miércoles, 10 de agosto de 2016
CAPITULO 31: (SEGUNDA HISTORIA)
Esa noche cenaron una sencilla ensalada de pollo en la terraza. Descalzo, con unos vaqueros viejos y una camiseta blanca, moreno y lleno de vitalidad, Pedro parecía más relajado que nunca. Y más guapo también.
—No tienes que beber agua. No me importa que bebas alcohol.
—¿Estás intentando corromperme?
—¿Podría hacerlo?
—Creo que sí —sonrió Pedro—. Con ese vestido, no tendrías que esforzarte mucho.
Era un vestido de Donna Karan que Julia la había convencido para que comprase.
—Está hecho para ti —le había dicho—. Póntelo porque pronto no podrás ponerte más que cosas con cinturilla elástica, cielo.
—¿Qué tendría que hacer, Pedro? —se atrevió a preguntar Paula entonces.
—No mucho, cariño. Pero primero tendrías que quitarte esas sandalias —contestó él—. Bonito color, por cierto.
—Son de color… canario.
—Ah, color canario —sonrió Pedro, tomando su pie para darle un masaje.
—Eso me gusta… La verdad es que ya casi no puedo ponerme tacones. Me duelen los pies…
—Pobrecita —dijo Pedro, deslizando la mano por su muslo.
—Oye…
—¿No te gusta el masaje?
Paula se mordió los labios.
—¿Qué más tendría que hacer?
—Sólo estar así de guapa —murmuró él, metiendo la mano entre sus piernas.
—No pierdes el tiempo, ¿eh?
—No suelo hacerlo cuando quiero algo.
Y Paula no tenía que preguntar qué quería. Lo sabía porque ella deseaba lo mismo.
Sus dedos encontraron enseguida lo que buscaban. Pedro apartó la braguita para acariciarla hasta que Paula estuvo a punto de perder la cabeza…
—Pero tampoco quiero que nos echen de aquí —dijo luego, bajándole el vestido.
—¿Eh?
—Estamos en la terraza, cariño. Cualquiera podría vernos.
—Pensé que eras el dueño de este edificio.
—Sí, pero no de los edificios de enfrente —sonrió él, empujándola suavemente hacia el salón.
Paula tiró de su camiseta para besar su torso desnudo… rozando con la lengua los diminutos pezones hasta que él dejó escapar un gemido.
Pedro le quitó el vestido de un tirón y acabaron en el suelo antes de que ella se diera cuenta de lo que estaba pasando.
El dormitorio quedaba demasiado lejos.
Sin decir una palabra, él desabrochó su sujetador e inclinó la cabeza para buscar sus pechos con la boca. Después, mientras Paula acariciaba su pelo, besó sus pechos, su ombligo, sus caderas… hasta rozar su intimidad con la lengua. La levantó, sujetándola por las nalgas, y cuando Paula se arqueó hacia él, la torturó con su lengua hasta hacerla llegar al orgasmo. Paula temblaba de arriba abajo, sin poder contener los gemidos de éxtasis.
Cuando abrió los ojos, Pedro la miraba con una expresión que no había visto antes.
Y supo entonces que estaba enamorada de él.
Sí, amaba a su marido. Su corazón se llenó de alegría al pensar eso. Pero tenía que confiar en él. Tenía que dar un salto de fe y confiar en el hombre del que estaba enamorada, en el padre de su hijo.
—Necesito estar dentro de ti —dijo Pedro, mientras bajaba la cremallera de sus vaqueros con manos temblorosas.
—Yo también lo necesito —musitó Paula, sin aliento.
Pedro apoyó los brazos en el suelo, a cada lado de su cara, temblando, su torso tan cerca que podía besarlo. La penetró entonces y ella se arqueó para recibirlo mejor. No tardó mucho en terminar, con un orgasmo que lo hizo lanzar un gruñido de placer.
—No imagino un tiempo en el que no podamos hacer esto.
—¿Quieres decir cuando esté tan gorda como una casa? Hay otras maneras…
—¿Te importaría enseñármelas?
—No, prefiero esperar —sonrió Paula.
—Me gusta cómo suena eso —murmuró Pedro.
—¿Qué?
—Tú, yo, el futuro…
Paula sonrió, acariciando el torso desnudo de su marido y apoyando la cabeza en su hombro. También a ella le gustaba.
Y eso era lo que más la preocupaba.
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