viernes, 12 de agosto de 2016

CAPITULO 6: (TERCERA HISTORIA)




Pero no quería quererla. Con cada fibra de su cuerpo quería odiarla. Y eso hacía que se despreciara a sí mismo casi tanto como quería despreciarla a ella.


Sus sentimientos debían de notársele en el rostro porque después de contemplarlo un largo minuto, Paula sacudió la cabeza y dijo:
—Eso es lo que no entiendo. Si realmente estás tan furioso conmigo, si todo esto lo haces para humillarme, ¿entonces por qué has elegido esto? —extendió las manos para describir la situación.


—No sé a qué te refieres —dijo él haciéndose el tonto, que le pareció lo más seguro.


—Si lo que quieres es una compensación, tiene que haber un centenar de formas más de pisotear mi dignidad. ¿Por qué has elegido este camino, qué pretendes? Si te resulto tan desagradable, ¿por qué meter el sexo en todo esto?


—¿Es eso lo que crees? ¿Qué me resultas desagradable?


—Bueno, parece bastante evidente —el enfado se le notaba en la voz—. Es obvio que me odias. ¿Por qué quieres acostarte conmigo?


Por supuesto, no podía admitir la verdad. Que sus sentimientos eran tan vivos que le había hecho esa proposición sólo para sacarla de su despacho. Incluso sabiendo que lo estaba manipulando, la deseaba. Incluso mientras lo utilizaba para conseguir dinero. Aún seguía sintiéndose atraído por ella. Por su bravuconería. Por su salvaje vena rebelde que nunca podía mantener controlada durante mucho tiempo.


Y ése era el fatal punto débil de su plan. Había pensado alejarla de él con su conducta arrogante y detestable. Con cualquier otra mujer eso habría funcionado. Pero había olvidado una cosa. Paula sacaba lo mejor de ella cuando estaba arrinconada. Si no tenía cuidado volvería a enamorarse de ella otra vez.


Diablos, tendría suerte si conseguía salir de allí sin caer de rodillas suplicando perdón.


Lo miraba expectante, esperando una respuesta. Como no tenía nada que decir, escapó con otra media mentira.


—¿Has oído hablar de la navaja de Occam?


—Por supuesto. El principio científico de que la explicación más sencilla es la más plausible.


—Exacto —porque admitir su deseo físico era más fácil, por no mencionar más seguro, que admitir la verdad. Que lo atraía en todos los sentidos—. La explicación más simple de por qué he propuesto este arreglo es que te deseo. Te quiero en mi cama.


—Pero si ni siquiera te gusto.


—Soy un hombre. No tienes que gustarme para encontrarte atractiva.


—Bueno, soy una mujer y, hablando en general, no nos atraen los hombres que no nos gustan. Lo que supone una razón más por la que no voy a acostarme contigo.


La mirada de ella era un puro desafío. Casi creyó lo que decía, que la pasión entre ambos había sido olvidada por completo por las amargas emociones del pasado. Pero a él no le había ocurrido y no podía creer que le hubiese sucedido a ella. Y no podría vivir si no descubría si ella se estaba marcando un farol, lo mismo que él. Y la única forma de averiguarlo era besarla.



2 comentarios: