martes, 6 de septiembre de 2016

CAPITULO 2: (SEXTA HISTORIA)





Paula permaneció sentada frente a Pedro Alfonso, mirándolo a los ojos. No había manera de que él pudiera evitar que lo acompañara a buscar a ese hombre. No cuando la felicidad y la vida de su hermana dependían de capturar a su agresor.


Paula no estaba dispuesta a quedarse sentada sin hacer nada y a dejar todo en manos de otro. Tenía que pasar a la acción, formar parte de la búsqueda. Así era como la habían educado y como vivía su vida. La familia estaba por encima de todo lo demás. Incluso cuando estaba en Pennsylvania, en la universidad, ésa era la manera que tenía de llevar la biblioteca de investigación. Siempre al mando.


No importaba que aquello no fuera algo rutinario como encontrar hechos confusos para la tesis de un estudiante o para la conferencia de un profesor. Aquélla era una situación de vida o muerte, y podría tratarse de su propia vida.


Pero lo hacía por Dani.


Fulminó a Pedro con una gélida mirada y esperó a que contestara.


—He dicho que no, señorita Chaves —dijo él, con los ojos oscurecidos y los párpados entornados—. No quiero ser responsable de otra persona. Siempre salgo a cazar solo.


—¿Por qué? —preguntó ella, y se llevó la taza a los labios para dar un trago—. Pensaba que dos cazadores serían mejor que uno.


—¿Por qué? Porque eres una mujer, por eso.


«Una mujer», Paula se contuvo para no contestar con desdén. El tono arrogante que empleaba aquel hombre la enervaba.


—Tengo entendido que también existen cazadoras de recompensas.


—Las hay —dijo él, y bebió un sorbo de café—. Pero son duras, no niñas de papá, mimadas y elegantes. Aun así, no trabajaría con ninguna de ellas.


Paula dejó la taza sobre la mesa. Detestaba la actitud condescendiente de aquel hombre. Respiró hondo, y contestó:
—Señor Alfonso, no sé nada sobre las otras mujeres, pero esta niña de papá sabe cuidar de sí misma. Mi padre me enseñó a emplear armas de fuego nada más cumplir los doce años. Lo he seguido montaña arriba y montaña abajo. He recorrido parte de África junto a él. Y aunque yo cazo con cámara, soy una experta a la hora de utilizar el rifle y la pistola.


—Estoy impresionado.


Hablaba como si estuviera aburrido.


«Maldita sea», pensó Pau, apretando los dientes para evitar darle un grito.


—No he terminado —dijo muy seria—. También hago artes marciales y Krav Maga. Sé cómo defenderme.


—Me alegra oírlo —dijo él, con impaciencia—. Una mujer debe saber protegerse a sí misma. Pero eso no cambia nada. Seguiré trabajando solo.


Era uno de los Alfonso, independiente y seguro de sí mismo. 


Eso era evidente, a pesar de su aspecto.


No se trataba de que hubiera algo malo en su aspecto. Era solo que no parecía encajar con el resto de la familia Alfonso.


Sus amigas gemelas, Lisa y Maty, eran rubias y muy guapas. 


Pau no conocía a sus padres, pero sí había conocido al hermano de su padre, el jefe de policía de Sprucewood, y había visto fotos de otros tíos y primos. Nunca había visto una foto de aquel primo en particular.


Pedro Alfonso era diferente al resto. Por un lado, no tenía el cabello rubio como los demás.


Sin embargo, sí era igual de alto que el resto.


Los otros hombres de la familia Alfonso tenían aspecto de agentes de policía duros; sin embargo, Pedro Alfonso tenía cara de santo, con ojos marrones y una sonrisa cálida y engañosa. Su cabello era castaño, con mechas rojizas. 


Cuando lo vio por primera vez, ella estuvo a punto de quedarse sin respiración, y lo primero que pensó fue que se había equivocado de puerta. Aquel hombre con cara de santo no podía ser un duro caza recompensas.


Pero lo era.


Se suponía que Pedro Alfonso era uno de los mejores cazadores de delincuentes.


Increíble.


—¿Se ha quedado dormida?


Su voz suave provocó que Pau volviera a la realidad. 


Pestañeó y contestó:
—No, por supuesto que no —desde luego no iba a contarle que había hecho un repaso de sus atributos masculinos. Ni que se había sentido atraída por él nada más verlo.


—¿Y qué estaba haciendo? —preguntó él, con curiosidad.


—Me preguntaba cómo alguien que parece tan agradable como usted, puede ser tan obstinado.


—¿Obstinado? —se rio.


El sonido de su risa la hizo estremecerse.


—Sí, obstinado —dijo ella—. ¿Sabe?, no es razonable que no permita que lo acompañe.


—¿No lo es? —preguntó con el ceño fruncido—. Perseguir a un hombre es un trabajo difícil y peligroso.


—También lo es perseguir a un jabalí salvaje o a un tigre solitario. Y he perseguido a ambos. No soy tonta, señor Alfonso. Soy plenamente consciente del peligro.


—En ese caso, vuelva a casa con su papá y permita que haga el trabajo por el que me pagan.


—No —Paula se puso en pie—. Olvídelo. Buscaré a otro cazarrecompensas, alguien que me permita acompañarlo.


—No —Pedro se levantó de golpe—. Le estoy diciendo que no es seguro.


—Y yo le digo que sé cuidar de mí misma y, posiblemente, incluso podría ayudarlo —dijo con desafío—. Y también le digo que iré, con o sin usted. Eso es decisión suya, señor Alfonso.


—Sin duda, es una niña mimada, ¿no es cierto? —dijo él, con rabia y frustración en la voz. La expresión de sus ojos era dura. Y su aspecto de santo se había transformado en el de cazador.


—No —dijo ella—. No lo soy. Estoy segura de mi capacidad y estoy decidida a atrapar a ese monstruo —respiró hondo—. Se lo diré una vez más… Iré, con usted o con otro caza recompensas.


Él permaneció en silencio unos segundos, mirándola con ojos entornados, como advirtiéndole que tuviera cuidado. 


Ella sintió ganas de salir corriendo, pero decidió permanecer firme.


Pau nunca había permitido que un hombre la intimidara.


—Una mujer —añadió ella.


—¿Qué? —preguntó él—. ¿Qué quiere decir?


—Quiero decir que buscaré a una mujer caza recompensas.


—No irá a buscar a ese asesino con otra mujer.


—Iré con quien me plazca —dijo ella, con resignación.


Aunque su mirada denotaba rabia, suspiró a modo de concesión.


—Está bien, usted gana. La llevaré conmigo. Pero quiero que comprenda una cosa antes de que continuemos adelante.


—¿El qué? —Pau tuvo que contenerse para no mostrar su sentimiento de victoria.


—Yo daré las órdenes.


—Pero…


—Y usted las seguirá, sin preguntar ni protestar.


Pau se quedó paralizada por la rabia. «¿Quién se ha creído que es?», pensó en silencio. Pero, incapaz de ocultar sus sentimientos, contestó:
—No soy una niña para que me den órdenes. ¿Quién se ha creído que es?


—Soy el caza recompensas que usted quiere. Si no, no habría venido a buscarme —sonrió, y la miró de arriba abajo—. Para que lo sepa, soy consciente de que no es una niña. Sin embargo, ésos son mis requisitos.


La derrota era algo difícil de aceptar, pero Pau sabía que no tenía otra opción. Había ido a buscarlo, y no solo porque se lo hubieran aconsejado sus primos o sus amigos.


Había investigado y había llegado a la conclusión de que Pedro era uno de los mejores cazadores de recompensas de la zona, y muchos opinaban que era el mejor para buscar al asesino en terrenos difíciles, como en las montañas.


—Está bien —aceptó al fin. Creía que debía sentir humo saliéndole por las orejas, sin embargo, se sentía… 
¿Protegida? «No», negó con la cabeza. Pedro Alfonso no se sentía su protector, se sentía alguien superior.


—Bien —contestó él, y dio una palmadita sobre la mesa—. Siéntese. Tenemos que planear muchas cosas.


Paula se sentó de nuevo. Agarró la taza, bebió un sorbo y la dejó en la mesa.


—Se habrá enfriado —Pedro agarró las tazas y se volvió—. Serviré un poco más —arqueó las cejas—. ¿Y qué me dice de su bollito caliente?


Pau negó con la cabeza.


—No, gracias. Está bien así —se llevó el bollo a la boca y mordió un poco—. Está muy rico.


—Como quiera —se encogió de hombros y se volvió de nuevo.


Ella lo miró mientras se comía el bollo, observándolo por detrás. Tenía un bonito trasero, firme y tenso. Su espalda era ancha y musculosa, pero estilizada.


Pedro regresó a la mesa con las tazas llenas, y ella aprovechó para mirarlo por delante. Aquella imagen era mucho mejor.


Su torso musculoso terminaba en una fina cintura. Tenía las piernas largas y los pantalones vaqueros resaltaban su musculatura. Él la miraba en silencio.


Los rasgos de su rostro parecían esculpidos en mármol. Su nariz recta, sus pómulos prominentes, su mentón definido… 


Habría parecido una estatua si no hubiera tenido una mirada tan dulce y una sonrisa tan tierna. De pronto, Pau experimentó de nuevo esa extraña sensación interna. «¿Por qué?». No sabía la respuesta, y eso la molestaba.


—¿Qué mira? —preguntó él, sacándola de su ensimismamiento.


«Maldita sea», pensó ella, al ver que él la había pillado una vez más. ¿Qué diablos le estaba sucediendo? Nunca se había sentido tan afectada por un hombre. Y la única vez que había sentido algo parecido, había sido un desastre.


—A usted —admitió Pau—. Estoy tratando de imaginar cómo es.


—¿Y cómo me imagina? —sonrió él.


—No demasiado bien —dijo ella, y sonrió también—. No es fácil de imaginar.


—No se sienta mal —dijo él—. Yo tampoco puedo imaginar cómo es usted. Seguro que no es como aparenta ser.


Pau arqueó las cejas.


—¿Y cómo aparento ser?


Él la miró un instante.


—Mi primera impresión fue que era una mujer bella, muy bien vestida y educada.


A pesar de que sospechaba que eran cumplidos sin más, Pau se sonrojó. No solo a causa de sus palabras, sino por la admiración que veía en su mirada.


—Yo… No sé…


Pedro la hizo callar con un leve movimiento de cabeza.


—No se ponga nerviosa. Dudo que mi opinión acerca de cómo creo que es en realidad, le agrade tanto.


Pau se llevó la taza a los labios y dijo:
—Continúe —se esforzó por hablar con frialdad.


—Creo que es una niña mimada —dijo él con sinceridad—. Quiere lo que quiere y cuando lo quiere. Creo que es una mujer egocéntrica, y demasiado segura de sí misma.


Pau no tenía ni idea de por qué la molestaba la opinión que Pedro tenía de ella, pero así era. Y mucho. Normalmente, no era tan sensible a las opiniones que los demás tenían de ella.


—¿Y ahora quiere contarme lo que usted piensa de mí?


—Por supuesto —dijo Pau—, pero primero me gustaría que me contara cómo ha llegado a esa conclusión si apenas ha pasado tiempo conmigo.


—Es fácil —se rio Pedro—. Porque su forma de ser se parece mucho a la mía —hizo una pausa y se rio de nuevo—. La única diferencia es que yo no soy atractivo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario