miércoles, 10 de agosto de 2016

CAPITULO FINAL: (SEGUNDA HISTORIA)





En cuanto llegó a casa, Paula marcó un número de teléfono.


—Ally, soy Elena. ¿Puedes comer conmigo?


—Estoy liadísima…


—Sí, ya sé que estás liadísima, soy tu jefa. Pero te doy el resto del día libre —la interrumpió Paula—. Tengo que hablar contigo.


—¿En serio? ¿Por fin vamos a hablar de nuestras cosas como hacíamos antes? Hace siglos…


—Ally, no le digas a nadie que te he llamado. Iré a buscarte a la oficina dentro de una hora.


—Muy bien, de acuerdo.


Una hora después, Paula y Ally estaban sentadas en un restaurante italiano cerca de la oficina.


—¿No vas a tomar una copa de vino?


—No, hoy no. Y no creo que pueda tomar alcohol en unos seis meses. Es de eso de lo que quería hablarte. Estoy embarazada.


Los ojos pardos de Ally se iluminaron.


—¿En serio? ¡Pero eso es genial! Claro, por eso te casaste a toda prisa…


—Es evidente, ¿no?


—Sí, desde luego. ¿Estás muy enamorada de tu marido, Paula?


Ella lo pensó un momento.


—Sí, estoy enamorada de él.


—Has tenido mucha suerte. Pedro está loco por ti. No deja de mirarte y pone una carita…


—¿Tú crees? —murmuró Paula, escéptica—. Bueno, háblame de ti. ¿Cómo va tu vida amorosa?


—Conocí a un hombre estupendo… y resulta que estaba casado.


—Oh, no.


—Sí, me gustaba muchísimo, pero era un mentiroso…


Siguieron charlando durante la comida y, cuando volvió a casa, Paula supo que Ally estaba en lo cierto; había tenido suerte de encontrar a Pedro Alfonso. La verdad había estado delante de sus ojos todo el tiempo, pero ella no había querido verla. Estaba en la manera en que trataba a su familia, en cómo llevaba la alianza de su padre con orgullo, en cómo cuidaba de ella, aunque ella no hubiese querido admitir sus gestos de cariño.


¿Cómo había podido estar tan ciega?


Nerviosa, tomó su bolso y se dirigió a la oficina. Era tarde, pero tenía que hablar con él lo antes posible.


Los despachos de la planta principal estaban vacíos y las luces apagadas… No, no todas. La del despacho de Gerardo estaba encendida y…


—Los hoteles están perdiendo dinero por todas partes, pero no puedo garantizarte que vaya a vender. No, aún no. Sí, ya sé que me estás pagando para eso, pero te digo que no puedo presionarla más…


Paula asomó la cabeza en el despacho y Gerardo colgó el teléfono a toda prisa.


—Paula, no sabía que estuvieras aquí.


Atónita, Paula lo miraba sin creer lo que acababa de oír.


Pedro tenía razón. Eras tú. Tú nos has vendido a la competencia. ¿Por qué, Gerardo?


—¿Cómo? Ah, te refieres a la conversación… Puede que sonase rara, pero te aseguro que…


—¡No me mientas! Lo he oído todo, Gerardo. Te están pagando para que provoques esos accidentes. Para obligarme a vender. Mi padre… mi padre te quería como a un hijo. Confiaba en ti.


—Tu padre ya no podía dirigir el negocio, Paula —dijo Gerardo entonces. Su expresión había cambiado por completo. Ya no era el amigo de toda la vida, era… un desconocido—. Te puso a ti a cargo de la empresa. A ti, que no sabes nada del negocio, mientras yo llevo aquí años ayudándolo a levantar este imperio, encargándome de cada detalle, trabajando día y noche. ¿Y qué recibo a cambio?


—Tenías una posición extraordinaria en la empresa y el respeto de todos. Y la lealtad de mi padre. ¡Una lealtad de la que tú has abusado!


—No sabes lo que dices, Paula.


—Claro que lo sé.


Gerardo intentó dirigirse hacia la puerta, pero Paula le cortó el paso.


—Voy a llamar a la policía.


—¡Apártate!


Gerardo la empujó con fuerza contra la pared y Paula cayó al suelo. Medio mareada, vio que Pedro entraba en el despacho con dos guardas de seguridad. Al verla en el suelo, tomó a Gerardo por las solapas y lo empujó contra la puerta.


—Vas a pagar por esto…


Pedro, estoy bien —dijo ella.


—¿Seguro?


—Seguro.


Él le hizo un gesto a los de seguridad para que se llevaran a Gerardo.


—Tenemos la prueba que necesitábamos y vas a estar encerrado durante mucho tiempo, amigo. Parece que uno de los directores lo ha confesado todo y… ¿a que no adivinas qué nombre no dejaba de sonar? Llévenlo abajo. La policía ya viene hacia aquí.


Pedro


—Cariño… ¿estás bien de verdad? —murmuró él, tomándola en sus brazos.


—Sí, sí, sólo ha sido un empujón —contestó Paula, con lágrimas en los ojos.


—No llores —dijo Pedro, acariciando su pelo—. La cadena ya no corre peligro.


—No lloro por eso. Lloro porque no quise creer en ti —suspiró ella—. No confiaba en ti cuando eras inocente de todo…


—En fin, así es la vida —sonrió su marido.


—¿No estás enfadado conmigo?


—No, lo estuve, pero ya no. Es difícil estar enfadado con la mujer a la que uno quiere.


Paula lo miró a los ojos.


—¿Me quieres de verdad?


—Te quiero mucho. Creo que empecé a quererte en Maui —contestó él, acariciando su cara—. ¿Sabes cuál fue mi primera impresión al verte?


—¿Cuál?


—Me pareciste la mujer más bella que había visto nunca. Antes de saber quién eras me sentí absolutamente atraído por ti. Y luego, cuando nos casamos, me lanzaste un reto: dijiste que podría conquistar tu cuerpo, pero nunca lograría tu corazón. Gran error, cariño —sonrió Pedro—. En ese momento supe que no sería feliz hasta que lo hubiera conquistado, hasta que tú me quisieras tanto como yo a ti porque me había enamorado como un loco.


—Oh, Pedro, yo también te quiero. Te quiero desde hace tiempo, pero me daba miedo confiar en ti.


—Entonces, tú también me has mentido. Me querías, pero no estabas dispuesta a admitirlo. Supongo que ahora estamos en paz.


—¿En paz? —rió Paula, fingiendo indignación—. Cariño, pasarán años hasta que estemos en paz.


—¿Otro reto?


—No, no es un reto. Es un hecho.


—Pienso llevarte al Wind Breeze a pasar nuestra luna de miel. Y nos atreveremos a todo, cariño. Quiero que sea allí donde empecemos nuestra vida juntos.


—Yo también.


—Eres mi futuro, Paula. Tú, yo, nuestro hijo… vamos a tener una vida maravillosa.


—Sí, desde luego que sí —asintió ella.


Por fin podía ofrecerle la confianza que él esperaba porque sabía que cuando Pedro Alfonso prometía algo… siempre cumplía sus promesas.


Fin





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