viernes, 5 de agosto de 2016
CAPITULO 17: (SEGUNDA HISTORIA)
Pedro la llevó en brazos al dormitorio y la dejó suavemente sobre la cama.
—Paula… Paula, despierta.
Ella abrió los ojos.
—¿Qué… ha pasado?
—Te has desmayado. Pero enseguida te pondrás bien.
—Estoy bien —dijo ella, intentando incorporarse—. Ya puedes irte.
Pedro la tomó por los hombros.
—No te muevas. Espera, vuelvo enseguida.
Nervioso, entró en el cuarto de baño y metió una toalla bajo el grifo del agua fría. Mientras lo hacía, sin darse cuenta miró en la papelera que había bajo el lavabo.
En la papelera había una cajita… una prueba de embarazo.
Pedro miró la caja, atónito.
Y entonces todo empezó a tener sentido.
Paula estaba embarazada.
Las dos veces que se habían visto ella estaba pálida y parecía agotada. Muy diferente a la chica que había conocido en Maui. Y esa noche no había querido probar bocado, no había tomado alcohol…
¿Cómo no se había dado cuenta antes?
Paula decía que era estrés y él sabía que no era eso. Pero nunca habría imaginado que estaba embarazada. Un hijo.
Pedro no podía creerlo. Si no se hubiera desmayado quizá no lo habría sabido nunca. Y tenía derecho a saberlo.
¿Cuándo pensaba contárselo?
Paula tenía los ojos cerrados cuando entró en el dormitorio.
Suspirando, le puso la toalla en la frente y se sentó a su lado.
—Gracias —murmuró ella.
Pedro miró aquella habitación tan femenina: un edredón rosa, cortinas de hilo blanco. En las paredes había fotografías en blanco y negro, en color, en sepia. Se había rodeado de todo lo que le gustaba. Esas fotografías, sus fotografías, contaban su historia mejor que nada. Su padre no había sabido ver su talento. Nicolas Chaves no conocía a la auténtica Paula.
Pedro reconoció una de las fotos: una vista del Pacífico desde el cráter de Haleakala…
—¿Cuándo ibas a decírmelo?
—¿Decirte qué?
—Que vas a tener un hijo.
Paula abrió los ojos de golpe y, si pensar, se llevó una mano al abdomen. Ese gesto lo decía todo.
—Estás embarazada, ¿verdad?
Ella asintió con la cabeza.
—¿De cuánto tiempo?
Paula tenía que saber qué le estaba preguntando. ¿Era él el padre? Después de todo, estaba prometida y a punto de casarse cuando se conocieron.
—De siete semanas.
Pedro hizo la cuenta… habían estado juntos exactamente siete semanas antes.
—¿Estás segura?
—El ginecólogo me lo ha confirmado.
—¿Cuándo? ¿Desde cuándo lo sabes?
—Desde ayer.
Pedro se levantó de golpe, paseando por la habitación para controlar su rabia.
—Me has visto dos veces desde ayer y no me habías dicho nada…
—Estaba intentando acostumbrarme a la idea.
—No es una idea, es un niño.
—Me refiero a ti, Pedro. Me refiero a la idea de que tú eres el padre.
Pedro soltó una palabrota y Paula se levantó, indignada.
—¡Estás en mi casa!
—Tenemos que hablar de esto.
—No estoy lista para hablar de ello…
—Entonces, hablaré yo. Quiero que nos casemos…
—¿Qué?
—En cuanto podamos arreglar los papeles. Celebraremos una ceremonia discreta y…
—¿Estás loco? No pienso casarme contigo.
—Esto no es negociable.
—¿Que no es negociable? Muy bien, te he mentido. El niño no es tuyo, es de Joe, el camarero del bar. ¿Te acuerdas de él?
—Sí, claro que me acuerdo. Su mujer, Tessie, también trabajaba en el Wind Breeze y no se apartaba de su lado. Buen intento, Paula.
Ella puso los ojos en blanco.
—Por favor…
—No lo niegues, el niño es mío —Pedro estaba completamente seguro de eso—. Y te casarás conmigo.
—Harías cualquier cosa con tal de poner tus manos en la cadena de hoteles Chaves, ¿verdad?
—Si no recuerdo mal, tú pusiste tus manos sobre mí sin ningún problema más de una vez en Maui. Así que no vayas por ahí señalando a nadie con el dedo. Los dos somos responsables de esto.
—Y yo estoy dispuesta a aceptar la responsabilidad —replicó Paula—. Tú quedas eximido de todo…
—¡De eso nada! Y tú sabes muy bien que esto no tiene nada que ver con los hoteles. Vas a tener un hijo mío y quiero que lleve mi apellido. Pienso cuidar de ti mientras estés embarazada…
—¿Qué quieres decir, que no sé cuidar de mi hijo?
—No lo sé. Demuéstramelo.
—¿Cómo?
—Casándote conmigo.
—Mi respuesta es no —contestó ella.
Pedro la fulminó con la mirada. Si lo que quería era una pelea, la tendría.
—Mi hijo llevará mi apellido y tendrá mi protección. Y si no aceptas esta propuesta, te garantizo que la cadena de hoteles se hundirá, Paula. Estás hasta el cuello de deudas. Yo rescataré tu empresa… la empresa de tu padre.
—No necesito…
—¿Quieres o no quieres salvar los hoteles Chaves?
CAPITULO 16: (SEGUNDA HISTORIA)
Paula no lo creía. Sentada en la limusina después de la cena, recordando lo que le había dicho, miró por la ventanilla para no tener que soportar la mirada de Pedro Alfonso.
Según él, había sido una simple reunión de negocios. Pedro no había dicho nada fuera de lo normal. Le había hecho una oferta y estaba dispuesto a negociar. Incluso le había ofrecido a su padre un puesto ejecutivo en la empresa.
Paula podía imaginar cómo se habría tomado eso su padre.
Y mientras hablaba, se daba cuenta de que Pedro intentaba disimular el odio que sentía por Nicolas Chavesl. Había hecho los deberes y sabía que Pedro y sus hermanos habían estado intentando comprar la cadena Swan durante algún tiempo. Igual que su padre, que al final había conseguido el trato. Los Alfonso habían cortejado al señor Swan y se habían gastado una gran cantidad de dinero intentando convencerlo para que vendiera. Querían ampliar su negocio, pero su padre guardaba un as en la manga que no conocía nadie más que él.
Sus tácticas dejaban mucho que desear, sí. Pero Nicolas Chaves había logrado levantar su empresa trabajando y sabía cómo pelear sucio cuando hacía falta. Por lo visto, sabía algo sobre Clayton Swan que Clayton quería que permaneciese en secreto; algo personal y que podría comprometer su vida familiar.
Lo que Paula no sabía era si habría tenido que coaccionarlo.
Quizá sencillamente le había hecho una oferta mejor. Era lo que quería pensar, claro. Pero eso significaba que los Alfonso no habían conseguido el trato. Y si había algo que supiera sobre Pedro era que no le gustaba perder.
—No pienso rendirme, Paula —dijo él cuando llegaron a su casa.
—Y yo no pienso vender, Pedro —replicó ella.
No podía traicionar a su padre. Le había hecho una promesa y pensaba cumplirla. Trabajaría el doble para descubrir la causa de los problemas si hacía falta. Gerardo había aumentado la seguridad en los hoteles y la había convencido para que contratase a un investigador privado. Paula estaba segura de que pronto encontrarían la respuesta.
—Gracias por la cena —añadió—. Esto da por terminada nuestra conversación. Adiós.
Sería mejor no volver a ver a Pedro Alfonso a menos que fuera absolutamente necesario. No confiaba en él. No le diría nada sobre el niño. Tenía demasiadas preocupaciones en aquel momento…
En cuanto pisó la acera, su cabeza empezó a dar vueltas.
Paula intentó apoyarse en el coche, pero se le doblaban las piernas.
—¿Qué te pasa? —exclamó Pedro, saliendo de la limusina a toda prisa—. Paula… deberías haber comido algo.
—No, yo…
Pedro buscó las llaves en su bolso y abrió la puerta.
Mareada, Paula no podía discutir.
—Puedes… irte. Entraré sola…
—Sí, seguro.
—No te… he invitado.
Paula miró los ojos oscuros de Pedro durante un segundo y después todo se volvió negro.
CAPITULO 15: (SEGUNDA HISTORIA)
Al principio, Pedro había querido odiar a Paula Chaves.
Tenía que ser la niña mimada y rica de Nicolas Chaves, se decía. ¿Cómo iba a ser de otra manera? Pero, en realidad, era muy diferente a su padre, lo cual fue una sorpresa. La mujer del cuerpo hermoso y los preciosos ojos azules tenía sentido del humor y una buena cabeza sobre los hombros.
En su búsqueda de información, Pedro había descubierto que disfrutaba estando con ella en la isla.
Él quería sus hoteles y Paula no podía ni mirarlo a la cara.
Lo miraba como si, de repente, fuera a echar fuego por la boca. Pero no era una damisela en desgracia. Había intentando convencerla de que le vendiera los hoteles sin éxito. Ahora tendría que apelar a sus emociones.
Cuando llegaron al restaurante, Pedro tomó su mano, pero Paula se apartó. Inmediatamente los llevaron hasta un reservado.
—Espero que le guste, señor Alfonso—dijo Bradley, el maître.
—Es perfecto. Gracias.
Una bandeja de ostras y una botella del mejor vino blanco los esperaban. Fuera, las luces del restaurante iluminaban la playa. Las estrellas brillaban en el cielo y el calor del verano se filtraba por los ventanales abiertos… todo aquello era una pesadilla.
—Esto es muy bonito, Pedro. Pero no me parece un sitio adecuado para tener una conversación de negocios.
—No te preocupes por eso.
Paula miró las ostras y todo el color de su cara se evaporó.
—¿Qué pasa? Pensé que te gustaban las ostras. En Maui…
—¡No sigas! —lo interrumpió ella—. Te agradecería que no me recordases nada de Maui.
—¿Por qué? ¿De qué tienes miedo?
—¿No querías hablar de negocios? Pues eso es lo que vamos a hacer.
—¿Antes de pedir la cena? Lo siento, cariño, pero tengo hambre. Hablaremos de negocios después de cenar.
Cuando llegó el camarero se mostró preocupado.
—¿Ocurre algo con las ostras, señor Alfonso? Le aseguro que son de la mejor calidad…
—No, no se preocupe —le aseguró Pedro, tomando un sorbo de vino—. Creo que ya podemos pedir.
El hombre sonrió mientras recitaba la lista de los platos especiales del día. Pedro escuchaba, mirando a Paula de reojo. Paula, que se ponía más pálida a medida que el camarero describía los platos en detalle.
—Si me permites pedir por ti, creo que el pez espada…
—Yo sólo quiero una ensalada verde —lo interrumpió ella.
—¿Ensalada verde?
El camarero se echó hacia atrás como si lo hubiera abofeteado.
—Puedo sugerir una ensalada de langostinos y gambas con crema de langosta…
—No, por favor, una ensalada verde… sin crema alguna —lo interrumpió Paula.
Pedro miró al camarero.
—Tráiganos una ensalada y dos platos de pez espada. Voy a ver si puedo hacer que la señorita cambie de opinión.
—Sí, señor Alfonso—murmuró el hombre, alejándose con expresión compungida.
—No me digas que estás a dieta —sonrió Pedro.
Paula miró por la ventana, fingiendo estar muy interesada en el paisaje.
—No, pero no tengo hambre.
—Has perdido peso,Paula. Sigues guapísima, pero…
—Es el estrés.
—Y para eso estoy yo aquí, para aliviar tu estrés.
—¿No me digas?
—Toma un poco de vino. Relájate.
—No, yo no… —Paula no pudo terminar la frase. Empezaba a sentirse realmente angustiada.
—Por favor, escúchame. Tus hoteles se están hundiendo…
—Lo sé perfectamente.
—Deberías vender la cadena mientras puedas conseguir algún beneficio.
—La situación no es tan mala.
—A lo mejor tú no conoces todos los datos.
—Los conozco perfectamente —replicó ella.
—Tu padre no habría querido que su empresa se hundiera, Paula. Estoy seguro de que habría preferido que los vendieras antes que ver su reputación destrozada. Tu padre deseaba salvarlos… por eso quería que volvieras a casa. No confiaba en nadie más que en ti. Él no querría que sufrieras, Paula. Y no querría que te arruinases.
—No me voy a arruinar, Pedro. No exageres.
La ensalada llegó en ese momento y Paula dejó de hablar mientras el camarero dejaba los platos sobre la mesa. Pedro la observó tomar una hoja de lechuga con el tenedor… y dar vueltas en el plato. Pero no probó bocado.
—Te arruinarás si los hoteles siguen perdiendo dinero.
—Que yo sepa, tú podrías ser el responsable de todos nuestros problemas.
—¿Yo?
—Sí, tú. ¿Tanto los deseas?
—Si creyeras eso de verdad no estarías cenando conmigo —suspiró Pedro—. No, creo que quieres oír lo que tengo que decirte.
—No sé si te creo, pero tengo que saber qué ocurrió entre mi padre y tú ese día. Y quiero que me digas la verdad.
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