martes, 16 de agosto de 2016

CAPITULO 16: (TERCERA HISTORIA)




Ambos iban en silencio mientras Pedro la llevaba a casa. 


Naturalmente ella había protestado porque no era necesario, pero al final se había rendido a su insistencia. Bajo otras circunstancias se habría sentido culpable por aprovecharse del agotamiento emocional de ella.


Esa noche, con diez millones de dólares en diamantes robados delante de sus narices, no tenía tiempo para sentirse culpable.


Mientras salía de la autopista 35 E y se incorporaba a la Avenida de Illinois, miró de soslayo y notó que Paula lo estaba mirando. Cuando sus miradas se encontraron, ella dijo:
—No tienes que llevarme a casa, lo sabes.


—Puedes seguir diciéndolo, pero es tarde —un argumento válido porque cuando los agentes del FBI habían empezado a dejar salir a la gente eran más de las dos de la madrugada.


—Y seguro que te preocupa que mi barrio no sea seguro, pero puedes estar tranquilo porque yo siempre estoy allí a las dos de la madrugada y no me ha ocurrido nada malo todavía.


—No hay ningún problema —dijo sencillamente.


—Será un problema para mí cuando tenga que llamar a un taxi por la mañana para recuperar mi coche que está en el centro.


—Te llevaré.


—Lo que nos lleva al punto inicial. Tu mejor cliente ha sufrido un robo. Seguro que tienes cosas más importantes que hacer que ser mi chófer por Dallas.


—Ahora que el robo se ha cometido, está en manos del FBI. No puedo hacer mucho más.


—No esperarás en serio que me crea eso, ¿verdad? ¿Vas a echarte a un lado y dejar que el FBI averigüe quién está detrás de todo esto?


Siempre había sido inteligente, así que no le llevaría mucho tiempo descubrir por qué no quería separarse de ella. No iba a decírselo, si tenía un poco de suerte, estaría lo bastante cansada como para no darse cuenta esa noche.


—No. Te conozco. Vas a andar por ahí de un lado a otro siguiendo pistas o lo que sea que hace la gente de seguridad en estos casos. Interrogarás a los testigos o perseguirás a los sospechosos.


—J.D. puede hacerse cargo de la mayor parte del trabajo. Es de toda confianza.


—¿De toda confianza? Creía que era el segundo en el escalafón.


—Lo es.


—Chico —sacudió la cabeza—. Cuando decías que todo el mundo era sospechoso lo decías en serio. No confías en nadie, ¿verdad?


—Mi trabajo es sospechar de todo el mundo. Aprendí hace mucho tiempo que la mayoría de la gente suele decepcionarte.


Paula se quedó en silencio mirando por la ventanilla con la cabeza echada hacia atrás. Su postura era de relajación. 


Pedro esperó que se hubiera quedado dormida, pero lo dudaba.


—Lo siento —dijo ella sin moverse.


—No eres responsable de las acciones de tu hermano.


—No es por eso por lo que me disculpo —lo miró—. Siento que lo que sucedió entre nosotros te haya amargado tanto y vuelto tan desconfiado.


Otra vez estaba ahí esa pena. Maldición. Agarró el volante con más fuerza.


—¿Es así como realmente me ves?


Miró en dirección a ella y a la luz de las farolas que pasaban vio que tenía el ceño fruncido.


—¿Cómo se supone que tengo que responder a eso? En la superficie eres una persona de éxito. Has ganado mucho dinero. Pero no tienes a nadie en quien realmente puedas confiar. Ni siquiera tu segundo. Pareces haber perdido toda la fe en la humanidad.


—Soy el hijo de un alcohólico, jamás he tenido mucha fe en la humanidad, para empezar.


—No —negó con la cabeza—. No eras así cuando eras joven. A pesar de cómo creciste, tenías esperanza. Y confiabas completamente en mí. Ahora… —se quedó en silencio y de pronto se puso derecha—. No confías en mí. Piensas que puedo estar implicada. Eres… —hizo un gruñido agitando las manos en el aire—. Estás persiguiendo a una sospechosa. ¡Me estás siguiendo a mí!


—A ti no —empezó a protestar, pero ella no le dejó terminar.


—Sí, a mí. Estás en un coche conmigo, ¿no? —volvió a gruñir y se dio la vuelta en el asiento para mirar hacia delante con los brazos cruzados sobre el pecho—. No puedo creer que pienses que tengo algo que ver con esto.


—Tú no —dijo mientras salía de Illinois para entrar en su barrio—. Ramiro.


—Si hubiera tenido algo que ver con esto, ¿por qué me habría pasado toda la noche pegada a ti como lo he hecho? ¿Eh? ¿No me habría escabullido tan pronto como hubiera podido?


Detuvo el coche delante de su casa y apagó el motor.


—Vamos dentro y hablemos ahí.


—Bueno —dijo saliendo del coche—, supongo que no tengo muchas más opciones, ¿no? Vas a seguirme de todos modos.


Salió del Lexus híbrido y lo cerró con el mando a distancia mientras la miraba caminar por el sendero flanqueado de flores en dirección a su casa. Cuando salió tras ella, lo miró por encima del hombro mientras metía la llave en la cerradura.


—Ni te pienses que voy a ofrecerte algo de beber.


—No lo esperaba.


Entró directa al dormitorio atravesando el salón. Dado que estaba enfadada con él, no tenía sentido no seguirla.


Sí, estaba realmente enfadada, y no podía reprochárselo. En los últimos días la había insultado, hecho proposiciones indecentes para después rechazarla. En ese momento pensaba que la estaba acusando de estar involucrada en un gran robo. Él también se habría enfadado.


Si se le añadía el hecho de que la había besado sin sentido y que aún no habían hablado de ello… Bueno, tenía suerte de que no lo hubiera golpeado con el bolso todavía.





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