sábado, 13 de agosto de 2016
CAPITULO 7: (TERCERA HISTORIA)
Paula no se creía que fuese a besarla hasta el momento en que sus labios se encontraron. Por un momento se resistió a su abrazo. No luchó. No trató de liberarse de sus brazos. No exigió que la soltara, pero se resistió. Trató de mantener las barreras emocionales. ¿Quería besarla? Bien. ¿Quería humillarla? Vale, quizá después de lo que le había hecho su familia, tenía que aceptarlo.
Sin embargo, no pensaba dejarle ir más lejos. No se había creído ni un minuto que aquello tuviera algo que ver con el deseo sexual. Su tacto era demasiado impersonal. Su abrazo demasiado frío..
Entonces el beso cambió. Sus labios se suavizaron, sus manos se volvieron más cálidas, su cuerpo se acercó al de ella. No lo vio venir. Sucedió antes de que pudiera volver a alzar las defensas. Antes de que pudiera hacer lo que debería haber hecho antes: poner fin al beso y poner distancia física, por no mencionar la emocional, entre los dos.
De pronto no estaba besando a un extraño de sangre fría.
Ese hombre había desaparecido. Y en un momento estaba besando a Pedro.
Pedro. A quien había amado como no había amado a nadie.
Quien había sido su única luz durante su difícil adolescencia.
Quien siempre le había hecho reír. Quien había escuchado sus ideas. Pedro había esperado de ella más que nadie.
Quien le había hecho ensanchar sus límites.
Pedro era la juventud y la esperanza. Era fuerza y desafío.
Hablaba a la parte salvaje de su alma. A los rincones más inquietos de su espíritu.
Con sus labios moviéndose sobre los de ella, con su fragancia en su nariz, Paula volvió a sentirse con dieciséis años. Llena de esperanza y ansias de vivir. Emocionada por el placer que corría por sus venas. Aturdida por el poder de dar tanto placer como el que recibía.
Perdida en esos recuerdos, todo su ser se entregó al beso.
Rodeó los hombros de él con los brazos. Y, ¡maldición! Esos hombros eran realmente hombros, no relleno debajo de la chaqueta. Tampoco había un vientre flácido debajo de la camisa.
Se agarró de las solapas de la chaqueta para bajársela por los hombros. Por un momento él la soltó para dejar que la prenda resbalara hasta el suelo.
A pesar de sí misma, se deleitó en el abrazo de Pedro y en la sensación de sus manos sobre el cuerpo. Como si hubiera vuelto a casa después de años de estar perdida en el mundo sin él.
Quería seguir besándolo siempre. Quería pasar horas, días, explorando su cuerpo. Quería quitarle la ropa y entregarse a la desenfrenada pasión.
Enterró los dedos en su cabello profundizando el beso, aplastando su cuerpo contra el de él. Sentía un cosquilleo en cada célula por el contacto, pero él mantenía las manos firmes en los hombros. Entonces Pedro dio un paso adelante haciéndole retroceder. Y otro. Sintió la pared en la espalda lo que le dotó del apoyo necesario para acercar aún más su cuerpo al de él. Pero quería más. No sólo quería tocarlo, quería meterse debajo de su piel. Acurrucarse en el santuario de su alma y no salir jamás.
Entonces, tan bruscamente como había empezado el beso, terminó.
La soltó y se alejó de ella.
—Bueno —dijo él pasándose el pulgar por el labio inferior—, ha sido interesante.
Paula parpadeó demasiado conmocionada para hacer nada más.
—Evidentemente te sientes más atraída por mí de lo que pensabas —dijo él.
Hizo una pausa y la valoró con la mirada fríamente. Lo que la hizo dolorosamente consciente de su acelerada respiración. De la sangre caliente que latía en sus venas. Del pulso de su deseo.
Lentamente se dio la vuelta, su expresión era indescifrable, se metió las manos en los bolsillos.
—Yo, sin embargo, encuentro que no estoy tan deseoso de pasar por alto los defectos de tu personalidad como creía que lo estaba. Así que puede que haya mentido. Puede que sí que tenga que ver con la venganza. Porque me he dado cuenta de que no puedo seguir adelante con esto.
—Espera —dio un paso adelante alzando la mano para dejarla caer al momento—. ¿Adónde vas?
—A casa —dijo sencillamente recogiendo la chaqueta del suelo y colgándosela del brazo—. Me acabo de dar cuenta de que necesito una ducha caliente.
Viéndolo marcharse sólo un pensamiento coherente surgió del caos de su cerebro.
—¿Qué pasa con el dinero? —preguntó.
Pedro se dio la vuelta ya casi en la puerta.
—Es cierto. Se suponía que todo esto era por dinero, ¿no? —la miró con frialdad de arriba abajo—. No te lo has ganado.
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