Quizá no estuviera preparado para reconocerlo, pero en el fondo la amaba. De lo contrario, nunca le habría hecho un regalo tan significativo, tan simbólico. No habría recordado la íntima confesión que ella le hizo cuando estuvo hablándole de su familia.
Sí, tal vez Pedro Alfonso se mostrara reacio a todo lo que significara compromisos y relaciones, pero lo cierto era que todavía no habían hecho el amor y él llevaba meses sin estar con otra mujer. Eso también resultaba suficientemente elocuente, más que cualquier frase. Aunque cada uno siguiera su camino una vez que el proyecto estuviera acabado, Pedro siempre se llevaría consigo un pedazo de su corazón.
—¿Te apetece una bebida?
Se giró en redondo cuando Pedro volvió con ella.
—No, gracias. ¿Ya has sacado a Jake?
—Sí. Lo he dejado en el jardín. Ahí tiene suficiente espacio: estará perfectamente.
Paula atravesó la cocina y entró en el salón: una enorme pantalla plana de televisión estaba enmarcada como simulando un cuadro entre dos estanterías de libros altas hasta el techo. Las paredes, de un blanco inmaculado, estaban adornadas con láminas de veleros surcando el mar.
—¿Te gustan los veleros? No me había fijado en estas pinturas cuando trajimos a Jake el otro día. Supongo que estaría demasiado ocupada jugando con él…
—¿Y te has fijado en ellas ahora, cuando me estoy muriendo de ganas de quitarte ese vestido? —se le acercó por detrás.
Su aliento le acarició el hombro desnudo, con sus labios apenas a unos centímetros de su oreja.
Se volvió hacia él, con sus senos rozándole la camisa. Sí, deseaba a ese hombre y le entusiasmaba que él la deseara a ella… pero habría sido una irresponsable si no hubiera sentido, como sentía en aquel momento, una punzada de temor.
—Relájate, Pedro —sonrió, poniéndole una mano sobre el pecho—. No pienso irme a ninguna parte. Aunque esté nerviosa y asustada, necesito tomarme las cosas despacio.
Con tranquilidad. ¿Crees que serás capaz de soportarlo?
Apoyó las manos sobre sus hombros desnudos, estirando los pulgares para rozar el nacimiento de sus senos por encima del escote.
—No he dejado de mirarte en toda la velada con ese vestido. He visto a los otros hombres mirándote y a cada momento he suspirado por tocarte. Pero no quiero asustarte. Quiero demostrarte lo perfecta que será esta noche. Permítemelo, Paula…
No protestó cuando sintió sus manos en la espalda, bajándole la cremallera del vestido. La seda verde esmeralda resbaló hasta el suelo en medio de un absoluto silencio. ¿Cómo hacer que aquella noche fuera tan perfecta para él como él le había prometido que lo sería para ella?
Paula no tenía la menor idea sobre cómo complacer a un hombre. Pero su expresión le decía que estaba a punto de averiguarlo.
CAPITULO 19: (CUARTA HISTORIA)
Pedro no sabía qué hacer con Paula. Últimamente estaba muy nerviosa. Hablaba muy rápido, sin decir nada en particular. Él no le había hecho comentario insinuante alguno, no había intentado tocarla y ciertamente tampoco se había permitido el lujo de quedarse a solas con ella. Y eso lo estaba matando.
Había transcurrido una semana entera desde la fiesta de homenaje y, desde entonces, Paula no había vuelto a ser la misma. Había preguntado tanto a Karen como a Tamara si le había sucedido algo, pero las dos se habían limitado a sonreír sin pronunciar palabra. Lo cual quería decir que efectivamente había sucedido algo tremendamente importante, y que además se había convertido en un secreto entre las tres mujeres. Se estremeció: nada le daba más miedo que una mujer guardando un secreto.
Se decidió por el todoterreno y no por la moto, dada la especial entrega que tenía que hacer a la señorita Paula Chaves. Ese domingo quería ver a Paula luciendo una genuina y enorme sonrisa. Quería sorprenderla, ganarse su confianza para que pudiera rendirse al deseo que estaba a punto de estallar entre ellos. Una vez que tuvo el regalo en el asiento de al lado, puso rumbo a su apartamento. Le inquietaba que pudiera no gustarle o que leyera demasiadas cosas en aquel gesto suyo, pero no había podido resistirse.
No le había preguntado, y ella no se lo había dicho, si su padre había vuelto a ponerse en contacto. Pedro ya había puesto en marcha su plan de asumir todas las deudas de su padre, con la condición de que nunca más volviera a llamarla o acercarse a ella por razón alguna. Su abogado había resuelto todo el papeleo, de manera que ahora solo tenía que esperar a que el acuerdo fuera firmado. Pero no deseaba molestarla con eso en aquel momento. La llamó al móvil nada más aparcar en la puerta de su edificio de apartamentos.
—¿Puedes bajar? Estoy aparcado justo en la puerta.
—Claro. ¿Pasa algo malo?
—Oh, no. Pero bájate el bolso porque pienso llevarte a un sitio.
—Umm… de acuerdo. Dame unos minutos.
Cinco minutos después, se abrieron las puertas del vestíbulo y apareció Paula luciendo una camiseta blanca de tirantes y unos téjanos cortos, de bordes deshilachados, que revelaban sus bronceadas y bien torneadas piernas. Se había recogido la melena por detrás, en una cascada de rizos. Estaba sencillamente adorable.
Escondiendo la sorpresa detrás de la espalda, se estiró para abrirle la puerta.
—¿Seguro que no se trata de nada malo? —le preguntó ella nada más subir al todoterreno—. No habrán vuelto a allanar la oficina, ¿verdad?
Sin pronunciar una palabra, sonrió y le mostró el regalo.
—¡Oh, Dios mío!
—¿Te gusta? —le preguntó, sosteniendo el peludo cachorrito.
Vio que se iluminaba su expresión mientras acunaba amorosamente contra su pecho la bolita de pelo blanquinegro.
—Oh,Pedro, me encanta, es precioso… ¿Es tuyo? No sabía que tuvieras un cachorro.
—Lo acabo de comprar.
—Cuando te mencioné que quería tener un perro, tú nunca me dijiste que también querías tener uno —sonrió.
Pedro arrancó de nuevo y puso rumbo a su casa. Un lugar al que nunca había llevado a ninguna de sus mujeres.
—Yo no quiero tener un perro, pero tú sí. Me lo dijiste dos veces. Es para ti.
—Pero Pedro… no puedes comprarme un perro solo porque un día te dijera que… No podré tenerlo en el apartamento.
Seguro que está prohibido, y además no voy a quedarme allí toda la vida.
—Se quedará en mi casa. Pero mientras dure este proyecto, será tuyo.
Desviando la mirada de la carretera por un momento, vio que se mordía el labio, con los ojos llenos de lágrimas. Agarró con fuerza el volante en medio de un tenso silencio. No quería leer la gratitud en sus ojos, no quería que lo mirara como si fuera una especie de héroe.
—No es para tanto —le dijo—. Nada más verlo en el albergue para perros, me dije que necesitaba un buen hogar.
—¿Fuiste a un albergue para perros abandonados?
—Sí, ¿por qué?
—Yo habría pensado que preferirías comprar uno de raza. Con pedigrí.
—Que tenga dinero no significa que me haya olvidado de mis orígenes —abandonó la autopista—. Nuestra familia no tiene pedigrí alguno, Paula. Mis padres murieron cuando casi todos estábamos todavía en el instituto y tuvimos que trabajar duro cuando nos fuimos a vivir con la abuela, que ya era muy mayor. No veo razón alguna para tirar el dinero cuando hay perros por ahí necesitados de un hogar y de gente que los quiera.
«Dios mío», pensó. Lo único que había hecho Paula era preguntarle por el perro y él acababa de soltarle un sermón como si fuera un infocomercial de la Sociedad Protectora de Animales.
—No sé qué decir —murmuró ella con voz llorosa—. Nunca nadie había tenido conmigo un gesto tan… tierno.
Cada vez más incómodo, Pedro sonrió.
—¿Qué tal si le pones un nombre?
Dejó de abrazar al cachorrito para estudiarlo detenidamente.
—De niña siempre quise tener un perro grande que se llamara Jake.
—Bueno, el empleado del albergue me aseguró que era un cruce de San Bernardo, así que supongo que será bastante grande —rio—. Y Jake me parece un buen nombre. Se me ocurrió que podíamos llevarlo a casa, para que fuera acostumbrándose.
—¿Pero qué harás con él cuando yo me vaya? —quiso saber Paula.
—Conservarlo, por supuesto. Pero, por ahora, es tuyo.
Minutos después avanzaba por el elegante sendero de entrada de su casa, flanqueado de palmeras. Tenía que admitir, aunque solo para sí mismo, que no estaba preparado para pensar en la marcha de Paula.
Ese y no otro tenía que ser el motivo del nudo de emoción que se le había formado en la garganta. ¿Desde cuándo se había vuelto tan sentimental?
—Tienes una casa preciosa —comentó Paula mientras él aparcaba el todoterreno en el garaje de cuatro plazas.
Pedro apagó el motor y bajó con las bolsas de provisiones que había dejado detrás del asiento.
—Gracias. Estoy buscando el terreno perfecto para construirme yo mismo una, pero todavía no lo he encontrado. Me gustaría quedarme en Miami —la ayudó a bajar del vehículo.
Contempló el edificio de tres plantas decorado con estuco beis, provisto de un elevado porche de columnas blancas.
Sí, estaba bien, pero él quería cambiar. Mejorar siempre.
Siguieron al perro, que se dirigía a un lateral de la casa. De repente se preguntó por lo que estaría pensando y sintiendo.
¿Recordaría que la pelota seguía en su tejado, a la espera de que se decidiera a profundizar en su relación personal?
Aquella espera lo estaba matando, pero sabía que el premio, la propia Paula, merecería la pena.
—¿Irás a la boda de Matias, verdad? —le preguntó.
Alzó la mirada hacia él, protegiéndose los ojos del sol.
—No había pensado en ello. ¿Por qué?
—Es el fin de semana que viene —de repente ya no se mostró tan confiado. ¿Por qué tenía aquella mujer la capacidad de minar su coraje? ¿Y por qué en ese instante estaba conteniendo el aliento, mientras reunía fuerzas para formular su siguiente pregunta?—. ¿Te gustaría acompañarme?
—No creo que fuera una buena idea —retrocedió un paso.
—Es una idea estupenda —insistió él, acercándose—. Trabajamos juntos, nos vemos fuera de horas de trabajo. Has causado una buenísima impresión a Tamara y a Karen. ¿Por qué no deberías ir?
—Una boda es algo muy personal, un acontecimiento reservado a familiares y amigos íntimos.
Antes de que pudiera seguir retrocediendo, Pedro se lo impidió tomándola suavemente de los hombros.
—Tú eres una amiga, Paula. Y yo quiero que intimemos aún más.
En un impulso, la besó. La apretó contra sí, abrazándola de la cintura: sus cuerpos parecían encajar perfectamente. Ella le echó los brazos al cuello.
—Dios mío, te deseo tanto… —murmuró contra sus labios.
Paula le acunó entonces el rostro entre las manos, para mirarlo fijamente.
—Sé que te estoy volviendo loco de tanto esperar. Yo también me estoy volviendo loca, pero necesito estar segura. ¿Puedes entenderlo?
Acostumbrado como estaba a correr riesgos desde siempre, no lo entendía, pero estaba dispuesto a intentarlo. Cuando finalmente poseyera a Paula, querría tener más de una noche para explorar su cuerpo, para enseñarle cosas, para venerarla. No quería que se arrepintiera después.
—Ven a la boda conmigo.
Paula lo besó delicada, tiernamente.
—Está bien, iré —se apartó—. Y ahora, ¿qué te parece si metemos a Jake dentro y le damos de comer?
Pedro sonrió. Nunca antes había tenido que suplicar por una cita, pero tampoco nunca se había sentido tan entusiasmado por la perspectiva. Se moría ya de ganas de que llegara el día de la boda. Una vez que hubiera terminado la ceremonia y el banquete subsiguiente, sabía que Paula dejaría de resistírsele. No podría seguir haciéndolo con aquella atmósfera de amor y cariño envolviéndolos… y el hecho de que tanto la familia como unos cuantos amigos afortunados estarían invitados a pasar la noche en la mansión de Star Island.
****
Pedro aceleraba a fondo su Harley. Por fin se había efectuado una detención relacionada con el allanamiento de la oficina de un mes atrás, y dado que aquel día no se había pasado por las obras, había decidido ir a comunicárselo a Paula en persona. Le sorprendió no encontrarla en la obra, así que se dirigió a la oficina. Estaba vacía. Volvió a salir y se acercó a uno de los obreros.
—No está aquí, señor Alfonso —le dijo el hombre, todo sudoroso—. Tuvimos que llamar a una ambulancia…
—¿Una ambulancia? —exclamó, preso del pánico—. ¿Está herida? ¿Se ha caído?
—Se ha deshidratado. Se la llevaron hará unos diez minutos. Aquí fuera hace un calor de mil demonios y ella siempre está insistiendo en que bebamos lo suficiente. Supongo que se olvidó de hacerlo ella misma.
—Si necesitáis algo, llamadme al móvil —le dijo Pedro, corriendo ya de regreso a la moto—. Voy ahora mismo al hospital.
Sin perder el tiempo, arrancó la Harley y llegó al hospital en un tiempo récord. Maldijo para sus adentros. ¿Cuántas veces le había recordado que no estaba acostumbrada a un calor como el de Miami? Furia, preocupación, miedo: todos esos sentimientos lo acompañaron en el camino hasta la sala de urgencias. Después de haber mentido a la enfermera diciéndole que era un familiar, le dejaron por fin entrar en la habitación.
Paula, vestida todavía con su camiseta blanca, sus téjanos cortos y sus botas, descansaba conectada a una bolsa de suero, atendida por una enfermera. Nada más verlo, puso los ojos en blanco.
—¿En serio te han llamado para que vengas?
Pedro entró en la habitación y corrió la cortina.
—No, fui a las obras para hablar contigo y uno de los miembros del equipo me lo contó.
—No me sueltes otro sermón —siseó cuando la enfermera le pinchó el brazo para extraerle sangre—. Ya sé que tenía que beber y permanecer hidratada, pero ahora mismo estoy demasiado cansada para discutir.
Pedro se echó a reír mientras se aproximaba al otro lado de la cama.
—Debes de estar muy cansada cuando tienes tan pocas ganas de discutir.
—Muy bien, señorita Chaves —dijo la enfermera, recogiendo sus cosas—. El médico llegará en seguida.
—Estupendo —suspirando, Paula se recostó en la cama—. ¿Qué es lo que tenías que decirme? —le preguntó a Pedro.
—¿Qué? Oh, nada que no pueda esperar —no tenía otro deseo que mirarla, asegurarse de que estaba bien… Porque en cuanto hubo superado la sorpresa inicial de que se la habían llevado en ambulancia, se había temido lo peor.
Paula cerró los ojos, apoyando las manos sobre su vientre plano. Pedro detestaba ver la aguja clavada en la delicada piel de su muñeca.
—No pienso irme a ninguna parte —le dijo ella—. Puedes contármelo tranquilamente antes de marcharte.
—Yo tampoco pienso marcharme a ninguna parte —le tomó la otra mano entre la suyas.
Abriendo los ojos, volvió la cabeza para mirarlo y sonrió.
—Estoy bien, Pedro. Simplemente tengo que quedarme aquí tumbada mientras me hidratan. De aquí a un par de horas estaré como nueva.
—Me quedo contigo.
—Entonces dime lo que querías decirme.
—Se ha producido una detención en relación con el allanamiento de la oficina.
—¿Quién? —se sentó en la cama, sorprendida.
—Nate. Alegó que estaba enfadado y que quería darte una lección.
—El muy imbécil… ¿cómo es que han tardado tanto en detenerlo?
—Abandonó en seguida el estado. Victor y yo contratamos a un detective para que le siguiera la pista. Lo detuvieron en Michigan —se llevó su diminuta mano a los labios—. Lo juzgarán y pagará por su delito.
—¿Tú crees?
—Sí —se sentó en el borde de la cama—. Ya no tienes que preocuparte de nada. Ni del allanamiento, ni de tu padre, ni del divorcio. Ni siquiera del proyecto —y añadió con una sonrisa—: ¡Vaya, no puedo creer que haya dicho esto último…!
Paula se echó a reír. Justo la reacción que él había estado buscando.
—Muy bien, doctor Alfonso. Estoy cansada. Voy a cerrar los ojos por un momento, ¿de acuerdo?
Pedro asintió y continuó mirándola mucho después de que se hubiera quedado dormida. Cuando entró la enfermera para reponer la bolsa de suero, él seguía sentado tomándole la mano. No recordaba haberse preocupado nunca tanto por una mujer que no fuera su hermana. Con ninguna había pasado tantas horas en un hospital, y por algo tan poco grave. Ahora que pensaba en ello, eran muchísimas las cosas que estaría dispuesto a hacer por Paula y que no había hecho jamás por ninguna de sus amantes. Y eso que Paula Chaves ni siquiera lo era
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