viernes, 19 de agosto de 2016

CAPITULO 3: (CUARTA HISTORIA)




—¿Qué pasa? —se irguió en su sillón.


—Una tormenta tropical se dirige hacia Miami.


—No me había enterado —reconoció Pedro mientras sus dedos se movían rápidamente por el teclado del ordenador a la busca de un mapa del tiempo—. ¿Está cerca?


—Disponemos de unos cuantos días antes de que nos alcance —le explicó ella—. Todavía existe la posibilidad de que cambie de rumbo o desaparezca, pero quería saber tu opinión. Para serte sincera, carezco de experiencia en tormentas tropicales como buena oriunda del Medio Oeste.


Pedro soltó un suspiro de alivio una vez que localizó la mancha verde en el mapa del radar.


—Son bastante comunes, pero desde luego no podemos permitirnos perder más tiempo. La buena noticia es que, al no tener levantada la estructura, los daños serían mínimos.


—Espero que no tengamos muchas más.


—Estaré al tanto —cerró la pantalla—. Por ahora, pues, sigamos con lo planeado.


Paula pareció vacilar al otro lado de la línea.


—Umm… eso suena bien, Gracias.


Aquella vacilación, unida a lo tembloroso de su respuesta, lo dejó intrigado. Había desaparecido la Paula firme, decidida. «Interesante», pensó.


Colgó justo cuando su hermano entraba en el despacho. 


Sonriéndose, se recostó en el sillón y cruzó las piernas.


—Me alegro de verte por aquí.


Matias evidentemente no podía aguantarse la sonrisa de oreja a oreja.


—Siento haberte dejado solo con el proyecto, pero Tam necesitaba un descanso después de la muerte de su padre.


La esposa de Matias, Tamara, había perdido a su padre de un cáncer de pulmón apenas un mes atrás. Como Matias y Tamara se habían reunido recientemente, habían disfrutado de unas bien merecidas vacaciones en Aruba tras su trabajo como diseñadores del proyecto del centro turístico de Miami.


—Lo entiendo. ¿Cómo está?


Con un suspiro, Matias se dejó caer en el sillón de cuero frente al escritorio de Pedro.


—Va tirando. Sinceramente pienso que el descubrimiento de que su padre estuvo detrás de nuestra ruptura hace once años… ha sido un golpe casi tan fuerte como el de la propia muerte de Walter.


El difunto padre de Tamara había frustrado el futuro de la pareja interponiéndose entre ellos cuando estudiaban en la universidad. Pero la amable mano del destino los había reunido después de una década larga de separación. Walter no había querido que Matias se casara con su hija. No había querido como yerno a un joven como él, en delicada situación económica debido a la necesidad que había tenido, al igual que el resto de sus hermanos, de mantener a la familia tras la muerte de sus padres.


Pedro sabía que los dos se habían querido mucho y que aquella ruptura le había causado a Matias una crisis nerviosa. Pero su hermano se había esforzado tanto como él y juntos habían fundado una empresa propia, nada más terminar los estudios. Matias nunca había vuelto a ser el mismo desde aquella ruptura. Pero ahora que había recuperado a Tamara, todo había vuelto a cambiar radicalmente. Sí, quizá el amor fuera algo real para alguna gente, reconoció Pedro para sus adentros. Pero para muy poca. Poquísima.


—Hacéis una buena pareja —observó Pedro—. Ella es fuerte y tú la estás ayudando. Lo superará.


Matias asintió antes de señalar los planos que estaban extendidos sobre su mesa.


—¿Qué tal van las obras?


—Sin problemas hasta el momento —bajó la mirada al diseño—. Me siento como un niño esperando recibir su regalo de Navidad. Me muero de ganas de verlo terminado.


—Todos nos sentimos igual —de repente Matias arqueó una ceja—. ¿Quieres contarme lo que te preocupa?


Pedro maldijo para sus adentros. Odiaba aquella «intuición de los gemelos» que ambos compartían. Alguna gente sonreía escéptica o se reía ante la idea de que ambos pudieran compartir un vínculo tan especial, pero tanto Matias como él sabían que era perfectamente posible.


—Ella no debería ser tan… fascinante —confesó bruscamente—. ¿Cómo es que se me ha metido de esa manera en la cabeza? Y, lo que es más importante: ¿por qué se lo consiento?


—¿Estamos hablando de la jefa de obras? —rio Matias entre dientes—. ¿De Anastasia?


—Sí —suspiró Pedro.


—Es atractiva. Pero no es tu tipo habitual. ¿Cómo es que de repente te has obsesionado tanto con ella?


—No tengo la menor idea.


—Quizá sea inmune a tus encantos, y por eso te tiene tan preocupado —sonrió al ver el ceño de Pedro—. Bueno, no era más que una sugerencia… O quizá te sientes atraído porque es fuerte y testaruda. Como Melanie.


Matias rara vez mencionaba el nombre de Melanie. Y aunque sabía que se había acercado bastante a la verdad, Pedro se negó a responder. Su silencio resultó de por sí suficientemente elocuente.


—En serio —Matias se inclinó hacia delante, con los codos sobre las rodillas—. Quizá sea ella la única que finalmente esté consiguiendo hacer que olvides a tu exesposa. Dudo que Paula sea la típica tonta caza fortunas que tanto has estado frecuentando últimamente.


Cierto, Paula lo había tratado como si fuera un igual, en lugar de cederle constantemente la iniciativa en las conversaciones. Quizá el hecho de haber trabajado durante tantos años rodeada de hombres tan machos había templado su personalidad con una dureza especial. ¿Quién lo sabía? Y, lo más importante: ¿por qué diablos estaba empleando tanto tiempo en intentar diseccionar a alguien que formalmente trabajaba para él? Lo único que quería era un pequeño contacto personal a solas…


—No negaré que es condenadamente sexy —admitió Pedro—. Pero también es todo profesionalidad y dedicación a su trabajo.


—¿Y tú tienes una problema con eso, verdad? —se burló Matias.


—Solo cuando detrás se esconde una mujer tan frustrante como impresionante con la que tendré que trabajar durante el próximo año —Pedro se quedó mirando fijamente a su hermano—. Solo necesito empezar a verla como si fuera un trabajador más y olvidarme de que es una mujer preciosa que debería lucir joyas y vestidos elegantes… en lugar de un casco de obra y un cinturón de herramientas.


Matias se inclinó hacia delante, plantando las manos en el cristal de la mesa.


—¿Por qué no ofrecerle la oportunidad de que sea esa mujer de los vestidos y de los diamantes? Quiero decir que… si no puedes sacarte esa imagen de la cabeza, quizá exista una razón para ello.


Pedro estuvo a punto de reírse de la ocurrencia.


—Estás enamorado y eso te ofusca el pensamiento. Paula me escupiría en un ojo si se me ocurriera invitarla a cenar.


—Parece como si te asustara la posibilidad.


—Yo no tengo miedo de nada.


—Demuéstralo. Llévala a la fiesta que Victor ha convocado la semana que viene. Considéralo una cita de negocios, si así te sientes mejor.


—¿Pero por qué diablos estoy hablando de todo esto contigo? —de repente se echó a reír—. Ella no es mi tipo, así que no debería importarme su aspecto en un ambiente formal de esa clase. Me interesa más su aspecto… en un escenario mucho más íntimo.


Matias lo miraba sin dejar de sonreír.


—Si estás hablando de esto conmigo, es porque no te puedes quitar a esa mujer de la cabeza. Si piensas que no tienes ninguna oportunidad con ella, entonces deja de preocuparte. Probablemente ella tampoco esté interesada en ti. Y ambos sabemos que eso es exactamente lo que se necesita para estimular una relación.


¿Que no estaba interesada? Eso no era posible. Había visto la manera en que se le aceleraba el pulso, en que había contenido el aliento cuando le acarició una mejilla. No, Paula estaba definitivamente interesada.


Pero si ése era el caso… ¿qué pretendía hacer él al respecto?


Patético. Absoluta y completamente patético. Pedro se sorprendió a sí mismo, por segunda vez en aquel día, dirigiéndose a la misteriosa pelirroja que supervisaba los trabajos junto a dos de los miembros de su equipo. Dos hombres que parecían avasallarla con su estatura y también con su cercanía. Evidentemente los celos no constituían un sentimiento nada agradable.


Era como si las burlonas palabras de Matias hubieran avivado el fuego abrasador que había experimentado desde un principio. Pero se negaba a creer que estuviera allí porque su hermano gemelo hubiera sembrado la duda en su alma sobre su capacidad para conseguir que Paula saliera con él. 


¿Por qué le importaba tanto lo que ella pudiera pensar de su persona?


Porque por alguna razón Paula ya le había demostrado su desdén, cuando él no había intentado absolutamente nada con ella. Evidentemente debía de haber tenido alguna amarga experiencia, probablemente con algún imbécil en la propia zona de obras… y ahora era cuando él pasaba a la acción, dispuesto a seducirla con el objetivo de que se acostaran juntos durante los próximos meses… La oportunidad no podía ser más adecuada, pensó, irónico.


Pedro.


Se detuvo en seco y renunció a acercarse a la sensual jefa de obras para concentrar su atención en Karen. Su hermana acababa de bajar de su Sedán color perla, tan hermosa como siempre. Con su melena oscura cuidadosamente recogida, su traje rosa brillante y sus elegantes tacones plateados, no podía contrastar más con aquella sucia y polvorienta obra.


—Te echaba de menos en la oficina —se le acercó, sonriendo, y miró luego a Paula por encima del hombro de su hermano—. Hola, creo que todavía no nos han presentado. Soy Karen Alfonso. Y tú debes de ser Paula Chaves


Pedro ni siquiera había oído acercarse a Paula.


—Llámame Paula, sin más.


Las dos mujeres se sonrieron. Eran tan distintas, y sin embargo igual de bellas e impresionantes, cada una a su modo.


—¿Qué necesitabas? —le preguntó a su hermana.


No lejos de allí uno de los hombres soltó un largo silbido, y no precisamente para entretenerse. El típico silbido agresivo-admirativo. Pedro no se volvió para buscar al culpable, pero advirtió que Paula se disculpaba para dirigirse a un grupo de obreros que estaba preparando el perímetro de la estructura a cementar.


—Lo siento —murmuró Pedro.


Karen se encogió de hombros.


—No es necesario que te disculpes.


—Me estoy disculpando por el género masculino en general. Eso ha sido una grosería.


Karen volvió a mirar por encima de su hombro.


—Parece que Paula tiene la situación bajo control.


CAPITULO 2: (CUARTA HISTORIA)




Pero la entrevista que tuvo con Victor y con la agencia Alfonso la obligó a enfrentarse con la realidad. Aquel proyecto podría asentar su reputación en un territorio interesante. El hermano gemelo de Pedro, Matias, y su prometida, Tamara, eran los arquitectos diseñadores y además gente estupenda. Al parecer la pareja se había reconciliado gracias a que Victor Lawson había contratado al mismo tiempo a la agencia Alfonso y al estudio de arquitectura de Tamara.


Paula todavía no conocía a la hermana pequeña de los gemelos Alfonso, Karen, pero hasta el momento solo había oído maravillas sobre ella. Con lo cual solo quedaba Pedro. Siempre tenía que haber uno en cada familia: alguien que tenía que ser la estrella de cada show, el que acaparara toda la atención, lo mereciera o no. Pedro era una especie de réplica del padre de Paula: o al menos del hombre que había sido antes de que se diera al juego y lo perdiera todo. Un hombre guapo al que le sobraba el dinero y que gustaba de derrochar tanto como sus encantos, convencido de que las mujeres caerían rendidas a sus pies.


Pero si Pedro pensaba que lo mismo le sucedería a ella… iba listo. Paula era una profesional y siempre lo había sido. Y no estaba dispuesta a dejar que Pedro y su ego le arruinaran la vida o el proyecto más importante de toda su carrera. 


Además de que no se trataba solamente de ella. Tenía detrás todo un equipo de hombres y mujeres con familias a su cargo. Por no hablar de su padre, que ya la había llamado para pedirle otros diez mil. Si su madre se decidiera a romper de una vez con él, Paula podría mantenerla, hacerse cargo de todos sus gastos. Y todo el dinero que Lorena generalmente empleaba en financiar el vicio de su marido podría por fin ser utilizado, por ejemplo, en la compra de la casa que tanto soñaba con tener.


Girando sobre sus talones, siguió resignada a Pedro a la oficina instalada en el remolque. Él ya había entrado y se había puesto cómodo, tomando asiento en una vieja silla de vinilo amarillo, frente al escritorio.


—¿Qué pasa? —inquirió ella antes de cerrar la puerta a su espalda para no desperdiciar el aire acondicionado.


Pedro se quitó las gafas de sol y las dejó sobre la mesa cubierta de planos. Y a continuación tuvo el descaro de quedársela mirando con los párpados entornados, como esperando que fuera a encenderse o a derretirse de deseo. 


Paula pensó que el calor infernal de Miami debía de haberla afectado bastante… porque efectivamente casi se derritió.


—Dime una cosa. ¿Qué te he hecho yo?


—¿Perdón? —dio un leve respingo, sorprendida por su brusca pregunta.


Pedro apoyó las manos en la cintura de sus téjanos.


—Siempre se me ha dado bien juzgar a la gente. Algo lógico tratándose del más callado de la familia, siempre sentado al fondo observándolo todo… Y lo que observo en tu actitud es que no me tienes en mucho aprecio.


A punto de desternillarse de risa, Paula apoyó una cadera en una esquina del escritorio.


Pedro, apenas te conozco. No tengo ningún problema ni contigo ni con nuestra relación de trabajo.


Él se le acercó entonces, frunciendo las cejas como si la estuviera evaluando, poniéndola a prueba.


—No, esto no tiene nada que ver con nuestra relación de trabajo. Tu compañía es una de las más profesionales con las que he trabajado. Se trata de ti. Hay algo en la manera que tienes de tensar la espalda, de alzar la barbilla cada vez que me ves. Es algo muy sutil. Una cuestión de actitud, que sospecho intentas compensar insistiendo en el aspecto laboral de nuestra relación.


—¿Actitud? —repitió ella—. No entremos por favor en actitudes o valoraciones personales. ¿Es eso lo que has venido a decirme?


—¿Dónde está el resto de tu equipo?


Paula no se retorció las manos de puro nerviosa, como habría querido hacer. No le dejaría saber que estaba tan intranquila.


—Llegará a lo largo de esta semana —lo miró directamente a los ojos, aunque el esfuerzo le costó que se le disparara el pulso—. Estamos terminando otro proyecto en Seattle y allí las lluvias nos han ocasionado un retraso de un mes. La madre naturaleza no entiende de plazos.


Pedro cerró la distancia que los separaba y apoyó las manos en el borde del escritorio, muy cerca de su cadera.


—¿Estás poniendo en peligro un contrato multimillonario solo por un problema meteorológico?


Esa vez se levantó para erguirse todo lo alta que era, pese a que él seguía sacándole unos cuantos centímetros.


—Puedo enfrentarme a cualquier problema, señor Alfonso, y me atendré al presupuesto y a los plazos establecidos.


Una sonrisa iluminó los duros y atractivos rasgos de su rostro.


—Vuelvo a detectar un cambio de actitud. Te has enfadado y me has llamado «señor Alfonso», cuando hace solo un momento seguía siendo «Pedro».


Millonario o no, Pedro tenía una faceta de chico malo que hacía que le entraran ganas de ponerse a gritar. ¿Por qué tenía que encontrarlo tan atractivo? Y, lo que era más importante: ¿por qué tenía que ser él tan consciente de ello?


 No, discutió consigo misma, la pregunta relevante era otra: ¿por qué lo encontraba tan atractivo y tan irritante al mismo tiempo?


—Yo prefiero que me llames Pedro —continuó con aquella arrogante sonrisa suya—. Hasta que terminemos este proyecto, vamos a tener que vernos tanto que casi será como si nos hubiésemos casado.


Paula se apartó un mechón de pelo de la sudorosa frente al tiempo que exhibía su más dulce y sarcástica sonrisa.


—Pues qué suerte la mía…


—Sabía que te convencería —se burló—. El cemento llegará el lunes. Tu equipo estará disponible para entonces, supongo…


Paula asintió, mordiéndose la lengua. Aunque Pedro era un buen profesional, su personalidad la sacaba de quicio. Pese a ello, y eso no podía dejárselo saber por ningún concepto, se habría ahogado literalmente en su encanto. Pero se negaba, se negaba radicalmente a dejarle saber los estragos que su presencia hacía en su lado femenino y no profesional.


Qué fácil le habría resultado enamorarse de aquella imagen de chico malo y sexy que tan bien sabía proyectar… sabiendo durante todo el tiempo que debajo de aquellos gastados téjanos y aquella ajustada camiseta negra acechaba un ejecutivo multimillonario.


—Estás sudando.


—¿Qué? —volvió a dar un respingo.


—Si no bebes agua ahora mismo, te desmayarás por el calor —se acercó a la pequeña nevera que tenía al lado del escritorio y sacó una botella de agua—. Anda, bebe. No puedo consentir que mi jefa de obras quede fuera de servicio antes de que levantemos la primera viga.


Le quitó la botella de las manos y la destapó, sabiendo que tenía razón.


—Gracias.


—Así está mejor —comentó él, todavía estudiando su rostro—. Con este calor, necesitas hidratarte constantemente.


—Tengo una nevera a mi disposición y a la de mi equipo. No es mi primer trabajo, ¿sabes? Además, por muchas ganas que tenga de quedarme aquí sentada bebiendo agua junto al aparato de aire acondicionado, tengo que volver al trabajo. ¿Hay algo más que desees de mí?


La arrogante sonrisa desapareció al tiempo que encogía de hombros.


—Mis deseos son incontables, pero me conformaré de momento con que te mantengas hidratada.


Paula pensó que iba a tener que medir mucho sus palabras con aquel hombre. Aunque tenía la sospecha de que siempre acabaría por encontrarles un doble sentido. Cerró la botella de agua y se dirigió hacia la puerta. La abrió y se hizo a un lado, indicándole que saliera primero.


—Hasta mañana —se despidió él mientras montaba en su espectacular motocicleta, que a buen seguro costaría más que el salario anual de varios de sus trabajadores. Paula pensó en encargar más agua mineral. Entre el insoportable calor de Miami y el espectáculo que ofrecía aquel hombre, iba a tener verdadera necesidad de mantenerse hidratada.


Pero rápidamente se recordó que su padre también había tenido, y seguía teniendo, todo el encanto del mundo. Él también había estado una vez en la cumbre del éxito, con su propio negocio del ramo de la construcción. Sin embargo, el vicio del juego y su afición a las aventuras habían terminado por resquebrajar la imagen de héroe que Paula se había hecho de él desde pequeña.


Regresó a la obra, aunque volvió a experimentar un cosquilleo por todo el cuerpo cuando oyó el rugido de la moto de Pedro alejándose a toda velocidad. Aquel hombre parecía tener el poder de afectarla hasta cuando no lo veía…
«Acoso sexual». Esa era justamente la denuncia a la que se enfrentaba si no dejaba de molestar a Paula. Tal parecía, por lo que se refería a Paula Chaves, que era incapaz de mantener separados los negocios del placer. ¿Pero cómo mantener las distancias? Al fin y al cabo, él era el arquitecto director del proyecto. Tenía múltiples razones para dejarse caer por el tajo, y eso que las obras apenas iban por su segunda semana.


Por cierto que, si el resto del equipo de Paula no se presentaba en el tajo para finales de aquella misma semana, todavía tendría que verla más, y no precisamente por gusto. 


Dejando a un lado los aspectos personales, aquel proyecto tenía que salir perfecto, ajustado al presupuesto y dentro de los plazos.


Ese día, sin embargo, se alegraba de haberse pasado por las obras de camino a la oficina. Aquella maldita mujer lo tenía al borde del ataque cardiaco. Se echó a reír. Estaba claro que Paula no iba a caer rendida a sus pies, como solía suceder con la mayoría de las mujeres. No: por el poco trato que había tenido con ella, sabía que era independiente, tozuda y una celosa defensora de su intimidad. Y sin embargo percibía al mismo tiempo en ella cierta vulnerabilidad, algo que le recordaba a su hermana pequeña.


Sabía que a Paula no le habría gustado nada saber que había puesto la mira en aquel rasgo concreto de su personalidad, pero entendía bien a las mujeres como ella. Él mismo era un consumado maestro en el arte de disimular los sentimientos. ¿Acaso no seguía aún confuso, dolido e intrigado por su exmujer? ¿Una mujer que se había escabullido de su vida con la misma facilidad con que había entrado en ella, y que recientemente había reaparecido para querer volver? Toda aquella situación no podía resultar más patética. Tal vez ella quisiera volver, pero Pedro se negaba a colocarse nuevamente en su cola de admiradores. A veces en la vida las segundas oportunidades eran necesarias, pero su exesposa no tendría ninguna a la hora de recuperar su corazón. No después de haberse marchado con un tipo al que antaño él había tenido por amigo, dejando detrás nada más que una patética nota.


Volviendo a asuntos mucho más placenteros, a Pedro no le había pasado desapercibido el hecho de que Paula había estado a punto de entrar en combustión cuando él le acarició la ruborizada mejilla. Lo cual era precisamente un aspecto más que le intrigaba de ella. Había trabajado antes con mujeres, pero a ninguna le habían sentado tan bien las camisetas blancas de tirantes y los téjanos gastados y desteñidos. Quizá la culpa la tuviera aquella melena cobriza que Paula se empeñaba en recogerse descuidadamente en lo alto de la cabeza. O la manera tácita que tenía de desafiarlo tanto en el plano profesional como en el personal.


Sí, aquella mujer lo atraía. Decididamente. La pasión que sin duda escondía sería de lo más divertido y entretenido si conseguía llegar hasta el fondo. Constituiría otra perfecta distracción, una más de las que había tenido últimamente, que le ayudaría a quitarse de la cabeza a Melanie, su ex.


Aparcó la moto en su lugar reservado del aparcamiento de la agencia Alfonso, advirtiendo en seguida que el de Matias estaba vacío. Ahora que su hermano gemelo estaba comprometido con su antigua novia de la universidad, Tamara Stevens, cada vez lo veía menos. Se alegraba por ellos, siempre y cuando los tortolitos no intentaran jugar a los casamenteros con él. Cada vez que alguien descubría el amor, parecía dar por supuesto que el resto de sus amigos y conocidos lo estaban buscando también, cuando para Pedro se trataba precisamente de lo contrario.


Se dirigió a su despacho y saludó a su secretaria, Becky. 


Nada más cerrar la puerta, quedó nuevamente a solas con sus pensamientos que, una vez más, volvieron a girar en torno a la señorita Chaves y a su melena pelirroja. Aquella mujer tenía un temperamento enérgico que casaba bien con el color de su cabello. Lo cierto era que tanto en genio como en actitud rivalizaba con su exesposa. Quizá fuera por eso por lo que no podía dejar de pensar en ella y por lo que se había sentido tan atraído desde un principio.


¿Era culpa de Paula que le recordara tanto a la mujer que lo había abandonado antes de que hubiera llegado a secarse la tinta de su licencia de su matrimonio? No, pero sí que era culpa suya que no pudiera quitársela de la cabeza. Si no fuera tan condenadamente misteriosa, no supondría mayor problema. Aquella mujer le irritaba. Y lo que le irritaba aún más era que una misma persona pudiera recordarle tanto a su hermana, a la que amaba con todo su corazón, como a la mujer que había acabado por rompérselo en pedazos.


Además, Paula tenía una excelente reputación profesional y Pedro nunca había tenido la menor queja ni de su ética laboral ni de sus resultados. Su compañía constructora era puntera a nivel nacional y él sabía que había tomado la decisión correcta al contratarla: aunque era el proyecto más ambicioso al que se había enfrentado nunca, Matias y él estaban seguros de que lo sacaría adelante. Paula había fundado y levantado su empresa a pulso, poco a poco. 


Pedro no podía evitar admirar aquella actitud, teniendo en cuenta que tanto Matias como Karen y él mismo habían alcanzado también el éxito a fuerza de pura voluntad.


Aquella mujer lo había trastornado por completo. No sabía si lo que quería era perseguirla o evitarla como si fuera una plaga. En cualquier caso, disponía de un año o más para averiguarlo. Nunca se había tomado tanto tiempo para llegar a conocer a una mujer: la química o existía o no existía. En aquel caso, sin embargo, existía sin lugar a dudas.


Pedro.


La voz de su secretaria interrumpió sus pensamientos. Pulsó el botón del intercomunicador.


—¿Sí, Becky?


—La señorita Chaves por la línea uno.


—Pásamela —levantó el auricular y pulsó el botón—. Paula.


Pedro, tenemos problemas.





CAPITULO 1: (CUARTA HISTORIA)






—Esto es algo que siempre me gusta ver: el jefe de obras vigilando a sus trabajadores.


—La jefa de obras —Paula Chaves contemplaba el trabajo de los hombres mientras procuraba no mirar al hombre de anchas espaldas que se le había acercado sigilosamente—. No es la primera vez que te equivocas. Cualquiera diría que lo haces a propósito.


—Es que lo hago a propósito.


Ana se arriesgó a mirarlo. Pedro Alfonso seguía siendo tan sexy como la última vez que lo había visto en la oficina de Victor Lawson, cerca de dos años atrás. Maldijo para sus adentros. ¿Por qué tenía que encontrarlo tan atractivo?


—Vayamos a tu oficina —le dijo él, mirándola por encima de sus gafas de sol—. Tenemos que hablar de algunas cosas.


Paula se abrazó a su tablilla sujetapapeles mientras se volvía del todo para mirarlo.


—¿No podemos hablar aquí?


No podía leer su expresión detrás de aquellas gafas de espejo que llevaba, pero casi se alegraba de no tener que mirarlo a los ojos. Aquellos ojos oscuros y enigmáticos podían dejar a una mujer literalmente sin habla. A cualquier otra mujer, que no a ella. Que Dios la ayudara. Porque en el Medio Oeste, de donde era originaria, no había hombres tan atractivos.


—No. Aquí hace demasiado calor —sonrió.


Y girando en redondo sobre sus botas de trabajo, se dirigió hacia el pequeño remolque de Paula como dando por supuesto que no podía hacer otra cosa que seguirlo. Era igual que su padre. Pero que lo reconociera como uno de los hombres más atractivos que había visto en su vida no significaba que tuviera que transigir con su arrogante actitud.


Nunca en toda su vida había tenido que lidiar con un arquitecto tan arrogante… ni tan guapo. Tuvo que borrar ese último pensamiento de su mente si no quería añadir más preocupaciones a su trabajo, aparte de la lluvia de Miami que se empecinaba en caer todos los días a primera hora de la tarde. Si Victor Lawson, el famoso multimillonario del negocio hotelero, no hubiera estado detrás del proyecto de construcción de aquel gran centro turístico, Paula habría declinado el ofrecimiento de Pedro Alfonso sin dudarlo. Tenía trabajo suficiente y no le faltaba el dinero, sobre todo teniendo en cuenta que no se lo gastaba en cosas frívolas. 


Cada dólar que no servía para pagar facturas, entre las que se contaban por cierto las pérdidas de juego de su padre, se transformaba en ahorros, tanto para ella como para su madre, Lorena.