miércoles, 7 de septiembre de 2016

CAPITULO 6: (SEXTA HISTORIA)





Pedro contuvo un escalofrío al oír el tono gélido con el que hablaba Paula. «¡Guau! Esta mujer es capaz de odiar de verdad», pensó, y deseó que ella no llegara a odiarlo jamás.


—Todavía no me has dicho qué te ha contado tu confidente —dijo ella.


El cambio de actitud lo sorprendió. Su tono de voz había cambiado y la expresión de su rostro era más relajada. 


Pedro suspiró y arrancó de nuevo.


—Lo vieron marcharse del pueblo hace dos días. Al parecer, se dirige a la zona más salvaje de las montañas. Se fue a caballo, llevando otro para la carga, y por la dirección que llevaban sospecho que va de camino a Weminuche Wilderness.


Paula frunció el ceño.


—Me suena haber oído hablar de ese sitio, pero ¿dónde está?


—Weminuche es una de las zonas salvajes más amplias del país, con una extensión de unos nueve mil acres —dijo él, sin dejar de mirar a la carretera—. Aunque muchos turistas la recorren en bicicleta o a pie, hay muchas zonas que son prácticamente inaccesibles. Parece que nuestro hombre se dirige en esa dirección.


—Bueno, si va a caballo y lleva otro para la carga, supongo que con el coche lo alcanzaremos antes de que llegue a una de esas zonas, ¿no? —parecía satisfecha con su deducción.


Pedro odiaba tener que llevarle la contraria.


—No, no podremos alcanzarlo, Paula. Incluso con este coche no podremos adentrarnos en las montañas. Más tarde, tendremos que parar a pasar la noche y, por la mañana, continuaremos a caballo.


Ella lo miró asombrada.


—Pero… Cómo… Quiero decir, ¿de dónde vamos a sacar los caballos?


—Tengo un amigo que tiene un rancho en un pequeño valle cercano —le dedicó una sonrisa antes de que ella pudiera hacerle más preguntas—. Podemos pasar la noche allí.


—¿Y cómo sabes que tu amigo está allí? ¿Cómo sabes que podemos quedarnos a pasar la noche? ¿Por qué estás tan seguro de que tiene caballos para alquilar? ¿Cómo…?


—Lo sé —la interrumpió Pedro—, porque conozco a mi amigo. Si no está allí cuando lleguemos, estará en algún lugar de las montañas y esperaremos a que regrese.


—Pero…


Pedro no dudó en cortarla otra vez.


—Paula, tienes que confiar en mí. No podemos seguir a ese hombre con este coche. Puede circular por muchos sitios, pero no por las zonas difíciles de las montañas.


—Eso lo comprendo —soltó ella con impaciencia—. Pero acabas de sacarte a ese hombre de la manga. ¿Quién es? Aparte de ser tú amigo.


—Se llama Hawk.


—¿Y cuál es su verdadero nombre?


—Hawk —dijo él—. Se apellida McKenna. Y sí, es mestizo.


—No me gusta esa expresión —dijo Paula.


Pedro tuvo que contenerse para no reír.


—A mí tampoco, pero así es como Hawk se refiere a sí mismo. No se avergüenza de su origen. De hecho, está orgulloso de tener sangre escocesa y apache en las venas —soltó una carcajada—. Creo que descubrirás que Hawk es algo más.


—¿Y qué más puede ser?


—Alguien diferente —dijo él, después de un momento de silencio—. Es un tipo especial.


—¿Especial por qué?


Pedro se encogió de hombros.


—Especial dentro de los seres humanos. No sé cómo explicarlo, simplemente lo es.


—¿Vive solo?


—Normalmente sí.


Pedro… —había cierta impaciencia en su voz.


Él se rio.


—Es la verdad, Paula. Hawk suele vivir solo pero, de vez en cuando, su hermana vive con él. Cat no está tan orgullosa de su ascendencia.


Ella frunció el ceño.


—¿Cat? ¿Hawk y Cat?


—Hawk se llama así por su bisabuelo materno. Cat es el diminutivo de Catriona, que es Catherine en escocés e irlandés. Se llama así por su tatarabuela paterna.


—Y no le gusta tener mezcla de razas —dijo Paula, eligiendo las palabras con cuidado.


—No, no le gusta. Así que de vez en cuando huye del mundo y se esconde junto a Hawk.


—¿Se esconde? ¿Él huye de la ley?


—No, Paula, Hawk no huye de la ley. No es un delincuente.


—Entonces, ¿qué es? ¿Un ermitaño? ¿Ha vivido siempre alejado de la sociedad? ¿Cuántos años tiene? —le preguntó de manera atropellada.


Él contestó del mismo modo.


—Un hombre. No. Desde que se hizo adulto. No estoy seguro, treinta y tantos, supongo.


—Es extraño —murmuró ella.


—¿Por qué?


—¿No te parece extraño que un hombre decida vivir alejado de su familia, sus amigos y las mujeres a esa edad?


Pedro la miró antes de contestar.


—No he dicho que sea un monje de clausura, Paula. Cuando le apetece tener compañía, sí ve a su familia y a sus amigos —hizo una pausa—. Y sale con mujeres.


—Sabes…


Pasaron por encima de un bache y ella se calló para exclamar:
—¡Oh!


—Lo siento —dijo él, conteniendo una carcajada—. Te dije que el camino era malo, y se va a poner peor —sonrió—. Mucho peor.


Ella miró a su alrededor y se fijó en el estrecho camino rodeado de bosque. Frunció el ceño y se movió en el asiento.


—Dijiste que pararíamos al atardecer. El sol está llegando al oeste —miró a su alrededor una vez más—, Pedro


—Hay un claro más adelante —dijo él, percatándose del motivo por el que no paraba de moverse—. Estamos dentro de un parque nacional. No solo hay un claro, también hay servicios.


Paula suspiró aliviada.


—Me alegra oírlo —sonrió ella—. No me hacía ninguna ilusión pedirte que pararas para poder ocultarme entre los arbustos.


Él se rio.


—Sé a qué te refieres. Yo siento la misma presión.


—No me hagas reír, Pedro Alfonso. Preferiría no quedar en ridículo, gracias.


—Eres afortunada, Paula Chaves —le aseguró él—. El claro está justo detrás de esa curva.


Siguieron en silencio.


—Ya hemos llegado —dijo él, momentos más tarde, y detuvo el vehículo a un lado de la carretera. Un poco más adelante, había un edificio del que colgaba un cartel que indicaba dónde estaban los aseos. Se dirigieron hacia allí, deprisa.


Al cabo de unos minutos, estaban de nuevo en la carretera. 


Y una hora y media más tarde, Pedro giró con brusquedad.


—¿Qué es exactamente…? ¡Oh! —dijo ella, sorprendida de que hubiera girado tan bruscamente. Acababan de entrar en un camino de grava suelta—. ¿Adónde vas? —preguntó ella.


—A casa de Hawk —la miró fijamente—. ¿Qué? ¿Esperabas que Hawk viviera en mitad de una autopista?


—No, por supuesto que no —dijo ella, agarrándose con una mano al asiento y con la otra al salpicadero para evitar escurrirse con los baches.


—Aguanta un poco —dijo Pedro, agarrando el volante con fuerza—. Se pondrá peor antes de mejorar otra vez.


—No veo cómo puede ponerse peor —dijo ella.


—Ah, cariño, todavía puedo darte muchas sorpresas.


Ella suspiró, ignoró los calambres que tenía en los dedos y lo miró.


—Te he dicho que no me llames cariño.


Pedro se rio durante todo el camino que bajaba al valle. A un lado de la montaña se veía una casa de una sola planta como las que aparecían en las películas del oeste.


La casa de Hawk no se parecía en nada al lugar semi abandonado que Paula había imaginado. Con la luz del atardecer podía ver varios corrales con caballos de piel lustrosa. Pero el rancho era la menor de las sorpresas que la aguardaban.


Pau estaba tan distraída mirando a su alrededor que no se percató de que Hawk McKenna estaba a la sombra del porche hasta que no salió a la luz. A su lado estaba el perro más grande que ella había visto nunca. Era casi del tamaño de un poni.


Cuando Pedro detuvo el vehículo, Hawk se acercó a ellos.


Aunque un poco mayor, Hawk era un hombre atractivo. Tenía el cabello largo y bien cuidado, casi del mismo color que Pedro.


Tras bajarse del coche, Pedro abrazó a su amigo con fuerza. El perro permaneció junto a su dueño sin ladrar ni una sola vez, como si esperara su turno para saludar a la visita.


Tan pronto como los hombres dejaron de abrazarse, el animal se acercó a Pedro. Cuando él saludó al perro, el animal se puso en dos patas.


—Hola, Boyo. No, no me lamas la cara —dijo Pedro, riéndose mientras esquivaba al perro—. Sí, en la mano sí puedes —lo acarició.


«Boyo», pensó Pau. ¿Qué clase de nombre era ése para un perro tan grande? Por fortuna, el perro parecía tranquilo, ya que si no ella no habría pensado ni en bajar del coche.


Pedro se acercó a la puerta del vehículo y le preguntó.


—¿No vas a bajar? —sonrió, y le abrió la puerta—. ¿O se te han quedado los dedos pegados al asiento y al salpicadero?


—Me da miedo moverme porque tengo la sensación de que se me han descolocado los huesos durante el trayecto.


—Pensaba que a lo mejor te daba miedo Boyo.


—Eso también —admitió ella—, pero veo que es bueno. ¿Qué clase de nombre es Boyo para un animal así de grande?


—Es niño en irlandés —le explicó él entre risas—. Vamos, Hawk te protegerá.


A Pau le encantaba el sonido de su risa. Tratando de no pensar en ello, aceptó la mano que él le tendía.


Su piel no era suave, y no tenía las uñas bien cuidadas como la mayoría de los hombres que ella conocía. Era evidente que sus largos dedos estaban acostumbrados al trabajo duro.


De pronto, la imagen de él acariciándole el cuerpo y agarrándola por el trasero para acercarla hacia sí, y poder besarla, invadió su cabeza.


Se estremeció.


—¿Tienes frío, Paula? —le preguntó Pedro, y la agarró por la cintura para que saltara del coche.


—No… —Pau pensó en una respuesta—. Tengo hambre. Ha pasado mucho tiempo desde la comida, no lo olvides. ¿Tú no tienes hambre? —se estiró y dio unos pasos para soltar la musculatura de la espalda.


—Hay mucha comida en casa —dijo Hawk.


—Vamos, Pau. Ven a conocer a Hawk —Pedro la agarró del brazo y la guio hasta su amigo—. Y a Boyo.


Hawk McKenna le estrechó la mano con fuerza y sonrió. Por algún motivo, algo la hizo confiar en él. Había algo que indicaba que era un buen hombre. Algo que le recordaba a Pedro.


Boyo permaneció junto a su dueño, moviendo el rabo.


Pau estiró la mano para permitir que el animal la olisqueara.


—Puedes tocarlo —dijo Hawk—. No te morderá.


Ella acarició el hocico del animal y éste le lamió la mano. 


Riéndose, Pau le acarició la cabeza y le rascó el lomo.


—Tiene un buen sitio, señor McKenna —dijo ella con sinceridad, y lo miró.


—Gracias —él sonrió y miró a su alrededor—. Es mi casa —los guio hasta la puerta—. Bienvenidos —dijo Hawk, y los hizo pasar.


Boyo entró en la cocina y, al instante, lo oyeron beber agua.


—Gracias —Paula sonrió y entró en lo que, evidentemente, era el salón. Miró a su alrededor y observó la escasa decoración—. Es muy bonito —dijo ella, y se volvió para sonreír a Hawk—. ¿Es Navajo? —preguntó, señalando un tapiz de lana que colgaba de la pared.


—Sí —contestó Hawk—. Un regalo de un amigo.


—Es precioso —comentó, y se acercó para mirarlo más de cerca—. Y tiene buenos amigos. Ese tapiz debe de costar una pequeña fortuna.


—Así es. Y los tengo —Hawk asintió y miró a Pedro—. Y Alfonso es el amigo en cuestión —sonrió despacio—. ¿Quieres contarle a la señorita Chaves lo que pagaste por el tapiz, Pedro?


—No —Pedro negó con la cabeza, pero sonrió—. Se lo merecía, Paula —explicó—. Me ayudó a encontrar a un hombre hace dos años. Era un asesino en serie por el que ofrecían una buena cifra —miró a Hawk—. Quería compartir la recompensa con él. No quiso, pero me dijo que aceptaría ese tapiz. Ya ves…


—Alfonso —dijo Hawk, en tono de advertencia.


—No me asustas, amigo, así que ahórrate las palabras.


Hawk entrecerró los ojos. Pedro sonrió.


Temiendo que en cualquier momento comenzaran a darse puñetazos, Pau levantó la mano y dijo:
—No os peleéis. Esta casa es demasiado bonita para destrozarla. Si os vais a pegar, salid fuera.


Pedro y Hawk se miraron un instante y comenzaron a reír.


Pau se puso las manos en las caderas, miró a ambos y golpeó el suelo con una bota.
—Espero que no os estéis riendo de mí.


—Ni lo sueñe, señorita —era evidente que Hawk contenía una sonrisa.


—Ni lo pienses —se rio Pedro.


—De acuerdo. Ya he tenido bastantes tonterías —Pau tenía dificultad para contener la risa—. Necesito ir al servicio, darme un baño y comer algo. Ah, y mi ropa.


Hawk miró a Pedro y le preguntó:
—¿Siempre es tan mandona?


Pedro suspiró y asintió.


—Me temo que sí. Lo bastante como para sacar de quicio a cualquiera.


Pau abrió la boca para contestar, pero se le adelantaron.


—Sí —añadió Pedro—. No sé qué hacer con ella.


—Oh, amigo, yo sí sabría qué hacer con ella —dijo Hawk, con un brillo en la mirada.


—Bueno, sí, pero…


—Pero estarás demasiado ocupado sacando mis cosas del coche, ¿no es así? —dijo ella, en tono de advertencia.


—Er, sí, claro. Ya voy —riéndose, Pedro se volvió y salió de la casa.


—Y yo voy a terminar la cena —Hawk se dirigió a la cocina. De camino, señaló hacia un pasillo que salía del otro lado del salón—. El baño está en la segunda puerta a la izquierda.


—Gracias —Pau se encaminó hacia allí.


Estaba lavándose las manos y mirándose en el espejo cuando llamaron a la puerta.


—Te he traído tus cosas, Paula. ¿Las dejo aquí fuera?


—No —abrió la puerta antes de que terminara la frase—. Ya las recojo. Gracias —le dedicó una amplia sonrisa, agarró la mochila y le cerró la puerta en las narices.


—¡Guau! —murmuró Pedro, pensando que Paula tenía la sonrisa más bella y excitante que había visto nunca. De pronto, los vaqueros lo apretaban en la parte más delicada de su cuerpo.







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