lunes, 29 de agosto de 2016

CAPITULO 7: (QUINTA HISTORIA)




—No si yo puedo evitarlo —se dijo Pedro cuando ella se marchó. Él siempre dirigía su propio barco. No iba a dejar su destino en manos de un competidor. Alex Carlisle podría ser un hombre justo, pero también era un hombre de negocios con reputación de hacer tratos inteligentes.


¿Por qué iba a renunciar a The Palisades?


«Claro, cariño, romperé el contrato para que tu último amante pueda optar a una propiedad de primera categoría».


Eso no iba a ocurrir. Carlisle quería la propiedad y quería a Paula como esposa; ¿por qué iba a renunciar a ninguna de esas cosas?


Desde su terraza, Pedro observó el lento avance del coche de cortesía del complejo por el sendero embarrado, de vuelta a los edificios centrales. La había recogido en su puerta, probablemente para llevarla al helipuerto y al helicóptero que despegaba a las cuatro. Pedro dudaba que pudiera ir muy lejos con ese tiempo. En la última hora el viento se había acelerado y llovía mucho más.


El que no pudiera marcharse y regresar junto al prometido a quien respetaba y admiraba, no palió el descontento de Pedro. Era una mezcla de frustración, de oportunidad perdida, de todo lo que ella le había dicho y todo lo que le quedaba por saber.


Apoyó las manos en la barandilla y contempló el desolado paisaje, que parecía hecho a medida para su estado de ánimo. Tras el oscuro acantilado vislumbraba la cresta de las olas en el agua oscura de la bahía. Allá lejos, oculta por la cortina de lluvia se encontraba Isla Charlotte. La exclusiva y privada isla era el corazón del complejo vacacional, y la razón de que nada pudiera sustituirlo.


Había estado allí en julio, no lo dudaba, a pesar de no tener recuerdos ni fotografías. Había perdido ambas cosas gracias al trío de ladrones. Le habían quitado más que sus pertenencias, también le habían robado un tiempo precioso.


Golpeó la barandilla de acero con la mano, llevado por un acceso de furia.


Cada semana que había pasado hospitalizado, mientras soldaban los huesos rotos y se recuperaban los órganos dañados, Mac se había acercado una semana más a su final. Más que nunca, quería que esas tierras volvieran a su posesión. Sería su último y único regalo significativo a la mujer que había transformado a un jovencito descarado en un respetado titán de la Bolsa.


Alzó el rostro hacia la lluvia helada y consideró sus opciones. 


Podía decirle a Paula por qué tenía tanto empeño en comprar la propiedad. Tal vez eso la llevaría a luchar por su causa, y hablaría con Carlisle, como había prometido; pero la compasión no era moneda de cambio en el mundo empresarial. Y por mucho que ella dijera que buscaba la felicidad con un marido e hijos, su matrimonio era un acuerdo de negocios.


Obviamente, solo tenía una oportunidad, y una noche, para volver a entrar en juego.


Tenía que impedir que se celebrase una boda.




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