sábado, 6 de agosto de 2016

CAPITULO 20: (SEGUNDA HISTORIA)






Agustin levantó su copa de champán.


—Por mi hermano Pedro y su bellísima esposa, Paula. Y por el niño que me llamará tío Agustin. Enhorabuena.


Julia levantó su copa también mientras Pedro y Paula levantaban sendos vasos de agua.


Después del brindis, los cuatro se quedaron en silencio, incómodos. Estaban en un exclusivo restaurante de Santa Mónica donde Agustin había insistido en celebrar la boda y Paula no supo cómo negarse.


—¿Desde cuándo sois amigas, Julia?


—Desde que éramos pequeñas. Incluso antes, ¿verdad, Paula?


—Sí, nuestras madres ya eran amigas.


Julia soltó una carcajada.


—En realidad, no pudimos hacer nada. Menos mal que nos caímos bien desde el principio.


Paula sabía que Pedro estaba observándola. Sin mirarlo, sentía sus ojos clavados en ella. Aquel hombre que había sido un bálsamo en Maui, con el que se había mostrado completamente desinhibida… ahora era su marido.


Después de decirle adiós en la habitación pensó que jamás volvería a verlo. Pero ahora estaba allí, casada con él y esperando un hijo suyo.


Si pudiera mirarlo sin dudas en su corazón. Si pudiera bajar la guardia. Pero había aprendido una buena lección con Jeremias y con él y no volvería a dejarse engañar.


—¿Ocurre algo? —le preguntó Pedro.


—Lo mismo de siempre —contestó ella, mirando la tarta nupcial con cara de asco.


—Pareces cansada, cariño —sonrió Julia.


—Estoy bien, July. Es que ha sido un día muy largo.


Pedro asintió, dejando la servilleta sobre la mesa.


—Sí, es hora de volver a casa. Por favor, quedaos a tomar una copa. Y gracias por todo. Algún día yo haré lo mismo por ti, Agustin.


La mirada divertida de su hermano les dijo lo que pensaba de esa idea.


—Felicidades, Pedro. Y Paula, bienvenida a la familia. Cuida de mi hermano. El pobre ya tiene suficientes problemas. Mi madre lo va a matar por no decirle nada de la boda.


Pedro hizo una mueca. De verdad lamentaba no haber podido contar con su madre, pero la situación…


—Se lo explicaré todo cuando vuelva del crucero.


—Sí, ya —sonrió Agustin—. No te preocupes por nosotros. Yo llevaré a Julia a casa… si a ella le parece bien, claro.


—Por supuesto —sonrió Julia—. Te lo agradezco.


Después de despedirse, Pedro tomó a Paula del brazo y salieron del restaurante. Para empezar su vida de casados.



* * *


Paula miró el perfecto diamante de cuatro quilates en forma de pera que Pedro había puesto en su dedo durante la ceremonia. El detalle la había sorprendido aunque ahora, en el espacioso ático de su marido en el centro de Los Ángeles, apenas podía creer que estuviera casada con él.


El ático estaba decorado de una forma muy masculina, con muebles oscuros y paredes blancas. Los cuadros eran de pintores modernos y las habitaciones estaban casi vacías, salvo por los muebles más necesarios.


El contraste entre los Chaves y los Tempest estaba básicamente en la decoración. Los Chaves eran conocidos por su decoración clásica y su atención al detalle, los Tempest por su diseño contemporáneo. Las dos cadenas eran tan diferentes como el día y la noche. Como Paula y su marido, pensó solemnemente.


—Esta será una residencia temporal. El niño necesitará un jardín donde jugar.


—Yo tengo jardín.


—Pero tu casa es muy pequeña para una familia. Nos hará falta más espacio.


¿Familia? Paula temblaba por dentro. ¿De verdad esperaba que fueran una familia normal? ¿Esperaba paseos por el parque y un final feliz?


¿Esperaba que tuviesen más hijos?


Paula se había casado con Pedro para que su hijo tuviera una familia. Se había casado con él para no perder la cadena de hoteles que había fundado su padre y para cumplir la promesa que le había hecho. Pero no estaba segura de que aquel matrimonio durase un año entero. Pedro sólo se había casado con ella por el niño. Y ella podría decir lo mismo.


—Nos mudaremos lo antes posible —dijo Pedro, dirigiéndose hacia el bar.


—Si lo hacemos será por consentimiento mutuo. No me gustan las sorpresas, Pedro. No vuelvas a hacer algo sin consultarme.


—¿A qué te refieres?


—A los fotógrafos. Podrías haberme informado de tus planes.


—¿Y qué habrías dicho?


—Que prefiero no ver mi fotografía en todos los periódicos.


—Ya te he explicado las razones —Pedro se sirvió un vaso de whisky.


—Yo soy la mitad de esta sociedad. No lo olvides.


—Esto no es una sociedad, Paula. El acuerdo prematrimonial se ha encargado de dejar eso bien claro. Esto es un matrimonio. Ahora eres mi mujer.


—Me has chantajeado para que me casara contigo.


Pedro negó con la cabeza.


—Sólo te dije la verdad.


—Te ofreciste a salvar la cadena de hoteles Chaves y yo acepté. Tú sabías lo desesperada que estaba.


—Yo siempre consigo lo que quiero, cariño —sonrió él—. Y eso no es malo —añadió, inclinándose para buscar sus labios.


Paula dio un paso atrás.


—¿Qué haces?


—Besar a mi mujer —contestó Pedro, buscando sus labios de nuevo.


Sabía a whisky ya… poder. Paula, sin pensar, dejó que la besara, sus labios abriendo expertamente los suyos, haciéndola recordar cosas que no debía recordar…


Pedro acariciaba sus pezones por encima de la tela del vestido, rozándola con el pulgar perezosamente, creando una ola de escalofríos que la sacudían por entero.


Cuando se apartó para mirarla a los ojos, a Paula le daba vueltas la cabeza. Qué fácil sería olvidar quién era y cómo la había manipulado. Qué fácil sería caer víctima de esos ojos penetrantes.


Pero Paula no pensaba olvidar.


—Estoy cansada. Necesito acostarme un rato. ¿Cuál es mi habitación?


—He dejado tus cosas en el dormitorio principal —contestó él, haciéndole un gesto para que lo siguiera—. Aquí es.


—Muy bien.


Aunque le gustaría dormir en su propia cama, tenía que aceptar que ahora era una mujer casada. Y lo lógico era que viviese con su marido.


Pedro no había querido aceptar que vivieran por separado. 


Paula había intentado convencerlo, pero sabía que ésa era una pelea que no iba a ganar.


—¿Dónde vas a dormir tú?


Pedro sonrió, genuinamente divertido.


—Descansa un poco, cariño.


Luego salió del dormitorio y, en cuanto desapareció por el pasillo, Paula cerró la puerta.


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