miércoles, 3 de agosto de 2016
CAPITULO 7: (SEGUNDA HISTORIA)
Casi hicieron el amor sobre el capó del Porsche en el aparcamiento del local. Mientras la besaba, Alfonso acariciaba todo lo que podía acariciar sin ser detenido por escándalo público. Y Paula acariciaba su espalda, devolviendo sus besos con ardientes besos propios. Acarició su pelo, su cuello, mientras se apretaba contra él…
Recuperaron el sentido común unos minutos después, cuando se acercó un guarda de seguridad. Riendo, Paula entró en el coche mientras Alfonso intentaba recuperar la compostura de cintura para abajo.
Condujeron en completo silencio. Alfonso sabía que no debía tocarla porque, de hacerlo, corrían peligro de tener un accidente. Y Paula estaba viviendo el momento.
Ahora, en la puerta de su habitación, con las piernas temblorosas y el corazón latiendo como loco, sabía que estaba viviendo más que nunca. Jamás había deseado a un hombre como deseaba a Alfonso, con tal abandono.
—Yo nunca hago estas cosas…
Él se inclinó para buscar sus labios.
—Y yo seguiré aquí mañana, decidas lo que decidas.
Le gustaba ser ella quien tomase la decisión, aunque no podía tomar ninguna que no fuera dejarlo pasar. De modo que abrió la puerta y, tirando de su corbata, entraron en la habitación. Alfonso dejó escapar un suspiro de alivio y, desde ese momento, las cosas enloquecieron.
Alfonso la empujó contra la puerta y la besó hasta que casi perdió el conocimiento. Se besaban con la boca abierta, sus lenguas bailando con frenesí. Ella tiró de su chaqueta de Armani y Alfonso se deshizo de ella sin dejar de besarla.
Paula le quitó la corbata y él desabrochó su vestido con manos expertas. Antes de que se diera cuenta, lo único que llevaba puesto era un tanga negro.
Con el torso desnudo y bronceado, Alfonso inclinó la cabeza y besó uno de sus pechos, luego el otro, su boca cubriendo la aureola y el pezón mientras chupaba hasta hacerla cerrar los ojos. Un relámpago de fuego la recorrió entera.
—Eres tan preciosa…
Paula pensaba lo mismo de él. Nunca había conocido a un hombre con un cuerpo tan hermoso. Parecía conectar con ella en todos los sentidos, aunque sabían muy poco, casi nada, el uno del otro.
—Alfonso, te deseo…
Él cayó de rodillas.
—Y me tienes, cariño. En un minuto, te lo prometo.
Lentamente, le quitó el tanga y empezó a besar el interior de sus muslos hacia arriba… luego la tocó allí, separando los pliegues de la sensible piel con los dedos hasta que ella dejó escapar un gemido de placer, apoyando la cabeza en la puerta.
Alfonso levantó las manos entonces, sujetándola por la cintura mientras la cubría con la boca, su lengua acariciando sabiamente su parte más íntima. Paula lo agarró del espeso pelo. La sombra de barba arañaba el interior de sus muslos, excitándola aún más. Cuando estaba lista para explotar, él se detuvo.
La levantó en sus brazos, besándola con los mismos labios que habían estado acariciándola un segundo antes ahí abajo. Se sentía mareada y más excitada que nunca en toda su vida. Alfonso entró en el dormitorio y la dejó sobre la cama, quitándose pantalón y calzoncillos a toda velocidad. Paula observó su potente erección justo antes de que él la cubriera con un preservativo…
De repente, Alfonso estaba en la cama, de espaldas, colocándola encima de él.
Paula jamás se había sentido tan atrevida o tan expuesta.
Pero la mirada de deseo del hombre la animaba.
—Atrévete, Paula.
Ella se colocó a horcajadas sobre su cuerpo, desnuda en cuerpo y espíritu, y cuando Pedro la levantó sobre su erección, Paula se dejó caer despacio, recibiéndolo poco a poco. Él dejó escapar un gemido ronco de placer y ese sonido despertó algo salvaje en ella, que empezó a moverse arriba y abajo. Alfonso levantó una mano y tocó su brazo, sus hombros, guiándola hasta que encontraron el ritmo.
Tocaba sus pechos, acariciando sus pezones con los pulgares mientras ella lo montaba con fuerza, deseando más, deseándolo todo. Alfonso levantaba las caderas para buscarla y enseguida llegó a un orgasmo que la sacudió por entero.
Él la observaba, mirándola con intensidad, casi con asombro. Y Paula, curiosamente, no se sentía tímida. Con él, se sentía abierta, libre.
Y luego Alfonso la colocó de espaldas, empujando con fuerza, sujetándose al borde de la cama. El pelo caía sobre su cara, el torso cubierto por una fina capa de sudor… todo su cuerpo se puso tenso mientras la embestía por última vez, clavando sus ojos penetrantes en los de ella antes de dejarse ir con un gemido ronco de puro placer.
Unos segundos después, jadeando, la besó en los labios mientras se tumbaba de lado.
—¿Estás bien?
Si fuera un felino, estaría ronroneando, pensó Paula.
—No estoy nada aburrida, te lo aseguro.
—Te lo prometí.
—Pero ni siquiera sabemos nuestro apellido.
Con un dedo, Alfonsotrazó la comisura de sus labios, hinchados por los besos.
—Pensé que eso era lo que querías.
—Sí, así es… pero ¿cómo has podido saberlo?
Él se encogió de hombros.
—Normalmente una mujer hace más preguntas que un policía cuando conoce a un hombre. Tú no hiciste ninguna porque no querías saber las respuestas y porque no querías que yo te hiciese preguntas a ti. Pensé que querías mantener tu intimidad.
—Eres muy perceptivo —murmuró Paula. Pero sentía que le debía algún tipo de explicación. Al fin y al cabo, acababa de tener con él la experiencia sexual de su vida—. No estoy casada ni prometida… bueno, estuve prometida, pero no funcionó. Vine a la isla para olvidarme de él.
Alfonso sonrió.
—Si te he ayudado en algo, me alegro.
No era eso. ¿O sí? En cualquier caso, Alfonso no parecía en absoluto molesto.
—Pues sí, así es. Últimamente no he pensado mucho en él. Y me alegro de haberte conocido.
«Seas quien seas».
Paula nunca podría haber imaginado que se entregaría a un completo extraño… un hombre misterioso al que no volvería a ver nunca cuando se fuera de la isla.
Él la besó de nuevo mientras acariciaba sus pechos.
—Lo mismo digo, cariño.
Y luego volvieron a hacer el amor, doblando el placer hasta quedar exhaustos
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