domingo, 4 de septiembre de 2016

CAPITULO 27: (QUINTA HISTORIA)





Ir al hotel de Pedro no era lo más inteligente que Paula había hecho en su vida. Debería haberse dado tiempo para pensar, para darle vueltas a la reacción que había provocado el comentario de su madre. Pero allí estaba, en el vestíbulo del Lindrom, esperando a que Pedro contestara al teléfono de su habitación. Cuando saltó el contestador, cerró los ojos con desesperación. Ésa iba a ser la historia de su vida.


«Paula Chaves vivió hasta los noventa y nueve pero, por desgracia, pasó la mitad de esos años dejando mensajes y esperando respuesta».


Ella había imaginado que llamaría y le diría «Necesito verte», él le diría «Sube», y luego…


—¿Paula?


Ella dio un salto, con el corazón desbocado.


—Estaba llamándote a tu habitación.


—No estoy allí.


No, estaba delante de ella. Guapísimo, maldito fuera, con un traje oscuro y corbata. La miró de arriba abajo, captando vestido, medias, zapatos. El cabello doblegado y perfecto.


Ella sintió un cosquilleo nervioso en el estómago, pero le gustó que la escrutara. Aunque estuviera molesta con él, había dedicado tiempo a elegir el vestido negro y más aún a arreglarse.


—Cuando te he visto ahí, esperaba ver una maleta a tu lado. Esto… —la miró de arriba abajo—, parece más una cita que un principio de viaje.


—Siento decepcionarte.


—No estoy decepcionado, pero si hubiera sabido que estabas esperándome habría acortado la reunión.


Eso le recordó a ella por qué estaba allí. Tomó aire y lo miró con frialdad.


—Me extraña que la reunión se alargara, considerando lo claras que tenías las cosas.


—Las noticias vuelan en Chaves —dijo él.


—Si hablas con Judd Armitage de cualquier cosa relativa a Chaves, mi madre se entera.


—¿Debo suponer que tienes algún problema con el trato que he propuesto?


—¿No crees que deberías haberlo consultado conmigo antes? —preguntó ella, indignada—. Tal vez, incluso podrías haber esperado a que hubiera roto mi compromiso.


—No tengo tiempo que perder. Tenía que iniciar las negociaciones —dijo él, sereno.


—¿Exigiendo el mismo trato y los mismos términos que Alex?


—Como he dicho, un punto de partida.


Paula movió la cabeza y soltó una risita.


—¿Por qué iba a acceder a otro contrato matrimonial? —preguntó, moviendo las manos—. ¿Cómo has podido plantear algo así?


—¿Qué tienes en contra de la idea? —preguntó él, tras un momento de silencio—. Ibas a casarte con Carlisle. Si yo no hubiera vuelto, te habrías casado con él el sábado pasado. Supongo que tu objeción es que no quieres casarte conmigo.


Casarse con Pedro. Se le disparó el corazón solo con pensarlo; tuvo que tomar aire.


—Con Alex sabía exactamente dónde estaba.


—Y querías casarte con él.


—Sí. Quería todo lo que esa boda suponía.


—Entonces, te pregunto ¿qué parte de ese todo no te ofrezco yo? No es el dinero ni el rescate de tu empresa. Y no es el sexo —hizo una pausa y captó su mirada, haciéndole recordar la pasión compartida—. ¿Es el apellido Carlisle? ¿O la gran familia feliz? —como no obtuvo respuesta, se acercó a ella con un destello de ira en los ojos—. ¿Por qué él, Paula, y no yo?


—Porque él me lo pidió —contestó ella con pasión—. Es así de sencillo, Pedro. Él no llevó el trato a Chaves por impaciencia. Sí, también tenía prisa, pero no buscó el camino más fácil. Me hizo una propuesta y me dio tiempo para pensarlo.


—Sin embargo, no diste el paso…


—¡Ahora mismo cuestiono por qué no lo hice!


Se miraron fijamente. A Paula se le nubló la vista por la intensidad del momento; tanto que no vio al recepcionista acercarse.


—Disculpe, señor Alfonso.


Ella había olvidado dónde estaba; miró a su alrededor y por fortuna, en el vestíbulo solo estaban ellos y el recepcionista.


—Tiene una llamada, de la señorita O’Hara —decía el hombre—. Ha insistido en que lo buscara, es una emergencia. Puede usar mi despacho.


—Tengo que contestar —le dijo Pedro a Paula, con el ceño fruncido, mirando su reloj.


—Esperaré —contestó ella.


Él asintió y se alejó. Ella hizo la conversión horaria mentalmente. Era demasiado temprano en California para que su secretaria lo llamara por un asunto de negocios.


Cuando Pedro salió del despacho, ella ya había dado una docena de vueltas al vestíbulo. Ver su expresión confirmó sus peores sospechas.


—¿Se trata de Mac?


—La han llevado al hospital —contestó él, yendo directo al ascensor. Pulsó el botón—. Me voy.


Paula no necesitó pedir detalles.


—¿Puedo ayudar de alguna manera? ¿Llamar a las aerolíneas? ¿Buscarte un vuelo?


—No es necesario.


—Es mi trabajo. Puedo conseguir que estés en el primer vuelo a San Francisco, ya sea desde Melbourne, Sydney, Auckland o…


—Gracias, pero Erin ya está en ello —el sonido de una campanita anunció la llegada del ascensor—. Por eso tenía prisa para solucionarlo todo. Antes de que fuera demasiado tarde.


—Hablaré con Alex y con Judd. Me aseguraré de que se acepte tu puja inicial.


Ya en el ascensor, se volvió hacia ella y la miró con ojos que desvelaban su tormenta interior. Paula comprendió, de repente, que sus palabras habían sugerido algo que no pretendía. Él las había entendido como una confirmación de que no quería casarse con él.





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