martes, 6 de septiembre de 2016

CAPITULO 3: (SEXTA HISTORIA)




—¿Es un hombre mimado? —ella no pudo evitar reírse, y creía que estaba equivocado en una cosa. Era atractivo, y mucho.


—Sí —contestó él, riéndose también—. Tengo unos padres estupendos que además de inculcar a sus hijos valores, ética, buen comportamiento y el conocimiento de las tareas domésticas, nos mimaron demasiado. En el buen sentido —añadió con una sonrisa.


—Tiene dos hermanos, ambos mayores que usted, ¿no es así? —preguntó ella, aunque conocía la respuesta.


—Sí —asintió él—. Julian es el mayor, y tiene treinta y dos años. Luego está Jeremias, que tiene treinta. Y por último, yo, con veintinueve —sonrió de nuevo—. Y también tengo unos cuantos primos.


—Eso he oído —sonrió ella.


—¿Cuántos años tiene?


—Veintisiete —contestó ella.


—Es demasiado joven para arriesgar su vida recorriendo las montañas en busca de un asesino.


Pau suspiró antes de contestar.


—Creía que ya habíamos solucionado ese tema, señor Alfonso. Voy a ir con usted, punto.


—Lo sé, pero debía intentarlo una vez más —suspiró también—. Y me llamo Pedro. No me gustaría escuchar señor Alfonso, una y otra vez, hasta quién sabe cuándo.


—Está bien… Pedro —convino ella—. Mis amigos me llaman Pau.


—Qué lástima —dijo, y sonrió al ver la cara de asombro que ponía ella—. Paula me gusta más. Es un nombre precioso y te queda muy bien. Como tú, tiene clase.


Pau notó que una oleada de placer la invadía por dentro. ¿La consideraba bella y con clase? Aunque muchos hombres le habían dicho lo mismo, su comentario la dejó sin habla durante unos segundos.


—Gracias —murmuró al fin—. Eres muy amable —dijo, y se arrepintió de su comentario al instante.


—De nada —dijo Pedro, conteniendo una sonrisa.


Ella se rio de sí misma.


—¡Qué tonta!


Él negó con la cabeza.


—No, sorprendente. Pensaba que estarías acostumbrada a los cumplidos.


—Bueno, sí —dijo ella—, pero…


—¿Pero qué? —preguntó con un brillo en la mirada.


—Oh, dejémoslo —dijo ella. No estaba dispuesta a admitir que se había puesto nerviosa porque se sentía atraída por él.


—¿Por qué?


—¿Qué quieres decir con «por qué»? —frunció el ceño—. Porque es una tontería, por eso.


—Qué pena —suspiró él—. Ahora que empezaba a ponerse interesante.


«Este hombre es imposible. Atractivo, muy sexy, pero imposible», pensó ella.


—Creo que es hora de que nos pongamos manos a la obra.


Él suspiró una vez más. Pau se contuvo para no reírse y se sorprendió de lo mucho que estaba disfrutando de sus bromas, por no mencionar de su compañía y de su atractivo.


—¿Estás enfurruñado? —preguntó ella, al cabo de un momento. Un momento durante el que solo había pensado en él.


Pedro sonrió.


—Yo nunca me enfurruño. Los niños se enfurruñan. Y, por si no te has dado cuenta, yo soy un hombre, no un niño.


—Oh, ya me he fijado —dijo ella, pensando en que se había percatado perfectamente.


—Yo también me he fijado en ti —dijo él, con una sonrisa.


Su sonrisa era una invitación a la más pura tentación. 


«Tranquila», se ordenó Pau, tratando de controlar los rápidos latidos de su corazón.


Pero Pedro era un hombre sexy y atractivo. Y ella era tan susceptible como cualquier otra mujer. ¿Por qué el diablo tenía que tener aspecto de ángel?


Pedro sonrió con picardía.


Pau sintió que un intenso calor invadía su cuerpo. «Ya basta», se amonestó, pero no le sirvió de nada.


—Um… Creo que es hora de ponerse a hablar de trabajo.


—Qué lástima —dijo Pedro, tratando de fingir tristeza—. Pero, si insistes, iremos al grano.


—Insisto. ¿En qué consiste?


—Hay que fijar una fecha para salir y reunir todo lo que necesitaremos para el viaje.


—Puedo salir mañana mismo.


—Todavía no te he contado todo lo que necesitaremos llevar con nosotros —dijo él—, así que ¿cómo puedes estar preparada para salir mañana?


Ella lo miró con impaciencia.


—Si lo recuerdas, te he dicho que he ido muchas veces de cacería desde que era niña. Sé muy bien lo que hay que llevar.


—De acuerdo, pequeña. Pero creo que haré una lista, solo para asegurarnos de que estamos de acuerdo —se puso en pie y se acercó a la encimera. Abrió un armario y sacó un bloc de notas y un lápiz—. ¿Quieres más café? —se volvió para mirarla.


—No, gracias —contestó Pau, y miró el reloj—. ¿Cuánto tardaremos?


—¿Por qué? —preguntó él, arqueando una ceja—. ¿Tienes prisa?


—No, pero lo único que he hecho ha sido registrarme en el hotel y pedir mi llave. Dejé mis cosas con el botones y vine directamente.


—¿Cómo sabías que estaría aquí?


—Me lo dijo Lisa —sonrió—. Anoche habló con tu madre, y ella le dijo que habías llamado y que le habías dicho que acababas de regresar.


Pedro frunció el ceño.


Pau se apresuró a aclarar su comentario.


—Tu madre sabía que yo iba a venir para intentar contratarte —respiró hondo y continuó—: Le dijo a Lisa que la llamaría en cuanto supiera algo de ti.


—Mujeres —suspiró Pedro, y negó con la cabeza.


—¿Qué tienen de malo las mujeres?


—Igual que a los niños, la mayor parte del tiempo es mejor verlas que oírlas.


Pau se quedó sin habla unos instantes.


—Señor Alfonso, ése es el comentario más estúpido y sexista que he oído nunca. ¿En qué siglo vive usted?


—Cariño, vivo en el aquí y ahora —dijo él, con tranquilidad—. Puede que no sea políticamente correcto, pero soy sincero. Así de simple.


—Olvídalo.


—Está bien. Ahora…


—No —negó con la cabeza, echó la silla hacia atrás y se puso en pie—. Quiero decir que te olvides de ir a buscar a ese hombre. Contrataré a otro —se volvió para marcharse—. O lo buscaré yo misma.


—No, no lo harás —le ordenó él—. Yo iré, con o sin ti —añadió—. Ahora, Paula, siéntate y pongámonos a trabajar.


Pau dudó un instante y pensó que si tuviera algún sentido del orgullo, habría mandado a Pedro Alfonso al infierno y habría salido de allí en busca de otro caza recompensas. 


Pero el sentido debía de haberla abandonado, porque suspiró y se sentó de nuevo.


—Chica lista —comentó él con una sonrisa—. Venga, vamos a ello.


«Chica lista. Sí, claro», pensó ella, y trató de recordar que el bienestar de Dani era su prioridad.


—Pistolas.


—¿Qué? —preguntó Pau, regresando a la realidad.


—Dijiste que tenías tus recursos —dijo él con paciencia—. ¿Qué tipo de armas tienes?


—Oh —Pau se sintió estúpida pero, tratando de demostrarle que era una chica lista, contestó—: Tengo un rifle de largo alcance y un revólver —arqueó las cejas al ver la expresión de Pedro—. ¿Y tú qué tienes?


—Un 30-06 y un rifle de siete milímetros con el mismo alcance, y una mágnum 44 —parecía impresionado—. Y tú sí que tienes un verdadero armamento.


«No tanto como tú», pensó ella refiriéndose a su cuerpo y no a las armas.


—Te dije que sabía lo que hacía —dijo ella—. ¿Algo más?


—¿Ropa, mochila, saco de dormir?


—Sí —frunció los labios—. Todo.


Él sonrió.


—¿Quieres contarme cómo son? Solo una pista.


Pau suspiró y contuvo la sonrisa que sus labios amenazaban con esbozar.


¿Por qué tenía que ser tan atractivo?


—Tengo ropa de montaña y una chaqueta de esquí en la mochila. Mi saco de dormir es impermeable y de los mejores. Lo coloco sobre una ligera esterilla. ¿Alguna otra pregunta?


—De hecho, sí —dijo él—. ¿Qué hay de la comida? ¿Has pensado en ello?


—Por supuesto que sí, pero no he traído mucha conmigo. Suponía que podríamos conseguir lo que necesitáramos en Durango.


Él asintió.


—Suponías bien —se puso en pie—. Vamos a comer. Iremos en mi camioneta.


—Espera un momento —protestó ella. Se puso en pie y lo siguió a la cocina—. ¿Quién ha dicho nada de ir a comer?


—Yo —miró el reloj que había colgado en la pared—. Es casi la una. Tengo hambre de algo más sustancioso que un bollo. ¿Tú no?


—Bueno, sí —admitió ella—. ¿Por qué no vamos en dos coches?


Pedro se detuvo y abrió la puerta para que pasara.


—¿Conoces Durango?


Ella nunca había estado en Durango, en Colorado.


—Bueno, no, pero…


—Lo que me imaginaba. Iremos en mi camioneta.


Pau no tenía intención de aceptar.


—Quiero ir al hotel a refrescarme un poco. Dame la dirección. Me reuniré contigo en el restaurante dentro de media hora.






1 comentario: