jueves, 28 de julio de 2016
CAPITULO 26 : (PRIMERA HISTORIA)
Paula aparcó el coche frente a la casa de Pedro, apagó el motor y se quedó mirando la entrada en busca de valor. No tenía alternativa. Pedro tenía los menús. Y los registros. Y los álbumes de fotografías.
Además, Myrna West había llamado aquella mañana. Por lo visto, el propietario del edificio, o sea Pedro, tenía que hacer la presentación formal el sábado.
Aquello quería decir que lo necesitaba más que nunca.
Paula salió del coche con unos cuantos libros y varias carpetas, avanzó hacia el porche y se fijó en que detrás de la casa se veía el lago.
Perdida en sus pensamientos, llamó al timbre. Le abrió la puerta una mujer robusta de pelo cano que le dio la bienvenida con una sonrisa.
—Hola, soy Paula Chaves. Pedro me está esperando —le dijo.
—Hola, Paula —la saludó el aludido.
—¿La puedo ayudar con los libros? —le preguntó el ama de llaves.
—Ya me ocupo yo, señora Bartel —contestó Pedro tomando los libros de manos de Paula—. Gracias —añadió invitando a Paula a que pasara—. He pensado que podríamos estar bien en el invernadero.
Paula le dio las gracias a la señora Bartel y siguió a Pedro hacia el invernadero. Aquello sonaba bien. Seguro que era un lugar maravilloso lleno de ventanales, con mucha luz y en el que habría una doncella entrando y saliendo continuamente preparando el almuerzo. No tenía nada de qué preocuparse. Seguro que no era un lugar demasiado íntimo.
Pedro abrió una puerta corredera y le indicó que entrara. Al hacerlo, Paula vio que se encontraba en una estancia que parecía más un jardín tropical que un invernadero. Había columnas de piedra por las que subían las enredaderas, un jardín con estanque y peces incluidos y una pequeña cascada. Aquí y allá, había muebles de mimbre y algunas palmeras.
—Esto es increíble —exclamó Paula girándose hacia Pedro.
Pedro sonrió.
—Tendrías que verlo por la noche. El jardinero ha puesto luces en la fuente y se ven las estrellas a través del techo de cristal.
Pedro dejó los libros sobre la mesa y Paula se fijó en que estaban también allí los registros, los menús y los álbumes de fotos.
—Me encantaría verlo de noche —contestó dándose cuenta al instante de lo que estaba diciendo.
—Cuando quieras —sonrió Pedro indicándole que se sentara.
Acto seguido, se sentó él también y abrió la carpeta que Paula había llevado.
—¿Qué es esto? —le preguntó.
—Nada de lo que tengas que preocuparte.
—¿Qué es?
—La solicitud. Ya he rellenado yo todas las cuestiones técnicas y arquitectónicas. Sólo quedan por añadir las anécdotas divertidas —le explicó Paula agarrando un álbum de fotos—. ¿Tú crees que a Marco le importaría ayudarnos?
—¿A qué? —quiso saber Pedro.
Paula no estaba segura de haber comprendido muy bien la pregunta.
—Bueno, a recabar más historias…
—Ya hablaré con él —le aseguró Pedro con el ceño fruncido.
Paula no entendía por qué Pedro quería perder el tiempo en aquello.
—Pero…
—No te preocupes, lo anotaré todo —la interrumpió Pedro.
—No quiero que pierdas el tiempo.
—No es una pérdida de tiempo.
—Pedro, sé que eres un hombre ocupado.
—Ya me encargo yo de Marco y no se hable más.
Paula no discutió.
A continuación, hojeó el álbum. Las fotografías eran antiguas, en blanco y negro y Paula no podía dejar de especular sobre quiénes serían las personas que aparecían en ellas, así que, al final, Pedro marcó el teléfono de Marco y puso el manos libres para que contestara a todas las preguntas de Paula, que estuvo tomando notas durante casi una hora, riéndose maravillada de las historias que Marco le contaba.
—Te gusta Marco, ¿verdad? —le preguntó Pedro tras colgar el teléfono.
—En estos momentos, es mi héroe —contestó Paula revisando sus notas—. Esto es fantástico, pero no sé cómo voy a conseguir utilizar toda la información.
—Tiene fama de ser un ligón, para que lo sepas.
Paula se quedó mirándolo fijamente. Se había olvidado de que Pedro tenía un temperamento impredecible.
—¿Quieres que me vaya? —le preguntó.
Tal vez, llegara tarde a alguna reunión por su culpa. Paula se puso en pie dispuesta a irse.
—No hemos comido todavía —le recordó Pedro.
—Ya, pero si llegas tarde a algún sitio…
—No, no llego tarde a ningún sitio.
—Entonces, ¿qué te pasa?
Pedro se cruzó de brazos.
—No quiero que te líes con Marco.
—Pero si has sido tú el que nos ha presentado —se extrañó Paula.
—Ya lo sé, pero no me gusta para ti.
—Pedro, voy a utilizar sus historias, pero no voy a salir con él —le aseguró Paula.
Pedro la miró intensamente y Paula comprendió.
—Ahhhh, crees que me gusta…
—¿Y no es así?
—En absoluto —sonrió Paula.
Marco era un tipo agradable, pero le recordaba a un cachorro sin amaestrar, lleno de energía y entusiasmo desbocado. El tipo de hombre que pasaba de mujer en mujer como si las coleccionara.
—¿Seguro? —insistió Pedro.
Paula se cruzó también de brazos, imitando su postura.
—Estoy trabajando en una presentación, Pedro. En estos momentos, lo último que hay en mi mente es sexo.
Mentira.
—Qué curioso porque yo no puedo parar de pensar en ello… —sonrió Pedro.
El pánico se apoderó de Paula.
—No.
—¿No qué?
Paula sintió que el corazón se le aceleraba.
—No podemos volver a hacerlo.
—¿Por qué no?
—Porque tenemos una relación laboral. Trabajas con mi padre y soy la socia de tu cuñada. Yo creo que las cosas ya están suficientemente liadas tal y como están como para complicarlas todavía más.
—¿Tú crees que si volviéramos a hacer el amor las cosas cambiarían mucho?
«¡Sí!», pensó Paula.
Aun así, la tentación era muy fuerte.
—¿Y luego qué, Pedro? ¿Habría una tercera vez? ¿Y una cuarta y una quinta? ¿Y cuándo pararíamos? Ahora podemos cortar por lo sano.
Por lo menos, así lo creía ella. Se negaba a admitir que pudiera estar en el punto sin retorno.
—Eres preciosa —le dijo Pedro.
—Y tú eres incorregible —contestó Paula
—Es parte de mi encanto —contestó Pedro—. Así es como consigo que las mujeres se desnuden ante mí.
—¿Aquí? ¿Con el ama de llaves rondando por ahí? Estás loco.
—Tengo un dormitorio.
—Ya supongo.
—Con una puerta que se puede cerrar con llave.
—Tengo que trabajar —contestó Paula echando los hombros hacia atrás—. ¿Me quieres ayudar con el proyecto o voy a tener que irme a otro sitio para poder concentrarme?
—No vas a ceder, ¿verdad?
Paula negó con la cabeza.
—Entonces, te ayudo con la presentación.
Se lo acababa de poner en bandeja para decirle que lo necesitaba para que hiciera la presentación el sábado. No era el momento perfecto para pedirle un favor, pero no había tiempo que perder.
—Me alegro de que quieras ayudarme —comenzó— porque la Sociedad Histórica quiere que hagas la presentación formal el sábado.
—¿Yo? —se sorprendió Pedro.
—Sí. Por lo visto, la solicitud la tienen que presentar los propietarios.
Pedro sonrió encantado y Paula se dio cuenta de que iba a querer negociar.
—No —le dijo.
—No te he pedido nada.
—Lo ibas a hacer.
—¿Podemos negociar?
—No pienso acostarme contigo a cambio de la presentación.
—¿Quién ha hablado de sexo?
—No soy tonta. Llevas hablando de sexo diez minutos.
—Y llevo pensando en sexo cuatro semanas.
—Estuviste de acuerdo en que, si te dieran la declaración de Patrimonio Histórico, la comunidad saldría ganando y tú podrías utilizarlo como trampolín para hacer dinero. Soy yo la que te ha hecho un favor, así que me deberías dar algo a cambio.
—Cuando quieras y donde quieras —sonrió Pedro.
Paula puso los ojos en blanco.
—Sólo te iba a pedir un beso —dijo Pedro.
—¿Un beso?
—Un beso.
Paula lo miró con incredulidad.
—¿Recuerdas que lo que ocurrió la última vez que empezamos jugando con besitos?
—Por supuesto que lo recuerdo.
—No me parece buena idea.
—Como tú has apuntado hace un rato, la señora Bartel anda por aquí y te aseguro que no me haría mucha gracia que nos pillara. Sólo será un beso.
—¿Sólo un beso?
—Sí.
—Si te beso, tú haces la presentación.
—Exacto.
—El sábado a las diez en punto.
—Allí estaré.
—¿Por un beso?
—Dejémoslo en dos.
Paula tomó aire y se abrochó los botones superiores de la camisa, lo que hizo a Pedro chasquear con la lengua.
—¿Quieres un cinturón de castidad?
—No es mala idea.
—Llevamos hablando más tiempo del beso de lo que vamos a tardar en dárnoslo.
Paula sonrió.
—Quiero que las cosas queden claras antes de empezar.
Pedro se acercó y la tomó de la mano.
—¿Te interesaría trabajar para mí algún día?
—¿Haciendo qué?
—Negociaciones. Eres pura dinamita.
—Sólo porque tú eres débil y porque no sales con mujeres lo suficiente.
—¿Te crees que me siento atraído por ti porque llevo tiempo sin salir con una mujer?
—Podría ser.
—Pero no es —le aseguró Pedro.
Paula tomó aire mientras sentía que el deseo se apoderaba de su cuerpo. Las manos comenzaron a sudarle y el ruido del agua zumbaba en sus oídos. El deseo que sentía por Pedro le hizo acercarse a él.
—Supongo que esto es un «sí» —comentó él pasándole el brazo por la cintura.
—Sí —murmuró Paula apoyándose en su pecho y pasándole los brazos por el cuello.
Paula sintió los labios de Pedro en su boca. Ambos conocían bien aquel territorio, así que ninguno dudó en abrir la boca y hacer el beso más profundo.
Qué bueno. Aquello era lo mejor que Paula había sentido en su vida. Aunque solamente fuera un beso, le estaba llenando el cuerpo entero de un calor líquido que hacía que le temblaran las extremidades y se le calentara la piel.
El primer beso se convirtió en otro beso y, luego, llegó otro y vino el cuarto y Paula quería cada vez más, quería sentir la piel de Pedro desnuda. Se dijo que podían hacerlo, que podían apresurarse.
¿En el sofá de mimbre? ¿Detrás de la fuente? ¿Debajo de un arbusto? En aquel momento, se abrió la puerta que había al final del camino de tierra.
Pedro se apartó y consultó el reloj.
—Justo a tiempo —comentó con la respiración entrecortada.
Paula parpadeó tomando aire.
—¿Sabías cuándo iba a entrar?
—Uno tiene que tenerlo todo controlado.
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Re lindos los 3 caps, beso va beso viene, se van a enamorar jajajaja.
ResponderEliminarAy nooo justo tenía que venir alguien???
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