sábado, 10 de septiembre de 2016
CAPITULO 17: (SEXTA HISTORIA)
Pedro se quedó despierto, dándole vueltas a la posibilidad de que Paula y él permanecieran juntos. «No», pensó. No había forma de que pudiera estar con ella. Cuando terminara la cacería, ella regresaría a Pennsylvania, a su biblioteca, a sus amistades de clase alta. Él, por otro lado, continuaría allí. O donde tuviera que ir, persiguiendo delincuentes a cambio de dinero.
Habían disfrutado de una relación sexual maravillosa.
Bueno, habían hecho el amor una vez. Pero una relación no consistía en una sola vez.
Paula estaba por encima de él.
Pedro negó con la cabeza. Eso no era justo. El padre de Paula ganaba más dinero que el suyo, pero eso no significaba que estuviera por encima de él. A pesar de que la considerara la persona más importante de su vida. Y sabía que daría la vida por ella si fuera necesario.
¿Por qué diablos había permitido que lo acompañara en lugar de hacerla regresar a casa de Hawk? Desde luego, no por dinero. Ya había decidido que no aceptaría nada de ella.
En realidad, no necesitaba el dinero. Le gustaba, pero no lo necesitaba. Había ganado bastante y había invertido la mayor parte. Aunque no era rico, tenía bastantes ahorros.
Pero el dinero no tenía nada que ver con lo que le sucedía con Paula.
Aunque tenía experiencia en cacerías, solo le interesaba aquélla porque tenía un buen motivo para ello. Le había contado que no le gustaba caminar por la montaña, ni siquiera con una cámara. Tenía un estilo de vida completamente diferente, rodeada de libros y de actividades corrientes.
Pedro estaba seguro de que Paula consideraba extraño su estilo de vida. Entonces, ¿qué sería de ellos cuando terminara la cacería? Él sabía la respuesta. Ella regresaría a la Costa Este y él se quedaría en Colorado.
Paula se acercó más a él y colocó una pierna sobre su muslo. Pedro notó que su cuerpo reaccionaba otra vez, y respiró hondo para mantener el control. No era fácil, pero se
separó un poco para evitar la tentación. Al sentir que el deseo disminuía una pizca, suspiró aliviado.
Se forzó para olvidarse de las dudas que lo corroían por dentro y se obligó a centrarse en el largo día que les quedaba por delante.
Una voz interior le aconsejó que se durmiera de una vez por todas.
CAPITULO 16: (SEXTA HISTORIA)
Tal y como había hecho durante las dos últimas noches que había pasado en casa de Hawk, Pedro permaneció despierto mucho rato después de que Paula se quedara dormida. Al respirar, inhalaba el delicioso aroma que desprendía su cabello. Era un aroma intenso, femenino. Le habría encantado probarlo.
Respiró hondo para tratar de calmarse, pero lo único que consiguió fue excitarse aún más.
Se dejó llevar por la fantasía de sentir la suave y delicada piel del cuerpo de Paula bajo sus manos. Deseaba acariciarla, besarla, estrecharla contra su cuerpo.
Anhelaba estar dentro de ella, convertirse en parte de su ser.
El deseo era tan fuerte que tuvo que apretar los labios para contener el gemido que se formaba en su garganta.
«Maldita sea», pensó. Necesitaba alejarse de ella, aunque solo fueran unos minutos. Necesitaba salir de la tienda y tomar aire fresco. Quizá, el frío de la noche calmara su cuerpo sobrecalentado, y sus ardientes pensamientos.
Con cuidado, salió del saco, abrió la cremallera de la tienda y, tras acallar a Boyo, salió a la oscuridad.
El aire de la noche no era lo bastante frío. Lo que necesitaba era una ducha de agua helada. El riachuelo. Sin pensárselo dos veces, sacó una toalla de una de las alforjas y se acercó al agua. No se había alejado demasiado cuando Boyo apareció a su lado.
—Deberías haberte quedado con Paula —murmuró Pedro—. Yo sé cuidar de mí mismo.
Como si hubiera comprendido sus palabras, el perro aminoró el paso y lo miró.
—Estaré bien —dijo Pedro—. Regresa a la tienda y asegúrate de que ella esté a salvo.
Tras dudar un instante, el perro regresó por el mismo camino.
Pedro continuó hasta el río. El agua no estaba fría, sino helada. Se quitó la ropa interior y se adentró en ella, conteniendo la respiración para soportar el frío. Al cabo de un par de segundos, regresó a la orilla y se secó deprisa.
Estaba tiritando pero, al menos, ya no estaba excitado. Se vistió de nuevo y regresó a la tienda, al calor de la cama… y de la mujer que estaba durmiendo en ella.
Sin dejar de temblar, se metió en el saco y se acercó a Paula, sin tocarla, esperando a que la ropa interior lo hiciera entrar en calor y dejara de tiritar.
Despacio, agarró la linterna que tenía a un lado y la encendió un instante. Deseaba verle la cara. Sonriendo, apagó la linterna y la dejó en el suelo.
«Es muy bella», pensó, y se acercó a ella. Despierta, riéndose, seria, Paula era muy guapa. Dormida, incluso más.
Ella suspiró y él sintió su cálida respiración sobre la piel.
¿Qué tenía de especial aquella mujer para que él la deseara tanto, la admirara y sintiera la necesidad de protegerla?
Había conocido a muchas mujeres, pero con ninguna había llegado a sentir lo que sentía cuando estaba con ella.
—¿Qué me pasa contigo? —susurró Pedro, sintiendo una fuerte presión en el pecho.
La palabra «amor» apareció en su cabeza. «¿Amor? ¿Es eso lo que siento por ella?».
Pedro se quedó paralizado. Apenas la conocía, y nunca había creído en los cuentos que hablaban del amor a primera vista y de finales felices. Ni siquiera estaba seguro de creer en el amor en sí.
No, no podía estar enamorado de Paula. No podía ser. ¿O sí?
Ella murmuró algo y se acurrucó contra él. ¿Tendría frío? La ocurrencia hizo que la abrazara con fuerza contra su cuerpo.
Entonces, ella suspiró, pestañeó y lo besó en el cuello.
Pedro se quedó quieto. ¿Estaba despierta o lo estaba acariciando dormida?
—Pedro…
Su voz era suave, pero no parecía dormida.
—Estoy aquí —contestó él.
—¿Me das un beso?
Pedro sintió que todo se paralizaba en su interior. Se moría por besarla, y por hacerle el amor.
—Si es lo que quieres… —le susurró al oído.
—Sí… —murmuró ella, y levantó la cabeza para ofrecerle la boca.
Él la besó en los labios. Su boca era como el paraíso y lo hacía arder como si estuviera en el infierno.
Paula lo besó también, con tanto deseo que él sintió cómo el calor se distribuía por su cuerpo y provocaba que se excitara. Desesperado, saboreó el néctar de su boca y movió las caderas para que Paula pudiera notar su miembro erecto, y supiera lo mucho que deseaba fundir su cuerpo con el de ella.
En lugar de retirarse, como él pensaba que haría, ella lo abrazó con fuerza y, sin dejar de besarlo, presionó el vientre contra su cuerpo, excitándolo aún más, y reduciendo a cenizas su sentido común.
—Paula —dijo él.
—Sí —fue todo lo que contestó. Todo lo que necesitaba decir. El movimiento de sus caderas decía todo lo demás.
—¿Estás segura? —necesitaba saberlo antes de continuar.
Paula permaneció en silencio y se separó de él. Pedro se quedó helado, pero entró en calor inmediatamente al ver que ella se quitaba la camiseta y la tiraba al suelo, sobre las armas.
Pedro respiró hondo, deseando saborear los pezones turgentes que ella le ofrecía. Se inclinó hacia delante, y se desilusionó al ver que ella se separaba de él.
«¿Qué diablos…?», pensó. Al momento, vio que Paula se estaba quitando los pantalones. Ardiente de deseo, él se incorporó un poco y se quitó la ropa.
En el momento en que él se metió de nuevo en el saco, ella separó las piernas a modo de invitación. Pedro no estaba dispuesto a rechazarla.
Mientras se acomodaba en su entrepierna, sintiendo la suavidad de su piel, le lamió un pezón y se lo introdujo en la boca.
Ella le acarició el cuerpo; el torso, la espalda, las caderas, el vientre, el…
—Paula —dijo él con tensión en la voz. Necesitaba mucho control para contenerse, y besarla y acariciarla para que disfrutara al máximo.
Paula no mostraba nada de control.
—No esperes, Pedro —susurró contra sus labios—. Te necesito dentro de mí, ahora.
Contento, él se colocó bien e introdujo la lengua en la boca de Paula, al mismo tiempo que deslizaba su miembro en el interior de su cuerpo.
Ella respiró de manera entrecortada. Y él se detuvo un instante, temiendo haberle hecho daño. Entonces, ella lo agarró por las caderas, clavó las uñas en su piel y arqueó el cuerpo para que la poseyera con fuerza.
Pedro se volvió loco. Aferrándose a la última pizca de control, comenzó a moverse despacio. Ella gimió y comenzó a moverse más deprisa. Con cada empujón, arqueaba el cuerpo provocando que la penetrara con más fuerza, hasta que no pudo soportarlo más y llegó al orgasmo. Pedro sentía una tensión insoportable. Empujó una vez más y la acompañó en la expedición más apasionante de su vida.
Pau se tumbó a su lado, con el corazón acelerado, la respiración alterada y el cuerpo saciado.
Jamás había experimentado algo tan maravilloso. Deseaba reír y llorar al mismo tiempo.
—¿Estás bien? —le preguntó Pedro, preocupado.
—Oh, Pedro —contestó ella—. Ha sido…
—Sí, lo ha sido —murmuró él, y la besó en el lóbulo de la oreja—. Ha sido más que eso.
Ella suspiró satisfecha.
—Gracias a ti.
—¿A mí? —preguntó asombrado—. Debería darte las gracias yo a ti, Paula. Eres magnífica.
Ella se volvió y lo besó en los labios.
—¿A que sí?
Pedro se rio. Al instante, la besó de nuevo, en la mejilla, en la barbilla y en los labios.
Minutos más tarde, acurrucada contra él, y con la cabeza sobre su torso, sintiéndose segura entre sus brazos, Paula se quedó dormida. Todos los pensamientos sobre el día siguiente habían desaparecido de su mente, gracias a la tensión que habían liberado haciendo el amor.
CAPITULO 15: (SEXTA HISTORIA)
Amaba a aquel hombre. La idea apareció en su cabeza como un rayo repentino. Pau sintió un nudo en el estómago.
¿En qué estaba pensando? ¿En el amor? No podía haberse enamorado tan rápido, ¿no? De pronto, la risa se apagó en su garganta, pero mantuvo el rostro contra su hombro, inhalando su aroma masculino.
—Te parezco divertido, ¿verdad? —le preguntó Pedro en tono de risa—. A mí no me ha parecido tan gracioso.
—Oh, Pedro, no tienes ni idea —Pau se detuvo para tomar aire y poner en orden sus pensamientos—. Ese es uno de los motivos por los que no me fío de mí misma, contigo. Eres tan abierto y directo. Hay poca gente así hoy en día, y es estupendo encontrar a alguien que lo sea.
—A pesar de tu discurso políticamente correcto, ¿por qué tengo la sensación de que estás poniendo en duda al sexo masculino?
Pau no pudo evitarlo y empezó a reírse. Si él pretendía aparentar que estaba ofendido, había fracasado por completo.
Al momento, Pedro empezó a reírse también.
—¿Sabes de qué nos estamos riendo? —preguntó él cuando se calmó un poco.
—De nosotros mismos, supongo —contestó ella—. Ha sido divertido, ¿a que sí?
—Sí —contestó Pedro y respiró hondo—. ¿Qué quieres saber?
—¿Qué? —su pregunta la había descolocado.
—Dijiste que querías saber más cosas sobre mí. ¿Qué quieres saber?
—Todo —soltó ella, sin pensar.
—Ah, ¿eso es todo? —se encogió de hombros—. Eso no debería llevarme más de cinco o seis horas. Por supuesto, si lo recuerdo bien, en Durango hablamos de nuestras cosas favoritas, ¿no es así?
—Sí, lo sé, pero me refería a otro tipo de cosas.
—¿Como qué?
—¿Has estado enamorado alguna vez? —preguntó ella.
—Una vez pensé que lo estaba. Me equivoqué. ¿Y tú?
—Una vez. Y también me equivoqué. Era un hombre atractivo y encantador, pero resultó ser una víbora… Un fraude.
—Vaya, ¿podrías ser más concreta? —dijo él, en tono de broma.
—Era un canalla —dijo ella muy seria—. Un día regresé a mi dormitorio después de haber estado en la biblioteca y lo encontré en la cama con mi compañera de habitación. Lo eché de allí. Después, sin una pizca de remordimiento, aproveché los contactos de mi padre para que a ella la cambiaran de habitación.
—Eres dura.
—Estaba enfadada. Al menos, no les hice ningún daño físico.
—Me alegra oírlo —dijo él—. Durante un instante temí que me dijeras que le habías pegado un puñetazo a ella y que a él le habías arrancado la piel con un cuchillo.
—Maldita sea —dijo ella—. ¿Cómo no se me ocurrió en aquel momento?
Pedro sonrió antes de besarla en los labios con suavidad.
—¿Siguiente pregunta?
El beso le cortó la respiración y mezcló sus pensamientos.
—¿Te has quedado dormida? —le preguntó mientras la atormentaba besándole la oreja.
—No.
—¿Ya no tienes más preguntas?
—No, estoy pensando.
—¿Tanto? —preguntó con interés.
Ella lo miró.
Él se rio.
—Podemos hablar de cuáles son nuestras fiestas favoritas. La mía es el día de Acción de Gracias. El pavo, el relleno, ya sabes. ¿Algo más?
—Bueno… —dudó un instante y se lanzó—. Estaba pensando en Candy.
—¿Qué pasa con ella?
—Parecía… No sé, parecía un poco posesiva contigo. ¿Estás…?
—Creo que eso te lo contesté en su momento, Paula —dijo con impaciencia—. No hay, ni ha habido, nada personal entre nosotros.
—Lo siento. Sé que no es asunto mío.
—No hay ningún asunto en lo que a Candy se refiere. No me interesa en ese aspecto.
—¿Personalmente? ¿Sexualmente? —preguntó Pau.
—No, corazón, no me interesa. Y que me interesara no me haría ningún bien. Está prometida con el hombre que estaba esperándola en el restaurante. Además, no es mi tipo.
Demasiado atrevida, demasiado fácil.
—¿Qué significa eso?
—Lo que crees que significa. Ha estado con muchos hombres. No es que sea asunto mío, pero yo soy más especial que otros.
Pau se sintió satisfecha.
—Creo que eso ya lo sabía.
Paula notó que él movía la cabeza asombrado, porque sintió el roce de su cabello contra la mejilla.
—Si lo sabías, ¿por qué lo preguntas?
—Um… ¿Porque soy curiosa?
—Y muy mala mentirosa —contestó él—. Querías saberlo porque ella no te cayó bien y pensaste que si me preguntabas lo que opinaba de ella te harías una idea de mi personalidad… o falta de ella.
«Listillo», pensó Pau, y no dijo nada.
—Sí —confesó.
—Eres pilla, Paula —la regañó—. Lista pero pilla.
—Es evidente que no soy demasiado lista —dijo ella—. Me has pillado a la primera.
—Está bien, entonces es que soy muy listo —la atrajo hacia sí.
—Lo eres —dijo ella, y trató de contener un bostezo.
—¿Tienes sueño? —murmuró él.
—Sí —contestó ella, pensando que no tenía sentido negar lo evidente.
—¿Se han acabado las preguntas por esta noche?
—Supongo que sí —suspiró—. Aunque… ¿cuál es tu color favorito?
—Bueno, antes era el azul, como el de los pantalones vaqueros —contestó él—. Pero ahora es el caoba, como el bonito color de tu cabello.
Paula notó que se le erizaba el vello de la nuca.
—Gracias —dijo con voz temblorosa. Estaba perdiendo terreno, y sabía que si no se detenía en ese mismo momento, podía despedirse de la posibilidad de dormir durante algún tiempo.
—¿Cuál es el tuyo?
«¿Cómo?», Pau frunció el ceño en la penumbra. «¡Ah! Mi color favorito». ¿Cuál era? Tratando de recordar algo que debía saber, contuvo un bostezo contra el cuello de Pedro.
—No pierdas horas de sueño por ello —dijo él con dulzura—. Puedes contestarme mañana durante el camino.
Pau suspiró aliviada.
Él se rio.
Pau suspiró de nuevo, deseando que no se hubiera reído.
—¿Tenías que mencionarlo? Intentaba olvidar que mañana tengo que volver a subir a un caballo.
—Lo harás de maravilla, y lo sabes.
—Sí —bostezó de nuevo y cerró los ojos—. Buenas noches, Pedro.
—¿Estás cómoda y calentita?
—De maravilla —balbuceó.
—Entonces, duérmete.
—Bueno —dijo ella, y, al instante, se quedó dormida. Ni siquiera oyó que él le diera las buenas noches.
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