lunes, 29 de agosto de 2016

CAPITULO 9: (QUINTA HISTORIA)





Con el secador al máximo, Paula eliminó la humedad que quedaba en su ropa antes de secarse el pelo. Lo hacía por necesidad, no por vanidad. Además, le daba algo de tiempo para recuperar la compostura. Tal vez si pasaba un buen rato encerrada en el cuarto de baño, su «invitado» se marcharía y la dejaría sola, arrepintiéndose de sus errores en paz.


O tal vez no.


Se permitió recordar brevemente ese fin de semana, una conversación en la que ella lo había descrito como un hombre tipo «yo puedo». Él había sonreído y había negado con la cabeza. «No, soy más tipo y lo haré».


No quiso pensar en cómo había demostrado esa cualidad. 


Aprovechó el recuerdo para reforzar sus defensas. Había accedido a ayudarlo porque le daba lástima su pérdida de memoria y las circunstancias que lo habían llevado a perder el trato.


Pero no era más que un trato. Lo superaría y empezaría con otro, otra propiedad, otro sitio. Alex no disponía del lujo del tiempo. Necesitaba una esposa ya, y The Palisades era parte de ese contrato matrimonial.


La cena solo sería para ayudar a Pedro a rellenar algunos agujeros de su memoria. Podía hacerlo y mantenerse serena y tranquila, sin que la afectaran sus incendiarias insinuaciones.


No le dejaría olvidar que era la prometida de otro hombre.


Estudió su imagen en el espejo y arrugó la nariz. No daba la impresión de serenidad y frialdad que deseaba. A pesar de sus esfuerzos, su cabello había adquirido vida propia. La vena de la base del cuello le latía con fuerza. Tenía la piel rosada por el aire del secador.


Al menos hacía juego con la falda.


Cruzó el dormitorio, preguntándose si ponerse las botas húmedas o seguir descalza. ¿Compostura o comodidad? 


Mientras lo pensaba, oyó una voz profunda hablando al otro lado de la puerta.


Tal vez la tormenta había amainado. Quizá hubiera llegado su salvación. Olvidó las botas y volvió al salón. Pedro estaba tan solo como lo había dejado. El microondas ronroneaba a su espalda. La mesa estaba puesta. Él alzó la cabeza de la hogaza de pan que estaba cortando.


—¿Hambrienta?


—¿No acabo de oírte hablar con alguien? —preguntó Paula, ignorando el rugido de su estómago y lo cómodo que parecía él en la cocina.


—Teléfono —señaló el aparato con el cuchillo—. Era Gabrielle. Una llamada de cortesía para comprobar que había llegado la comida y que todo estaba a tu gusto.


Ella miró los platos que había sobre la mesa y asintió. Por supuesto, la comida sería fantástica; era uno de los puntos fuertes de The Palisades.


—¿Ha dicho algo sobre el transporte?


—Sí, pero no es la noticia que esperabas. El helicóptero no regresará hasta el lunes, al menos.


—¿Tan malo es el pronóstico meteorológico? —preguntó ella con la garganta seca.


—El pronóstico no es malo, pero ha llovido aún más al sur. Hay inundaciones en una zona amplia y el helicóptero que hace este servicio ha sido requerido para las operaciones de
rescate —alzó la vista del pan—. Como aquí estamos secos y a salvo, le dije que podíamos esperar hasta que solucionen la emergencia.


—¿Insinúas que estamos atrapados aquí?


—Gabrielle mencionó el barco que utilizan para viajes turísticos. Si el mar se calma, podrá llevarnos al otro lado de la bahía —dijo él, con calma irritante. Mientras hablaba, llevó el pan y lo que sacó del microondas a la mesa, y lo puso junto a un cuenco de ensalada. Apartó una silla para ella—. Será mejor que te pongas cómoda.


Paula, rígida y con aspecto de estar cualquier cosa menos cómoda, se sentó en la silla. Tuvo especial cuidado para evitar el contacto con las manos de él, que estaban sobre el respaldo.


—¿Durante cuánto tiempo? —preguntó, con la voz ronca por los nervios.


—Un día o dos, como mucho —se sentó frente a ella. El brillo de sus ojos era tan acerado y agudo como el del cuchillo que había empuñado antes. Ella sintió un escalofrío en la espalda cuando él sonrió—. Pero, ¿quién sabe? Está en mano de los dioses. ¿Por qué no te relajas y disfrutas?






1 comentario: