sábado, 3 de septiembre de 2016

CAPITULO 26: (QUINTA HISTORIA)





Su madre la esperaba en el aeropuerto, y el efusivo abrazo que le dio a Paula contrastó con la frialdad de su recepción a Pedro. Por cortesía, Miriam se ofreció llevarlo a la ciudad.


—Prefiero ir por mi cuenta —rechazó él—. Llámame —le dijo a Paula.


Ella leyó el resto de la frase en sus ojos «Después de hablar con Carlisle». Al verlo alejarse con pasos decididos, sintió una sensación de pánico y pérdida. Su madre debió verlo en su rostro, porque chasqueó la lengua.


—Oh, Paula. ¿Es que no aprendiste la lección la última vez?


—No sé qué quieres decir.


—Puedes intentar engañarme a mí, cariño, pero no te engañes tú —le reprochó su madre—. Te utilizó la primera vez y ha vuelto a utilizarte.


—¿Qué quieres decir con eso?


—¿Sabes que va a reunirse con Chaves esta tarde? Llamó en cuanto llegó a la isla, buscando un trato. Según Judd, está seguro de que los Carlisle no seguirán adelante con la compra de The Palisades. ¿Significa eso que has cambiado de opinión respecto a casarte con Alex?


Paula asintió y, aunque su madre frunció el ceño, no dijo nada.


—¿No vas a intentar convencerme de que es una decisión precipitada y estúpida? —preguntó Paula, ya junto al coche.


—Por desgracia, estoy de acuerdo contigo. No puedes casarte con él.


—Creí que querías a Carlisle como yerno —Paula parpadeó sorprendida.


—Así era, pero… —movió la mano, desechando la idea—. No importa.


Pero a Paula sí le importaba, y cuando estuvieron en la autopista, insistió.


—¿Por qué no me lo dices? ¿Qué ocurre?


—Algunas cosas es mejor no saberlas.


—Tengo veintiocho años. Por favor, no me ocultes cosas por mi bien.


—De acuerdo —acepto Miriam tensa, tras reflexionar—. No iba a decírtelo, pero supongo que te enterarías antes o después. No sé cómo no es portada de la prensa del corazón a estas alturas.


—¿Te refieres a Pedro y a mí? No creo…


—No, tú no. Alex Carlisle. Ha pasado el fin de semana con otra mujer.


Paula abrió la boca, pero no pudo hablar. La cerró. Movió la cabeza. Probó de nuevo.


—No. Alex no. Él no haría eso.


—Los vi, en la entrada del Carlisle Grand, el domingo por la tarde. La mujer era alta, rubia, llamativa en el sentido vulgar de la palabra. Conducía una moto —Miriam respingó con desdén—. Él la besó, delante del portero del hotel. A plena luz del día, cualquiera podría haberlo visto. Y siguió un indiscreto abrazo. Lo siento, cariño, ¿entiendes que no quisiera decírtelo?


Paula, que intentaba procesar la información, no contestó. ¿Alex y Sara? Era imposible. Pero ella había pedido a su hermana que llevara el mensaje al hotel. Y eso explicaría que Alex no la hubiera llamado ni buscado. Si era verdad, romper el acuerdo matrimonial sería mucho más fácil de lo que había esperado.


—¿Estás segura de que era Alex?


—Era Alex. Veamos —añadió Miriam rápidamente—. Ese Pedro Alfonso. ¿Lo quieres?


No tenía sentido darle largas. Su madre había leído la verdad en su rostro en el aeropuerto.


—No habría ido a Tasmania si no fuera así.


—Eso me temía.


—No me juzgues, mamá —Paula enderezó la espalda—. No lo conoces. No sabes por lo que ha pasado ni cuánto desea comprar The Palisades.


—Creo que sí lo sé —la mirada oscura de su madre hizo que a Paula se le paralizara el corazón un segundo—. La pregunta es, ¿hasta qué punto lo deseas tú a él?



CAPITULO 25: (QUINTA HISTORIA)






Pedro había predicho que no podrían hablar una vez llegara el grupo de rescate, con razón. Cuando llegaron al complejo, estuvieron siempre rodeados por solícitos empleados. 


Después, el helicóptero los llevó al aeropuerto para que tomaran un vuelo a Melbourne. Fue todo tan eficiente y rápido, que no pudieron hablar hasta que estuvieron en el avión. Entonces él la miró y ella supo que era inevitable hablar del futuro.


—¿Qué ocurrirá cuando lleguemos a Melbourne? —le preguntó, ladeando la cabeza.


—Arreglaremos el tema del contrato de The Palisades. Después hablaremos… —se acercó y le dio un golpecito en la mano—… de nosotros.


A Paula se le aceleró el corazón, y tuvo que controlarse para no ver una promesa en sus palabras. Antes tenía que solucionar las cosas con Alex. Luego estaba su empresa, que quebraría si no recibía una inyección de fondos.


—Esta tarde tengo una reunión con Armitage —dijo él.


No había perdido tiempo en volver al trabajo. Ella ni siquiera sabía cuándo había telefoneado al director ejecutivo de Chaves. La excitación que había sentido con ese «de nosotros», se esfumó.


—¿Tan pronto? —protestó—. ¿No deberías esperar hasta que hable con Alex?


—Necesito poner todo en marcha antes de irme.


—¿Te vas? —ella se enderezó y lo miró a los ojos—. ¿Cuándo?


—Depende de la reunión, pero lo antes posible.


—¿Por Mac? —adivinó ella.


La azafata interrumpió el intercambio, pidiéndoles que escucharan las instrucciones de seguridad. Paula, mirando la pantalla, digirió la información. No había pensado que se iría tan pronto. No se había permitido pensar más allá…


—Ven conmigo —le dijo él al oído, con voz grave. Atónita, giró la cabeza y se enfrentó a sus ojos plata, agudos e intensos.


—No puedo —dijo, con el corazón en un puño—. Tengo que hablar con Alex, y tengo mi empresa. No puedo dejarlo todo y marcharme sin más.


—¿No ibas a hacerlo para tu luna de miel?


—Sí, pero… —su voz se apagó y volvió a mirar la pantalla. Una luna de miel duraba dos semanas. Él le estaba pidiendo… No sabía qué quería decir ese «Ven conmigo»—. ¿Podemos esperar a que haya hablado con Alex?


—¿Cuándo?


—No lo sé. Tan pronto como pueda.


Él se quedó silencioso; ella pasó el resto del vuelo dando vueltas a la conversación. Pedro le había dicho que no se culpara, pero era imposible no hacerlo. Había actuado con deshonor, sin fuerza de voluntad. No podía exculparse achacando sus acciones al miedo, a la adrenalina, o al regocijo de estar viva. Tenía que decirle a Alex que el aplazamiento temporal de la boda era permanente.


No podía casarse con él cuando otro hombre era dueño de su corazón.




CAPITULO 24: (QUINTA HISTORIA)





Pedro nunca había dormido bien pero, por una vez, agradeció su insomnio. Con la pálida luz del amanecer observó a Paula dormir con una satisfacción que nunca había sentido antes… o que no recordaba haber sentido.


No recordaba haber estado con ella. En los últimos días había tenido destellos de recuerdos difusos; y las explosivas horas que acababan de pasar en la cama no habían transformado esos destellos en recuerdos reales.


Pero en ese momento no lo inquietaba la falta de recuerdos. 


Ya que la tenía, solo le importaba conseguir que siguiera con él. En su cama, su casa, su vida. La permanencia que implicaba esa idea debería haberlo aterrado, pero no era así.
Impaciente por avanzar hacia un futuro compartido, la dejó durmiendo y se vistió. A resultas de la tormenta, la dirección de The Palisades enviaría un barco. Su intimidad estaba a punto de concluir y tal vez no tuviera otra oportunidad de obtener las respuestas que necesitaba.


Recorrió la isla para evaluar los daños. Cuando vio el tamaño de la rama que había atravesado el ventanal, se le encogió el estómago. A su regreso, la puerta que daba al porche estaba abierta.


La vio en el porche. La luz matutina silueteaba su cuerpo a través de la camisa, y cuando alzó una mano para apartarse el pelo de la cara, su belleza lo golpeó de lleno.


Se tensó con algo más que lujuria o aprecio por la imagen que veía. Había algo en su lenguaje corporal, en la tensión de su cuello y en cómo se aferraba a la barandilla, que denotaba su tensión interior y que él absorbió.


A la luz del día, debía estar arrepintiéndose de lo que habían hecho en la oscuridad. Suponía que lo culparía, pero él no tenía ninguna sensación de culpabilidad. Lo hecho, hecho estaba.


La había llevado allí para seducirla, para darle razones que la llevaran a cancelar la boda. La noche anterior ni siquiera había pensado en eso, pero no podía simular que lamentaba lo ocurrido.


Se preguntó si Carlisle estaría en el complejo central, esperando su regreso. Dudaba que no fuera así. Suponía que lucharía con uñas y dientes para no perder a Paula.


Ella volvió la cabeza y lo vio. Sonrió, pero fue una sonrisa tensa y frágil, el arrepentimiento velaba sus ojos.


—Te he visto paseando —dijo ella—. Parece que han caído muchos árboles. ¿Hay muchos desperfectos en la casita de abajo?


Pedro odió la recriminación en sus ojos y la falsa nota risueña de su voz.


—¿Vas a simular que lo de anoche no ocurrió?


—De momento, sí —dijo ella, tensa y suplicante—. Ahora no puedo…


—Tiene que ser ahora.


Ella lo miró con ojos muy abiertos e inquietos.


—¿Por qué?


—Hay barcos en la bahía. Imagino que uno de ellos viene hacia aquí.


—Ah. Entonces será mejor que me duche.


—Después de que hablemos, Paula.


Interceptó su movimiento para entrar en la casa, intentó no distraerse por el cuerpo desnudo bajo la camisa y esperó a que ella lo mirara. Vio en sus ojos que estaba molesta consigo misma.


—Eh —musitó—, no te castigues —con una mano, le colocó el cabello tras la oreja y acarició su mandíbula con el pulgar—. Era inevitable.


—No —ella sacudió la cabeza y se apartó—. Me diste la oportunidad de rechazarte. Y no lo hice.


—Estás en esta isla por mi culpa.


—Estoy aquí porque elegí estarlo —dijo ella con voz entrecortada—. No debería haber venido. Debería haberme quedado en Melbourne. Debería estar en mi luna de miel.


Pedro la miró unos segundos, dudando haber oído correctamente. Oyó un zumbido y vio un helicóptero que se acercaba a la isla.


—No vas a casarte con Carlisle —dijo, volviendo a concentrarse en Paula.


—¿Después de anoche? —susurró ella con ojos llenos de remordimiento—. No, supongo que no.