miércoles, 27 de julio de 2016

CAPITULO 19 : (PRIMERA HISTORIA)






El interfono sonó en el despacho de Pedro, situado en el último piso del edificio Alfonso-DuCarter.


—Dime, Marion —le dijo a su secretaria.


—Paula Chaves quiere verlo en relación con el restaurante Lighthouse.


Pedro dio un respingo.


¿Paula? ¿Allí?


¿Habría cambiado de opinión? ¿Querría seguir con lo de la noche anterior?


—¿Señor Alfonso?


—Sí, perdona, Marion —contestó diciéndose que no debía ir por la vida comportándose como un adolescente presa de las hormonas—. Dígale que pase.


Pedro dejó a un lado el informe que estaba leyendo y se dijo que estaba bien, que lo tenía todo controlado. Lo de anoche ya había pasado.


¿Pero y si Paula quisiera algo más?


Pedro se levantó y se puso la chaqueta, se anudó la corbata y miró a su alrededor. Tenía agua para ofrecerle, una cómoda butaca en la que daba el sol de manera muy agradable y pensó que podían cerrar con llave la puerta de la oficina y…


En aquel momento, se abrió dicha puerta y entró Paula, ataviada con un traje de chaqueta color crema muy profesional y una blusa esmeralda que hacía juego con sus ojos.


Sin poder evitarlo, Pedro sintió que sus ojos deambulaban por el cuerpo de Paula, desnudándola con la mirada, recordando sus curvas, saboreando las imágenes de la noche anterior, visualizándola desnuda de nuevo.


Marion cerró la puerta y Paula se dirigió a una de las butacas de cuero color burdeos.


—Antes de que empecemos, quiero que quede muy claro que esto no tiene nada que ver con lo de anoche —anunció Paula muy seria.


—¿Nada? —preguntó Pedro decepcionado.


Paula negó con la cabeza y Pedro intentó disimular su frustración. Ambos se sentaron y Pedro se fijó en el sobre que Paula tenía entre las manos.


—He venido a hacerte una proposición —anunció Paula.


«¡Sí!», pensó Pedro.


A continuación, apretó los dientes y se obligó a asentir como si no pasara nada. Ojalá, con un poco de suerte, la proposición de Paula se parecería la suya. ¿Qué tal perderse en una isla tropical desnudos durante un mes?


—¿En qué te puedo ayudar? —le preguntó echando los hombros hacia atrás y poniendo su mejor sonrisa de tiburón.


Paula tomó aire y pasó las manos por el sobre repetidas veces. Pedro se dio cuenta de que aquello no iba bien.


—Myrna West, de la Sociedad Histórica de Seattle, se ha puesto en contacto conmigo para solicitar la categoría de Patrimonio Histórico para el Lighthouse.


Pedro frunció el ceño. Conocía a la indomable señora West y sabía que, si por ella fuera, toda la ciudad estaría declarada Patrimonio Histórico. Desde luego, había sido muy inteligente hablando primero con Paula en lugar de ir directamente a él.


—¿Cuándo? —le preguntó.


—¿Cómo?


—¿Cuándo ha hablado Myrna West contigo?


—Anoche.


Pedro sintió que el estómago se le encogía. ¿Así que Myrna le ofrecía a Paula declarar Patrimonio Histórico el edificio que había reformado y, de repente, Paula se metía en una limusina con él?


¿Habría sido una casualidad?


Seguramente, no.


Pedro se sintió traicionado, pero consiguió controlarse y disimular. Lo cierto era que había conseguido acostarse con una mujer que le gustaba hacía meses. ¿Qué importaba cómo o por qué hubiera sido?


¿Aquella mujer estaba dispuesta a utilizar su cuerpo? Por él, no había ningún problema.


—Una cosa no tiene nada que ver con la otra, Pedro —le aseguró Paula.


Claro. Como que se lo iba a creer.


—Nada en absoluto —insistió Paula.


—Me alegro porque, de haberlo tenido, no habrías calculado bien.


—¿Cómo? Bueno, no importaba. Lo cierto es que Juliana y yo creemos que, si el hotel es declarado Patrimonio Histórico, sería muy beneficioso para todos.


—¿No quieres saber por qué he dicho que habrías calculado mal?


—No.


—¿Por qué no?


—La respuesta a esa pregunta no viene al caso.


—¿Después de lo de anoche?


Pedro, he venido a hablar de la declaración de Patrimonio Histórico.


Pedro no tenía ningún interés en hablar del Patrimonio Histórico. Quería hablar de lo de la noche anterior. En concreto, hubiera preferido hablar de aquella noche y de las siguientes noches.


—Por favor —insistió Paula.


—Muy bien —accedió Pedro.


—Juliana y yo hemos pensado que habría más clientes y…


—¿Sigues estando completamente satisfecha?


—¡Pedro!


—Lo digo porque…


—¡Para, por favor!


No, Pedro no quería parar. Quería comprender qué estaba sucediendo. Quería respuestas. Quería volver a acostarse con ella.


Un momento. ¿Qué estado haciendo? Sí, era cierto que Paula estaba estupenda, pero había otras mujeres que estaban estupendas con las que podría acostarse.


Pedro se dijo que no debía perder el control y se obligó a relajarse.


—Continúa —le indicó a Paula.


—Como te iba diciendo, si el hotel fuera declarado Patrimonio Histórico, tendría más clientes y…


—No.


—Por favor, déjame terminar.


Pedro asintió.


—Mira, hay un montón de grupos artísticos y culturales que utilizan los edificios de Patrimonio Histórico para sus actividades. Podrías obtener beneficios de ello porque el hotel se convertiría en un punto de encuentro y mucha gente te apoyaría para que te dieran la declaración de Patrimonio Histórico. En cuanto la consiguieras, habría bofetadas para celebrar aquí un montón de eventos.


—¿Y tú qué sacas de todo esto?


—¿Qué quieres decir?


—No dudo de que tu interés pueda tener un aspecto filantrópico, pero supongo que todo esto también sería bueno para Canna Interiors —le explicó Pedro.


Paula echó los hombros hacia atrás y cruzó las piernas.


—El objetivo de nuestra empresa a largo plazo es especializarnos en edificios históricos. Es obvio que si la primera reforma que hemos realizado es designada Patrimonio Histórico nos vendría muy bien porque le daría mucha credibilidad a la empresa.


—¿Por qué no lo has dicho antes?


—Te lo estoy diciendo ahora.


—En lugar de intentar venderme que es bueno para mí, podrías haberme dicho sencillamente que es bueno para ti y pedirme que cooperara.


Paula lo miró sorprendida.


—¿Estarías dispuesto a hacerlo por Juliana? ¿Porque es tu cuñada?


—¿Y por qué no iba a hacerlo por ti?


—¿Cómo?


—Puede que sea un buen hombre.


Paula lo miró con desconfianza.


—¿Cuánto costaría?


Paula le entregó el sobre.


—He preparado un presupuesto preliminar.


Pedro lo hojeó.


—Desde luego, que te declaren Patrimonio Histórico un edificio no merece la pena desde el punto de vista económico…


—Pero…


—Sí, ya lo sé, pero, tal vez, sí merezca la pena desde el punto de vista del ciudadano. Puede ser. Es verdad que, a lo mejor, me haría ganar puntos a los ojos de ciertos ciudadanos, pero lo cierto es que, para ir adelante con esto, hay que ser un buen hombre, Paula. Un hombre realmente bueno —recalcó terminando de leer el presupuesto—. ¿A ti te parece que yo lo soy?


Paula se quedó pensativa.


—No eres tan malo como yo creía —confesó.


Pedro vio que sonreía levemente y la miró a los ojos.


—Tú eres mejor de lo que yo nunca me habría atrevido a soñar —admitió.


Pedro —dijo Paula apartando los ojos.


—Lo cierto es que no tengo mucho tiempo.


—Eso no será problema, yo me comprometo a ocuparme de la investigación histórica, a hacer todos los papeles de la propuesta y a preparar toda la logística —le propuso Paula esperanzada.


Pedro le devolvió el sobre, Pedro jamás había tomado una decisión de negocios dejándose llevar por las emociones, pero, cuando se trataba de Paula, era débil.


Muy débil.


Se iba a arrepentir de aquello.


—Adelante —le dijo.


A Paula se le iluminaron los ojos y su sonrisa le llegó a Pedro al alma. En aquellos momentos, no se arrepentía en absoluto.



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