domingo, 4 de septiembre de 2016

CAPITULO 29: (QUINTA HISTORIA)





Al abrir no vio a nadie. Escrutó entre la lluvia, y al borde de la zona iluminada del porche, captó un movimiento. Un impermeable color marfil y un paraguas amarillo se detuvieron, giraron y cambiaron de dirección.


Pedro le dio un vuelco el corazón y su pulso se disparó. No podía estar allí. No tras su cáustica despedida en Melbourne, hacía una semana.


Pero allí estaba, corriendo hacia la casa por el sendero. De repente, la perspectiva de su compañía no le pareció tan mala. Tenía el estado de humor perfecto para una confrontación.


Ya en el porche, ella bajó el paraguas y la luz transformó su cabello en un halo de fuego. Una sonrisa tentativa curvó sus labios y Pedro volvió a sentir la necesidad de ese calor, ese fuego.


—Parece que tenemos una conexión cósmica con la lluvia —dijo ella, sacudiéndose el agua de la manga. Entonces vio su rostro y su sonrisa se nubló—. Perdona, no pretendía sonar… insensible —sacudió la cabeza y resopló.


Pedro se odió porque parte de él quería suavizar el momento, devolver la sonrisa a su rostro. Otra parte de él quería entrar en la casa y cerrarle la puerta en las narices. 


Detener las emociones que desataba en él solo con estar allí. Con ser ella.


Una parte aún mayor, anhelaba meterla dentro de la casa, apoyarla en la puerta, desabrochar su impermeable y paliar la fría tormenta de ese día con el calor de su cuerpo.


—Sabía que sería incómodo, aparecer así…


—Entonces, ¿por qué no llamaste?


—Lo intenté, varias veces. O bien no contestas al teléfono, o no contestas a mis llamadas. Erin tuvo la amabilidad de darme tu dirección.


—¿Seguro que fue Erin? —Pedro enarcó una ceja. Erin era todo menos amable.


—Sí, alta, de pelo oscuro, ojos bonitos. Desagradable, hasta que le dije por qué necesitaba tu dirección.


—¿No se te ocurrió que podía no estar en casa?


—Vi la luz y oí la música antes de dejar que el taxi se marchara.


—¿Y si no hubiera abierto la puerta?


—Eso sí lo pensé —admitió ella—. Salí a ver si el taxi aún estaba cerca, entonces se encendió la luz del porche —a pesar de su expresión de pocos amigos, o tal vez por ella, cuadró los hombros—. Pero habría vuelto mañana.


—¿Por qué ibas a hacer eso?


Ella desvió la mirada y apretó los labios, como si quisiera recuperar la compostura. Cuando volvió a mirarlo sus ojos verdes estaban húmedos.


—Ya sabes por qué.


Sí, lo sabía, pero esas lágrimas y la ronquera de su voz lo estremecieron.


—He sentido mucho lo de Mac —dio un paso hacia él, pero Pedro la mantuvo a distancia con la gelidez de sus palabras.


—Suponía que te habrías enterado. Ocurrió en un momento muy inoportuno, ¿verdad?


Ella alzó la cabeza y sus ojos se ensancharon con una mezcla de dolor y confusión.


—He venido en cuanto he podido.


—¿En serio? —el recuerdo de los últimos cinco días, la culpabilidad, recriminaciones y futilidad, y el haber deseado tenerla a su lado, lo quemaban como ácido—. Has perdido el tiempo. Ahora Mac se ha ido. No tengo ninguna razón para seguir adelante con la compra de The Palisades. No necesito nada de ti.




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