miércoles, 7 de septiembre de 2016

CAPITULO 7: (SEXTA HISTORIA)





A través de la puerta, oyó el sonido de la ducha. Pedro se imaginó a Paula bajo el chorro de agua y sintió una fuerte presión en el pecho.


«Maldita sea, aléjate de la puerta, Alfonso, antes de que estalles y quedes en ridículo cuando McKenna se ría de ti».


Respirando hondo y convenciéndose de que era capaz de controlar su cuerpo, agarró las cosas que tenía a sus pies y se dirigió a los dormitorios. Dejó el resto de las cosas de Pau en el dormitorio que Hawk había asignado para ella, y se dirigió a la habitación que él ocupaba siempre que se quedaba allí.


Cuando Pedro regresó a la cocina, después de darse una ducha de agua fría y de haber pensado mucho en el tema, Hawk le comentó:
—Tu amiga es estupenda, Alfonso, pero ¿por qué diablos la has traído contigo de cacería?


—No tenía elección —comenzó a decir él, pero, al parecer, Hawk no lo escuchaba.


—¿Intentas que maten a esa preciosa criatura?


Pedro suspiró.


—Ya te lo he dicho. No tenía…


—Elección —Paula terminó la frase por él—. Yo tengo la carta del triunfo.


—Sí —murmuró Pedro, y se volvió para mirarla.


Paula estaba en la entrada de la cocina. El cabello mojado le caía sobre la espalda y, aunque no llevaba maquillaje, estaba radiante.


—¿Qué carta del triunfo? —preguntó Hawk, mirando a sus dos invitados.


—Dinero —contestaron ambos, al unísono.


Hawk arqueó las cejas.


—Me gusta el dinero —dijo él—. Aunque no lo bastante como para poner en peligro a una bella mujer, ni a ninguna mujer, llevándola a buscar a un asesino —miró a Pedro con ojos entornados—. ¿De cuánto dinero estamos hablando?


—De una cantidad impresionante.


Hawk esbozó una sonrisa y miró a Paula.


—¿De cuánto?


—Un millón de dólares.


Pedro admiró su frialdad. No había muchas personas capaces de aguantar la penetrante mirada de Hawk. En los últimos minutos, Paula había conseguido que la admirara todavía más.


—Esos son muchos dólares —dijo Hawk, tras un silbido.


Con una amplia sonrisa, ella asintió y dijo:
—Lo son —lo miró de manera altiva—. Entiendo que no das tu aprobación.


—No desapruebo el dinero —dijo Hawk, y negó con la cabeza—. Pero sí que Pedro vaya acompañado de una mujer.


—Hay mujeres que se dedican a cazar recompensas —contestó ella—. ¿O no?


—Empleó el mismo argumento conmigo —intervino Pedro, solo para recordarles que estaba allí.


Hawk lo miró un instante.


Paula lo ignoró.


—Tampoco estoy de acuerdo con que lo hagan. Es demasiado peligroso para una mujer.


—Sin duda —dijo Paula en tono gélido.


—Sí, sin duda —Hawk imitó su tono.


Pedro sonrió, pero ninguno de los dos se percató. Ambos estaban demasiado ocupados en derrotar al otro.


Paula suspiró y comentó:
—Tal y como le dije a tu amigo, he recibido un entrenamiento excelente. Puedo cuidar de mí misma perfectamente.


—Me importa un… —dijo Hawk—. Me importa un comino lo bien entrenada que estés. Tu sitio no está en las montañas, y menos persiguiendo a un criminal.


«Guau», pensó Pedro mirando a su amigo. Hawk estaba perdiendo la compostura, y eso no sucedía fácilmente. Decidió que había llegado el momento de mediar en aquella discusión.


—Está bien —dijo él, y se colocó entre ambos—. Es hora de hacer una tregua.


—Pero, maldita sea, Pedro, ¡sabes que no es seguro!


—Ahórrate el esfuerzo, amigo —dijo Pedro—. Ya traté de convencerla, pero es como hablar con una pared.


—Qué cumplido más encantador —dijo Paula con frialdad—. ¿Podemos dejar el tema? Tengo tanta hambre que podría comerme… Una pared, quizá —sonrió y, al hacerlo, se le iluminaron los ojos.


—Te lo dije —comentó Pedro, dirigiéndose a su amigo.
Hawk suspiró con fuerza.


—Abandono.


—Bien —ella lo recompensó con una sonrisa. Demasiado pronto.


—Con una condición —continuó Hawk, en tono retador.


—¿Qué condición? —preguntó Pau.


Pedro frunció el ceño, preguntándose qué tramaba su amigo.


—Que llevéis a Boyo con vosotros.


—Pero… —comenzó a protestar ella.


—Buena idea, Hawk —dijo Pedro, decidiendo que era hora de acabar con aquello—. Paula, Boyo es un gran cazador. Ya sabes, los perros lobos irlandeses se criaron para cazar lobos y alces.


—¿Lobos? —miró al perro—. Desde luego parece lo bastante grande y fuerte para hacerlo. Pero no parece que tenga el carácter necesario. Es tan amigable como un cachorro.


—Por supuesto que sí —convino Hawk—. Es un encanto. De hecho, hoy en día, la mayoría de los perros lobos se tienen como mascotas. Pero llévalo de caza, muéstrale el rastro que ha de seguir y se convertirá en el peor… —se calló a tiempo para no blasfemar—. Puede ser muy duro.


—Pero… —comenzó a decir ella.


—Será mejor que cedas, Paula —dijo Pedro con una risita—. Hawk puede ser igual de cabezota que tú, o incluso más.


—De acuerdo. Nos llevaremos a Boyo, pero solo si me dais algo de comer enseguida.


Hawk miró a Paula y esbozó una sonrisa.


—Eres dura de pelar. Pero tú ganas. La comida está lista. Cenemos.


Pedro soltó la carcajada que llevaba conteniendo desde hacía rato.


Hawk hizo lo mismo.


Paula los miró un instante antes de empezar a reírse también. Fue la primera en recuperar el control.


—Está bien, payasos, ¿qué hay de cena? —respiró hondo—. Sea lo que sea, huele de maravilla.


—Es chile. Espero que te guste el picante.


—Me encanta —dijo ella.


Pedro no le sorprendió. Suponía que Paula Chaves no lo comería de otra manera.





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