domingo, 14 de agosto de 2016
CAPITULO 11: (TERCERA HISTORIA)
La noche del viernes debería haber sido la última noche que tendría que haber estado en la misma habitación que Paula.
Y, de hecho, probablemente lo habría sido si no hubiese parloteado tanto sobre el maldito cheque. En lugar de eso, había firmado el cheque y lo había dejado la mayor parte de la mañana en una esquina de su escritorio. Ostensiblemente estaba esperando a mover algo de dinero, sólo para estar seguro. Aunque estaba acostumbrado a firmar cheques, ése era bastante grande para ser un capricho. La posibilidad de que estuviera esperando alguna señal por parte de ella era ridícula. No valía la pena considerarlo.
Aun así, para cuando estaba vestido para el evento en Messina Diamonds esa noche, todavía no había enviado el cheque a Evie.
Pedro jamás se había sentido cómodo en esos eventos de la alta sociedad. Sólo asistía porque Messina era su mayor cliente. Ya no llevaba él personalmente la cuenta, hacía mucho tiempo que le había dejado el trabajo a J.D. Roker, su muy competente segundo. Su amistad con Dario era lo único que conseguía meterlo en un esmoquin. Sin embargo, por mucho que confiara en Dario, siempre quería estar cerca cuando la empresa abría sus oficinas al público.
Cuando se encontró con Raina en el vestíbulo de Messina esa noche, se descubrió deseando ser un director general menos vigilante. Raina había sido la secretaria de Dario durante muchos años y se habían casado hacía unos meses. Aunque desde entonces vivían la mayor parte del tiempo en Poughkeepsie, donde Raina asistía a una escuela de cocina, llevaban una semana en Dallas preparando el evento. Diamantes en bruto era uno de los proyectos que apadrinaba Raina desde la época en que trabajaba de secretaria para Dario.
Pedro llegó a las oficinas de Messina y se encontró al personal colocando los arreglos florales. Los voluntarios hacía tiempo que habían colocado los objetos que habían sido donados para la subasta. Y Raina daba vueltas controlándolo todo.
Sonrió cuando la vio.
—Sabes que no hay mucho que hacer, ¿verdad? Está todo preparado desde hace rato.
Ella cruzó la sala para darle un beso en la mejilla.
—Lo sé, pero es la primera vez que no he estado aquí para supervisarlo todo yo misma.
—Saldrá perfectamente. Lo sabes. Deberías relajarte y disfrutar de la velada.
—Dijo la sartén al cazo —Raina le dedicó una sonrisa cómplice—. Después de todo, no es como en tu caso que le has dejado la seguridad al competente J.D. y sí puedes relajarte y disfrutar.
—Buena puntualización —asintió.
—Y hablando de disfrutar de la velada… —Raina se mordió el labio como si tuviese dudas de seguir, algo poco frecuente en ella, que era de hablar de un modo directo.
—Suéltalo —sus dudas lo ponían nervioso.
—¿Has visto la lista de invitados?
—Desde hace un par de semanas, no. J.D. se ha encargado de los detalles de la noche. De ahí parte ese relajarse y disfrutar del que hablábamos.
—Ella viene esta noche.
—¿Con «ella» te refieres a Paula?
Raina asintió.
—¿Se supone que tengo que agradecerle esto a Dario?
—¿Que yo sepa lo de Paula? En realidad no. Dario no ha dicho ni una palabra de ella, pero para la mayoría de la gente la exmujer de Alfonso es el mejor chismorreo desde… bueno desde hace mucho tiempo.
El rubor pintó las mejillas de Raina. Así que sólo pudo pensar en que ese mucho tiempo se refería al que había pasado desde que Dario había descubierto que era padre y después Raina, de modo involuntario, había hecho que rompiera el compromiso con la heredera de una cadena de joyerías: Kitty Biedermann. En ese momento él había sentido pena por Dario sabiendo que odiaría ser el centro de los comentarios de sus empleados. Tiempo después se encontraba él en la misma situación. Fantástico.
—Estás extrañamente callado —comentó Raina—. Mucho incluso para ti.
Sonrió con la esperanza de que la sonrisa resultara divertida y no de terror.
—Trato de evitar pensar en ello.
—No te preocupes. La echaré en cuanto aparezca, ni siquiera tendrás que verla.
—Eso no es necesa…
—Me aseguraré —dijo en tono de fiera protección—, de que sepa que aquí no es bienvenida.
—Raina —empezó con tono de contenida advertencia—, no quiero que hables con ella. No me importa que esté aquí esta noche.
—Claro que te importa —frunció el ceño—. Es tu exesposa —antes de que pudiera decir nada, añadió—: Además, si de verdad no te importara, no te habrías quedado de piedra cuando he hablado de ella.
Vibró su teléfono móvil poniendo fin a la conversación. Se alegró de la interrupción hasta que habló con J.D. que estaba en la planta baja preparándose para comprobar las invitaciones de los asistentes que empezarían a llegar en cualquier momento.
—Hay aquí una mujer que exige verte en este momento.
Pedro hizo un gran esfuerzo para no soltar un juramento.
—Presumo que será Paula Chaves.
J.D. hizo una pausa lo bastante larga para confirmar las sospechas de Pedro.
—Afirmativo.
Hasta sus empleados empezaban a andar pisando huevos alrededor suyo.
—Acompáñala a mi despacho.
Podía librarse de aquello perfectamente. La noche, que en ningún momento había parecido una agradable velada, había empezado de un modo desastroso.
Después de todos esos años dudaba de sí mismo. Y por si eso no era suficientemente malo, después de lo ocurrido la noche anterior, podía añadir a sus recuerdos el de tenerla entre sus brazos. El sabor de su boca. Y en ese momento, otra vez, tenía que enfrentarse a ella. Las cosas no podían empeorar.
Cinco minutos después, cuando J.D. hizo entrar a Paula en su despacho, deseó haber sido un poco más cauto en sus previsiones. Parecía como si la hubieran vertido dentro de un brillante vestido verde azulado. Su piel color marfil brillaba, el cabello castaño le caía en ondas. Que pareciese tan cómoda con el vestido sólo le sumaba atractivo. Cada célula de su cuerpo respondió a la visión. Sí, las cosas podían empeorar.
Empeorar mucho.
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