miércoles, 27 de julio de 2016

CAPITULO 20 : (PRIMERA HISTORIA)





—¿Qué van a hacer qué? —preguntó Santiago.


—Van a solicitar la declaración de Patrimonio Histórico —contestó Pedro intentando ocultar su vergüenza con un trago de cerveza.


Se había reunido con sus hermanos en su casa para ver atardecer, tomarse algo y charlar un rato. No era como las juergas de antaño, pero era lo que tocaba.


—¿Desde cuándo el Quayside se ha convertido en un lugar de artistas?


—No son artistas sino recuperadores de Patrimonio Histórico —le explicó Pedro.


Lo cierto era que daba igual cómo los llamara. Sabía que aquella decisión iba a extrañar al Consejo de Administración.


—Ya —contestó Santiago mirando a Tomas en busca de apoyo.


—A mí, no me mires —dijo su hermano meciéndose en su butaca—. Si Juliana es feliz, yo soy feliz.


—Te entiendo perfectamente porque, cuando veo a Eliana feliz, yo también soy feliz, pero no entiendo qué le va a Pedro en todo esto.


Tomas sonrió.


—Buena pregunta. Pedro, ¿podrías contestarla tú, por favor?


Pedro se tomó su tiempo, paseando la mirada desde el césped hasta el mar.


—Me llevo la satisfacción de saber que soy un buen ciudadano que ayuda a que Seattle mantenga su historia.


Santiago se rió con incredulidad.


—¿Eso fue lo que estabas haciendo anoche? ¿Velar por la historia de la ciudad?


Pedro lo miró con intensidad.


—Un momento, un momento, ¿qué me he perdido? —se indignó Santiago.


—La razón de Pedro para convertirse en un buen ciudadano —contestó Tomas.


—¿Ah, sí? —insistió Santiago mirando a sus dos hermanos.


Pedro apretó las mandíbulas. No estaba dispuesto a decir nada. Paula no se merecía que hablaran de ella en términos hirientes.


Tomas no parecía tan dispuesto a mantener la boca cerrada.


—Ayer, después de la fiesta, Paula y Pedro


—¿Paula se lo contó a Juliana? —se sorprendió Pedro.


Tomas sonrió.


Pedro maldijo.


—¿Ya mí nadie me lo va a contar? —preguntó Santiago.


—No fue nada —contestó Pedro.


—¿Nada? —preguntó Tomas enarcando las cejas.


—Fuimos a dar un paseo en limusina.


—¿En limusina? —se sorprendió Santiago.


—No fue nada —repitió Pedro.


—No es eso lo que ha llegado a mis oídos —sonrió Tomas.


—Nada que no haya hecho con otras mujeres —mintió Pedro.


—Lo que a mí me han contado…


—Me importa un bledo lo que te haya contado Juliana.


—Juliana no me ha contado nada —sonrió Tomas bebiéndose la cerveza—. Estaba viendo a ver qué te sacaba.


Aquello hizo estallar a Santiago en carcajadas.


Pedro sintió que el estómago se le encogía. No podía soportar que su hermano pequeño se la jugara.


—A ver si me entero —dijo Santiago—. ¿Una noche te vas a dar una vuelta en limusina con Paula y a la mañana siguiente decides ser el ciudadano del mes de la ciudad?


—Está perdido —dijo Tomas.


—Completamente —remachó Santiago.


—No fue nada —insistió Pedro.


Sus hermanos se rieron al unísono. Pedro sacudió la cabeza y se terminó la cerveza. No estaba perdido. Claro que no. Se dijo que otras empresas hacían cosas así constantemente.


Las razones que Paula le había expuesto le habían parecido sólidas y, además, ella se iba a encargar de todo. 


Él sólo tendría que firmar unos cuantos documentos, poner el dinero y punto.


—Me encanta hablar de la vida sexual de Pedro, pero me tengo que ir —anunció Santiago poniéndose en pie—. Mi linda mujercita me espera en casa.


—Lo mismo digo —dijo Tomas—. Voy a ver si Juliana me da más información sobre Paula…


—Ni se te ocurra —le advirtió Pedro.


Al mirarlo, se dio cuenta de que Tomas le estaba tomando el pelo de nuevo. Sus hermanos se alejaron en dirección a sus coches. Pedro los oía hablar y reírse. No quería ni imaginarse lo que estarían diciendo.


Una vez a solas, recogió el postre y la cocina y se sentó frente al ordenador para trabajar un par de horas antes de acostarse. A las once de la noche, decidió dejar el proyecto de un nuevo teléfono móvil en el que estaba inmerso y subió a la cama.


No podía dejar de pensar en Paula. Cerraba los ojos y veía su sonrisa, su cuerpo, sus ojos…


¿Qué estaría haciendo? ¿Estaría dormida? ¿Habría pensado en él?


Pedro miró el teléfono. Siempre había tenido buena memoria, así que, en un abrir y cerrar de ojos, estaba marcando el número de Paula.


—¿Sí? —contestó ella con voz somnolienta.


Pedro tuvo que hacer un gran esfuerzo para no preguntarle lo que llevaba puesto.


—Hola —la saludó.


—¿Pedro?


—Sólo quería decirte que, si me hubieras hablado de lo de Patrimonio en la limusina, te habría dicho que sí. En aquel momento, te habría dicho que sí a cualquier cosa.


—Has dicho que sí de todas formas.


En eso, tenía razón.


Pedro se quedó pensativo unos segundos, en silencio. Se le ocurrían muchas cosas que decirle, casi todas eróticas, pero cerró los ojos y se limitó a suspirar.


—Buenas noches, Paula.


—Buenas noches, Pedro.






No hay comentarios:

Publicar un comentario