martes, 26 de julio de 2016

CAPITULO 18 : (PRIMERA HISTORIA)





Paula cerró la puerta de su casa y se golpeó la cabeza contra ella tres veces seguidas. Le tendría que haber hablado de Patrimonio Histórico antes de dejar que la tocara.


¿Cómo lo había hecho tan mal?


Al verlo con la camisa mojada, había pensado que era el hombre más guapo que había visto en su vida y, cuando lo había visto sin camisa, se había convencido de que era mucho mejor que el chocolate.


Dejó el bolso en el sofá, se quitó los zapatos y se metió en el baño. Pensó que lo mejor de todo aquello era que había saciado su hambre por Pedro para una temporada. A lo mejor, a partir de ahora era capaz de hablar con él sin tener fantasías eróticas.


Paula se preparó un baño de espuma y se dijo que tenía que conseguir que Pedro no creyera que se había acostado con él para convencerlo de solicitar la declaración de Patrimonio Histórico.


Paula decidió que no era el momento de pensar en todo aquello. Estaba agotada. A la mañana siguiente, pasaría por el despacho de Pedro y le explicaría que los dos temas no estaban relacionados.


A lo mejor, con un poco de suerte, Pedro la creería.


Paula se metió en el agua caliente y suspiró. Ojalá la creyera porque no tenía ningunas ganas de explicarle a su socia por qué no le había hablado de lo del Patrimonio Histórico a Pedro antes de acostarse con él.





CAPITULO 17 : (PRIMERA HISTORIA)





Pedro estaba hablando por un teléfono con el jefe del departamento financiero para ver hasta dónde los cubría la póliza del seguro y por el otro teléfono con la persona encargada de recursos humanos porque en el lugar en que se había producido la rotura había una conferencia el día siguiente que iba a tener que ser trasladada a otra sala.


Eran las doce menos cinco de la noche y quería llegar a la suite Roosevelt antes que Paula. Había pedido champán, fresas y chocolate y quería tenerlo todo dispuesto a su gusto antes de que llegara la mujer con la que iba a compartir la noche.


Tras arreglarlo todo por teléfono con los directores de las respectivas áreas, le preguntó a Gus, el portero del edificio, qué le parecía la fuga. Al girarse hacia él, Gus descuidó el escape y el agua salió disparada directamente al pecho de Pedro.


A las doce y cinco minutos de la noche, empapado, Pedro se dirigía a toda velocidad a la suite que había reservado. Al pasar por el vestíbulo, que estaba desierto pues todo el mundo estaba en la fiesta, vio a una mujer que cruzaba las puertas giratorias de cristal que conducían a la calle.


¿Paula?


¿Por qué demonios se iba? Pedro cruzó el vestíbulo y, al ver que Paula se dirigía a una de las limusinas estacionadas frente al edificio, aceleró el paso.


—¡Paula! —la llamó.


Paula se giró, lo miró con los ojos muy abiertos y se metió en la limusina.


—Al 2216 del bulevar Westbound —le dijo al conductor.


Pedro consiguió alcanzar el pico de la puerta antes de que al hombre le diera tiempo de cerrar y, empujando levemente, se coló en el asiento trasero del vehículo.


—¿Qué haces? —le preguntó a Paula.


Paula tragó saliva.


—Creía que no ibas a volver.


—¿Cómo que no? ¿Por qué no iba a volver?


¿Se había vuelto loca?


—Como has estado por ahí tanto tiempo… creí que estarías ocupado…


Pedro le tendió la mano y Paula miró a su alrededor confusa.


—Estaba ocupado, pero ya está todo arreglado. Vamos —insistió Pedro.


—Tenemos que hablar —contestó Paula.


—Ya hablaremos arriba.


—Tenemos que hablar antes de subir.


—Muy bien, habla —accedió Pedro metiéndose en la limusina y cerrando la puerta.


Al instante, el conductor puso el vehículo en marcha. Pedro le dijo que esperara, pero la pantalla de división interna estaba subida y el conductor no lo oyó. Pedro intentó disimular su fastidio porque las cosas no estaban saliendo como a él le hubiera gustado. Claro que era cierto que había estado perdido por ahí más de una hora. Paula tenía razones más que suficientes para haber dudado de sus intenciones. Debía de haber creído que había cambiado de opinión.


Pedro se soltó la corbata y se quitó la chaqueta. Tenía la camisa empapada y pegada al pecho, pero intentó peinarse pasándose los dedos por el pelo. Acto seguido, se giró hacia Paula con la intención de preguntarle de qué quería que hablaran, pero se quedó helado.


Paula lo estaba mirando fijamente como si… bueno, exactamente como Pedro había fantaseado toda la noche que lo mirara. Era cierto que las cosas no estaban saliendo como tenía planeado, pero también era cierto que estaban juntos, que la pantalla de separación del coche estaba subida y que las luces de la ciudad resultaban muy románticas.


Pedro se acercó a Paula, le acarició la mejilla y se inclinó sobre su boca.


Pedro —murmuró Paula—. Tenemos que…


Pedro la besó, ahogando sus palabras. Llevaba toda la noche soñando con besarla, con acariciarle el pelo. El ruido del motor se fue alejando a medida que el espacio quedó tomado por los leves jadeos de Paula.


Pedro la besó por el cuello y por el hombro desnudo. Paula apretó los puños y echó la cabeza hacia atrás. Pedro murmuró su nombre, la besó, la lamió, aspiró su aroma y deseó que el tiempo se parara.


Paula le desabrochó la camisa y le acarició el pecho desnudo, lo que produjo una reacción en el sistema nervioso de Pedro que lo llevó a deshacer el lazo que anudaba el vestido de Paula.


A continuación, deslizó el vestido hasta su cintura, dejando expuestos sus preciosos pechos. Le besó uno de los pezones, deleitándose en su textura, lamiéndola como si fuera un helado


Paula gritó su nombre y Pedro la tumbó sobre el asiento y deslizó su dedo índice hasta encontrar las medias y las braguitas altas que apenas cubrían su piel. Su ropa interior era negra y, al verla, Pedro sintió que el deseo se apoderaba de él.


Acarició la tripa de Paula, observando cómo sus ojos adquirían un brillo nuevo al llegar a la cinturilla de sus braguitas. Cuando encontró la perla de su feminidad, Paula cerró los ojos y Pedro la besó profusamente en los labios. 


A continuación, introdujo sus dedos en la humedad de su cuerpo hasta que Paula levantó las caderas del asiento.


De repente, la limusina se paró.


Pedro maldijo y Paula ahogó un grito de sorpresa.


Pedro se apresuró a buscar el interfono.


—Llévenos a Bellingham. Ida y vuelta —le pidió al conductor.


—Muy bien, señor —contestó el chófer en tono profesional.


Pedro volvió a besar a Paula, se quitó los pantalones, le bajó las braguitas hasta los tobillos y continuó besándola y acercándose a sus pechos. Paula metió los dedos entre sus cabellos mientras emitía jadeos entrecortados.


Pedro deslizó los dedos por la parte interna de los muslos de Paula hasta rozar su vello púbico. No tardó mucho en encontrar la suavidad de su sexo.


No podía más.


Se apresuró a colocarse un preservativo y a ponerse entre sus piernas.


—¿Estás bien? —le preguntó.


Paula abrió los ojos y sonrió. A continuación, lo agarró de las nalgas y lo introdujo en su cuerpo. Pedro gimió de placer.


Paula se deshizo de las braguitas y lo abrazó con las piernas por la cintura. Pedro entró por completo en la humedad de su cuerpo, una y otra vez.


Oía la respiración entrecortada de Paula en el oído, percibía el aroma de su piel y devoraba sus labios calientes con besos desesperados. Paula gritó su nombre y él hizo lo mismo.


—¿Ya? —le preguntó.


—Sí —contestó Paula.


Pedro se dejó ir. Cuando los últimos temblores sacudieron su cuerpo, colocó a Paula a horcajadas sobre él.


—¿Sólo una noche? —le preguntó.


Paula asintió.


Pedro le acarició los muslos y subió por sus costillas hasta encontrar sus pechos, maravillándose de lo rápido que su cuerpo se estaba reactivando.


—Será mejor que no perdamos tiempo.


Paula sonrió encantada.


—Eres preciosa —le dijo Pedro.


Paula le acarició el torso desnudo.


—Tú tampoco estás nada mal.


—Tenemos tres horas —le recordó Pedro—. Es lo que se tarda en ir y volver a Bellingham.


Paula se inclinó sobre él y lo besó.


—Muy bien.


A continuación, hicieron el amor muy lentamente mientras las luces de la autopista pasaban primero en dirección norte y, luego, en dirección sur. Para cuando volvieron a Seattle, estaban cubiertos de sudor.


—Lo cierto es que estoy completamente satisfecha —susurró Paula.


—Menos mal —sonrió Pedro.


Él estaba agotado.


—Estaremos en el 2216 del bulevar Westbound en cinco minutos —anunció el conductor por el interfono.


—Vaya —exclamó Paula vistiéndose a toda velocidad.


Pedro la tomó de la mano, indicándole que no quería que se fuera.


—Me tengo que ir —dijo Paula sin embargo.


Pedro prefirió no discutir. No quería estropear la mejor noche de su vida.





CAPITULO 16 : (PRIMERA HISTORIA)




Paula volvió a la mesa que compartía con Juliana.


—Me he atrevido —sonrió encantada.


—¡No me lo puedo creer! —se rió su amiga.


—¿Paula Chaves? —dijo una voz a sus espaldas.


Ambas se dieron la vuelta.


—Buenas noches, soy Myrna West, de la Sociedad Histórica de Seattle.


—Encantada de conocerla, por favor, siéntese —la invitó Paula.


—Gracias —contestó Myrna aceptando la silla que Paula le indicaba—. Voy a ir directamente al grano. Me he acercado para decirles que estamos gratamente sorprendidos de los resultados de su reforma. El Consejo Directivo me ha autorizado a comenzar los trámites para declarar Patrimonio Histórico este edificio.


Paula sintió que los ojos se le salían de las órbitas.


—Por la parte que nos toca, es todo un honor oír esto —contestó Juliana.


—Lo normal sería que habláramos con Pedro Alfonso porque él es el representante de los propietarios del inmueble, pero… bueno, es obvio que sus objetivos no están siempre en sincronía con los objetivos de la sociedad.


Paula asintió. Bonita y educada manera de decir que el altruismo no formaba parte de la vida de Pedro.


—Quería pedirles que hablaran ustedes con él para ver si puede allanar un poco el camino. A ver si Pedro accede a acometer ciertos cambios en el restaurante para pedir formalmente el estatus de Patrimonio Histórico. Yo, por mi parte, me comprometo a que el Consejo Directivo tenga en cuenta la solicitud.


Paula no sabía qué decir. La reforma de aquel lugar había sido su primer contrato importante. Si declaraban el edificio Patrimonio Histórico, su reputación subiría como la espuma y se les abrirían muchas puertas. Era un sueño hecho realidad.


—Haremos todo lo que podamos —le aseguró a Myrna.


—Estamos en contacto, entonces —se despidió la mujer poniéndose en pie y alejándose.


—No me lo puedo creer —le dijo Juliana a Paula al oído una vez a solas.


—Yo tampoco, pero no sé qué vamos a hacer para convencer a Pedro.


—Bueno, tú te vas a acostar con él esta noche… —le recordó Juliana.


Paula se quedó de piedra.


—Si sabes elegir el momento apropiado… —continuó su amiga.


Paula sintió que el pánico se apoderaba de ella.


—Ay, Dios mío.


—No podrá decirte que no.


—Y yo que creía que no lo iba a volver a ver después de esta noche… Lo último que quiero es tener que pedirle un favor. No me apetece nada necesitar su cooperación. ¿Qué puedo hacer? No se lo puedo pedir antes porque se va a creer que lo estoy chantajeando.


—Cierto —contestó Juliana.


—Y tampoco puedo pedírselo después por qué pensará que… lo estoy chantajeando.


—También cierto.


—Y no me puedo echar atrás porque no me volvería a hablar.


—Correcto.


—No me estás ayudando en absoluto. Esto es una catástrofe.


—Aquí viene el interesado —anunció Juliana.


Paula sintió una mano fuerte en el hombro.


—Suite Roosevelt —le dijo Pedro al oído haciéndole entrega de unas llaves.


Antes de que le diera tiempo de reaccionar, Pedro se había evaporado.


—¿Qué te ha dicho? —quiso saber Juliana.


—Suite Roosevelt —contestó Paula mostrándole las llaves.


—Es la mejor —sonrió Juliana.


—Mira tú qué bien… —se lamentó Paula.


—Se va —anunció Juliana.


—¿Cómo?


—Sí, se va.


Paula se giró y comprobó que, efectivamente, Pedro estaba saliendo del salón en el que se estaba celebrando la fiesta.


Juliana llamó inmediatamente a su marido y le preguntó adónde iba su hermano. Tomas les contó que una tubería se había roto y habían llamado a Pedro mientras llegaba el fontanero.