viernes, 26 de agosto de 2016

CAPITULO FINAL: (CUARTA HISTORIA)




Nada más aparcar en el sendero de entrada, bajó del vehículo y se apresuró a ayudarla. Sosteniendo a Jake, Paula lo siguió al interior de la mansión.


—Vamos a mi despacho.


Dejó al perrito en el suelo y entró en la gran habitación. No pudo menos que admirar los altísimos ventanales que daban al bien cuidado jardín. Una vista muy inspiradora para
cualquiera que trabajara en el enorme escritorio de caoba. 


Fue ese escritorio el que llamó precisamente su atención. O más bien los planos que estaban extendidos sobre el mismo.


—Antes de que eches un vistazo a eso, necesito que sepas una cosa.


Paula se arriesgó a desviar la mirada de los planos para clavarla en sus ojos oscuros.


—¿Qué?


—Tu padre no volverá a darte problemas. He saldado todas sus deudas y él ha firmado un documento legal por el cual se compromete a no volver a ponerse en contacto ni contigo ni con tu madre nunca más. Ni personalmente, ni a través de internet, teléfono o cualquier otra forma de comunicación.


Paula se había quedado sin aliento. Un músculo latía en la mandíbula de Pedro mientras bajaba la mirada al escritorio.


—No quiero secretos entre nosotros.


Soltando una burlona carcajada, Paula se cruzó de brazos.


—Es un poco tarde para eso, ¿no te parece?


—Mira estos planos. Estoy buscando una empresa para que levante este edificio.


Pedro, una vez que terminemos el centro turístico, mi compañía se irá a otra parte —tragó saliva—. Tenemos un edificio de oficinas de seis plantas que construir en Dallas. Además, no creo que sea una buena idea que sigamos trabajando juntos. Terminemos de una vez con estos dos últimos meses que nos faltan y que siga después cada uno su camino.


—¿Te importaría mirar los planos, por favor? —le suplicó.


Así lo hizo. No tardó mucho tiempo en darse cuenta de que no se trataba de un proyecto comercial.


—Esto es una casa. Yo no suelo construir viviendas —estudió los impresionantes planos, casi salivando de envidia por el afortunado propietario—. ¿Quién ha encargado esto? ¿Victor?


—Yo.


Alzó la mirada hacia él.


—¿Tú?


¿No le bastaba con haberle hecho sufrir, que todavía quería regodearse ahondando en su herida? Ahora esperaba que ella le construyera la casa en la que pretendía volver a residir con su exmujer. Sí, debería haber hecho caso a su intuición y haberse negado a acompañarlo. En aquel momento habría podido estar tranquilamente en la playa con su madre y…


En lugar de eso estaba allí, sufriendo. ¿Estaría Melanie en alguna parte de la casa? ¿Todavía tendría en la cara aquella sonrisa que tanto odiaba? Miró hacia la puerta, medio esperando verla aparecer.


—¿Sabe Melanie que me estás pidiendo que le construya la casa?


Pedro rodeó el escritorio y se detuvo muy cerca de ella, apenas a unos centímetros. Paula tuvo que echar la cabeza hacia atrás para mirarlo a los ojos.


—No vas a construir una casa para Melanie. Vas a construir una casa para mí… y para ti.


Esperanza, dolor, tensión… todas esas emociones la asaltaron a la vez, de manera que no pudo seguir mirándolo a los ojos ni por un segundo. Se volvió y cruzó la habitación para sentarse en el cómodo sofá de piel. Por mucho que quisiera creer en sus palabras, no podía mirarlo, no podía dejarse arrastrar de nuevo por las oscuras profundidades de sus ojos.


—No. No. Esto no puede suceder, Pedro.


—¿Qué es lo que no puede suceder?


Paula se apartó los rizos de la cara y lo miró.


—Lo que seas que hayas planeado. No has dejado a tu ex, eso es obvio. Y a mí parece bien. Cuando me enredé contigo, sabía que no querías una relación estable. Parte de todo este desastre es culpa mía pero, por favor, no me hagas creer en algo que no puedes darme.


Pedro se agachó para tomarle las manos entre las suyas.


—Tienes razón. Cuando nos conocimos, yo no estaba en posición, ni siquiera quería hacerlo, de relacionarme con nadie. Yo aún estaba colgado de Melanie, aunque me negaba a admitirlo.


Escuchar aquellas palabras de sus labios, saber que eran sinceras no logró sin embargo atenuar el nudo de acero que seguía atenazándole el pecho. Todavía logró apretarlo aún más.


—Pero tú lo cambiaste todo —continuó él—. Yo nunca quise tener otra relación, pero no puedo negar lo que siento. No puedo renunciar a ti.


Paula se lo quedó mirando fijamente a los ojos, reconociendo en ellos el brillo de las lágrimas.


—¿Cómo puedo creerte? ¿Cómo puedo saber que no me quieres solo porque me habías perdido? ¿Y si decidieras dejarme el mes que viene? Tú mismo has admitido que siempre estás buscando algo mejor… —mientras lo miraba, la esperanza que había nacido en su pecho cuando vio los planos de la casa iba creciendo poco a poco—. ¿Qué me dices de Melanie? Tú la amas.


—No —se sentó a su lado, en el sofá—. Creía que la amaba, y quizá la amaba de algún modo, pero lo que fuera que sintiera por ella no es absolutamente nada comparado con lo que siento por ti.


Paula se acercó a él: quería mirarlo a los ojos cuando le hiciera la siguiente pregunta. Quería acechar en ellos la posible duda, la mentira.


—¿Qué es lo que sientes por mí?


—Amor —una amplia sonrisa iluminó su rostro—. Admito que, la primera vez que me di cuenta de que te amaba… me negué a mí mismo. No quería volver a sufrir.


Paula ya no intentó contener las lágrimas:
—¿Sufrir, dices? Tú me destrozaste cuando descubrí que habías estado comunicándote con Melanie… Pero saber que me amas… Dios mío, Pedro, eso es más de lo que pensé que jamás sentirías por mí. Quiero creer…


Pedro le acunó entonces el rostro entre las manos y se apoderó de sus labios en un violento, apasionado beso. 


Apasionado, sí. Paula lo sintió en cada fibra de su ser: la amaba. Le echó los brazos al cuello, incapaz de controlar sus sentimientos por un momento más.


—Créeme —murmuró él contra su boca, y apoyó la frente contra la suya—. Paula, cree en todo lo que te estoy diciendo. No dudes de mi amor por ti. Jamás.


No pudo hablar debido a la emoción, de modo que asintió con la cabeza.


—¿Eso es un sí a la pregunta de si construirás mi casa?


—Sí… sí —se sorbió la nariz—. Sabía que en el fondo me amabas, Pedro. Lo que no sabía era si llegarías alguna vez a descubrirlo por ti mismo. Has sido tan paciente, tan comprensivo conmigo… Sé que lo que he encontrado en ti me convertirá en la mujer más feliz del mundo.


Pedro se apartó, enjugándole delicadamente las lágrimas con las yemas de los pulgares.


—Tengo otra condición.


—¿Cuál?


—Solo nos quedan un par de meses con el centro turístico de Victor y luego mandarás a tu equipo a Dallas, pero antes quiero que te quedes un tiempo aquí.


—Pero tendré que comenzar las nuevas obras, Pedro, yo…


—Cásate conmigo —le pidió con una sonrisa—. Dime que te quedarás en mi vida para siempre.


Estupefacta, eufórica, nerviosa… Paula no sabía cómo nombrar todos los sentimientos que se arremolinaron en su mente, en su corazón.


—¿Estás seguro? —inquirió—. Ya te casaste antes y juraste que no volverías a hacerlo.


La besó de nuevo. Abrazándola de la cintura, la estrechó con fuerza contra sí.


—Por supuesto —la tumbó en el sofá, y empezó a desabrocharle el vestido—. Y tengo otra sorpresa para ti…


—Ya la he visto —rio, picara.


—No es ésa… Te he comprado una moto. Está en el garaje.


—¿Una moto?


—Sí. Quiero que montes conmigo.


Paula reflexionó por un segundo y asintió con la cabeza.


—Bueno, supongo que dado que me has iniciado en tantas cosas… también podrías enseñarme a montar. Espero que esta vez podamos al menos arrancarla.


Pedro no dejó de sonreír, pero su mirada se tornó seria mientras recorría su rostro.


—Tú también me has iniciado a mí. El amor nunca tuvo ningún significado en mi vida hasta que te conocí, Paula Chaves. 


Y Paula supo que el viaje en el que estaba a punto de embarcarse con Pedro no era más que el comienzo de una larga serie de iniciaciones.



CAPITULO 26: (CUARTA HISTORIA)





Paula se enfrentaba a la perspectiva de un fin de semana sin Pedro. Había planeado pasar un fantástico día en la playa con su madre, no haciendo otra cosa que tomar el sol y leer un poco. Ya ni se acordaba de la última vez que había hecho algo así.


Mientras su madre se cambiaba en el dormitorio de la suite, Paula guardó varias botellas de agua, un libro y una toalla en su bolsa playera. El día del pasado fin de semana que habían pasado juntas en el spa había sido fantástico, pero Paula necesitaba otro más de relajación. Sobre todo después de la conversación que había tenido con Pedro.


El dolor que parecía haberse instalado de manera permanente en su pecho echaba raíces cada día. Por la manera que Pedro había tenido de escucharla, de aconsejarla cuando ella le había hablado de su padre y de su infancia, de hacerle sonreír y reír a carcajadas, había estado convencida de que la quería. O de que, si no la amaba, la apreciaba y se preocupaba por ella. Le había comprado un perro, una mascota… ¿Y acaso no había dicho su ex que en su casa siempre había tenido prohibidas las mascotas?


—Lista.


El alegre tono de su madre la sacó de sus dolorosas reflexiones. Lorena salió del dormitorio vestida con un bañador rojo de una pieza y un pareo negro a la cintura.


—Recojo mi bolso y nos vamos.


Justo en aquel momento llamaron a la puerta.


—Ya abro yo —dijo Paula.


Atravesó el salón y abrió la puerta. Era Pedro. Con el cachorro en los brazos.


—Jake te echaba de menos —le dijo mientras se lo entregaba.


Paula estrechó al animalito contra su pecho, luchando contra el nudo de emoción que le atenazaba la garganta.


—Gracias. Iba a salir con mamá. Me lo llevaré con nosotras.


Pedro hundió las manos en los bolsillos, apoyado en el marco de la puerta.


—Esperaba que vinieras conmigo… Tengo algo que enseñarte.


Paula no quería estar tan cerca de él, y menos aún acompañarlo a alguna parte. El limpio y seductor aroma al que tanto se había acostumbrado parecía envolverla. La sensual sombra de su barba parecía algo más negra que lo usual. Tenía los ojos levemente hinchados, como si no hubiera dormido, y el pelo despeinado.


—No creo que sea una buena idea.


—Pues yo creo que es una idea estupenda —intervino Lorena, apareciendo tras ella—. Ve con él, Paula. Ya saldremos a la playa el siguiente fin de semana que tengas libre.


—¿Y tú qué harás?


—No te preocupes por mí —sonrió—. Anda, vete.


Por mucho que detestara admitirlo, Paula sentía curiosidad por ver lo que él quería enseñarle. Y, para ser sincera, sabía que necesitaban hablar. No podían dejar las cosas así, por muy segura que ella estuviera de su desenlace. Salir por aquella puerta con Pedro le produciría aún más dolor, pero después de todo lo que ella le había dado, se merecía la oportunidad de hablar con él y de explicarle exactamente lo que sentía.


—De acuerdo —se volvió hacia Pedro—. Recojo mi bolso.


—No necesitarás nada —le aseguró—. Solo a Jake.


Vacilante, decidió recoger solamente las llaves, que se guardó en un bolsillo del pantalón corto. Besó a su madre y salió con Pedro. Un denso silencio los acompañó durante todo el recorrido por el pasillo y el ascensor, hasta que subieron a su todoterreno.


Pensó que evidentemente no estaba de humor para hablar. 


Por el momento, se resignó. Sabía que al final tendrían que hacerlo, pero supuso que podría esperar a que llegaran a su destino final… que no fue otro que su casa.





CAPITULO 25: (CUARTA HISTORIA)





Pedro aparcó su Screamin‘n Eagle en la obra.


Dos semanas habían pasado ya desde la última vez que había hablado, a solas, con Paula. Cada vez que había aparecido por la obra, ella había estado en algún lugar del interior del edificio y había sido su capataz quien le había puesto al tanto de la marcha de los trabajos. Se negaba a devolverle las llamadas, ignoraba sus mensajes de texto.


Paula se estaba comportando como si no hubiera sucedido nada entre ellos, como si sus vidas no hubieran quedado alteradas. Porque ella le había cambiado la vida. No sabía exactamente cuándo había empezado a hacerlo, pero lo había hecho. Hervía de furia por dentro. ¿Acaso no le había dicho Paula que lo amaba? Entonces no podía desentenderse tan fácilmente de su persona. A no ser que no hubiera sido sincera. Pero Pedro sabía que ella nunca le habría mentido.


Quería que Paula le escuchase. Quería hacerle comprender que Melanie ya no formaba parte de su vida. Que había terminado con ella para siempre. Solo había necesitado ver a las dos juntas para asumir y aceptar lo que había sabido desde un principio. Llamó a la puerta del remolque, pero no esperó a que ella abriera o respondiera. Entró directamente… y se quedó paralizado.


Paula se hallaba en su escritorio, y una mujer madura, muy hermosa, estaba sentada frente a ella. Las dos, que al parecer habían estado comiendo en agradable compañía, se quedaron igualmente sorprendidas cuando lo vieron entrar.


—No quería interrumpir —dijo, cerrando la puerta a su espalda—. Paula, necesito hablar contigo.


Paula dejó el tenedor sobre su plato de ensalada y se levantó.


—Ahora mismo estoy comiendo con mi madre, Pedro. ¿Se trata de un asunto de trabajo?


Pedro desvió la mirada hacia la otra mujer. Dios, ¿aquella mujer era la madre de Paula? Obviamente se conservaba muy bien.


—Soy Pedro Alfonso —le tendió la mano—. Ya veo de quién ha sacado Paula esa belleza suya…


La mujer se la estrechó, sonriente.


—Ya me dijo mi hija que eras un hombre encantador… Lorena Chaves.


Pedro le retuvo la mano al tiempo que miraba a Paula arqueando una ceja.


—Ella le ha hablado de mí…


—Solo a manera de advertencia —repuso Paula, muy seria—. ¿Qué es lo que necesitas?


Pedro hundió las manos en los bolsillos de sus téjanos.


—Lo mismo que llevo semanas necesitando. Hablar contigo a solas.


—Seguro que tú precisamente sabrás lo que significa que te den calabazas, Pedro. ¿No es así como funciona la cosa? Vuelve con Melanie o con quien quieras. No me interesas.


Pedro pensó que, si a ella no le importaba que su madre escuchara su conversación, a él tampoco.


—Yo no estoy interesado en Melanie. Te quiero a ti.


Paula se lo quedó mirando fijamente antes de bajar la vista a su escritorio, pero a Pedro no le pasó desapercibido el brillo de lágrimas de sus ojos. O la manera que tuvo de parpadear rápidamente para disimular su emoción.


—Bueno, pues resulta que no siempre podemos tener lo que queremos —su tono parecía haberse suavizado un tanto. Recogió los restos de ensalada y los arrojó a la basura—. Y ahora, si no tienes nada más que decirme, me gustaría terminar de hablar con mi madre.


Pedro asintió, negándose a pedirle perdón de rodillas. Había sido él quien había causado aquel desastre, y ahora tendría que vivir con ello.


—Ha sido un placer conocerla —regaló una sonrisa a Lorena aunque se moría de ganas de ponerse a gritar o a lanzar cosas, lo que fuera con tal de que Paula lo escuchara—. Necesito hablar con el capataz antes de marcharme. Con permiso.


Abandonó la oficina sin mirar atrás. Si Paula había terminado realmente con él, entonces lo mejor que podía hacer era marcharse y dejarla en paz. Pero todavía no podía creer que esa fuera la situación, porque ella se había mostrado incapaz de mirarlo a los ojos…


Montó en su moto. No estaba tan desesperado como para hablar con el capataz: tenía algo mucho más importante que hacer. Un plan estaba cobrando forma en su mente. Un plan del que dependía su futuro con Paula. Por una vez en su vida, estaba anteponiendo su vida personal a su trabajo. Y anteponiendo una mujer a su propia persona. No conocía otra palabra que explicara ese comportamiento: tenía que ser amor.


CAPITULO 24: (CUARTA HISTORIA)




Paula llamó a casa de Pedro, esperando que respondiera la asistenta. Afortunadamente la mujer la reconoció. Le preguntó si podía pasarse por allí para recoger a Jake y llevárselo a pasear.


En aquel momento se dirigía a la oficina de Pedro en un coche alquilado, con toallas extendidas sobre el asiento trasero y el suelo en previsión de alguna incidencia por parte del cachorro. Pretendía darle una sorpresa. Dado que él había tenido tantos detalles con ella, había decidido tomarse medio día libre y pasarlo en su compañía. Al fin y al cabo, su madre llegaría al día siguiente y ella todavía no le había dicho nada al respecto. ¿Cómo reaccionaría cuando se lo dijera?


Encontró un lugar para aparcar justo delante del edificio. 


Experimentó una punzada de excitación cuando echó un vistazo a la gran cesta de picnic que descansaba en el asiento trasero, con la manta que había traído. Entró con el diminuto Jake en la mano. La recepcionista se apresuró a saludarla.


—Buenas tardes, señorita Chaves. ¿Ha venido a ver al señor Alfonso?


—Sí, pero no le diga que estoy aquí. Quiero darle una sorpresa.


La joven desvió inmediatamente la mirada hacia el pasillo que llevaba a los ascensores, mordiéndose el labio.


—Umm… de acuerdo.


«Extraño», pensó Paula mientras se dirigía hacia allí. Otra mujer, una rubia despampanante, muy alta, estaba esperando también.


—Qué cachorro más precioso… —comentó la mujer cuando entraron a la vez en el ascensor—. ¿Cómo se llama?


—Jake —pulsó el botón de la cuarta planta—. Me lo regaló mi novio. He venido con el perrito para darle una sorpresa e invitarlo a comer fuera.


Segundos después se abrieron las puertas.


—Pero… yo creía que Matias acababa de casarse —dijo la rubia, frunciendo el ceño.


Paula salió con ella del ascensor.


—Sí, se casó el sábado pasado. Yo estoy saliendo con su hermano.


La mujer se la quedó mirando boquiabierta.


—¿De veras? Pues yo soy su esposa.


Paula agarró con fuerza el cachorro, involuntariamente. Tenía que haber oído mal. Aquella mujer se engañaba.


—¿Y dices que Pedro te compró el perro? Curioso, él siempre decía que no quería animales en su casa. Todavía no me has dicho tu nombre…


Paula no estaba dispuesta a demostrar ninguna emoción y dejar así que aquella mujer se le impusiera.


—Si me disculpa… —musitó, ignorando la pregunta a propósito.


Pero justo cuando se volvía para marcharse, la mujer le tocó un brazo.


—Necesito verlo antes que tú, perdona. Pienso entrar yo primero.


Por el rabillo del ojo, Paula vio a Pedro avanzando por el pasillo. Y la ex lo descubrió al mismo tiempo, también. 


Ambas se lo quedaron mirando mientras seguía avanzando, concentrado en el documento que sostenía en las manos.


Pedro.


Paula se quedó detrás mientras la ex se acercaba a él.


—Melanie —se detuvo, y mirando luego por encima del hombro de la rubia, la descubrió a ella—. ¿Paula? ¿Qué está pasando aquí?


Se encogió de hombros, dejando que Melanie le dijera lo que tuviera que decirle. No tenía ninguna intención de interrumpir la escena. Ver la reacción de Pedro con su ex le daría una idea exacta de sus verdaderos sentimientos… de los cuales no había dudado hasta ahora.


—Necesito hablar contigo —dijo Melanie—. A solas.


De repente Paula deseó haberse puesto un bonito vestido de verano en lugar de una camiseta azul y un pantalón corto blanco. Pero su idea había sido comer de picnic en la playa
y había querido estar cómoda. Melanie, sin embargo, parecía perfectamente cómoda con su minivestido sin tirantes y sus tacones de aguja. Y sí, podía ver que Pedro deseaba más bien pasar el resto de su vida con aquel cuerpo escultural que con una chica más bien flacucha y poca cosa como ella.


Jake se puso a gimotear y Paula hundió la nariz en su sedoso pelaje.


—Tranquilo —le susurró a la oreja.


—Después de nuestra conversación del otro día ya no volví a saber de ti, de modo que pensé en venir para hablar contigo en persona —dijo Melanie—. No respondiste a los mensajes de texto que te mandé el sábado por la noche.


El sábado por la noche. La noche en la que se había entregado a un hombre que había seguido manteniendo relaciones con su exmujer. Un nudo le atenazó el corazón, impidiéndole respirar. Pedro desvió en seguida la mirada hacia ella, como si le hubiera adivinado el pensamiento.


Qué ingenua y estúpida había sido… Pero Paula se negaba a resignarse a ser la «otra», como lo había sido su madre durante tantos años.


—Si me hubieras dicho que tenías una relación formal, ahora mismo no estaría aquí —continuó diciendo Melanie.


Pedro se volvió de nuevo hacia su ex y se pasó una mano por el pelo. Bajó la otra con gesto cansino, sosteniendo todavía el documento.


—No te dije nada… porque no es una relación formal.


—¿De veras? —rio Melanie—. Pues lo parece. ¿Un perro? ¿Le has regalado tú un perro, Pedro?


El puño que sentía Paula dentro de su pecho terminó de estrujarle el corazón. Se negaba a representar el papel de amante en la relación aparentemente perversa que Pedro parecía seguir teniendo con su ex. Quería salir cuanto antes de allí, pero no quería parecer que lo hacía movida por los celos, o dolida.


—Adelante, habla en privado con ella —lo animó con una falsa sonrisa—. De todas formas, necesitaba sacar a Jake.


Se volvió para marcharse, y Pedro la llamó. Ignorándolo, pulsó el botón de llamada del ascensor.


—Paula —la agarró de un brazo—. Lo siento.


—¿Sientes haberme mentido o sientes que te haya sorprendido? —cada una de sus palabras destilaba puro veneno.


—No te marches así. Deja que te explique…


Pero ella se liberó de un tirón y sostuvo con ambas manos a Jake, que en ese momento estaba intentando acercarse a Pedro.


—No te preocupes. Te has explicado muy bien, cuando le dijiste a tu ex lo que teníamos. Lo nuestro no iba en serio, así que habla con Melanie o con quien quieras. Solo asegúrate de que no sea conmigo.


Se abrieron las puertas y entró en el ascensor. Cuando se dio la vuelta, lo último que vio fue la furiosa expresión de Pedro y la triunfante de su ex. Le pareció que no llegaba nunca al coche. Pasó de largo corriendo por delante de la recepcionista, que le lanzó una tímida sonrisa de disculpa.


Una vez sola, instaló a Jake en el asiento del pasajero y partió a toda velocidad, sin rumbo fijo. No quería tener a Pedro Alfonso cerca por una larga temporada. De hecho, no quería volver a verlo nunca, aunque eso sería imposible dado que todavía no habían acabado con el proyecto del centro turístico.


«Maravilloso. Sencillamente maravilloso», exclamó para sus adentros. Tendría que verlo cada día durante los próximos meses. Afortunadamente, el exterior del edificio estaba casi acabado y la mayor parte de los trabajos se desarrollaban en el interior. Allí tendría amplio espacio donde esconderse cuando Pedro se pasara para revisar la marcha de los trabajos. Haría que su segundo al mando le informara puntualmente de los progresos realizados.


La culpa de todo aquello había sido suya. Únicamente suya. 


Pero entonces… ¿por qué estaba enfadada con Pedro? Él le había dicho desde el principio que no quería tener relación alguna. ¿Acaso no le había confesado que el matrimonio le había hecho perder la confianza en el amor? En eso no le había mentido. Pero sí que le había mentido por omisión.


Eso era precisamente lo que más le dolía. Pedro había estado hablando durante todo el tiempo con su ex, mientras esperaba acostarse con ella. Se había mostrado tan convincente a la hora de asegurarle que le importaba, tan sumamente tierno cuando al final hicieron el amor… Hacer el amor. Ya. Eso había sido algo completamente unilateral por su parte. No le extrañaba que se hubiera asustado tanto cuando le confesó sus sentimientos.


Sacó el coche de la carretera y aparcó frente a la calle. Con la cabeza entre las manos, dejó que afloraran las lágrimas, una tras otra, furiosa consigo misma por haberse dejado romper el corazón de aquella manera. ¿Por qué no había reconocido las señales, los síntomas? ¿Por qué? Incluso después de que ella se hubiera abierto a él y revelado sus sentimientos, Pedro se había negado a confesarle nada. Su silencio había resultado suficientemente elocuente: lo malo era que lo hubiera escuchado tan tarde.


Jake se le acercó para lamer con su áspera lengüecita las lágrimas que resbalaban entre sus dedos. Sí, todo aquel desastre era culpa suya, con lo cual había quedado como una imbécil. Y el hecho de que a pesar de todo lo siguiera amando la convertía en una absoluta estúpida.



****


—Oh, cariño, no te hagas esto a ti misma.


Sentada en la cama, Paula sollozaba en los amorosos brazos de su madre.


—No puedo evitarlo. He intentado odiarlo. Incluso he intentado olvidarme de su traición… pero es que soy incapaz de pensar en otra cosa.


Lorena Chaves acariciaba tiernamente el cabello de su hija, recostada en el cabecero de satín de la cama.


—¿Te ha llamado?


Paula apoyó la cabeza en su regazo, dejándose consolar por sus dulces caricias.


—Lo ha intentado. Pero yo no he respondido. Soy tan cobarde… Hoy incluso no he aparecido por la obra. Pero, como es viernes, hay poco trabajo que hacer. Por un día, mi equipo podrá arreglárselas solo. Además, espero que para el lunes me encuentre mejor.


—¿Por qué no puedes ir a la obra?


Paula cerró los ojos mientras se limpiaba las húmedas mejillas.


—Porque él es el arquitecto del proyecto. Se pasa por la obra al menos una vez al día.


—Oh, Paula…


El dulce tono de su madre le desgarró el corazón. Incluso ella advertía la gravedad de la situación… Aunque, por supuesto, habría debido ser la primera en notarlo, en reconocerlo. Había llevado una vida que en realidad había sido un infierno. Pero ahora se había liberado. Ambas se habían liberado… y ella lo había hecho gracias a Pedro.


Otro desgarrador sollozo le subió por la garganta. Al parecer, ni siquiera las consoladoras palabras de su madre y su reconfortante presencia parecían recomponer su mundo resquebrajado, destruido. Tenía que salir cuanto antes de aquella situación. De ninguna manera debería demostrar el más mínimo gesto de tristeza cuando volviera a la obra.


—Detesto ser tan débil —murmuró contra la larga falda plisada de su madre—. Odio pensar que he dejado que alguien me hiciera esto… cuando sabía desde un principio cómo terminaría. Sí, sabía lo que pasaría al final… pero era como si no me importara. En lo más profundo de mi alma, estaba convencida de que Pedro me amaría, de que yo sería la mujer de su vida. Es tan estúpido… La única vez que me he sentido tentada de entablar una relación… y ha tenido que ser con alguien como él.


—Lo amas —las manos de su madre se detuvieron en su pelo, cesando en sus caricias.


—No quiero amarlo.


—Por desgracia, no escogemos a quien amamos —suspiró—. Equivocados o no, a veces nuestros corazones y nuestras mentes no se comunican lo bien que debieran.


Paula se sentó en la cama, volvió a enjugarse las lágrimas y se sorbió la nariz.


—Siento haberte recibido en este estado. Tú ya tienes bastante con tus propios problemas.


Su madre sonrió mientras le tomaba las manos.


—Ahora mismo mi vida no importa. Nunca estaré demasiado ocupada para ti.


Paula contempló la piel cremosa de su madre, las leves arrugas que tenía alrededor de los ojos y de la boca. Con su larga melena rubia y sus preciosos ojos verdes, Lorena Chaves seguía siendo toda una belleza a sus sesenta años. Paula fue de pronto consciente de lo afortunada que era por tener a su lado a alguien capaz de dejarlo todo para estar con ella.


—¿Qué diablos le pasa a papá? —le preguntó antes de que pudiera evitarlo—. No entiendo cómo no… Perdona. Eso ha sido una grosería.


—No pasa nada. A menudo me he preguntado qué habría pasado si me hubiera comportado de otra manera… —una triste sonrisa se dibujó en sus labios mientras contemplaba la bahía por el ventanal—. Él no era el hombre que yo quería que fuera. No tuvimos la relación que yo me había imaginado desde el principio.


—¿Por qué te quedaste con él?


Su madre se volvió para mirarla.


—Miedo a quedarme sola. Llevaba tanto tiempo con él que no sabía arreglármelas sola. Además, cuando eras pequeña, me aterraba no ser capaz de mantenerme económicamente. Por supuesto, en aquel entonces no tenía idea de que había empezado a jugarse todo lo que teníamos.


Paula la abrazó, emocionada.


—Hagamos algo hoy exclusivamente para nosotras… ¿qué te parece si utilizamos el spa del hotel? Necesitamos cuidarnos un poco.


—No podría estar más de acuerdo contigo —sonrió Lorena—. Y basta ya de hablar de hombres. Hoy toca día de chicas.


Paula podía pasarse el resto del día sin hablar de Pedro, aunque eso no significaba desterrarlo de sus pensamientos. 


Y sin embargo, la única manera que tenía de superar su desengaño era mirar hacia delante. A partir de aquel momento, se concentraría únicamente en su madre y en su trabajo. ¿Qué más necesitaba?