lunes, 15 de agosto de 2016
CAPITULO 15: (TERCERA HISTORIA)
Las cosas después fueron muy deprisa. Llegó la policía.
Después el FBI. Todo el mundo en el edificio fue retenido.
Los invitados se tomaron las cosas sorprendentemente bien.
Los camareros sirvieron más comida. La orquesta siguió tocando. El ambiente de fiesta permaneció. La gente parecía estar encantada de participar en el más glamuroso de todos los crímenes: un robo de diamantes.
Quizá resultaba un poco incomprensible. Un audaz robo había sucedido a pocos pisos de distancia de una fiesta de cientos de invitados, era el material del que se construían las leyendas. Sería un notición. Los invitados de esa noche podrían contar la historia durante años.
Paula, sin embargo, no se sentía tan emocionada. Después de todo, de algún modo, su estúpido hermano estaba metido en ese lío. De todas las idioteces en que se había visto implicado en su vida, ésa realmente se llevaba la palma. Y eso que se suponía que era el listo de la familia.
Tensa y con náuseas recorrió con la vista el salón buscando a Pedro. Detectives de la policía se movían entre la gente reuniendo a la gente en grupos. Todo el mundo tendría que ser registrado antes de marcharse. Serían interrogados e identificados. Dario y J.D., junto a unos agentes del FBI habían desaparecido en uno de los despachos del piso de arriba. Pedro se había marchado con ellos, pero Paula creía que lo había visto volver unos minutos después.
Había oído un rumor de que el FBI estaba interrogando a J.D. y a Pedro. Si el sistema realmente era inviolable, entonces Alfonso Security era sospechosa. Lo que sólo consiguió incrementar sus náuseas. De pronto, después de su gran discurso sobre la confianza en su hermano, sintió una oleada de dudas. ¿Y si era culpable?
No, no podía pensar en eso. Ni siquiera podía considerar la posibilidad.
Sí, respetaba a Pedro. Claro, lo deseaba. Incluso se sentía mal, muy mal, por cómo habían terminado las cosas catorce años antes. Pero su lealtad estaba con su hermano. Era su familia. Ramiro podía ser un desastre, pero siempre la había querido. Siempre había estado ahí para ella.
Mientras buscaba a Pedro entre la multitud, reflexionó sobre lo que había ocurrido en la oficina de seguridad antes de que toda esa situación se hubiese desencadenado. Pedro la había besado. Besado de verdad. Con un beso de «quiero seguir besándote siempre».
Recorrió el atestado salón buscando un lugar donde sentarse sola un minuto, un respiro entre tanto zumbido de charla de los invitados. Siguió a uno de los camareros a través de una puerta en la parte trasera de la sala que conducía al pasillo de servicio.
Había dado sólo unos pocos pasos tras la puerta batiente cuando oyó una voz tras ella.
—Quédese ahí, señorita —Paula se dio la vuelta y se encontró con uno de los agentes del FBI vestido de traje mostrando su placa—. Agente Ryan. No puede marcharse todavía.
El agente se plantó delante de ella. Tenía el cuerpo de un jugador de rugby. Miró su rostro sin pizca de sentido del humor y se le hizo un nudo en la garganta. Su sola presencia era un recordatorio de que no debería haber estado pensando en Pedro. Ya tenía bastante con preocuparse por su hermano.
—No pensaba irme —explicó—. Sólo quería alejarme un poco de la gente.
—Usted es la hermana del sospechoso, ¿verdad?
Sintió una oleada de culpabilidad. De algún modo, enfrentarse con ese agente del FBI hacía las cosas más reales. Rezó para que Ramiro no estuviera implicado en el robo.
—Uno de ellos, entiendo, mi hermano es uno de los sospechosos. Estoy segura de que no es el único. Seguro que hay varios… —cuanto más hablaba, más se cerraban los ojos del agente Ryan. Tragó—. Sí, Ramiro Chaves es mi hermano.
—Tengo que interrogarla antes de que se marche.
—Claro —eso sería fácil. Sabía muy poco y no tenía nada que ocultar.
Un momento después, Pedro apareció en el pasillo detrás del agente. Habló tranquilamente con él un momento, después el agente asintió y volvió a la sala. Tomó como una buena señal que confiara en Pedro. Seguro que, si hubiese sido un sospechoso, no los habría dejado solos.
—Ah, mi salvador —dijo floja.
Tan serio como siempre, Pedro no intentó ni simular que se reía, lo que, en esas circunstancias, ella habría apreciado.
—No trataba de marcharme. Sólo necesitaba un momento lejos de la gente.
—Puedo esperar contigo.
—Supongo que realmente estoy en la parte alta de la lista de los más buscados, ¿no?
—Dado que no has ocultado nada, no serás sospechosa. Pero definitivamente eres alguien con quien los agentes quieren hablar.
Se rodeó con los brazos y se frotó la helada piel de los bíceps. ¿Por qué siempre hacía tanto frío en los edificios de oficinas?
—Estás tratando de ser diplomático. ¡Qué tranquilizador! —murmuró sarcástica.
—No es tan malo como eso —se quitó la chaqueta y se la echó sobre los hombros, después la giró hacia donde estaba la comida al final del pasillo y la llevó en esa dirección—. Vamos. A ver si podemos conseguir algo caliente de beber. Quizá tengan cacao o algo así.
—¿Me estás ofreciendo un chocolate? —preguntó incrédula—. Las cosas deben de estar peor de lo que pensaba —había pensado lo peor de ella ¿y en ese momento no sabía qué decirle?—. Ya sé que antes me has mentido cuando me has dicho que aquí no había diamantes. ¿Puedes decirme al menos cuánto ha desaparecido?
—La semana pasada hubo lo que se consideró un simple error de la oficina. Un lote de diamantes que tenía que haber sido enviado a la oficina de Nueva York se envió aquí —se le notaba la tensión en los hombros tanto como en el tono de voz.
—¿Cuánto valían?
—El error no se ha descubierto hasta esta tarde cuando se han descargado. Parecía que alguien había escrito el código incorrecto en el albarán del paquete. Parecía algo inocente. El tipo ni siquiera se había dado cuenta de que lo había hecho. Cuando se descubrió el error, Dario lo arregló todo para que se almacenara aquí esta noche y mañana saliera temprano. Iban a estar en esta oficina menos de doce horas.
—¿Cuánto valían? —cada minuto que pasaba sin que le respondiera, su ansiedad crecía.
—Es difícil decirlo con seguridad. Probablemente alrededor de diez millones de dólares.
Sintió que la sangre se le iba de la cabeza dejándola mareada.
—¿Tanto?
—En el mercado negro seguramente un poco menos. En estos días todo lo que viene de ser tallado en Amberes tiene una marca de láser con el logo de Messina y un número de serie, así que, si los quieren vender, tendrán que volverlos a tallar, pero una vez hecho…
—Ya no se podrán detectar —terminó la frase por él—. Eso es muchísimo dinero. Pero no lo comprendo. ¿Cómo puede alguien saber que los diamantes estarían aquí esta noche? ¿No dices que raramente hay diamantes aquí?
—Ésa es la cuestión. No podían saberlo si no tienen a alguien dentro.
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Ayyyyyyyyy, qué intriga, buenísimos los 3 caps.
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