domingo, 14 de agosto de 2016

CAPITULO 12: (TERCERA HISTORIA)




Si había pensado por un momento que su pasada relación con Pedro haría más fácil reconocer delante de él que sospechaba que su hermano estaba a punto de robar en Messina Diamonds, en el momento en que vio a Pedro, se dio cuenta de lo equivocada que estaba.


Quizá debería haber ido a la policía, pero seguramente no la habrían creído. Y Pedro, al menos, estaba en posición de detener a Ramiro antes de que fuese demasiado tarde. Antes de que Ramiro cruzase la línea y entrara en el mundo de la conducta delictiva.


—Necesito tu ayuda —se sentó y empezó sin ceremonias.


—Ya hemos tenido esa conversación —recordó haber ido a su casa y haberla besado sin criterio.


—Sí, así es. Pero necesito otra cosa de ti.


—Ya he firmado el cheque —dijo sentándose detrás del enorme escritorio—. Te lo iba a enviar el lunes.


Pronunció las palabras con descuido, como si no hablasen de cincuenta mil dólares. Como si la noche anterior no le hubiese dicho que ella no valía ese dinero. Estaba jugando con ella.


—No tiene que ver con el dinero, o puede que sí —maldición, sería mucho más fácil si no le hubiera dejado besarla. ¿En qué había estado pensando?—. La cuestión es: No creo que Ramiro realmente quisiera que te pidiera el dinero. Creo que está pensando en robarlo.


Pedro alzó las cejas bruscamente. Se balanceó en la silla.


—¿Entonces por qué recurrir a mí?


—Creo que está pensando en robárselo a Messina Diamonds.


Por un momento pareció tan conmocionado como se sentía ella. Después, a pesar de su consternación, echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.


Ella frunció el ceño. Y después lo frunció más cuando la risa siguió muy despacio. Empezó a darse golpes en la pierna con las yemas de los dedos esperando a que parara.


—Mi hermano…


—No podría robar un penique en recepción sin que me enterara.


—No estoy de broma —insistió ella.


La risa de Pedro se desvaneció, echó la silla hacia delante y apoyó los codos en la mesa. Después de un largo momento, dijo:
—No es más que un chiste malo…


—No.


—U otro de tus intentos de acostarte conmigo.


Le llevó un segundo registrar el sentido de sus palabras. 


Saltó de la silla.


—¿Es eso lo que crees? ¿En serio? ¿Que todo esto es… —hizo un amplio gesto para referirse a los acontecimientos de los últimos días—, nada más que para acostarme contigo? —dibujó unas comillas de sarcasmo en el aire—. No he venido aquí sólo para ayudar a mi hermano. He venido a ayudarte también a ti. Y si eres demasiado cabezota, no, demasiado estúpido para verlo, entonces te mereces las consecuencias que sufras cuando tu mejor cliente sufra un robo delante de tus narices.


Cuando se trataba de Paula, no tenía criterio. Así que no tenía sentido intentarlo si su buen juicio le decía que fuera en contra de ella. Aun así lo intentó. Ya había salido casi del despacho cuando la agarró del brazo.


—Espera un minuto, Paula. ¿Por qué no me dices qué está pasando?


La mirada de ella estaba llena de desconfianza, como en la ira que había en sus ojos también quedaban reminiscencias de la pasión que había visto en ella la noche anterior. 


Seguramente se iba a arrepentir de aquello, pero si lo que decía era cierto y la dejaba irse, sería un terrible error.


—¿Vas a escucharme? —preguntó ella.


—Lo haré.


—¿Nada de comentarios sarcásticos ni viles sospechas?


—Si esperas alguna especie de declaración de comienza…—empezó.


—He estado en el piso de Ramiro hoy y he encontrado un juego de planos de las oficinas de Messina Diamonds —dijo todo seguido, y después contuvo la respiración esperando la respuesta.


Él la miró detenidamente a la búsqueda de alguna señal de que estuviera mintiendo.


—¿Una copia de los planos?


—Sí —se soltó el brazo del que la agarraba y después se frotó el lugar donde había estado su mano—. ¿Para qué iba a tener los planos si no estuviera pensando en entrar a robar?


Una parte de él pensaba que lo engañaba. Que era otro de sus retorcidos trucos, pero a esa misma parte, si le hubieran preguntado por ella una semana antes, habría respondido que seguro que se había casado con cualquier tipo rico que le hubiera elegido su padre y que estaría recorriendo el oriente texano en su BMW de fiesta en fiesta. Así que eso abría la posibilidad de que esa parte de él que desconfiaba de Paula se estuviera equivocando.


—Será mejor que empieces por el principio —le señaló una silla para que se sentara.


—No sé mucho. No he querido discutirlo con él. Sé que habría negado todo. Pero creo que cuando supo que iba a pedirte a ti el dinero, debió de hablarle a los hermanos Mendoza de mi relación contigo —se sentó en el borde la silla hecha un manojo de nervios—. Hace unas semanas, cuando me enteré de que debía dinero a los Mendoza, me ofrecí para venir a pedirte a ti el dinero. Al principio él no quería. Pero después me propuso que aprovechara esta noche para aproximarme a ti, durante el evento. Pareció como si se obsesionara con eso. Me compró este ridículo vestido. Creo que se supone que tengo que distraerte esta noche —soltó una risita incómoda—. Quiero a mi hermano —dijo con un suspiro—, pero soy la primera en reconocer que puede ser un idiota. Es la persona inteligente más estúpida que conozco. Sería típico de él haberse ido de la lengua con la gente equivocada y haber dicho que tenía a alguien «dentro» de Messina. Antes de que se dé cuenta los criminales con los que ha estado tratando lo dejarán tirado y de nuevo se encontrará en un lío del que no sabrá cómo salir —se mordió los labios y lo miró con cautela—. ¿Crees que estoy loca?


—Creo que siempre has tenido una gran imaginación.


—Pero conozco a mi hermano. Y sé que está pasando algo.


—Crees que está planeando un robo… —dejó la frase en el aire para darle la oportunidad de que la terminara ella.


—De diamantes, así lo creo.


—¿Y por qué lo crees?


—Porque ésta es una empresa de extracción de diamantes. Parece lo lógico.


—No lo es. Los diamantes se extraen en Canadá. Se tallan en las instalaciones de Messina en Amberes y después se envían directamente a Nueva York donde se venden. Estas oficinas son la central del negocio, pero por aquí raramente pasa un diamante.


—¿Raramente? —preguntó ella—. Raramente, pero no jamás.


—No. Jamás no. Hay una caja de seguridad en el despacho de Dario. Ocasionalmente guarda algunas piedras.


—¿Y hay alguna ahora?


—No —se pasó una mano por la nuca.


Debía de haber dudado lo justo para que ella no le convenciera la negación, porque Paula alzó una ceja.


—¿Crees que no me doy cuenta de cuando me mientes?


—Pareces muy segura de saber lo que está planeando —ignoró su comentario.


—Bueno, no lo estoy, pero no se me ocurre ninguna otra explicación. ¿Y a ti?


Era el turno de ella para taladrarlo con la mirada. Tuvo que reprimir la urgencia por volverse. Había demasiadas cosas que no quería que viera en su expresión. Cosas que no tenían nada que ver ni con los diamantes ni con su hermano.


—No, no se me ocurre. Pero sería virtualmente imposible para Ramiro robar en Messina. Tienen el mejor sistema de seguridad del mercado.


Saltó de la silla y caminó rodeando los sillones de cuero.


—Confía en mí —dijo ella—. No quiero tener razón en esto, pero ninguno de los dos podemos permitirnos equivocarnos.


—¿Ninguno de los dos?


—Evidentemente. El futuro de mi hermano está en peligro, pero tu apuesta es aún mayor, ¿no? Es tu negocio —apoyó su afirmación señalándolo con el índice—. De la empresa que has levantado con tus manos, como se suele decir. Lo último que te interesa es que haya alguna clase de… —buscó la palabra un momento antes de encontrar la adecuada—, alguna clase de atraco en Messina Diamonds. Son tu mejor cliente. Si no eres capaz de protegerlos a ellos, no quedarás muy bien, ¿no te parece?


Desgraciadamente, tenía razón. Por mucho que le gustase echar el freno y no volver a verla, sencillamente no podía arriesgarse. Y hasta que pudiera estar seguro, estaba unido a Paula. Y a su maldito vestido. Lo que, era un consuelo, era mejor que estar unido a ella sin ningún vestido.


Se echó hacia delante en la silla


—Siéntate antes de que te marees. Y dime todo lo que sabes.


El triunfo de Paula tendría corta vida. Al menos Pedro la escuchaba. Podría celebrarlo cuando todo hubiese terminado y su hermano estuviese a salvo de vuelta a casa, sin nada robado.


—Sólo sé lo que te he contado antes. Se supone que yo tengo que distraerte. Así que sea lo que sea que se planea para esta noche, yo debo estar aquí.


—¿Estás segura de que va a ser en Messina?


—Sí —pero de inmediato se corrigió—. No. Los planos estaban abiertos por Messina Diamonds, pero eran muchos. Deben de ser de todo el edificio —¿por qué no había pensado en eso antes?


—Lo que significa que puede que no anden tras los diamantes. Quizá hay algún otro objetivo. Lo que sí puede ser es que suceda esta noche. Pero es una subasta silenciosa, todas las transacciones serán con tarjeta de crédito.


—¿Y qué pasa con los demás negocios del edificio? Messina ocupa sólo algunas plantas, ¿no?


—Seis. Alfonso otras cuatro. De la doce a la catorce está la oficina central. La planta segunda es la seguridad de este edificio.


—Así que hay casi veinte pisos de otras empresas que pueden estar en peligro.


—Muy bien —se puso en pie bruscamente—. Vamos allá.


Confundida por el cambio en la conversación, sólo fue capaz de responder con un inelegante:
—¿Eh? —se puso de pie y lo siguió antes de preguntar—. ¿Adónde vamos?


—Lo primero a buscar a J.D., que dirige el dispositivo de seguridad del evento de esta noche.


—¿Y segundo? —preguntó mientras salían del despacho hacia los ascensores.


—Después volveremos aquí y revisaremos las demás empresas piso a piso. Si tu hermano va a actuar esta noche, voy a encontrarlo y detenerlo.


—Estupendo, iré contigo.


—No —se detuvo en seco.


—Claro que sí —dijo consiguiendo evitar chocar con él.


—Claro que no. Sólo el personal del edificio con acceso de seguridad y el personal de mi empresa tienen permiso para acceder al sistema de seguridad.


—¿Me desintegraré en el acto?


—No es un asunto de risa.


—No creo que lo sea. ¿Me ves reírme o algo así? Es la vida de mi hermano lo que está en juego.


—Eso da lo mismo. Tenemos protocolos de seguridad por una razón.


—Sí, pero tú eres el director general, tú puedes romper las normas. Y, a menos que estés pensando en recurrir a la fuerza física conmigo, voy a estar pegada a ti.


Pareció tentado, pero simplemente murmuró:
—Vamos, tenemos mucho trabajo que hacer.


—¿Pero qué pasa con Messina Diamonds?


—Ahí está J.D. con todo el equipo, hay personal suficiente para afrontar cualquier cosa. Nosotros podremos afrontar lo demás.


Sintió que le recorría una sensación de calor al oír esas palabras. De pronto se dio cuenta de lo mucho que había echado eso de menos. La sensación de estar los dos juntos enfrentándose al mundo. Así había sido en su adolescencia. 


Así era como había pensado que sería siempre. Antes de que todo fuera tan terriblemente mal.


—¿Qué pasa con la fiesta? —preguntó para ocultar el anhelo que la llenó.


—Yo no quería ir de todos modos, ¿y tú?


Mientras el ascensor los llevaba hasta la gala, se dio cuenta de una cosa. El asunto de Ramiro había conseguido quebrar la glacial frialdad de Pedro. Ya no la trataba como a una completa extraña. Era un pequeño consuelo, aunque seguramente temporal. Si su hermano estaba implicado en todo ese lío, entonces Pedro tendría una nueva razón para odiarla.








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