jueves, 25 de agosto de 2016

CAPITULO 23: (CUARTA HISTORIA)





Después de que Pedro la dejara en su apartamento, ya de vuelta en la realidad, Paula descubrió que tenía cuatro mensajes en el móvil. Todos de su madre. Había estado tan ocupada disfrutando con la boda, la recepción… pero sobre todo durante las horas que siguieron. ¿Realmente había pasado menos de veinticuatro horas con Pedro? Tantas cosas habían sucedido…


Su vida había cambiado por completo, por no hablar de sus perspectivas. Se había dicho a sí misma que una vez que decidiera acostarse con Pedro, no esperaría nada a cambio… Y ciertamente no habría esperado nada en absoluto si él no la hubiera mirado de la misma manera que había visto a Matias mirar a Tamara. Se aturdía solamente de pensar que Pedro pudiera amarla. Se lo había preguntado antes, pero aquel momento tenía un destello de esperanza. Cuando se unieron por última vez y él la miró a los ojos, había visto tan claramente en ellos aquel sentimiento que fue casi como si se lo hubiera dicho con palabras.


Mientras escuchaba los mensajes de su madre, su entusiasmo fue aumentando. Su madre quería hacerle una visita, para ver cómo marchaba el proyecto. Habían pasado cerca de seis meses desde que Paula la había visto por última vez. Se moría de ganas de enseñarle la buena marcha de los trabajos. Quizá pudiera quedarse con ella hasta la terminación del proyecto y… ¿a quién quería engañar? Lo que más la entusiasmaba era la expectativa de presentar a Pedro a su madre. Y deseaba también que Lorena conociera al hombre que tan profundamente la había impresionado… y que le había robado el corazón para siempre.


La llamó y lo dejó todo arreglado para que volara a Miami el viernes. Sentándose luego en la cama, se quedó contemplando la espléndida vista del puerto por el ancho ventanal. Aceptar aquel proyecto le había cambiado la vida de múltiples e impredecibles maneras. ¿Qué haría cuando tuviera que marcharse de Miami? ¿Querría Pedro que se quedara? Todavía faltaban muchos meses para que tuviera que hacer las maletas. Seguro que, con tanto tiempo como tenían, acabaría por ser sincero consigo mismo.





CAPITULO 22: (CUARTA HISTORIA)




Pedro acababa de colocar las crepes en la bandeja cuando sonó su móvil. Lo recogió del mostrador de la cocina, rezando para que no fuera Melanie otra vez. Su ex le había enviado tres mensajes de texto durante la noche, que él había ignorado y borrado.


Afortunadamente, no era ella. Era su abogado.


Pedro, hemos localizado al padre de la señorita Chaves.


Se volvió para asegurarse de que Paula no había abandonado todavía el dormitorio. La había dejado durmiendo con la intención de sorprenderla y llevarle el desayuno a la cama.


—¿Ha aceptado firmar el contrato? —le preguntó Pedro—. ¿Tan fácil ha sido?


—Bueno, una denuncia a la inspección de Hacienda intimida a cualquiera. Con su firma, todas sus deudas, están saldadas. Todo arreglado.


Fue como si de repente se hubiera librado de una inmensa carga. Ahora sabía que, cuando Paula y él se separaran, ella podría continuar con su vida sin aquella opresiva amenaza, vivir sin miedo alguno. Aunque tendría que seguir fiscalizando aquel asunto durante un tiempo, utilizando para ello a su detective privado, solo para asegurarse de que su padre se atenía a los términos del acuerdo.


Cortó la llamada y sacó el frasco de sirope del armario. 


Ahora sí que podría agasajar a Paula con un sabroso desayuno y un beso de buenos días. Una vez cargada la bandeja, regresó al dormitorio. Paula se removía bajo las sábanas.


—Espero que te gusten las crepes.


Se estiró perezosamente y volvió a cubrirse con la sábana, sujetándola bajo los brazos.


—Ya sabes que me encanta comer, así que seguro que me gustará.


Dejó la bandeja sobre su regazo y se inclinó para darle un beso.


—Me gusta ver a una mujer que no le tiene miedo a la comida.


—Ya te lo dije —sonrió de oreja a oreja—. Hasta ahora has salido con las mujeres equivocadas.


Aquella sutil broma lo dejó conmovido.


—Estoy empezando a darme cuenta de ello —murmuró contra sus labios antes de besarla de nuevo.


No podía analizar sus sentimientos, no ahora. Quizá nunca. 


Aquel estado de incomodidad que lo había estado acosando durante días, semanas, lo confundía de nuevo. ¿Cómo podía expulsar a aquella mujer de su cama… y de su vida? 


Parecía algo imposible. ¿Realmente podría plantearse una relación a largo plazo con ella?


Se apartó, profundamente afectado por el vuelco que le había dado el corazón ante aquel repentino descubrimiento.


—Cómetelas antes de que se te enfríen.


—¿Tú no vas a desayunar?


—No, ya tomé algo de fruta y un zumo mientras se hacían tus crepes.


Después de colocarse la servilleta sobre el regazo, Paula recogió el frasco de sirope y se sirvió un poco en el plato.


—Pareces como ausente… ¿Te encuentras bien?


—Sí, claro —se sentó en el borde de la cama—. Es que acabo de atender una llamada de negocios. No esperaba ponerme a trabajar tan rápido.


—Trabajas demasiado, Pedro —cortó un pedazo de crepe y se lo llevó a la boca—. Yo creía que ahora mismo solo estabas trabajando en el proyecto de Lawson.


—Era algo que no podía esperar. Me alegro de haberlo terminado, y además antes de lo que esperaba.


—De esa manera podrás dedicar más tiempo… a cosas más importantes.


—Absolutamente —sonrió, inclinándose por encima de la bandeja para apoderarse de su boca.


Se moría de ganas de decirle lo mucho que significaba para él, pero no se atrevía a hacerlo por miedo a que viera demasiadas cosas en ello. Se apartó.


—Si quieres podemos sacar a pasear a Jake, para que se desfogue un poco.


—¿Puedo tomar una ducha primero?


—Claro.


La dejó para retirarse a su despacho, en el otro lado de la casa. Quería leer el contrato que su abogado le había enviado por fax, para asegurarse de que no tuviera ninguna laguna jurídica. Todo tenía que estar perfecto, hasta el último párrafo, si quería terminar con aquel asunto… y seguir adelante con su vida. Porque lo haría: tendría que hacerlo, tan pronto como Paula estuviera cien por cien a salvo. Para cuando terminó de leer el documento, estaba más que satisfecho con el trabajo de su abogado. Firmó el contrato y regresó al dormitorio. Oyó cerrarse el agua de la ducha justo cuando recogía la bandeja de la cama. Llevó los platos a la cocina y los dejó sobre el mostrador. Su asistenta se encargaría de eso después.


De vuelta en la habitación, vio que Paula aún no había salido del baño. Acababa de levantar la mano para llamar cuando la puerta se abrió de golpe. El rostro de Paula estaba bañado en lágrimas. Se había puesto la bata de seda negra que solía dejar colgada detrás de la puerta. La agarró de los hombros, alarmado.


—¿Qué pasa?


—Absolutamente nada. Todo está perfecto. Ese es el problema.


Ante la mirada asombrada de Pedro, se puso a pasear de un lado a otro del dormitorio, descalza sobre la moqueta blanca.


—No sé a qué te refieres…


—Soy tan feliz… que me siento culpable —se detuvo de pronto—. No creo que mi madre experimentara ni un solo gramo de la felicidad que he llegado a sentir durante estas últimas semanas. Y eso me pone triste.


Consciente de que se encontraba en un terreno nada familiar, Pedro retrocedió un paso, vacilante. Sabía que cada palabra que pronunciara podía transmitirle una falsa esperanza para el futuro.


—Paula, no te sientas culpable. Seguro que eso sería lo último que querría tu madre. Lo que querría sería precisamente que fueras tan feliz como ahora.


Vio que relajaba los hombros, dejaba caer las manos a los costados y bajaba la cabeza. Luego lo miró, con una solitaria lágrima resbalando por una mejilla.


—¿Sabes una cosa? Si no te hubiera amado antes… te amo ahora.


—Paula, yo no puedo…


Su sonrisa le rompió el corazón.


—Lo sé —susurró al tiempo que enganchaba los pulgares en la cintura de sus bóxers y empezaba a bajárselos—. Déjame demostrártelo.


El nudo de la bata de seda se deshizo con un simple tirón. 


Paula dejó caer los brazos a los lados mientras él le deslizaba la prenda por los hombros. Echándole los brazos al cuello, besó su mandíbula sombreada por la barba. Y él la abrazó por la cintura con un gemido de necesidad.


—No dudes nunca de mis sentimientos por ti —le susurró ella al oído—. Y no te mientas a ti mismo.


Obviamente sabía muy bien lo que estaba haciendo porque, justo cuando él iba a preguntarle por lo que quería decir, se apoderó de su boca al tiempo que le acariciaba sensualmente la espalda.


—Basta —gruñó con voz ronca.


Levantándola en vilo, la llevó al diván, frente al jardín. La brisa del mar entraba por las puertas abiertas de par en par, besando sus cuerpos desnudos. Una vez que la tuvo allí tendida, dispuesta a recibirlo, fue a por un preservativo y volvió para instalarse entre sus piernas. Sin palabras, sin besos, entró en ella. Pero, al cabo de un momento, se detuvo.


—No te detengas —le pidió—. No dudes.


Pedro apretó los dientes.


—Contigo no puedo dominarme, Paula. No puedo controlarme, no puedo ir más despacio…


—Entonces no lo hagas.


Cuando ella lo miró con aquel deseo en los ojos, estuvo perdido. Se inclinó hacia ella, sujetándose con una mano en el brazo del diván y tomándola de la cintura con la otra, y comenzó a moverse.


El deseo hizo presa en él y, cuando estuvo a punto de cerrar los ojos, la miró. En su mirada vio el amor y supo que, si alguna vez llegaba a amar a alguien, Paula sería la elegida. 


No ansiaba otra cosa que hacerle feliz, pero tenía el corazón herido y no estaba dispuesto a volver a correr riesgos.


Así que cerró por fin los ojos y juntos cayeron al abismo.





CAPITULO 21: (CUARTA HISTORIA)





Lo que por encima de todo más anhelaba Pedro era deslizar las manos por su cuerpo esbelto, pero sabía que a partir del instante en que tocara su piel, la noche se desarrollaría a un ritmo mucho más rápido que el que pretendía. Y, ahora mismo, quería saborear aquellos momentos con los ojos y retener una imagen mental de cada detalle, de cada curva de su cuerpo.


—El vestido era impresionante —pronunció, casi sin reconocer su propia voz—. Pero esto… lo es más aún.


—Esperaba que te gustara —una amplia sonrisa iluminó el rostro de Paula.


Vestir aquel cuerpo sería un pecado. Pero vestirlo con aquel conjunto de corpiño y tanga dorados era una bendición divina.


—Me alegro de que te guste, Pedro, pero… ¿podrías tocarme o al menos empezar a desnudarte? Me siento un poco ridícula…


Se desabrochó la camisa y la arrojó descuidadamente a un lado. Solo entonces la abrazó por la cintura, apretándola contra su pecho. Sus cuerpos encajaban perfectamente.


La sorprendió al levantarla en brazos para atravesar con ella el salón y el largo y ancho pasillo que llevaba al frente de la casa, donde estaba localizado el dormitorio principal. Le asaltó la tentación de pasar los dos días siguientes encerrado allí con ella, desnudos los dos… Por fin la bajó al suelo. Todavía llevaba sus tacones de aguja.


—Antes tienes que estar segura, Paula.


Paula deslizó las palmas de las manos por su torso desnudo, sin dejar de mirarlo a los ojos. Lentamente fue acercándose más a él, hasta que sus labios estuvieron a un suspiro de los suyos, y sonrió. Echándole los brazos al cuello, empezó a retroceder hacia la cama de dosel que se alzaba en el centro del inmenso dormitorio.


Sin soltarlo, se sentó en el borde; un puro, crudo calor brillaba en sus ojos verdes. Su melena cobriza, habitualmente rizada e indómita, caía en suaves ondas sobre su espalda. Pedro no podía esperar a verla derramada sobre las sábanas.


Paula se humedeció los labios, pero no de la insinuante manera en que lo hacían tantas mujeres. Bajó la mirada al suelo y la levantó de nuevo. De repente, el hecho de que se sintiera tan tímida, tan humilde, lo abrumó. Y le hizo ansiar, por encima de todo, hacer de aquella noche algo perfecto y único para ella.


Apoyó las manos en el colchón, a cada lado de sus caderas, y se inclinó para capturar sus labios. Y ella levantó la cara para acudir a su encuentro. Suspirando profundamente mientras abría la boca, le ofreció pleno acceso. Arqueó la espalda, rozándole el pecho desnudo con el satén del corpiño.


Tomándola de los hombros, la apartó delicadamente y apoyó una rodilla en la cama. Por mucho que deseara continuar besándola, primero quería liberarla completamente de la ropa. Sabía que necesitaba tomarse su tiempo y quería prolongar aquella noche por los dos. Se concentró en abrirle el pequeño broche y los corchetes delanteros del corpiño. 


Uno por uno fueron cediendo, revelando la piel fina y cremosa.


—Haces que me sienta bella —susurró.


Abrió el sedoso material, descubriendo sus senos. Acto seguido enganchó los pulgares en las tiras de su tanga y se lo bajó todo a lo largo de sus esbeltas piernas, hasta los tobillos, para arrojarlo finalmente a un lado.


Tumbada desnuda ante él, en su cama, Paula parecía la imagen personificada del pecado. Sus ojos hipnóticos relampagueaban, su pecho subía y bajaba al ritmo de su acelerada respiración. Tenía los húmedos labios entreabiertos, como suplicándole que la tomara de una vez. 


Le abrumaba saber que estaba mirando un cuerpo intocado, que nunca había sido saboreado por nadie.


—No tienes idea de lo que me estás haciendo —le confesó mientras subía las manos por sus piernas, hasta su monte de Venus, y continuaba luego hacia sus senos.


Incorporándose, Paula se apresuró a soltarle el botón del pantalón y a bajarle la cremallera.


—Lo sé, Pedro. Lo sé porque tú me haces lo mismo a mí.


Tras despojarse del pantalón, junto con los zapatos y los calcetines, se agachó para quitarle los tacones. Una vez que la tuvo completamente desnuda, trazó un sendero de besos desde sus pies hasta sus senos, pasando por su sexo.


Gemía y se convulsionaba bajo sus caricias. Pedro anhelaba enterrarse en ella y calmar así su dolorosa ansia, pero era realista. Sabía que, con Paula, una sola ocasión nunca sería suficiente. Tenía la sensación de que, una vez que le hiciera el amor, olvidarla sería lo más difícil del mundo. Concentrándose en el presente, se apoderó de un pezón con los labios.


Mientras ella se arqueaba contra él, la abrazó de nuevo por la cintura. De alguna forma, también para él era la primera vez. Era como si no pudiera saciarse nunca de tocarla, como si no pudiera acercarse lo suficiente a ella. Literalmente, no podría esperar para fundirse con su cuerpo.


Concentró entonces su atención en el otro pezón antes de subir los labios por su cuello y reclamar finalmente su boca. 


Paula lo agarró de los hombros, hundiéndole las uñas al tiempo que alzaba las rodillas.


Deslizó una mano hasta su sexo y empezó a acariciárselo. 


Necesitaba asegurarse de que estaba dispuesta, y no solo emocionalmente hablando.


Dejó de besarlo para soltar un grito de placer. A esas alturas, Pedro no podía esperar ni un minuto más. Se apartó para recoger el pantalón del suelo y sacó un preservativo de la cartera.


—Mírame —le dijo mientras se colocaba entre sus piernas—. No te olvides nunca de este momento.


«No me olvides», le suplicó en silencio. Con agonizante lentitud, entró en ella. Sus miradas quedaron engarzadas mientras esperaba a que lo acomodara en su cuerpo. Paula subió las manos hasta sus mejillas, acunándole el rostro.


—Por favor, Pedro. No te contengas.


—Rodéame la cintura con las piernas.


Cuando lo hizo, se hundió en ella aún más profundamente. 


Sintiendo el movimiento de sus caderas a cada embate, tuvo que apretar los dientes para mantener el control.


—Estoy tan contenta de que hayas sido tú… —murmuró Paula justo antes de cerrar los dedos sobre el edredón, echar la cabeza hacia atrás… y tener un orgasmo.


Pedro no necesitó más para reunirse con ella. Con la misma ansia con que anhelaba que recordara aquel momento, quiso grabarlo a fuego en su alma y la besó con pasión mientras la sentía temblar. E incluso cuando cesaron los temblores.


Saciada, Paula mantenía los ojos cerrados. Temía abrirlos y descubrir que todo había sido un sueño. O, peor aún: que Pedro se había quedado decepcionado.


Lo sintió apartarse y experimentó al instante el vacío de su presencia. Pero al segundo siguiente estaba otra vez a su lado, deslizando las yemas de los dedos por su piel febril.


—¿Estás bien? —le preguntó.


Paula se sonrió, abrió los ojos y giró la cabeza hacia él.


—No puedo creer que esté ahora mismo en tu cama, Pedro. Nunca pensé que esto me haría sentirme tan… viva.


La expresión de Pedro era sensual, pero al mismo tiempo vulnerable. Mirándolo, las palabras «te quiero» le bailaban en la punta de la lengua. Quería confesarle lo que sentía, pero no deseaba arruinar aquel momento haciendo que se sintiera de alguna manera culpable, o arrepentido. 


Así que se guardaría el secreto para otra ocasión. Pero se lo diría. Y pronto. Porque Pedro necesitaba saber de qué manera había afectado, conmovido su vida. Que siempre formaría parte de su ser, aunque no estuvieran juntos.


Fue él quien rompió el silencio:
—Tengo que decirte… que las pocas horas que te he visto con ese vestido han supuesto la más dura prueba que ha tenido que superar nunca mi fuerza de voluntad.


Se echó a reír, volviéndose hacia él e imitando su postura. 


Con un codo flexionado y la cabeza apoyada en la mano, se lo quedó mirando fijamente.


—No era más que un vestido, Pedro. Yo soy la misma persona con mis botas y mis téjanos llenos de agujeros.


—Eso es lo que estoy intentando averiguar —frunció el ceño, extrañado—. ¿Cómo puede alguien ser tan increíblemente sexy con dos atuendos tan distintos?


—No lo sé. ¿Por qué no me lo dices tú? Tú también pasas en un santiamén de ejecutivo de la construcción a motero.


—¿Me estás diciendo que no somos tan diferentes? —una ancha sonrisa iluminó su rostro—. Yo estoy completamente seguro de que ese vestido no me habría quedado tan bien.


Paula se echó a reír y le dio un empujón. Arrodillándose en la cama, sin dejar de reír, agarró una almohada y se la lanzó.


—Te estás burlando.


—Quizá un poco, sí.


Entrelazó las manos por detrás de la cabeza flexionando instintivamente los abultados bíceps, con el tatuaje que lucía en uno de ellos. ¿Cómo habría podido no enamorarse de aquel hombre? Habría podido acostarse con cualquier mujer, y sin embargo se había tomado su tiempo y esperado a ganar su confianza, para demostrarle lo que era la pasión y… sí, también el amor. Toda la felicidad que desbordaba su pecho en aquel momento, toda la renovada confianza que tenía ahora en sí misma se debía enteramente a Pedro.


—¿En qué estás pensando? —le preguntó él.


Se encogió de hombros, sentándose sobre los tobillos. 


Sorprendida de lo muy cómoda que se sentía estando desnuda en su cama.


—En todo. En nada.


—Estabas sonriendo, pero de repente cambiaste completamente de expresión —apoyó una mano grande y morena sobre su muslo cremoso—. ¿Qué era?


—Te quiero.


Un silencio tan sumamente denso se abatió sobre la habitación… que Paula deseó que se la tragara de pronto la tierra.


—Oh, Dios mío. Me había prometido a mí misma que no te lo diría… aún.


Se tapó la cara con las manos, rezando para que aquellos diez últimos segundos de su vida quedaran borrados del recuerdo de Pedro.


—Paula…


Sintió que se sentaba en la cama, para tomarle las manos entre las suyas.


—Mírame.


Lo miró. Pero no fue sorpresa ni horror lo que vio en sus ojos. Al menos, no lo parecía.


—Estoy segura de que habrás escuchado esas palabras miles de veces. Yo no te las he dicho porque hayamos hecho el amor. Me prometí a mí misma que hoy no te diría nada, que no estropearía lo que acabamos de vivir sacando a relucir mis sentimientos. Pero no he podido evitarlo. Sé que tú no sientes lo mismo, y lo acepto. Siempre he sabido que tú no me amarías.


Pedro permaneció inmóvil mientras duró su perorata. Con una media sonrisa asomando en su boca sensual.


—¿Has terminado?


Paula negó con la cabeza.


—Intenté no enamorarme de ti… pero sucedió, Pedro. ¿Tienes idea de lo mucho que has hecho por mí?


—¿Cómo? —frunció el ceño—. Yo no he hecho nada.


—Encargaste a mi empresa ese proyecto tan increíble —empezó, contando con los dedos—. Estuviste a mi lado cuando allanaron mi oficina. Y lo mismo cuando se presentó mi padre. Has sido enormemente paciente conmigo, pese a que sé que eso va en contra de tu comportamiento habitual con las mujeres. Y Jake: me regalaste un perro, Pedro. Algo que quería tener desde que era niña.


—A ver si lo entiendo bien… —le dijo él, sin soltarle las manos—. ¿Me amas porque estuve en el lugar adecuado cuando lo del allanamiento y lo de tu padre, y porque te regalé un cachorro?


Paula cerró los ojos.


—Todo eso es lo aparente, lo que está en la superficie —susurró, consciente de que estaba a punto de llorar. Abrió de todas formas los ojos, sin importarle desnudar de esa manera toda su emoción—. Tú me diste un sentido de esperanza… la esperanza de creer que no todos los hombres son egoístas e insensibles. Tú me antepusiste a mí primero, por encima de todo lo demás. No creo que puedas imaginar lo mucho que eso significa para mí.


—Paula —suspiró Pedro—. No sé qué decirte. Yo te aprecio, significas mucho para mí. Eso nunca se me ocurriría negarlo. Pero…


Paula habría mentido si le hubiera dicho que, justo en aquel instante, no había sentido resquebrajarse su corazón. Nunca había dudado de que Pedro jamás se enamoraría perdidamente de ella. Y sin embargo había esperado contar al menos con una brizna de su amor…


—No espero que me digas nada. Pero yo no puedo mentirte, Pedro. No lamento que sepas lo que siento. Así que, ahora que ya me he puesto lo suficiente en ridículo… ¿podemos disfrutar del resto de la velada o te parece que la he estropeado por completo?


Se inclinó hacia ella, acariciándole los labios con los suyos.


—Eso jamás.


Paula sonrió, agradecida.


—Apuesto a que nunca más me preguntarás por lo que estoy pensando.


Pedro se bajó de la cama y la levantó en brazos.


—Por un buen rato, no volveré a hacerlo.


Mientras la llevaba al suntuoso cuarto de baño, Paula no pudo evitar sonreírse. Las palabras anteriores habían quedado olvidadas y en ese momento se sentía aliviada. 


Asustada, pero aliviada.


Y ahora que la verdad había aflorado por fin… ¿se plantearía Pedro tener con ella algo más que una aventura? Esperaba fervientemente que así fuera. Paula desesperadamente ver adonde podía llevarla aquel amor. Y que Pedro abriera por fin los ojos y le entregara su corazón.