jueves, 4 de agosto de 2016

CAPITULO 14: (SEGUNDA HISTORIA)





Paula se apartó el pelo de la cara y lo sujetó, con un prendedor de plata. Luego se puso un traje negro de chaqueta y falda por debajo de la rodilla. Era un traje de trabajo, no de placer. Apenas llevaba joyas, sólo unos pendientes de diamantes que habían sido de su madre. 


Aquella cena con Pedro Alfonso sería una cena de negocios, nada más.


Ese era el plan hasta que abrió la puerta exactamente a las ocho en punto. Pedro estaba al otro lado, la fantasía de cualquier mujer. Con un traje gris de corte italiano, el pelo oscuro echado hacia atrás y sin aquellas absurdas botas vaqueras, Paula no pudo evitar admirarlo.


—Me alegro de volver a verte —sonrió Pedro. Y ella tuvo que contener un escalofrío de placer. Luego miró por encima de su hombro y vio una limusina negra en la puerta.


—Creo que habría preferido las botas.


—Entonces podemos pasar por mi casa un momento…


—No, gracias. Te recuerdo que ésta es una cena de negocios.


Pedro estudió las rubias ondas que ella había sujetado con un prendedor y luego la miró a los ojos. El corazón de Paula empezó a acelerarse. Y cuando él bajó la mirada hasta el escote de la blusa de encaje se dijo a sí misma que debía tener cuidado. No podía confiar en él.


—Estás muy guapa.


—No he intentado ponerme guapa.


—Lo sé. Es que no puedes evitarlo.


El halago se le subió a la cabeza, pero Paula se rebeló.


—Me parece que lo de ir a cenar juntos no es buena idea.


—Es muy buena idea. Trabajas demasiado y debes descansar un poco. Vamos a cenar y a charlar un rato, nada más.


—Muy bien, de acuerdo. Vamos a terminar con esto lo antes posible.


Pedro puso una mano en su espalda mientras se dirigían a la limusina y Paula aceleró el paso para apartarse.


—¿Te apetece un poco de champán? —sonrió Pedro.


—No, gracias. No estamos celebrando nada.


—En Maui no hacía falta celebrar nada para que tomases champán conmigo…


—Ese no eras tú, Pedro.


—¿Cómo estás tan segura?


—Lo estoy —contestó ella, tirándose primorosamente de la falda.


Él la miró en silencio durante unos segundos.


—No tienes que taparte, Paula. Sé lo que hay debajo de ese traje. Y no estoy hablando sólo de tu cuerpo.


—Claro, di eso ahora, cuando el coche va a cien kilómetros por hora y no puedo saltar.


Pedro soltó una carcajada.


—Ah, veo que no has perdido tu sentido del humor.


Paula se sentía orgullosa de sí misma por tratar así al despiadado y guapísimo Pedro Alfonso.


En su opinión, no era mejor que Jeremias Overton. Los dos hombres le habían hecho daño, pero Pedro tenía la distinción de haber sido el responsable del infarto que mató a Nicolas Chaves. Y aunque fuera el padre de su hijo, también era su enemigo, un hombre en el que nunca debería confiar.





CAPITULO 13: (SEGUNDA HISTORIA)





Unos días después, Paula estaba intentando controlar un dolor de cabeza cuando Garardo Malloy entró en su despacho.


—Garardo, por favor, cierra la puerta. Acabo de saber que ha habido una inundación en el Royal Phoenix.


—¿Los daños son cuantiosos? —preguntó él, con una calma que para ella desearía.


—El primer piso, que acababa de ser reformado, ha quedado destrozado. La nueva moqueta, los muebles, todo… necesito que compruebes si estaba asegurado. Puede que tengamos una nueva demanda entre manos… La compañía de seguros debe estar contentísima con nosotros. El director del Chaves Phoenix cree que la culpa ha sido de una cañería defectuosa.


—Muy bien, lo comprobaré.


—Tenemos que hacer lo que sea para que el agua no llegue al vestíbulo. Tú sabes lo orgulloso que estaba mi padre de ese hotel… decía que era el mejor de todos. Había encargado esculturas y cuadros especialmente para la entrada… Estoy rezando para que nada de eso haya quedado destruido.


Gerardo asintió con la cabeza.


—No te preocupes, Paula. Yo me encargo de todo. ¿Vas a estar aquí esta tarde?


Paula suspiró.


—No, esta tarde tengo una cita fuera de la oficina y no puedo cancelarla. No te dejaría solo con este lío si no fuera importante.


Él sonrió.


—No te preocupes, yo me encargo de todo. Puedes contar conmigo.


—Eso hago —suspiró Paula—. Pero llámame si descubres algo sobre Phoenix. Puedes llamarme a casa esta noche.


Tres horas después, el humor de Paula había pasado de malo a pésimo. Había visitado a su ginecólogo y, sin la menor duda, estaba embarazada de seis semanas. Las pruebas de embarazo que se había hecho en casa no la habían engañado.


Y eso significaba que Pedro Alfonso era el padre de su hijo.

Paula conducía por la 405 en estado de shock. Lo había sospechado, pero cuando el médico anunció: «estás embarazada», el impacto de la situación la golpeó como una bofetada. El niño nacería durante la primavera. Su niño. La realidad de que en menos de ocho meses tendría a su hijo en brazos le parecía… abrumadora.


Estaba embarazada de verdad.


Unas semanas antes de la muerte de su padre, había concebido un hijo. Pero Nicolas Royal no lo sabría nunca porque Pedro Alfonso, el padre de ese niño, podría ser el responsable de su muerte.


Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas. Las apartó rápidamente de un manotazo para aclarar su visión, pero no podía apartar el dolor de haber perdido a su padre.


—Te echo de menos —murmuró, apretando el volante.


Podría no haber sido un padre perfecto. Esperaba tanto de ella… pero la quería mucho. Era como si, tras la muerte de su esposa, hubiera puesto todo su amor en ella. Y esperaba de Paula la misma devoción.


Pero su padre y su madre se habían ido y saber que estaba sola en el mundo, salvo por algunos parientes lejanos, la entristeció de una manera terrible.


Cuando su estómago empezó a rugir de hambre se dio cuenta de que no estaba sola. Un niño estaba creciendo en su interior. Paula sonrió. A pesar de todo, querría a aquel niño. Y serían una familia.


Salió de la autopista en Sunset Boulevard y se dirigió hacia su casa en Brentwood para meterse en una bañera de agua caliente y comer algo después. O intentarlo al menos. Pulsó el botón que abría la puerta del garaje justo cuando otro coche se detenía en la entrada. Paula salió del garaje y miró con curiosidad al hombre en vaqueros y camiseta que acababa de salir de un deportivo…


Por un segundo su corazón se aceleró al recordar aquellos paseos por la playa con un guapísimo extraño. Pero cuando miró hacia abajo descubrió algo que la sorprendió aún más.


—¿Botas?


—Nacido en Texas.


—¿Me estás siguiendo?


—No. Ha sido una coincidencia —sonrió Pedro.


—No lo creo. Y no tenemos nada que decirnos, señor Alfonso.


—¿Señor Alfonso otra vez?


—No voy a dejar que compre la empresa de mi padre, así que por favor, salga de mi propiedad.


—Tienes que entrar en razón, Paula. Ven a dar un paseo conmigo. Iremos a charlar a algún sitio tranquilo…


Pedro, por favor, déjame en paz.


—Entiendo que ahora mismo estés disgustada conmigo y…


—¡Mi padre acaba de morir! Y tú eres la última persona que lo vio con vida. No sabes cómo siento haberte conocido y…


—Por favor, cálmate —le rogó él—. ¿Qué te pasa? Estás muy pálida.


—Es culpa tuya.


—Paula, por favor…


—Quiero saber qué le dijiste a mi padre ese día.


—Y yo quiero hablar contigo sobre la cadena de hoteles Chaves. Parece que los dos queremos algo, ¿no? Como ahora no es buen momento para ti, ¿qué tal si cenamos juntos mañana y contesto a todas tus preguntas?


Paula vaciló. Necesitaba darse un baño y comer algo. Tenía que cuidar de sí misma. Lo que no quería era tener un ataque de nervios delante de Pedro Alfonso. No dejaría que la viera así.


—Muy bien. Pero será una cena rápida.


—Vendré a buscarte a las ocho. Y no llevaré las botas.


Paula lo vio alejarse en el coche sintiendo… un millón de complejas emociones. Recuerdos del misterioso extraño al que había conocido en la playa no dejaban de aparecer en su cabeza. Pero Pedro Alfonso no era más que un frío hombre de negocios dispuesto a quedarse con la empresa que su padre había levantado trabajando durante toda su vida.


—Bueno, cariño —murmuró, tocándose el abdomen—. Ese era tu padre.



* * *


Pedro entró en el aparcamiento del Tempest y aparcó el coche en su espacio personal, sin dejar de pensar en Paula Chaves. Cuando debería estar pensando en cómo convencerla para que le vendiese la cadena de hoteles, en lo único que podía pensar era en cómo podía meterla en su cama.


Había algo sorprendente en la bella señorita Chaves. Quizá era el reto que representaba para él. Quería su empresa, pero después de pasar unos días con ella había descubierto que no le importaría disfrutar de otros beneficios.


Paula había conseguido curar su aburrimiento en el Wind Breeze, rompiendo la rutina del trabajo y permitiéndole momentos de relajación. Y cuando no estaban relajándose estaban haciendo el amor.


Pedro intentó olvidar las imágenes de su hermoso cuerpo desnudo sobre la cama. Cada vez que pensaba en ella de esa manera, su pulso alcanzaba una velocidad preocupante.


Y Paula no podía soportarlo, evidentemente. Parecía creer que había tenido algo que ver con la muerte de su padre.


Pedro bajó del coche con el maletín en la mano y se dirigió a su ático. ¿Cómo podía pensar eso?


Seguía de mal humor cuando abrió la puerta y se encontró con su madre y sus dos hermanos en la terraza, abriendo una botella de champán.


—¿Y esta sorpresa? Qué alegría verte, mamá.


—Tus hermanos me han traído sin decirte nada. ¿Se te ha olvidado que hoy es tu cumpleaños, Pedro?


—Ah, es verdad —sonrió él—. Es que he estado muy ocupado últimamente. Pero habíamos decidido celebrarlo el mes que viene en Florida, cuando tú cumplas…


—No lo digas —lo interrumpió su madre.


—Te arriesgas a perder la vida —rió Valentin.


—Tonterías. No me da ninguna vergüenza cumplir sesenta años —protestó ella—. Pero hoy es tu cumpleaños y tus hermanos me han dicho que trabajas demasiado, cariño.


—Estoy intentando cerrar un trato que pondrá a Tempest en primera línea, mamá.


Raquel Alfonso sonrió, dejándose caer sobre una silla.


—Me siento tan orgullosa de vosotros, hijos. De los tres. Sólo esperaba…


No terminó la frase, pero los tres sabían a qué se refería. 


Pedro miró a Valentin, que miró a Agustin que, a su vez, miró a Pedro. Ninguno de los tres quería mirar a su madre a los ojos.


—¿Cuántos años cumples, Pedro, treinta y tres? —bromeó Agustin.


—Si tú lo dices.


—Agustin, tú sabes que tu hermano cumple treinta y dos. Todos mis hijos se llevan dos años.


—Sí, pero Pedro es el mayor —dijo Valentin. Y aquello empezaba a sonar como cuando eran pequeños y se señalaban el uno al otro después de alguna trastada.


—Por Pedro —dijo su madre, levantando su copa—. Mi hijo mayor. Feliz cumpleaños, cariño.


Valentin y Agustin lo felicitaron también antes de tomar un sorbo de champán.


—Recuerdo el día que naciste. No parece que fuera hace tanto tiempo —murmuró Raquel, pensativa—. Contigo lo pasé peor que con los demás. Antes de que nacieras no comía nada, sufría náuseas por las mañanas, apenas tenía apetito… El médico estaba preocupado porque perdí mucho peso… pero contigo el parto fue más rápido —su madre suspiró—. Y ahora eres el director de una gran empresa. ¿Os he contado que la hija de Larissa Brown va a tener otro niño y que su hijo pequeño se casa esta primavera?


—No, no lo sabíamos —sonrió Valentin—. ¿Lo sabías tú, Pedro?


Él negó con la cabeza, pero permaneció con la boca cerrada.


—Mamá, me han dicho que por fin vas a hacer un crucero —intervino Agustin, para cambiar de tema.


—Sí, Larissa me ha convencido para que vaya con ella. Dice que no sé lo que me estoy perdiendo… tantas actividades, tantos bailes. Nos vamos en dos semanas.


Agustin siguió preguntándole a su madre por las vacaciones para evitar que siguiera lanzando indirectas. Y Pedro se lo agradeció. Nunca le había importado ser el mayor ni haberla ayudado a criar a Valentin y a Agustin, pero ahora Raquel Alfonso quería más de la vida. Y miraba a Pedro para que moviese ficha.


Esa noche cenaron en The Palm, un restaurante conocido por su especialidad: langosta gigante de Nueva Escocia. Era el sitio favorito de su madre en Los Ángeles. En las paredes había caricaturas de personas famosas que frecuentaban el local y cada vez que iban Raquel intentaba averiguar si habían añadido alguna nueva.


Estaban sólo los cuatro y a Pedro le gustaba así. A él no le iban las grandes fiestas. Eso era más del gusto de Valentin. 


Agustin y él llevaban el hotel Tempest en Texas, Nuevo México, Colorado y Arizona mientras Pedro controlaba todos los hoteles de California, desde San Diego a Hollywood y San Francisco. También estaba a cargo de adquisiciones, siendo el mejor negociador de los tres. Y pronto añadirían el Maui Paradise a la cadena.


Pero Pedro quería más. Quería los Chaves. Si pudiera adquirir esos hoteles, la cadena Tempest se habría deshecho de su gran competidor. Y para ello sólo tendría que hacer que Paula viera las cosas a su manera.


En realidad, estaba deseando volver a verla.




CAPITULO 12: (SEGUNDA HISTORIA)





Paula observaba a Julia comerse un montón de patatas fritas sin pestañear. Estaban en un café a la orilla del mar, el sábado por la tarde. Con el estómago encogido, Paula miró su sándwich vegetal y se preguntó si podría comérselo.


—No has probado bocado, Paula. Y yo estoy terminando —protestó su amiga—. Parece que estoy comiendo por dos. Por ti y por mí.


Paula se llevó una mano al estómago.


—No, tú no tienes que comer por dos. Yo sí —dijo, intentando sonreír.


—¿Qué?


—Me parece que estoy embarazada, Jules.


—¿Te parece que estás embarazada?


—Tengo todos los síntomas. Nunca me había sentido así. Ni siquiera cuando me escapé de la iglesia tras el fiasco de Jeremias. Los mareos, la falta de apetito… y no me ha venido el período. Tengo cita con mi ginecólogo la semana que viene.


—Pero pensé que Jeremias y tú habíais decidido… esperar hasta la boda. ¿Vas a contárselo?


Paula negó con la cabeza. No quería ni pensar en Jeremias. 


Estaban tan ocupados organizando la boda que apenas se habían visto durante esas semanas. Y no mantuvieron relaciones sexuales. Ahora, pensó Paula, irónica, podía añadir a Pedro Alfonso a su lista de hombres a los que quería olvidar.


—Lo haría si fuera su hijo.


Julia la miraba con tal cara de susto que Paula le contó toda la historia sobre el misterioso hombre de Maui…


Eran tan amigas que no se dejó nada en el tintero.


—Dios mío…


—Lo sé. También yo estoy sorprendida. Siempre usamos protección…


—¿Entonces qué pasó? ¿Quiero decir cómo pasó?


—Bueno, hubo una ocasión… en la ducha. El resto de las veces tuvimos mucho cuidado.


Julia se hundió en su silla.


—¿Por qué no me lo contaste cuando volviste de Maui?


—Entonces no lo sabía. Había sido una cosa… una aventura loca. No quería volver a pensar en ello.


En realidad, no había dejado de pensar en ello, pero eso era algo que no podía contarle a nadie.


—¿Y qué piensas hacer?


—Nada. No pienso hacer nada.


Julia parpadeó.


—¿Nada?


—Ahora mismo no puedo ni pensar en ello. Con todos los problemas que tengo…


—Pero puede que tengas que pensar en un niño, cielo. Eso también es importante.


—Lo sé. Y si estoy embarazada lo tendré —murmuró Paula, llevándose una mano protectora al abdomen—. Estoy intentando acostumbrarme a la idea, pero la verdad es que siempre he querido tener hijos.


—Ya lo sé. Pero, ¿qué pasa con el padre?


—No quiero pensar en él. Yo creo que fue el responsable de la muerte de mi padre.


—¿Qué?


—Fue la última persona a la que vio mi padre antes de sufrir el infarto. No tiene corazón, es un… Ya pensaré en él más tarde, cuando tenga que tomar una decisión. Por el momento, sólo lo sabemos tú y yo. Y quiero que siga siendo así.


—Muy bien. Eso es lo que hacemos siempre ¿no? Compartir nuestros secretos —sonrió su amiga—. Pero exijo ser la madrina del niño. ¿Me lo prometes?


—Te lo prometo —Paula se echó hacia atrás en la silla, dándole las gracias al cielo por tener una amiga.