domingo, 7 de agosto de 2016
CAPITULO 23: (SEGUNDA HISTORIA)
Minutos después, Pedro la llevaba al borde del orgasmo, sus expertas manos y perfecta boca explorando su cuerpo con movimientos lentos y deliberados.
La aterciopelada erección rozaba su vientre y la húmeda entrada de su feminidad. Paula abrió las piernas para darle la bienvenida, sintiéndose como una traidora. Pero la sensación que experimentó cuando lo tuvo dentro la sorprendió. Era como si… como si hubiera estado esperándolo.
—Paula… me gustas tanto —murmuró Evan, con la cabeza baja.
Con el corazón acelerado y temblando, Paula no se atrevía a decir palabra. Pero sentía lo mismo. Físicamente, Pedro Alfonso era todo lo que una mujer podía desear.
Pero él no la dejó pensar. Se movía dentro de ella, llenándola, empujando suavemente, tomándose su tiempo, sus cuerpos ondulando al mismo ritmo. Un ritmo más lento que en Maui, como si entonces hubieran tenido prisa y ahora… ahora tuvieran todo una vida por delante.
Paula cerró los ojos. No quería pensar eso.
Se había casado con el enemigo y tendría que lidiar con el sentimiento de culpa para siempre, pero ahora era el momento de disfrutar.
—Déjate ir, cariño —murmuró él cuando vio que se agarraba al borde de la cama—. Déjate ir.
Temblando, Paula no podía esperar más. La sensación era como si un muelle se hubiera soltado en su interior. Un muelle que provocaba olas de espasmos, contracciones internas que la hicieron morderse los labios para no gritar.
Pedro siguió empujando, cada vez más fuerte. En su rostro una expresión de intenso placer, un deseo crudo y un gemido de satisfacción cuando llegó al orgasmo.
Por un momento, Paula saboreó el placer de ser ella quien lo llevaba a ese estado. Pero cuando Pedro se apartó, se regañó a sí misma por el papel que había hecho.
Saciada, Paula respiró profundamente. Se sentía horriblemente culpable. Pedro Alfonso podría haber sido el responsable de la muerte de su padre. La había engañado y manipulado, asustándola sobre la situación de la cadena Chaves para casarse con ella.
—Ahora eres mi esposa, en todos los sentidos.
—Eres un canalla —replicó Paula, levantándose a toda prisa—. Lo único que te interesa es la cadena Chaves. Conseguir tu objetivo. Yo no soy para ti más que una transacción. No tienes corazón, Pedro Alfonso.
Pedro se levantó, con expresión airada. Desnudo frente a ella, sacudía la cabeza como si no creyera lo que estaba oyendo.
—¿De qué estás hablando?
—Tú… sólo estás interesado en conseguir lo que quieres. Y, desgraciadamente, yo soy lo que quieres.
—Cálmate, Paula. Acabamos de hacer el amor hace dos minutos…
—¡Estoy hablando de tus trampas! Sólo querías consumar el matrimonio. Otra manera de asegurarte un sitio en la vida de mi hijo. No lo niegues, Pedro. Porque ahora lo sé.
—Claro que quería consumar el matrimonio. ¿Cuándo vas a entenderlo? Estamos casados. Y eso significa que dormiremos juntos.
—Con otro hombre podría creerlo, pero contigo no. Puede que hayas conquistado mi cuerpo, Pedro. Pero nunca conquistarás mi corazón. ¡Nunca!
—Yo nunca he dicho que quisiera tu corazón.
—No, claro, es verdad, tú sólo estás interesado en los hoteles.
—Quiero que nuestro hijo venga al mundo con un padre y una madre —suspiró él—. Y ahora, relájate. Vamos a comer algo. Voy a vestirme y luego iré a la oficina…
—Puedes irte ahora mismo, no tengo intención de desayunar contigo.
Furiosa, se dirigió a la terraza para no estar a su lado. El niño necesitaba alimento y ella necesitaba conservar su energía. Nada era más importante que eso.
Después de desayunar y darse una ducha, Paula se vistió para ir a la oficina.
Tenía que dirigir un imperio hotelero.
Todo el mundo se acercó a su despacho para felicitarla por su reciente matrimonio.
Aparentemente, las fotos habían salido en todas las revistas y era el cotilleo oficial por los pasillos. Paula se llevó una mano al abdomen, un gesto protector hacia un niño que no tenía la culpa de nada…
—Paula, no puedo creerlo. ¿Te has casado con él? ¿Por qué? —Gerardo acababa de entrar en su despacho.
—Tenía mis razones —contestó ella, sin mirarlo.
—¿Has olvidado que Pedro Alfonso fue la última persona que vio con vida a tu padre? ¿Quién sabe lo que le diría?
Ally entró entonces con una bandeja en la mano.
—Perdón… te he hecho un té de hierbas. Y el chef Merino ha enviado tus pasteles favoritos de frambuesa.
Agradeciendo la interrupción, Paula le hizo un gesto a su secretaria para que lo dejara todo sobre la mesa. No quería pensar en las acusaciones de Gerardo. En realidad, ella tenía las mismas dudas sobre el hombre con el que se había casado, pero había hecho lo que había hecho por el niño y por el legado de su padre.
—Ally, gracias. Es justo lo que necesito ahora mismo.
La secretaria de su padre había estado cuidando de ella desde que Nicolas murió.
—Voy a dejar aquí la bandeja y…
—No, quédate, por favor. Sentaos los dos. Quiero hablar con vosotros. Sé que debéis estar confusos por este matrimonio… pero os aseguro que no me he vuelto loca.
Gerardo apretó los labios.
—Paula, ¿qué otra cosa podemos pensar? ¿Qué razón podrías tener para casarte con Pedro Alfonso?
—Que voy a ayudar a mi esposa a levantar esta empresa.
Los tres se volvieron al oír la voz de Pedro.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Paula.
—Ahora divido mi tiempo entre los Tempest y los Chaves. Tenemos que dejar los hoteles Chaves funcionando como un reloj antes de irnos de luna de miel, ¿no?
—Sí, bueno…
Gerardo se levantó.
—Paula, ¿qué está pasando aquí?
—Lo que está pasando es que Paula y yo somos un equipo ahora. Ally, hoy mismo traerán mi escritorio. Por favor, encárgate de que lo coloquen al lado del de mi esposa.
—¿Vas a trabajar aquí? —exclamó Paula.
—Es lo mejor. ¿No te parece, cariño?
Gerardo hizo una mueca.
Ally sonrió.
—Me gustaría hablar un momento con… mi marido —dijo Paula entonces—. A solas, por favor. Terminaremos esta conversación más tarde.
—Sí, claro. Enhorabuena —sonrió su secretaria.
Gerardo la felicitó también, aunque sin ganas, y estrechó la mano de Pedro Alfonso antes de salir. Pedro tenía que admirar su buena educación. Evidentemente, para Gerardo Malloy era una amenaza. En todos los sentidos. Había visto a hombres celosos, pero Malloy parecía frustrado y protector al mismo tiempo.
—No vuelvas a hacer eso, Pedro. Son mis empleados, no los tuyos.
—Sólo quería dejar las cosas claras.
—No, lo que querías es demostrar que ahora eres el jefe, nada más.
—Sí, eso también. Quiero que la gente sepa que estoy aquí para quedarme. A partir de ahora, nada pasará por ti sin que yo lo haya visto primero.
—No tienes ningún derecho legal a hacer eso…
Pedro soltó una carcajada.
—¿Ya estás recordándome el acuerdo prematrimonial? Pensé que tardarías algo más de veinticuatro horas. Sé perfectamente por qué te casaste conmigo, Paula.
Y, después de decir eso, inclinó la cabeza y la besó en los labios. El ahogado gemido de Paula lo excitó aún más.
Riendo, tiró de su labio inferior con los dientes para meter la lengua en su boca y ella dejó escapar un suspiro de placer.
Lo deseaba físicamente. Paula no podía esconderle eso. Ella lo había retado y él le había mentido: «Yo nunca he dicho que quisiera tu corazón».
Pedro Alfonso era un hombre de todo o nada. Quería a Paula, lo quería todo de ella, y haría lo que pudiese para hacerla cambiar de opinión. Era su esposa y él no se tomaba el matrimonio a la ligera. Tenían una responsabilidad: un hijo.
Y Paula Alfonso, su esposa, no le diría que no ni fuera ni dentro del dormitorio.
CAPITULO 22: (SEGUNDA HISTORIA)
Paula abrió los ojos y se encontró en una habitación que no conocía… la cama en la que estaba tumbada parecía tragársela entera. Nerviosa, apartó las sábanas… y entonces lo recordó todo.
Estaba en la cama de Pedro Alfonso, en el hotel Tempest.
Se había casado con él.
—¿Has dormido bien?
Paula volvió la cabeza y se encontró con Pedro… en calzoncillos. Acababa de ducharse y unas gotas de agua rodaban por sus hombros. Por un momento, se permitió a sí mismo recordar Maui. Pero no debía hacerlo…
—Sí, bueno, la verdad es que he dormido bien.
—He puesto la mesa en la terraza. ¿Te apetece desayunar?
Paula asintió, pasándose una mano por el pelo. Al hacerlo se percató de que llevaba un anillo en el dedo… el anillo de Pedro. Un hombre en el que no confiaba. Pero ahora tenían que fingir que todo era de lo más normal.
—Esto es un poco incómodo.
—Tampoco es exactamente una aventura de Disney para mí, cariño.
Paula saltó de la cama y se envolvió con la sábana.
—No ha sido idea mía. Yo tengo mi propia casa.
—Sigues sin entenderlo, Paula. Estás en tu casa.
—Esta no es mi casa. Nunca lo será para mí.
Pedro apartó la sabana con la que se había tapado, exponiéndola en cuerpo y alma.
—Ha sido una noche de bodas infernal.
Paula temblaba. Temía que el deseo del hombre encendiera el suyo.
—Así es como tendrá que ser a partir de ahora.
—No puedo aceptar eso.
—Tienes que hacerlo. Es por…
Pedro buscó sus labios apasionadamente y Paula le devolvió el beso seducida por su experta boca, por el calor de su cuerpo, por los recuerdos de Maui.
Su sentido común batallaba por recuperar el control. Puso las manos sobre su torso e intentó empujarlo, pero no era capaz. Le gustaba tanto su piel…
Sin poder evitarlo, se derritió entre sus brazos.
—Alfonso… —Paula se apartó, atónita.
¿Por qué lo había llamado así?
—Hubo algo entre nosotros en la isla —susurró él—. No lo he olvidado.
—Todo era mentira. Eres un mentiroso.
—Mentí, sí. Pero no lo lamento.
Pedro apartó las tiras del camisón y la prenda se deslizó por su cuerpo, pero quedó precariamente enganchada en sus pechos.
—Soy tu marido, cariño. Atrévete. Confía en mí.
Luego tiró del camisón hasta que Paula quedó expuesta ante sus ojos. Pero ella no pensaba mostrarse avergonzada.
—Me he casado contigo, pero nunca confiaré en ti.
Él la miró de arriba abajo, con los ojos oscurecidos de pasión.
—Hablaremos de eso más tarde.
Entonces volvió a besarla, con una urgencia y un ardor que Paula no podía rechazar. Cuando la tumbó sobre la cama, no protestó.
En ese momento, encontraba a su flamante marido fastidiosamente irresistible.
CAPITULO 21: (SEGUNDA HISTORIA)
Pedro se quitó la chaqueta y tiró la corbata sobre el sofá de la terraza mientras hablaba con Valentin por el móvil.
—Sí, eso es. Llama a Landon. Necesitamos a alguien que investigue la infraestructura de los Chaves.
—El equipo de seguridad de Landon es el mejor.
—No quiero a su equipo, lo quiero a él personalmente. Ofrécele lo que haga falta.
Valentin lanzó un silbido.
—Vas en serio, ¿eh?
—¿Cuándo no he ido en serio en algún negocio?
—Sí, bueno, hablando de eso… ¿qué haces perdiendo el tiempo conmigo? ¿No te has casado con una rubia esta tarde? ¿No es ésta tu noche de bodas? ¿O es que la luna de miel ya se ha terminado?
No era el calor de la noche lo que lo hacía sudar, era el recuerdo de Paula durmiendo en su cama…
—Deja que yo me preocupe de mi luna de miel, Valentin. Tú llama a Landon y cuéntale mis sospechas sobre la cadena Chaves. Y dile que me llame mañana a primera hora.
—Muy bien, de acuerdo. Oye, Pedro, ¿Paula sigue enfadada contigo?
—Este matrimonio no entraba en sus planes —suspiró él—. Ni en los míos tampoco.
—Y tampoco tener un hijo.
—No, pero tú y yo sabemos lo que es crecer sin un padre y no pienso dejar que ese niño pase por lo que pasamos nosotros. Quiero estar a su lado durante toda su vida. Paula tendrá que aceptar eso lo quiera o no.
—En fin, espero que salga bien.
—Así será, Valentin.
Después de colgar, Pedro terminó su copa pensando en Paula, tumbada en su cama, con el cabello rubio extendido sobre la almohada…
—Qué demonios —murmuró, dejando el vaso sobre la mesa.
Cuando entró en el dormitorio, todo estaba en silencio.
Paula, más guapa de lo que había imaginado con un camisón azul, dormía con una pierna enredada entre las sábanas…
Pedro se desnudó sin hacer ruido y se tumbó a su lado, respirando su perfume.
—¿Qué haces? —murmuró ella, medio dormida.
—¿Por qué no dejas de preguntarme eso?
—No quiero acostarme contigo.
—Sí quieres. Pero no esta noche, cariño —contestó él, masajeando sus hombros—. Relájate. Estás demasiado tensa. Pensé que estarías dormida.
—No es fácil relajarse después de un día como el de hoy —dijo ella, su voz más calmada ahora.
—¿Después de casarte con el enemigo?
—Sí —contestó Paula—. Casada con… el enemigo.
Pedro siguió dándole un masaje y sólo dejó de hacerlo cuando ella volvió a dormirse.
Nunca se había acostado con una mujer sin dormir con ella.
Paula era su mujer, pero no podía tocarla durante su noche de bodas.
La ironía era increíble.
Y lo sacaba de quicio.
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