lunes, 8 de agosto de 2016
CAPITULO 26: (SEGUNDA HISTORIA)
—Éste es el mejor regalo de cumpleaños que podías hacerme, hijo —suspiró su madre, apretando la mano de Paula.
Raquel Alfonso no sabía que Paula no quería ser parte de esa familia, pero Pedro pensaba rectificar la situación lo antes posible.
—Una nuera y un nieto al mismo tiempo. Por fin puedo estar a la altura de mi amiga Larissa —rió Raquel—. Pero sigo enfadada contigo por casarte sin decirme nada; Pedro.
—Lo siento mucho, mamá.
—Yo también, señora Alfonso —se disculpó Paula, más por la mujer que por Pedro—. Todo ocurrió tan rápido… Al principio yo no quería casarme y, cuando por fin acepté,
Pedro decidió arreglar los papeles para que nos casáramos lo antes posible.
—¿Antes de que pudieras cambiar de opinión?
—Sí, bueno… Entonces no nos conocíamos demasiado bien.
—Os conocíais lo suficiente como para engendrar un hijo.
Paula parpadeó, sin saber qué decir. Pero Pedro soltó una carcajada. Su madre tenía una forma tan directa de decir las cosas que a veces tampoco ellos encontraban respuesta.
—Yo sabía todo lo que tenía que saber sobre Paula, mamá. Nos conocimos en Maui. Yo estaba de vacaciones allí y…
—Fue amor a primera vista —lo interrumpió su madre—. Lo entiendo. A mí me pasó lo mismo con el padre de Pedro. En cuanto nos conocimos no podíamos separarnos el uno del otro. Nos casamos a toda prisa y nunca miramos atrás. Yo lo quería con locura. Nuestro matrimonio fue maravilloso… mientras duró. El pobre murió repentinamente. ¿Te lo ha contado Pedro?
—Pues no… no.
—No pasa nada. Ya te lo contará cuando llegue el momento.
Paula lo miró con curiosidad. En realidad, apenas sabía nada de él. No sabía nada sobre el padre de su hijo.
—Pedro, ¿por qué no acompañas a Paula a vuestra habitación para que descanse un poco? El viaje desde Los Ángeles es muy largo y debe estar agotada.
—Gracias, señora Alfonso.
—Por favor, llámame Raquel. Pronto seré la abuela de tu hijo.
Paula rió, el sonido extraño a los oídos de Pedro porque no se había reído mucho últimamente. Pero recordaba el sonido de su risa en Maui, cuando no se mostraba tan cautelosa con él.
—Me gusta eso: abuela —repitió su madre.
—Gracias, mamá. Pero tú también deberías descansar. Mañana será un gran día.
—Ah, cumplir sesenta años no es para tanto. ¡Convertirse en abuela sí es algo que hay que celebrar!
Después de despedirse de su madre con un beso, Pedro acompañó a Paula a la habitación. Donde pensaba hacerle el amor toda la noche.
CAPITULO 25: (SEGUNDA HISTORIA)
Paula llevaba tres horas echando humo cuando Pedro entró en su despacho.
—¡Esta vez has ido demasiado lejos! —le espetó, levantándose del sillón.
—¿De qué estás hablando?
Paula pasó a su lado para cerrar la puerta y se volvió, furiosa.
—¡Estoy hablando de hacer que investiguen a Ally! Ally, la secretaria y ayudante personal de mi padre. Una mujer que lleva quince años trabajando aquí. La que me llevaba de la mano a la cafetería cuando mi padre tenía mucho trabajo, la que me abrazaba cuando murió mi madre. La mujer que ha sido como una hermana para mí durante estos meses.
—¿Cómo lo has descubierto?
—Ayer te dejaste el maletín sobre tu escritorio.
—¿Y te pusiste a investigar? ¿Sigues sin confiar en mí?
—Ese no es el asunto. No intentes darle la vuelta acusándome de…
—Ya sé que no confías en mí —la interrumpió él—. ¿Quieres o no quieres salvar esta cadena de hoteles, Paula?
Ella se cruzó de brazos.
—Esa es una pregunta estúpida.
—Si has visto el informe sabrás que Ally tiene cosas en su pasado que no la convierten en una santa precisamente.
—No lo he leído todo, pero…
—Fue detenida en la universidad por conducta libidinosa…
—Por el amor de Dios… ¡estaba en una fiesta de primavera! Toda la universidad estaba de juerga. Llevaron a la mitad de los alumnos a la comisaría, sus padres pagaron una multa y se acabó. Ella misma me lo ha contado.
—Una vez la pillaron robando —insistió Pedro.
—¿Qué, un paquete de chicles?
—No, algo más serio que eso. La pillaron robando ropa en una boutique.
—Ally tuvo una infancia difícil —replicó Paula—. Su madre la crió sola y tuvo que ponerse a trabajar desde muy joven para poder pagarse los estudios. Mi padre le dio una oportunidad hace quince años y no lo lamentó nunca.
—Por eso precisamente. Tu padre confiaba en ella y Ally podría usar eso en su contra.
—¿Por qué iba a hacerlo?
—No lo sé.
—¿Y si no lo sabes por qué la acusas?
Pedro dejó escapar un suspiro.
—Muy bien, ¿puedes explicar las cantidades que ha ingresado a su cuenta corriente durante los últimos seis meses?
—¿Qué?
—Me has oído, Paula. Ally ha ingresado grandes cantidades de dinero en tres ocasiones. Sé lo que gana aquí. Un salario muy decente, pero no tanto como para hacer esos ingresos. Los problemas de la cadena Chaves empezaron más o menos cuando ella hizo el primer ingreso… Y yo no creo en las coincidencias.
A Paula se le encogió el corazón. No podía ser.
—Tiene que haber una explicación…
—Ally trabajaba al lado de tu padre, lo sabía todo sobre el negocio. Seguro que sabe cosas de las que ni siquiera el vicepresidente tiene conocimiento.
—Sigo sin creerlo.
—Cariño, si quieres salvar esta empresa, tendrás que creer cosas que no quieres creer.
—Es imposible. Ally no haría…
Pedro dejó escapar un suspiro.
—Curioso, ¿no? Prefieres confiar en una empleada que esconde secretos antes que confiar en tu propio marido.
Paula lo miró, pensativa. Tenía razón. Pero cada vez que le parecía que su matrimonio podría funcionar, él hacía algo que la obligaba a dudar de nuevo.
Pedro la miró, sin poder disimular su amargura.
—Me gustaría que te tomases un par de días libres al final de la semana.
—¿Para qué?
—Es hora de conocer a mi madre.
CAPITULO 24: (SEGUNDA HISTORIA)
—Pensé que los problemas en los hoteles terminarían después de casarme contigo —dijo Paula una semana después.
—Trabajo rápido, cariño, pero no tanto. Tengo al mejor hombre de Los Ángeles investigando…
—Ya te dije que yo tenía mi propio investigador.
—Nadie es como Code Landon. Tiene un sexto sentido para estas cosas.
—¿Code? Por favor, suena como el nombre de un agente secreto de comic.
—Pues te aseguro que Cody Nash Landon no es ningún personaje de comic. Y siempre consigue lo que quiere. Eso es algo que tenemos en común.
Paula apretó los labios. Debía admitir que su marido había tomado las riendas de la cadena Chaves y ya empezaba a notarse la diferencia. Claro que, al fin y al cabo, ése era su negocio. Pero aún no confiaba en él. Estaba segura de que pronto se delataría.
—¿Cuál de nuestros competidores ganaría más si Chaves fracasara?
Pedro hizo una mueca.
—¿Y si te dijera que el problema de los Chaves es un sabotaje desde dentro?
—¿Cómo?
—Que alguien de la empresa es el responsable de todos esos accidentes.
—¿Qué? Imposible. Mi padre estaba orgulloso de la lealtad de todos sus empleados…
—Paula, eres una ingenua. Esto es un negocio y alguien tiene mucho que ganar si consigue cargarse la cadena Chaves.
—Pero no puede ser. Han sido demasiados accidentes, todos diferentes… y siempre en distintos hoteles.
—No te preocupes. Yo averiguaré lo que está pasando.
—Es mi problema, Pedro.
—Cariño, tú tienes problemas más importantes —sonrió él, quitándole el prendedor del pelo—. ¿Por qué te sujetas el pelo? Me gustas más con la melena suelta…
—¿Qué has querido decir con eso? ¿A qué problemas te refieres?
—Al niño. A ti y a mí… a nosotros.
—Nos hemos casado por el niño, Pedro. No hay un nosotros —replicó Paula, apartando la mirada.
«No olvides que él fue el último en ver a tu padre con vida».
«¿Quién sabe si le dijo algo que le provocó el infarto?»
Esa misma pregunta la perseguía día y noche. Quizá nunca sabría la verdad. Quizá su matrimonio con Pedro era el mayor error que había cometido en su vida. ¿Cómo podía planear un futuro con un hombre en el que no confiaba?
—Sí bueno… ¿no tenías una cita con el ginecólogo esta tarde?
—Sí, pero…
—Yo te llevaré.
Paula no quería que lo hiciera. Las dudas se la estaban comiendo por dentro y no podía controlar el miedo de haber traicionado a su padre al casarse con Pedro. Pero cada vez que la tocaba, el deseo se apoderaba de ella…
—No es necesario.
—Pero es que quiero ir. También es mi hijo.
Paula arrugó el ceño. Había esperado que lo exigiera, que se mostrase autoritario… En lugar de eso, casi estaba pidiéndole permiso.
—Sí, bueno, como quieras.
Más tarde, en la cama, Pedro se colocó detrás de ella y puso una mano sobre su vientre.
—Nuestro hijo…
—O hija.
—O hija —repitió él—. Según el ginecólogo, está muy sano o sana.
—Yo quiero a este niño, Pedro —suspiró Paula—. Y pienso hacer todo lo que pueda para comer y descansar.
Él apartó el pelo de su espalda.
—Estoy seguro de que el niño está encantado ahí dentro.
—Ha sido emocionante oír los latidos de su corazón, ¿verdad?
Jamás pensó que sería madre tan joven. Tenía planes para el futuro, pero… ni siquiera cuando estaba prometida con Jeremias planeó tener hijos tan pronto. Pero ahora, después de ver la ecografía, su instinto maternal había despertado. El niño crecía dentro de ella. Y el ginecólogo le había confirmado que todo parecía ir perfectamente.
Pedro le pasó una pierna por encima y apoyó la barbilla en su hombro, suspirando.
—¿Pedro?
—No pasa nada, cariño. Duérmete —murmuró él.
Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas.
A veces, de verdad le gustaba su marido.
Y si lo intentaba, incluso podría convencerse a sí misma de que no estaba enamorándose de él.
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