viernes, 22 de julio de 2016
CAPITULO 4 : (PRIMERA HISTORIA)
Paula sentía los poderosos músculos de Pedro contra su cuerpo, cerró los ojos y aspiró aire profundamente. Al instante, la sensualidad se apoderó de ella.
Aunque Pedro era un hombre pomposo y marimandón, también era muy sensual.
La resistencia pronto se tornó deseo.
Desgraciadamente, Pedro la dejó sobre el suelo de azulejos de la cocina. Se produjo una mirada entre ellos muy breve pero intensa y elocuente que hizo que Paula tuviera que aguantar el aliento, pero Pedro parpadeó y volvió a su expresión neutra de siempre.
Al instante, se giró, abrió la cámara frigorífica y entró. Paula lo siguió diciéndose que no debía permitirse tener fantasías con Pedro.
Aquel hombre era todo lo que su madre siempre le había advertido que no debía buscar en un hombre. Era un tiburón al que sólo le interesaba ganar dinero y tener poder.
—Muy bien. Tenemos para elegir entre filet mignon, conejo, salmón, chuletas de cordero… —sugirió Pedro.
—¿Sabes cocinar todo eso?
—Claro. ¿Tú no?
Paula había crecido en una casa en la que había doncella y cocinera, así que no había necesitado nunca aprender.
—Se me da muy bien calentar en el microondas —contestó.
—¿Tomas comida preparada? —le preguntó Pedro mirándola con disgusto.
—No siempre —contestó Paula muerta de frío—. Cuando voy a casa de mis padres, Anna prepara comida de sobra y me la llevo.
—Qué patético —contestó Pedro quitándose la chaqueta del esmoquin y poniéndosela por los hombros.
Paula hizo ademán de quitársela.
—No seas tonta.
—Estoy bien.
—Pero si te castañetean los dientes de frío.
—Eso es porque estoy en una cámara frigorífica.
—No seas cabezota —suspiró Pedro.
—No seas cabezota tú.
—Si aceptas la chaqueta, te preparo la cena —insistió Pedro.
—Trato hecho —aceptó Paula metiendo los brazos por las mangas de la prenda.
Al instante, sintió el calor del cuerpo de Pedro, que todavía estaba impregnado en la tela, y tuvo que admitir para sí que era una sensación maravillosa.
Pedro se arremangó y siguió inspeccionando la cámara.
—¿Ni siquiera sabes freír un filete?
—No me gustan los filetes —contestó Paula.
—¿Qué te gusta?
—El marisco.
—Mmm… Mira, tenemos langosta… Anda, busca la mantequilla, que yo voy a encender el horno.
—¿De verdad que vas a hacer langosta? —preguntó Paula impresionada.
—Claro que sí —contestó Pedro saliendo de la cámara y cerrando la puerta tras ellos.
—¿Tú de pequeño no tenías cocinera en casa?
—Sí, pero sé leer una receta. Anda, busca mantequilla y… bueno, ya me encargo yo de las especies —añadió al ver que había cajas de cosas sobre todas las encimeras.
Para cuando Paula volvió con la mantequilla, Pedro había encendido el fuego y estaba removiendo algo.
—¿Qué es eso? —preguntó Paula.
—Chocolate.
—¿Vas a hacer langosta con chocolate?
—No, estoy preparando mousse de chocolate de postre —sonrió Pedro.
—No me lo puedo creer.
—Ya veo que no confías mucho en mí.
—Es que siempre me has parecido un prepotente malcriado y resulta que… —Paula se mordió la lengua.
Pedro le estaba preparando una cena maravillosa y no era el momento de insultarlo.
—Así aprenderás a no sacar conclusiones apresuradas —dijo Pedro.
—Teniendo en cuenta que durante los últimos tres meses hemos pasado mucho tiempo juntos, creo que no son apresuradas.
—Para bailar un tango hacen falta dos personas.
Paula se imaginó de repente bailando el tango con Pedro allí mismo y tuvo que hacer un gran esfuerzo para apartar aquellas imágenes de su cabeza.
—Al principio, discutiste conmigo por el color de la tarima —señaló.
—Tú fuiste la que discutiste.
Paula no estaba dispuesta a dar su brazo a torcer.
—¿Miel? La madera natural iba mucho mejor con el conjunto y es sólo medio tono más clara que la que tú querías.
Pedro removió lentamente el chocolate.
—El tono miel es solamente medio tono más alto que el que tú querías.
—No es lo mismo —contestó Paula apretando los dientes.
—Es exactamente lo mismo.
Pedro no comprendía nada.
—¿Y qué me dices de los revestimientos?
—El que has elegido era sólo media pulgada más grueso que el mío —contestó Pedro sacando las colas de langosta de la caja y metiéndolas en el horno.
—Aunque no lo creas, media pulgada se nota mucho —insistió Paula.
—Sí, sobre todo en el precio.
—¿Por qué te tomas todo tan a pecho?
—¿Por qué te lo tomas tú?
—Porque soy la decoradora y mi trabajo consiste en preocuparme por los detalles.
—Yo soy el dueño del hotel y mi trabajo consiste en vigilar el presupuesto.
—No me voy a salir de él.
—No, pero tampoco vas a permitir que sobre mucho.
—Para eso está precisamente el presupuesto. Te voy a hacer el restaurante más increíble que pueda dentro del presupuesto que tú me diste.
—Nadie se va a dar cuenta del grosor del revestimiento.
—Puede que no, pero…
—¿Lo ves? —dijo Pedro removiendo el chocolate—. ¿Para qué te vas a gastar el dinero en algo que la gente no va a apreciar?
—La gente no se va a fijar concretamente en el revestimiento, pero sí va a apreciar el resultado final del conjunto. Pasa lo mismo con el botellero. Desde luego, ningún cliente va a entrar y va a decir: «Mira, cariño, el diseño de la tapa de mármol del botellero va perfectamente con el conjunto de la sala». Por supuesto que no, pero, subconscientemente, se darán cuenta. Entre un restaurante de cuatro estrellas y un restaurante de cinco estrellas las diferencias son muy sutiles —le explicó Paula cruzándose de brazos—. Hazme caso, muñeco, y te haré llegar a las estrellas.
Pedro dejó de remover el chocolate y se quedó mirándola.
Paula se dio cuenta al instante de que la miraba con deseo.
—Me encantaría llegar a las estrellas contigo, pero no creo que sea buena idea porque, profesionalmente, no nos entendemos bien.
Paula se sonrojó de pies a cabeza.
—Me refería a que…
Pedro chasqueó con la lengua.
—No te preocupes, sé perfectamente a lo que te referías, pero es que, a veces, te pones a tiro y me resulta imposible dejar pasar la oportunidad… Mira, estoy dispuesto a ceder en lo de la madera si tú cedes en los revestimientos.
Paula parpadeó pues no había pensado ceder en nada.
—Pero los revestimientos son…
—Una diferencia de varios miles de dólares. No es mucho pedir a cambio de unos milímetros, ¿no? ¿Trato hecho?
Paula se quedó en silencio. No era lo que más le apetecía, pero pensó que podría salir bien.
—Cedo en lo de los revestimientos, pero me dejas que elija yo la madera y la pintura.
—¿Pretendes que te deje elegir todas las maderas y todas las pinturas a cambio de unos milímetros de revestimiento?
—Tú acabas decir que eran miles de dólares —le recordó Paula.
Pedro sonrió.
—Trato hecho —contestó dándole a probar el chocolate—. ¿Qué te parece?
Paula se echó hacia delante y probó la salsa con la punta de la lengua. Al instante, la sensualidad del chocolate envolvió su boca.
—Está superior —declaró cerrando los ojos.
—Gracias —contestó Pedro en un susurro.
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