jueves, 28 de julio de 2016

CAPITULO 24 : (PRIMERA HISTORIA)





Registraron el resto del sótano, pero Paula no encontró nada que le entusiasmara, así que Pedro recogió los libros de registro de los huéspedes y los menús antiguos y los cargó en el coche.


A continuación llevó a Paula al Sea Shanty. Marco había reservado una mesa junto a la barandilla, sobre la playa. 


Aunque estaban ya fuera de temporada, hacía buen tiempo, corría una brisa agradable y la marea estaba baja, así que había parejas y familias en la playa, recogiendo veneras, haciendo castillos de arena y aprovechando los últimos rayos de sol antes de la llegada del otoño.


—Estamos recabando información sobre la historia del Quayside —informó Pedro a Marco cuando la camarera les hubo llevado las margaritas.


—¿Qué estáis buscando exactamente? —quiso saber Marco.


—He encontrado los libros de registro originales en el sótano y tengo la esperanza de que haya un par de personas famosas entre los huéspedes —contestó Paula entusiasmada.


Marco sonrió a Paula y Pedro sintió celos por una enésima de segundo.


—¿Cómo el príncipe Iván de la princesa Katrina? Por lo visto, se hospedaron en la suite Roosevelt.


—¿De verdad? ¿Cuándo? —preguntó Paula emocionada.


—Según lo que contaba mi abuelo, fue a mediados de los años cuarenta.


—¿Y qué pasó? —preguntó Paula echándose hacia delante.


Marco tiró de su silla también hacia delante y se inclinó sobre ella, bebiéndose su sonrisa y su voz.


—Me parece que le pidieron al servicio de habitaciones un faisán.


—¿Eso es todo?


Pedro no sabía si apenarse porque Paula no hubiera obtenido la historia que buscaba o sentirse agradecido de que Marco la hubiera defraudado. Cuando se le había ocurrido aquella reunión, no había contado con que Marco y Paula pudieran sentirse atraídos el uno por el otro y, desde luego, no se le había pasado por la cabeza que aquello pudiera molestarle.


—Bueno, ocuparon una planta entera porque llevaban un montón de agentes de seguridad y una pequeña corte.


—¿Ya está? ¿Ninguna historia interesante? —insistió Paula.


—¿Es eso lo que buscas? —le preguntó Marco con voz aterciopelada.


Pedro apretó los dientes.


—Sí —contestó Paula.


—Entonces, tendríamos que hablar de David Stone y de Jake Seymour.


—¿Los cantantes?


—Aquéllos sí que eran terroríficos —contestó Marco sonriendo y guiñándole el ojo mientras aproximaba su mano a la de Paula por encima de la mesa.


Pedro carraspeó.


—Te advierto que la información que obtengamos la vamos a presentar ante la Sociedad Histórica.


Marco pareció recordar de repente la presencia de Pedro.


—Ah, bueno, entonces será mejor que esas historias las dejemos para otro momento —le dijo a Paula.


Pedro estaba empezando a considerar seriamente aquello de utilizar a Marco para obtener información. No podía decirle que se echara atrás y que no ligara con Paula pues, al final cabo, no era asunto suyo que a Marco le gustara ella o que a ella le gustara él.


La camarera les llevó las margaritas y Pedro dio un buen trago al tequila.


—¿Se te ocurre algo interesante para todos los públicos? —preguntó Paula.


—Una vez Adele Albingnon se presentó en el hotel con siete pequineses.


—Eso suena bien —contestó Paula.


—En aquel momento, estaba prohibido meter perros en el hotel, pero, cuando aparece un perro con un collar que vale más que tu coche…


Paula tuvo que acercarse a Marco para oírlo pues la playa se estaba llenando de gente que había salido de trabajar.


—Cada uno de los siete perritos llevaba abrigo y un lazo en el pelo y cada uno tenía una niñera para él solo.


Aquello hizo reír a Paula.


—Pidieron higadillos salteados y muslitos de pollo e hicieron que se les sirviera en fuentes de plata. Por supuesto, mi padre tuvo que apartar aquellas piezas de la vajilla, habría sido de muy mal gusto ponérselos a los huéspedes humanos de nuevo.


—¿Crees que todavía estarán por ahí?


—¿Las fuentes?


«No, los perros», pensó Pedro dándole otro trago a su margarita.


Paula asintió.


Marco se encogió de hombros.


—No lo sé. Puede que tengamos alguna fotografía en casa. Podrías encargar reproducciones.


Paula lo miró encantada.


—¿Tienes fotografías del hotel? —le preguntó estupefacta.


—Sí, hay álbumes del abuelo en el desván. ¿Quieres venir a casa y te los llevas?


—¿Puedo? —preguntó Paula con reverencia.


—Ya me pasaré yo a buscarlos mañana —intervino Pedro.


Marco y Paula se giraron hacia él.


—Me pilla de paso —le dijo Pedro a Paula.


Paula abrió la boca para protestar, pero Marco se le adelantó.


—Me parece buena idea.


Estupendo, ahora resultaba que Marco se había creído lo que no era.



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