miércoles, 3 de agosto de 2016
CAPITULO 8: (SEGUNDA HISTORIA)
Pedro salió de la ducha y se puso una toalla en la cintura.
Pasándose una mano por el pelo frente al espejo, hizo una mueca al ver la barba de dos días. No estaba trabajando exactamente, pero el aspecto de pirata no le gustaba nada.
Necesitaba afeitarse.
Pero necesitaba algo más de forma urgente.
Salió del baño y entró en el dormitorio donde había dejado a Paula durmiendo. Pero ella ya no estaba en la cama.
La encontró en la terraza, frente al Océano Pacífico, hablando por el móvil. Llevaba su camisa de la noche anterior… que apenas le tapaba el trasero. Pedro admiró sus largas piernas, los tobillos perfectos, los dedos de los pies, las uñas con pedicura francesa. Sí, muy elegante.
Después de ponerse calzoncillos y pantalones, salió a la terraza y se apoyó en la puerta.
—Sí, ahora estoy mucho mejor —estaba diciendo Paula—. Sí, ya sé que llevo fuera casi un mes… yo también te echo de menos. No… no sabía que tuvieras problemas, papá. Siento mucho no estar ahí contigo —Paula dejó escapar un suspiro—. Sí, creo que ya estoy preparada. Yo también te quiero, papá.
Pedro oyó toda la conversación, incluyendo el suspiro que llegó después.
—¿Algún problema?
—Es mi padre. Dirige una gran empresa y ahora mismo la situación es caótica.
Eso era exactamente lo que Pedro quería escuchar.
—¿Por qué? —le preguntó, poniéndose a su espalda para darle un masaje en el cuello.
—Ah, qué bien… —suspiró Paula—. Está perdiendo dinero. Ha habido todo tipo de problemas: incendios, robos, de todo. Y el pobre tiene la tensión muy alta. Necesita gente alrededor en la que pueda confiar y sólo confía en mí.
—Sigue, cariño. Cuéntamelo.
—Creo que me necesita de verdad. Se está haciendo mayor y el estrés lo va a matar. No ha sido el mismo desde que mi madre murió hace cinco años. Bueno, fue horrible para los dos.
—Es comprensible —murmuró Pedro, pensando en la muerte de su padre.
Ese recuerdo lo perseguiría siempre, pero su madre, Raquel, había conseguido criar y darles una educación a sus tres hijos ella sola. Cuando eran pequeños no tenían dinero, pero ahora vivía en Florida disfrutando de la jubilación. Valentin, Agustin y Pedro habían levantado una cadena hotelera, Tempest, que los había hecho millonarios en los primeros cuatro años de operaciones. Y aunque Raquel Alfonso nunca había pedido nada, sus hijos se habían asegurado de que lo tuviera todo.
Pero, aun así, no le dolía nada que los hoteles Chaves tuviesen problemas.
—¿Y cómo piensas ayudarlo?
Paula se echó hacia atrás, apretando su precioso trasero contra él. Estaba empezando a desear que Paula Chaves fuese otra mujer. Una mujer a la que pudiera seguir viendo cuando volviesen a Los Ángeles.
—No sé si podré. Últimamente lo único que hago es aumentar sus preocupaciones. Lo que de verdad quiere mi padre es que tome parte más activa en el negocio para aliviarlo de parte de la carga.
—¿Y tú no quieres hacer eso?
Paula negó con la cabeza.
—No, pero tampoco quiero romperle el corazón. Ha trabajado mucho durante toda su vida… y ahora me necesita a su lado. Así, cuando llegue el momento de retirarse, lo hará sabiendo que alguien va a continuar su legado.
—¿Y tú qué quieres?
—Yo lo único que quiero es hacer fotografías. Soy fotógrafa de corazón. He vendido algunos trabajos a revistas y me gustaría seguir haciéndolo. Pero mi padre cree que es una afición. Cualquier cosa que no tenga que ver con el negocio, no es importante para él. No se toma mi trabajo en serio —Paula se encogió de hombros—. Yo soy todo lo que tiene.
—Ya veo.
Paula se volvió, sonriendo.
—Gracias por escucharme, Alfonso, pero ahora mismo no quiero pensar en mi padre.
¿Cómo iba a resistir esa invitación? Pedro la abrazó y apoyó la cara en su pelo, que olía a mar, a flores.
—Se me ocurren un par de maneras de distraerte.
—Pues distráeme —murmuró ella, acariciando su barba.
Pedro la atrajo hacia él apretando sus nalgas y la besó ardientemente en los labios.
Había descubierto lo que necesitaba saber… por el momento. El rumor de que Nicolas Chaves tenía problemas era cierto. Y eso significaba que no presentaría una gran batalla cuando él diera el paso final para comprarle el negocio.
Satisfecho con la información que había conseguido, se pasó el resto de la mañana distrayendo a Paula Chaves y disfrutando de cada segundo.
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