viernes, 22 de julio de 2016

CAPITULO 6 : (PRIMERA HISTORIA)





—Esto no es justo —comentó Pedro mientras Candy se deleitaba con el mousse de chocolate.


—¿Por qué?


—Porque te has salido con la tuya en las dos últimas negociaciones.


—Bueno, te está bien empleado por distraerte…


Pedro la miró sorprendido.


—Estabas demasiado pendiente de mi escote.


—¿Lo sabías?


—Por favor…


Aquel hombre cocinaba de maravilla, pero, en cuanto veía un escote que le gustaba, estaba perdido.


—Eso es trampa —la acusó.


—¿Cómo?


—Deberías haberte tapado.


—Habérmelo pedido. Como no lo has hecho, me he salido con la mía y ahora tengo una lámpara de cincuenta mil dólares.


—Por cincuenta mil dólares, podría haberte pedido que te desnudaras.


—No está en el contrato, lo siento.


—Más lo siento yo.


Paula se rió.


Pedro, es sólo un escote. Todas las mujeres que había hoy en la boda iban vestidas más o menos como yo.


—Mi madre y mi tía Eileen, no.


—Está bien. Todas las mujeres de menos de cincuenta años.


—No es lo mismo.


—¿Estás intentando flirtear conmigo? —le espetó Paula de repente.


Pedro la miró a los ojos en silencio.


—¿Quieres que lo haga?


Paula dio un respingo, alarmada.


—Lo que quiero son butacas de cuero en el salón.


—Eso está fuera del presupuesto.


—¿Cómo lo sabes?


—Porque tengo una memoria prodigiosa —contestó Pedro tocándose la frente—. Recuerdo perfectamente lo que cuesta la mano de obra.


¿Ah, sí?


Paula se quitó un par de horquillas del pelo y dejó que su melena le cayera sobre los hombros. A ver si, así, Pedro reconsideraba lo de las butacas de cuero…


Pedro se quedó observándola en silencio, siguiendo con la mirada los movimientos de Paula.


—Eso ha estado bonito, pero no te va a servir de nada.


—No me he soltado el pelo para intentar convencerte de nada —mintió Paula—. Lo que pasa es que estoy cansada porque son ya más de las doce de la noche.


—Ya… eso también te ha quedado muy bien, pero tampoco te va a dar resultado.


—¿Cuánto hace que no sales con una mujer?


—¿Cómo?


—Estás muy susceptible.


—De eso, nada.


—Ya.


Paula metió el dedo índice en el mousse de chocolate y se lo llevó a la boca. A continuación, se pasó la lengua en movimientos circulares varias veces alrededor del dedo y se lo sacó lentamente de la boca. Había visto aquella escena en una película y, por lo visto, a Pedro lo estaba impresionando.


—Para —le ordenó.


—¿Qué te pasa? —contestó Paula con aire inocente y dispuesta a volver a meter el dedo en el mousse.


Pedro se lo impidió agarrándola de la muñeca.


—Estás jugando con fuego —le advirtió.


—Sólo me estoy tomando el postre.


Pedro la miró a los ojos con intensidad. Paula sintió que el pulso se le aceleraba. ¿Qué demonios estaba sucediendo? 


Estaba encerrada con aquel hombre y se estaba comportando como una sirena.


—Perdón —murmuró—. Ahora mismo paro.


—Buena decisión —contestó Pedro soltándole la muñeca.


—Lo siento —insistió Paula.


—No pasa nada —contestó Pedro encogiéndose de hombros—. Estoy bien.


Pero no era cierto y ambos lo sabían.


Una cosa era que Paula hubiera sabido que llevaba el escote bajo y no hubiera hecho nada para remediarlo y otra hacer promesas con su lenguaje corporal que no iba a cumplir.


Pedro Alfonso era su cliente y el comportamiento que acababa de tener con él no era profesional en absoluto por su parte.


Cuanto antes terminara aquella velada, mejor.


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