viernes, 29 de julio de 2016

CAPITULO 29 : (PRIMERA HISTORIA)





Un rato después, con Pedro abrazándola por detrás, ambos tumbados en la cama, Paula se quedó mirando las luces de la ciudad y el lago.


—Gracias —le dijo.


—¿Tan bien he estado?


—Me refería a gracias por ayudarme con la declaración de Patrimonio Histórico del restaurante.


—¿Tan importante es para ti?


—Sí. La historia y la cultura son muy importantes para mí. No se pueden cuantificar en dólares, pero son más importantes que el dinero. Siempre he pensado que en la vida hay cosas mucho más importantes que el dinero.


—No acabo de entenderte.


—Eso es porque te resulta difícil entender que la belleza pueda ser más importante que el dinero. La gente tiene comida, casa y ropa, pero no tiene arte en su vida cotidiana, y el arte, la historia y la cultura son el alimento del alma.


—Pero el alma no puede sobrevivir sin el cuerpo, así que hace falta dinero.


—Cierto, pero tampoco puede sobrevivir el cuerpo sin el alma.


Pedro se quedó pensativo.


—¿Tú crees que yo tengo alma?


Paula lo miró sorprendida.


—Por supuesto que sí.


Era cierto que Pedro era un hombre dedicado de lleno a hacer dinero, pero Paula también había visto que tenía un lado humano. Se lo había demostrado con ella y también en la relación con su familia. Aquello le daba esperanzas. A lo mejor, se había equivocado al juzgarlo. A lo mejor, podía tener con él algo más que una aventura.


Paula se dijo que era mejor no pensar en esas posibilidades porque lo más probable era que terminara con el corazón destrozado.


Eran casi las dos de la mañana y la presentación comenzaría a las diez. Después de la reunión, no habría razón para que estuvieran juntos, no habría razón para continuar su relación.


Paula apretó los dientes y se recordó que se había metido en todo aquello sabiendo lo que hacía, así que decidió que había llegado el momento de irse.


—Quédate —le dijo Pedro.


No estaba dormido, como ella había creído.


—Quédate —insistió.


Aquella palabra zarandeó el mundo interno de Paula. Ella que había intentado por todos los medios que Pedro no se le colara en el corazón…


—Está bien —contestó girándose hacia él.


Pedro la besó en los labios y la abrazó. La iba a abrazar durante toda la noche. Se iba a despertar a su lado en la misma cama. ¿Qué estaban haciendo? ¿Hacia dónde iban?


—¿Pedro?


—No lo sé, Paula —contestó Pedro como si le hubiera leído el pensamiento.


Paula le acarició el rostro y Pedro volvió a besarla. Paula lo abrazó con fuerza, intentando absorber su esencia y aplacar sus miedos.


Si aquello salía mal, iba a sufrir mucho.





CAPITULO 28 : (PRIMERA HISTORIA)




La deseaba.


Paula tuvo que hacer un gran esfuerzo para no pedirle a Pedro que aparcara el coche en el arcén, pues sólo pensaba en tirarse sobre él allí mismo.


Al llegar a su casa, bajaron del coche apresuradamente y subieron las escaleras a toda velocidad. La casa estaba a oscuras, únicamente iluminada por las luces exteriores del jardín.


Sin hablar, Pedro la tomó de la mano y la condujo escaleras arriba.


—¿Y el ama de llaves? —le preguntó Paula.


—Esta noche no duerme aquí.


Al llegar a la planta superior, Pedro abrió una puerta y Paula se encontró en un dormitorio magnífico de techos altísimos. 


En el centro de la estancia, había una cama muy grande cubierta por un edredón verde y dorado.


—¿Luces? —preguntó Pedro.


Paula negó con la cabeza.


—¿Vino?


Paula cerró los ojos y volvió a negar con la cabeza.


—Tú. Ahora.


Pedro la tomó en brazos y comenzó a besarla por el cuello, lo que hizo que Paula se estremeciera de pies a cabeza.


—Oh, Paula, si supieras cuántas veces te he imaginado aquí.


—¿Ah, sí? ¿Y qué hacía exactamente en esta habitación? —le preguntó descaradamente.


—No creo que quieras saberlo —se rió Pedro.


—Claro que quiero. Por eso lo he preguntado —sonrió Paula con aire travieso.


Aquellas palabras excitaron a Pedro. Paula aprovechó para quitarse la blusa y quedarse ante él en sujetador.


—Si no me dices nada, no voy a saber qué hacer.


—Paula.


—Yo siempre te imagino a ti desnudo en mi habitación —continuó ella.


—¿Me imaginas en tu habitación?


—Desnudo.


—No hay problema —dijo Pedro quitándose la camiseta y los pantalones cortos.


En la limusina, Paula no había tenido oportunidad de verlo completamente desnudo. Ahora, sí. Aquel hombre tenía un cuerpo espectacular de pies a cabeza.


—Eres mejor al natural que en mi imaginación.


Pedro gimió satisfecho y atrajo a Paula hacia sí agarrándola de la cinturilla del pantalón.


—Yo siempre te imagino con prendas de seda o de raso.


—¿Y tienes algo por ahí de seda o de raso que me pueda poner?


—No —contestó Pedro desabrochándole los vaqueros y bajándole la cremallera—. ¿Y tú tienes algo interesante por ahí?


—Mira a ver.


Pedro acarició el frontal de sus braguitas.


—Oh, sí.


Paula sintió que las sensaciones se apoderaban de ella y se apoyó en los hombros de Pedro. No tardó en deshacerse de sus vaqueros y en comenzar a besarlo por el torso desnudo, que estaba salado de los baños en el mar.


—Te imagino en mi cama —murmuró Pedro—. Desnuda, sonriendo…


Paula se apartó levemente, se quitó el sujetador y lo dejó caer junto a las braguitas al suelo. No se sentía avergonzada en su desnudez en absoluto. Se sentía poderosa y bella.


Pedro la miró con deseo, excitándola todavía más. Paula se acercó a la cama y Pedro la siguió.


—¿Así? —le preguntó Paula sentándose sobre la colcha.


—Tumbada —contestó Pedro con voz ronca.


Paula se tumbó esparciendo su melena sedosa sobre las almohadas.


—Perfecta —sonrió Pedro con reverencia—. Me parece que me voy a quedar aquí sentado mirándote toda la noche.


—De eso, nada —contestó Paula enarcando las cejas.


—Convénceme de lo contrario.


Paula se sentó de nuevo y lo abrazó con las piernas de manera que la boca de Pedro quedaba frente a sus pechos. 


Pedro tomó uno de sus pezones y comenzó a lamerlo.


—¿Vamos a negociar, Pedro Alfonso?


—Por supuesto —contestó Pedro—. Tú y yo siempre lo hemos negociado todo. Lo malo es que tú eres mucho mejor negociadora que yo y siempre te sales con la tuya. Te bastaría con chasquear con los dedos para que fuera tuyo para toda la vida.


Paula comenzó a besarlo con pasión, dejando que las sensaciones se apoderaran de ella. Quería sentirlo todavía más cerca.


—Ahora —le dijo.


—Pero…


—Mis pechos a cambio de tu…


Antes de que le diera tiempo de terminar la frase, Pedro se había colocado entre sus piernas y la había penetrado.


Por fin.


Paula lo abrazó con las piernas por la cintura y lo apretó contra su cuerpo sin dejar de besarlo mientras Pedro la acariciaba entrando una y otra vez en su humedad.


Paula quería que aquello durara para siempre, pero, al cabo de un rato se le nubló la vista y escuchó la respiración entrecortada de Pedro. El sudor corría entre sus cuerpos y la pasión había alcanzado cotas que rayaban el dolor para cuando Pedro gritó su nombre y se desplomó sobre ella.


Paula sintió oleadas de placer por todo el cuerpo. Pedro pesaba bastante, pero Paula no quería que se moviera. Aquello era cómo estar en el paraíso. Se sentía completamente satisfecha.


—¿He entendido bien tu fantasía? —le preguntó en tono de broma.


—A las mil maravillas —contestó Pedro tumbándose boca arriba en la cama y arrastrándola con él, sentándola a horcajadas sobre su cuerpo y tapándola con la colcha—. No te puedes ni imaginar cuántas noches he pensado en ti tumbado en la cama.


—¿Cuántas? —le preguntó Paula sintiendo que el corazón le explotaba de felicidad.


—He perdido la cuenta.


—¿Desde cuándo?


—Desde aquel beso tontorrón en el Túnel del Amor, cuando me enteré de quién eras, cuando me di cuenta de lo complicada que sería nuestra relación.


—¿Te gustaba desde hacía tanto tiempo? Vaya, yo llevaba fantaseando contigo sólo desde…


—Siempre tienes que ganar, ¿eh?


Paula decidió que debía ser sincera.


—Yo te deseo desde la primera vez que me mentiste. Esta vez has ganado.


—Me parece que hemos ganado los dos —sonrió Pedro besándola en la boca—. ¿Quieres probar la bañera de hidromasaje?


—Por supuesto que sí.




CAPITULO 27 : (PRIMERA HISTORIA)





Pedro se obligó a sí mismo a permanecer alejado de Paula durante los tres días siguientes.


Tenía muy claro que quería volver a acostarse con ella y, cuando se proponía algo, siempre lo conseguía, así que la única manera de frenarse era no acercarse a Paula.


Hablaron por teléfono y se enviaron varios faxes sobre la presentación, pero no se vieron. Pedro se encontró dedicándole mucho tiempo al proyecto de Paula y teniendo que recuperar aquellas horas por la noche en casa.


El viernes por la tarde, lo llamaron sus hermanos y lo convencieron para ir a la última barbacoa en la playa de la temporada.


Pedro estaba muy cansado pues aquella semana había trabajado mucho y se acercó a Juliana para decirle que se iba a ir, pero, en aquel momento, vio llegar a Paula y se dijo que sería de mala educación por su parte irse justo cuando ella llegaba. Además, se dijo que no había peligro, que estaban en un lugar público y que no pasaría nada.


Paula se bajó del coche, buscó a su amiga con la mirada y, al verla, sonrió encantada. Al ver a Pedro a su lado, se le borró la sonrisa del rostro.


—¿No le habías dicho a Pau que iba a venir yo también?


—¿Pau? —sonrió Jenna.


—Paula —se corrigió Pedro.


—¿Tendría que habérselo advertido? ¿Tan mal os lleváis?


—No, nos llevamos mal —le aclaró Pedro—. Somos amigos.


—¿Sólo amigos?


—Sí, no quiere nada más conmigo —admitió Pedro.


—Es que te tiene miedo.


Aquello hizo reír a Pedro. Qué ridiculez.


—Paula no tiene miedo de nada. Es una mujer muy dura —contestó Pedro viendo por el rabillo del ojo que la aludida estaba luchando para sacar una gran nevera roja del coche— Ahora mismo vuelvo. Voy a ayudarla —concluyó corriendo a su lado—. Hola. ¿Te ayudo? —añadió arrebatándole la nevera sin esperar su contestación.


—Hola —lo saludó ella—. ¿Qué tal estás?


—Muy bien —contestó Pedro dándose cuenta de repente de que era cierto que se encontraba muy bien.


Debía de ser porque estaba a su lado.


—Me he leído la versión final de la presentación esta tarde. Parece que estamos listos para darles guerra.


—Acabo de terminar hace una hora de escanear las últimas fotografías —contestó Paula.


—¿Quieres que quedemos mañana por la mañana para echarle un último vistazo al proyecto? —propuso Pedro llegando a la arena.


—¿Tú crees que merece la pena?


—Sí, hay que ensayar. ¿Quedamos en mi despacho?


—Muy bien.


Pedro sonrió encantado. Se encontraba estupendamente.


—Voy a dejar esto a la sombra.


—Gracias.


—De nada.


Juliana y Eliana se reunieron con Pau mientras Tomas y Santiago miraban a su hermano y sonreían. Pedro apretó las mandíbulas y dejó la nevera.


—El hecho de que vosotros no sepáis comportaros como Dios manda, no quiere decir que yo no sea un caballero.


—Ya —murmuró Tomas.


—¿Jugamos al voleibol? —propuso Juliana.


—¡Sí! —exclamó Pedro.


De repente, sentía la imperiosa necesidad de quemar energía. Tras jugar varios partidos, las mujeres se tumbaron en las toallas a tomarse un cóctel de frutas mientras Pedro jugaba al disco con sus hermanos.


Cuando Tomas hacía una buena parada, Juliana lo animaba y, cuando Santiago conseguía atrapar el disco, Eliana gritaba emocionada. Pedro intentaba que no le importara que después de sus paradas no hubiera gritos de júbilo.


Sin embargo, después de una parada espectacular en la que rodó por la arena con el disco blanco apretado contra el pecho, no pudo evitar mirar a Paula.


Paula le sonrió y levantó los pulgares.


Pedro se sintió como si hubiera parado el gol que daba la victoria a la selección de su país en los mundiales de fútbol. 


Se puso en pie rápidamente con una sonrisa bobalicona en los labios y le volvió a lanzar el disco a su hermano Santiago.


Para cuando terminaron de jugar y, después de haberse tomado unas hamburguesas, había oscurecido y encendieron una fogata alrededor de la cual colocaron toallas y mantas.


Hacía una noche maravillosa y las estrellas brillaban como diamantes en el cielo. Eliana se recostó en Santiago y Juliana se perdió entre los brazos de su marido.


Pedro pensó que a él le encantaría colocarse al lado de Paula, sentarla entre sus piernas y apoyarla contra su pecho, aspirar el aroma de su pelo y sentir el calor de su cuerpo, pero no podía ser porque su relación…


¿Qué relación? Entre ellos no había ninguna relación.


Pedro se apresuró a apartar aquel pensamiento de su mente, pero lo cierto era que se sentía solo.


Al mirar a Paula, comprendió que ella se sentía incómoda con las dos parejitas haciéndose arrumacos y hablando en susurros.


—¿Quieres que vayamos a dar un paseo por la playa? —le propuso.


—Claro que sí —contestó Paula visiblemente aliviada.


Los otros cuatro apenas se percataron de su ausencia. Una vez junto al agua, Pedro le agarró la mano y ella no la retiró, lo que hizo que Pedro se sintiera bien.


—Juliana me ha dicho una cosa antes que me ha hecho pensar —comentó Pedro.


Paula dio un respingo.


—Me ha dicho que tienes miedo de mí.


—¿Cómo? —exclamó Paula parándose en seco.


Pedro se giró hacia ella. La luz de la luna bañaba su rostro, no iba maquillada y a Pedro le pareció la mujer más guapa sobre la faz de la tierra.


—No quiero que me tengas miedo, Paula —susurró Pedro.


Paula sonrió levemente y sacudió la cabeza.


—No te tengo miedo…


—Ah, bueno.


—… exactamente.


—¿Qué quiere decir «exactamente»?


—Me haces perder el equilibrio —admitió Paula.


Pedro la tomó de la otra mano y la miró a los ojos.


—¿Por qué te excito?


—Porque nunca sé lo que estás pensando.


—¿Quieres saber lo que estoy pensando en estos momentos?


—No estoy segura.


—Estoy pensando que eres preciosa.


Pedro.


—Estoy pensando que quiero besarte.


—No digas eso…


—Claro que me paso el día pensando en que quiero besarte, así que no es nada nuevo…


Dicho aquello, se inclinó sobre ella y la besó. Paula no se retiró. Pedro le pasó los brazos por la cintura y Paula le pasó los brazos por el cuello. Se besaron lenta y tiernamente. 


Aquello era exactamente lo que Pedro había deseado en la hoguera. Tenerla entre sus brazos, a su lado, besarla, sentirla cerca.


—Vente a dormir a mi casa —le dijo.


—Pero…


—Te necesito, Paula.


—¿Y los demás? ¿Qué van a pensar? —contestó Paula mirando hacia la hoguera.


—Me da igual lo que piensen.


—No podemos…


—Claro que podemos —insistió Pedro mirándola a los ojos—. Podemos hacer lo que nos dé la gana—. ¿Quieres que nos vayamos a mi casa?


El viento había cesado.


Las olas no hacían ruido al llegar a la orilla.


Paula lo miró a los ojos.


—Sí —contestó.