miércoles, 3 de agosto de 2016
CAPITULO 10: (SEGUNDA HISTORIA)
Un mes más tarde, Paula se arrodillaba sobre la tumba de su padre para dejar una docena de claveles blancos. A él siempre le habían gustado esas flores tan sencillas y tan duraderas. Nicolas Chaves creía en las cosas que permanecían para siempre. Por eso insistía en mantener la calidad y el trato personal en su cadena de hoteles a pesar de las nuevas y más llamativas cadenas hoteleras. Había levantado su imperio basándose en esas premisas.
Ahora su padre había desaparecido, pero el imperio seguía vivo.
Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas.
—Papá… cuánto lo siento.
Nunca dejaría de sentirse culpable por no haber sido más fuerte para él, por no haber sido la persona que su padre necesitaba que fuera, por no haber sabido ayudarlo cuando más la necesitaba.
Cuando volvió de la isla, su padre se había alegrado mucho de verla. Y parecía aliviado. Sólo había otra persona de su confianza, además de ella, para intentar controlar los problemas con los que se enfrentaba la cadena de hoteles: su mano derecha, Gerardo Malloy.
Paula le había prometido a su padre antes del infarto fatal que haría todo lo que pudiera para ayudarlo. Los hoteles de la cadena estaban sufriendo todo tipo de accidente… o peor, algún tipo de sabotaje.
Su padre estaba perplejo, enfadado y frustrado. En unos meses, varios hoteles Chaves a lo largo del país habían fracasado de una forma o de otra.
«No te preocupes, papá. No volveré a decepcionarte».
Paula hizo esa promesa de corazón. Ella era la única heredera de Nicolas Chaves y ahora todo era suyo. Incluida la responsabilidad. Le había asegurado a su padre que mantendría la cadena de hoteles y eso pensaba hacer.
—Yo me encargo de todo —le prometió, mirando la placa de bronce sobre la lápida. La tumba estaba al lado de la de su madre en una zona privada del cementerio.
—Pensé que te encontraría aquí —Gerardo Malloy apareció a su lado.
Paula se levantó.
—¿Qué ocurre? ¿Algún otro problema?
Gerardo le pasó un brazo por los hombros.
—No, hoy no, Paula.Sólo he venido para ver si estabas bien.
—Estaré bien. Algún día.
—Has venido aquí todos los días desde el funeral. Ya hace casi una semana.
—Es que necesito venir. Quiero que mi padre sepa que estoy aquí.
—Lo sabe, Paula. Y no le gustaría que te sintieras culpable por no estar con él cuando murió.
Gerardo tenía diez años más que ella, pero últimamente se había convertido en su mejor apoyo, llevando el negocio mientras coordinaba el funeral. Era lógico que su padre lo hubiera apreciado tanto. Ahora, Gerardo, además de ser el director ejecutivo de la cadena de hoteles, tenía que cargar con el dolor de su hija.
Paula siempre había sospechado que a su padre le habría gustado que hubiese algo romántico entre ellos, pero aunque habían salido a cenar juntos varias veces, nunca ocurrió nada.
—Ojalá hubiera podido estar con él durante sus últimos momentos —suspiró ella, desolada al pensar en su padre muriendo solo.
Había tenido un día terrible, lleno de reuniones y conferencias. Pero muchos creían que algo o alguien lo había disgustado tanto como para provocarle un infarto. Ni siquiera hubo tiempo de llevarlo al hospital.
Y ese día ella no había ido a trabajar.
Desde que volvió de Maui, Paula se había puesto a las órdenes de su padre y, por primera vez, había entendido las dificultades por las que atravesaba la cadena. El no se lo tomaba bien y sospechaba que había algo extraño. Y al verlo tan preocupado, Paula le prometió que haría lo posible por llegar al fondo del asunto.
Trabajó noche y día durante tres semanas… hasta que un día se desmayó en la oficina debido a la fatiga. Después de eso se fue a casa a descansar. Pensó que se sentiría mejor después de dormir ocho horas, pero la debilidad y el cansancio continuaron y su padre insistió en que no fuera a la oficina hasta que estuviera bien del todo.
Tres días después, Nicolas Alfonso sufría un infarto fulminante mientras estaba en su despacho.
Presión apretó su hombro.
—Tu padre sabía que lo querías mucho, Paula. Y estaba muy orgulloso de ti.
—¿Tú crees? —Paula no estaba tan segura—. Eso espero.
—¿Sabes lo que querría que hicieras? Querría que luchases por la empresa. Querría que consiguieras que la cadena Chaves volviera a ser lo que fue.
Paula suspiró. Era cierto. Y se lo debía a su padre. Se olvidaría de sus propios deseos y cumpliría la promesa que le había hecho.
—Yo también quiero hacer eso, Gerardo. Pero no sé si podré hacerlo sola.
Gerardo sonrió.
—No tendrás que hacerlo sola. Me tienes a mí.
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