miércoles, 10 de agosto de 2016
CAPITULO 30: (SEGUNDA HISTORIA)
El lunes por la mañana, Gerardo Malloy entró en el despacho de Paula con una carpeta en la mano. Y Pedro se percató de que ni siquiera intentaba esconder su expresión de enfado al verlo sentado en el sillón de Nicolas Chaves.
—¿Querías algo?
—Estoy buscando a Paula.
—Llegará más tarde, pero si puedo ayudarte…
—No. Esperaré hasta que llegue ella.
—Muy bien.
Gerardo iba a salir del despacho, pero se volvió.
—Conozco a Paula desde que era una cría y siempre ha sido una chica sensata. Nicolas estaba muy orgulloso de ella.
—Como debe ser.
—Pero sigo sin entender por qué se casó contigo.
—Eso es lo que hace la gente cuando está esperando un hijo —contestó Pedro.
Contar la verdad valió la pena sólo por ver la cara de sorpresa de Gerardo.
—¿Un hijo?
—Eso es lo que he dicho.
—Paula jamás se habría acostado con el competidor de su padre. A menos, claro, que no supiera quién eras. Que yo sepa, nunca te había visto en persona…
—Así sería muy difícil concebir un hijo, ¿no?
Gerardo Malloy lo miró, atónito.
—Paula no sabía quién eras, ¿verdad? Mentiste para seducirla. No te detendrías ante nada para conseguir esta empresa.
Pedro se levantó del sillón, airado.
—¿Cómo te atreves?
—Ahora entiendo lo de la boda a toda prisa… supongo que empezaste a perseguirla tras su ruptura con Overton, claro.
—Malloy, ¿qué es lo que te molesta tanto? ¿Que me haya casado con la hija de Nicolas Chaves o que no seas tú el que ocupa este sillón?
—Nicolas se revolvería en su tumba si supiera que su hija se ha casado contigo. No confiaba en ti. Te echó de su despacho ese día y te dijo que no volvieras nunca. Según él, eras un hombre sin principios. Y tenía razón.
Pedro había oído esas mismas palabras por parte de Nicolas Chaves, pero el padre de Paula las había dicho con una sonrisa en los labios antes de acompañarlo a la puerta. Le había dicho eso con cierto desprecio, pero también con cierta admiración.
Y lo interesante era que Malloy conociera tantos detalles de la conversación.
—Mi mujer valora mucho tu lealtad y tu amistad. No la decepciones, Gerardo. Yo no te debo ninguna explicación, pero te diré algo: pienso descubrir quién está saboteando esta empresa, así que no te pongas en mi camino.
Malloy tiró la carpeta sobre la mesa y salió del despacho dando un portazo.
Cinco minutos después, mientras Pedro revisaba el informe económico que Gerardo Malloy le había dejado… o más bien tirado, Paula entró en el despacho.
Y Pedro tragó saliva. Un aroma a flores entró con ella.
Llevaba el pelo suelto, un vestido blanco y negro sin mangas y un collar de ámbar amarillo al cuello. Era como un hada.
—Hola, preciosa.
—Hola.
Se miraron a los ojos como dos adolescentes…
Paula parpadeó.
Pedro se aclaró la garganta.
—¿Te encuentras mejor ahora que has dormido un ratito más de lo normal?
—Sí, pero deberías haberme despertado —contestó ella.
Pedro se mantenía a distancia. Estaba esperando que Paula diera el primer paso para hacer el amor de nuevo. Pero ella no lo daba. Por el momento, estaba demasiado cansada y demasiado angustiada por la situación de los hoteles como para atreverse a confiar en él. Y eso era lo que Pedro esperaba: que se atreviera.
—Si te hubiera despertado, habríamos tenido problemas…
—Ah, ya.
Pedro sonrió.
—Bueno, me voy al Tempest. Pero volveré a la hora de comer. Quiero enseñarte algo.
—Creo que ya lo he visto más de una vez —murmuró Paula, de broma.
—Tienes una mente muy sucia, esposa mía.
—Ya te gustaría.
—No, sé que es así —Pedro le guiñó un ojo—. Volveré a la una.
Y luego se marchó para seguir investigando.
Pedro fue a buscarla exactamente a la una y, sin decirle dónde iban, la sacó de la oficina.
—¿Dónde me llevas? —le preguntó Paula, una vez dentro del Cadillac Escalade que había comprado como «coche familiar».
—Ya lo verás.
Pedro atravesó Sunset en dirección a la playa y, después de girar en una zona residencial, detuvo el coche frente a una casa pintada de azul claro, con un enorme jardín.
—¿Qué te parece?
—¿La casa?
—Tiene piscina, cinco dormitorios, un estudio y un salón enorme. En el jardín hay hasta una casita de madera para el niño…
—Lo tenías todo planeado, ¿no?
—Hay un colegio muy cerca de aquí —sonrió Pedro—. Y la casa está a quinientos metros de la playa.
—Es muy bonita.
Y justo lo que ella había imaginado cuando era una niña y soñaba con casarse con su príncipe azul y formar una familia.
—Me alegro de que te guste.
—Pero si la has comprado sin contar conmigo, tendré que estrangularte con mis propias manos…
—No, no la he comprado, pero he conseguido que nos la enseñen a nosotros antes que a nadie. La agente inmobiliaria esté dentro, esperando.
—Muy bien. Vamos a verla.
Por un momento, las dudas de Paula desaparecieron. No había comprado la casa sin contar con ella. Ese era un buen principio. Pero dejar su casa en Brentwood e irse a vivir con Pedro era un paso de gigante. Eso significaba estabilidad. Significaba… para siempre.
Y Paula no sabía si estaba preparada para eso.
—La casa no se pondrá a la venta hasta mañana, pero si te gusta le haremos una oferta que no podrá rechazar.
Paula no pudo reírle la broma. No sabía qué hacer o qué pensar.
—Pero si no te ves en esta casa, buscaremos otra —dijo Pedro entonces, tomando su mano.
Amelia López, la agente inmobiliaria, los esperaba en la puerta con una sonrisa en los labios.
—La cocina les va a encantar. Es muy moderna, pero con un toque hogareño.
Y Paula estaba de acuerdo. Le gustaba mucho aquella cocina tan espaciosa con vistas al jardín. Y el resto de la casa era igualmente maravilloso. Cada habitación diferente a las demás y… sencillamente perfecta para una familia.
—¿Qué te parece? Podemos hacer todos los cambios que quieras.
—No sé…
—¿Les gusta? —preguntó Amelia.
—Depende de mi mujer —contestó Pedro—. Ella es la que decide.
Paula agradecía esa actitud, pero seguía sin poder tomar una decisión tan importante.
—Tengo que pensarlo.
—Sí, claro, es lógico. La casa no sale a la venta hasta mañana, pero imagino que no será difícil venderla, así que sugiero que no tarden mucho en decidirse.
Paula miró a Pedro, que intentaba no mostrar su desilusión.
Él era un hombre que siempre conseguía lo que quería…
—Le daremos la respuesta lo antes posible. Gracias por enseñárnosla antes que a nadie.
Una vez en el Cadillac, Paula miró hacia atrás.
—La verdad es que es una casa preciosa.
—A mí también me lo parece —dijo él—. Pero no estás segura de si quieres vivir allí… conmigo.
—Necesito tiempo —murmuró Paula, mirando su mano mientras cambiaba de marcha. Llevaba la alianza de su padre en el dedo anular. Había sido un regalo de su madre y ella sabía lo importante que eso era para Pedro.
—Tómate el tiempo que necesites.
Ella agradecía su paciencia. A veces, Pedro tocaba su corazón de la manera más sorprendente.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario