domingo, 24 de julio de 2016
CAPITULO 12 : (PRIMERA HISTORIA)
Por supuesto que tenía la vida que quería. Aunque su hermano y Paula le sugirieran que necesitaba una novia seria, no necesitaba hablar de reproducción con sus padres, lo que necesitaba era que la empresa fuera cada día mejor y para ello tenía que concentrarse aquella noche en agradar a Samuel Chaves.
Cuando llegaron a casa de los padres de Paula, Pedro se encontró con una mansión de arquitectura grandiosa llena de flores frescas y pequeños detalles que lo hacían parecer un hogar acogedor.
Pedro siguió a Paula, que atravesó un salón enorme de techo abovedado y avanzó por un amplio pasillo hasta el porche, que daba a una maravillosa pradera de césped salpicada de palmeras.
La madre de Paula estaba poniendo unas flores sobre la mesa de mimbre mientras su padre preparaba la barbacoa.
—Papá, mamá, os presento a mi amigo Pedro Alfonso. Pedro, éstos son mis padres, Nancy y Samuel Chaves.
Nancy levantó la mirada y estrechó la mano de Pedro mientras miraba a su hija de manera inequívoca. Oh, oh. Pedro no había considerado que los padres de Paula podrían creer que estaban saliendo juntos.
—¿Pedro Alfonso-DuCarter? —sonrió Samuel acercándose.
Pedro asintió.
—Vaya, vaya, vaya… —comentó el padre de Paula mirando a su hija—. Esto parece sacado de una novela de Shakespeare —sonrió.
Paula miró extrañada a Pedro mientras sus padres se perdían en el interior de la casa con la excusa de ir a preparar unos martinis.
—Romeo y Julieta —le aclaró Pedro.
Paula lo miró confundida.
—Los Chaves y los Alfonso-DuCarter —insistió Pedro—. Tu padre cree que somos pareja.
—Pues no entiendo por qué cree algo así.
—¿A cuántos hombres has traído a tu casa?
—Vaya… —se lamentó Paula.
—Vas a tener que tener cuidado durante la cena. No me vayas a mirar con deseo.
Paula lo miró indignada.
—Podría suceder. Al fin y al cabo, soy un hombre guapo y de dinero.
—Sí, y con un ego del tamaño del monte Rushmore.
—El tamaño importa, ¿no? —sonrió Pedro encantado.
CAPITULO 11 : (PRIMERA HISTORIA)
Lo cierto era que Paula no quería cumplir con su parte del trato. Habían pasado dos semanas desde que los obreros los habían sacado a Pedro y a ella del restaurante y no lo había vuelto a ver desde entonces.
Sin embargo, sus besos la habían dejado tensa y nerviosa.
Durante el día, no podía dejar de pensar en él y por la noche, cuando cerraba los ojos, lo veía, oía su voz y sentía sus manos.
Cuando tenía veinte años, había visto cómo muchas de sus mejores amigas se enamoraban de tiburones sin escrúpulos que les habían pulverizado el corazón. Ella se había jurado que jamás caería en aquella trampa.
Lo cierto era que, en lugar de arrepentirse de lo que había sucedido entre Pedro y ella, los recuerdos de aquella noche la excitaban tanto que sabía que tenía que permanecer alejada de él si no quería quemarse.
Eso significaba que no podía organizar la cena con su familia y aquello quería decir que no iba a cumplir con su parte del trato. Pedro se daría cuenta tarde o temprano y se iba a enfadar. Había evitado sus llamadas telefónicas y suponía que Pedro estaría a punto de perder la paciencia.
Así debía de ser porque, cuando llegó con Juliana al café donde solían descansar después de montar en bicicleta, se lo encontró acompañando a su hermano, que había quedado allí con su esposa.
Nada más verla y en cuanto Juliana y Tomas se perdieron en el interior del café, Pedro entró a la carga y le preguntó si había hablado con su padre. Paula mintió diciéndole que no había tenido tiempo.
—Eso tiene fácil arreglo —sonrió Pedro sacándose el teléfono móvil del bolsillo—. Llama a tu casa.
—¿Ahora? —se sorprendió Paula.
—Ahora mismo.
Paula marcó el número de su casa y esperó a que Anna la pasara con su madre.
—¿Paula?
—Hola, mamá.
—¿Qué tal estás, cariño?
—Bien. ¿Y vosotros?
—Tirando. Tu padre acaba de volver de Texas.
—¿Ah, sí?
—Sí, se ha comprado un toro.
—¿Un toro? —se extrañó Paula.
—Sí, se llama Captain Fantastic.
Aquello sorprendió a Paula, pero se dijo que su padre siempre había tenido buen ojo para los negocios.
—¿Y cómo se le ha ocurrido algo así?
—Por lo visto, el semen es muy valioso.
—¿Semen?
Pedro la miró sobresaltado.
—Es un toro semental —le explicó su madre a Paula—. Bueno, supongo que no me habrás llamado para hablar del toro de tu padre. ¿Qué querías, cielo?
—Quería pasar a veros. ¿Estáis libres…?
—Esta noche —apuntó Pedro.
Paula lo miró con desprecio.
—Esta noche —insistió Pedro.
—Esta noche —cedió Paula.
—Sí, para ti siempre estamos libres, ya lo sabes.
—Quería llevar a un amigo…
—Perfecto. A tu padre le encantará tener a alguien con quien hablar de Captain Fantastic —contestó su madre refiriéndose al toro—. Espero que a tu amigo le interese la cría de toros porque tu padre está obsesionado con el tema últimamente…
Paula sonrió encantada. Le estaría bien empleado a Pedro por arrinconarla de aquella manera.
—Ya está —anunció.
—Muy bien —asintió Pedro
Paula estaba segura de que, si su padre tenía la cabeza en ponerse a criar toros, no estaría ni mínimamente interesado en hacer negocios de telecomunicaciones con Pedro. Eso significaba que, en cuanto terminara la reforma del Quayside, lo perdería de vista.
Pedro le abrió la puerta y Paula sonrió y entró.
—¿De qué te ríes? —le preguntó él.
—De nada —contestó Paula entrando en el café.
—¿De qué hablabas con tu madre? —quiso saber Pedro mientras avanzaban hacia la mesa en la que los esperaban Juliana y Tomas.
—De cosas de mujeres —contestó Paula.
—¿De semen?
—Sí, mi madre y yo nos pasamos la vida hablando de semen —contestó Paula—. ¿De qué hablas tú con tu padre?
—Del índice Nasdaq.
—Pedro, deberías tener más vida.
—Paula, tengo la vida que quiero.
CAPITULO 10 : (PRIMERA HISTORIA)
¿Diez?
Pedro se quedó de piedra.
—¿Diez? —dijo atragantándose con el vino.
—Sí, diez —contestó Paula.
—No lo entiendo.
Paula se lo puso por escrito en una servilleta. Pedro se quedó mirando el número y sacudió la cabeza.
—¿Me vas a dar diez besos?
Paula asintió.
—De verdad que no lo entiendo. ¿Dónde está la trampa? —preguntó Pedro poniéndose en pie.
—No hay trampa —contestó Paula poniéndose en pie también.
—Pero si no paramos de pelearnos.
—Supongo que estamos haciendo las paces.
La tenía tan cerca que percibía el aroma de su champú y el calor de su cuerpo. Aquella mujer era increíblemente guapa y sensual. De repente, a Pedro se le ocurrió que, tal vez, el
haberse estado peleando continuamente con ella no había sido más que un mecanismo de defensa.
—Esto va a cambiar las cosas entre nosotros —le advirtió.
—Dependerá de los besos —contestó Paula con una sonrisa traviesa en los labios.
—Qué presión —dijo Pedro.
—Según tengo entendido, trabajas muy bien en situaciones de presión.
—Así es —confesó Pedro tomándole el rostro entre las manos.
Acto seguido, se acercó a su boca y tocó sus labios levemente. El primer beso fue delicado.
Bueno, Pedro comenzó de manera delicada, pero, cuando Paula abrió los labios de repente y Pedro probó la dulzura de su boca, el hambre entró en su torrente sanguíneo y el deseo se apoderó de él por completo.
Aquello le hizo apretarse contra su cuerpo, deslizar una mano entre sus cabellos y disfrutar de su tacto mientras la besaba de nuevo. Deslizó la otra mano hasta su cintura y, cuando recordó que Paula no llevaba braguitas, sintió que explotaba de deseo.
Cuando Paula le colocó las manos sobre los hombros, Pedro la apretó contra su erección y, para su sorpresa, Paula no se retiró, sino que se derritió contra él y abrió más los labios, lo que le permitió a Pedro meter la lengua dentro de su boca. Paula emitió un murmullo de placer, lo que hizo que la pasión de Pedro aumentara.
Pedro sintió que el oxígeno se evaporaba de su cuerpo, que la estancia daba vueltas y que el mundo exterior no existía, sólo el sabor, el olor y la suavidad de Paula, a la que no podía parar de besar.
Mientras le acariciaba la nuca, Paula ladeó la cabeza y susurró su nombre. Pedro la tomó en brazos y la levantó del suelo. Al hacerlo, el vestido se deslizó por sus muslos y las yemas de los dedos de Pedro entraron en contacto con la parte interna de sus muslos desnudos. Al instante, sintió que mil sensaciones se apoderaban de él con la fuerza de un huracán.
Si seguían, no iban a poder parar.
Haciendo un esfuerzo sobrehumano, dejó de besarla, la depositó de nuevo en el suelo y la miró a los ojos. Paula tenía las pupilas dilatadas por el deseo y la respiración entrecortada.
—Uno —susurró.
—Esto es muy fuerte —le advirtió Pedro agarrándola de la cintura.
—Lo que ha habido entre nosotros siempre ha sido muy fuerte, desde el mismo instante en el que nos conocimos —le recordó Paula agarrándolo de los bíceps.
Pedro estaba de acuerdo, así que tomó aire y volvió a besarla. Mientras lo hacía, sus pulgares avanzaron hasta los alrededores de sus pezones. Fue entonces cuando se dio cuenta de que el trato sólo incluía besos.
Pedro comenzó besarla por el cuello. Uno de los tirantes del vestido se deslizó por el hombro de Paula, dejando a la vista la parte superior de uno de sus pechos. Al verlo, Pedro cerró los ojos con fuerza. Aquello era una tortura que lo llevó a descansar la frente sobre la de Paula mientras intentaba controlar su ritmo respiratorio, completamente desbocado.
Paula comenzó a besarlo por el cuello y le pasó los brazos.
Pedro tuvo que hacer un gran esfuerzo para no desnudarla allí mismo. Cuando tomó uno de sus pechos en la palma de su mano, Paula susurró su nombre. Pedro deslizó la mano dentro del vestido y le tocó un pezón, que se endureció al instante.
Pedro sintió que no podía más.
Volvió a besar a Paula en la boca. El deseo era tan fuerte e intenso que le dolía. Sabía que, si seguían, en breve estarían en la cama.
—Debemos parar —dijo apartándose levemente.
Paula lo miró confusa.
—O paramos ahora mismo o me voy a por una caja de preservativos y nos liamos la manta a la cabeza —le advirtió Pedro.
Paula se quedó pensativa. Pedro rezó para que eligiera la segunda opción aunque fuera una locura.
—De acuerdo —contestó Paula dando un paso atrás.
¿De acuerdo qué?
—No sé en qué estaba pensando —añadió llevándose la mano a la cabeza—. Será mejor que nos olvidemos de lo que ha ocurrido.
—Muy bien —contestó Pedro intentando disimular la frustración.
Paula se acercó a la mesa y apagó la vela.
—Será mejor que nos vayamos a dormir. Mañana por la mañana, nos sacarán de aquí y todo volverá a la normalidad —le dijo subiéndose el tirante del vestido.
—¿Y nuestro trato? ¿Me vas a presentar a tu familia?
Paula se giró hacia él y lo miró a los ojos en silencio. Pedro tuvo que hacer un gran esfuerzo para no correr de nuevo hacia ella.
—Un trato es un trato —murmuró Paula.
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)