viernes, 26 de agosto de 2016
CAPITULO FINAL: (CUARTA HISTORIA)
Nada más aparcar en el sendero de entrada, bajó del vehículo y se apresuró a ayudarla. Sosteniendo a Jake, Paula lo siguió al interior de la mansión.
—Vamos a mi despacho.
Dejó al perrito en el suelo y entró en la gran habitación. No pudo menos que admirar los altísimos ventanales que daban al bien cuidado jardín. Una vista muy inspiradora para
cualquiera que trabajara en el enorme escritorio de caoba.
Fue ese escritorio el que llamó precisamente su atención. O más bien los planos que estaban extendidos sobre el mismo.
—Antes de que eches un vistazo a eso, necesito que sepas una cosa.
Paula se arriesgó a desviar la mirada de los planos para clavarla en sus ojos oscuros.
—¿Qué?
—Tu padre no volverá a darte problemas. He saldado todas sus deudas y él ha firmado un documento legal por el cual se compromete a no volver a ponerse en contacto ni contigo ni con tu madre nunca más. Ni personalmente, ni a través de internet, teléfono o cualquier otra forma de comunicación.
Paula se había quedado sin aliento. Un músculo latía en la mandíbula de Pedro mientras bajaba la mirada al escritorio.
—No quiero secretos entre nosotros.
Soltando una burlona carcajada, Paula se cruzó de brazos.
—Es un poco tarde para eso, ¿no te parece?
—Mira estos planos. Estoy buscando una empresa para que levante este edificio.
—Pedro, una vez que terminemos el centro turístico, mi compañía se irá a otra parte —tragó saliva—. Tenemos un edificio de oficinas de seis plantas que construir en Dallas. Además, no creo que sea una buena idea que sigamos trabajando juntos. Terminemos de una vez con estos dos últimos meses que nos faltan y que siga después cada uno su camino.
—¿Te importaría mirar los planos, por favor? —le suplicó.
Así lo hizo. No tardó mucho tiempo en darse cuenta de que no se trataba de un proyecto comercial.
—Esto es una casa. Yo no suelo construir viviendas —estudió los impresionantes planos, casi salivando de envidia por el afortunado propietario—. ¿Quién ha encargado esto? ¿Victor?
—Yo.
Alzó la mirada hacia él.
—¿Tú?
¿No le bastaba con haberle hecho sufrir, que todavía quería regodearse ahondando en su herida? Ahora esperaba que ella le construyera la casa en la que pretendía volver a residir con su exmujer. Sí, debería haber hecho caso a su intuición y haberse negado a acompañarlo. En aquel momento habría podido estar tranquilamente en la playa con su madre y…
En lugar de eso estaba allí, sufriendo. ¿Estaría Melanie en alguna parte de la casa? ¿Todavía tendría en la cara aquella sonrisa que tanto odiaba? Miró hacia la puerta, medio esperando verla aparecer.
—¿Sabe Melanie que me estás pidiendo que le construya la casa?
Pedro rodeó el escritorio y se detuvo muy cerca de ella, apenas a unos centímetros. Paula tuvo que echar la cabeza hacia atrás para mirarlo a los ojos.
—No vas a construir una casa para Melanie. Vas a construir una casa para mí… y para ti.
Esperanza, dolor, tensión… todas esas emociones la asaltaron a la vez, de manera que no pudo seguir mirándolo a los ojos ni por un segundo. Se volvió y cruzó la habitación para sentarse en el cómodo sofá de piel. Por mucho que quisiera creer en sus palabras, no podía mirarlo, no podía dejarse arrastrar de nuevo por las oscuras profundidades de sus ojos.
—No. No. Esto no puede suceder, Pedro.
—¿Qué es lo que no puede suceder?
Paula se apartó los rizos de la cara y lo miró.
—Lo que seas que hayas planeado. No has dejado a tu ex, eso es obvio. Y a mí parece bien. Cuando me enredé contigo, sabía que no querías una relación estable. Parte de todo este desastre es culpa mía pero, por favor, no me hagas creer en algo que no puedes darme.
Pedro se agachó para tomarle las manos entre las suyas.
—Tienes razón. Cuando nos conocimos, yo no estaba en posición, ni siquiera quería hacerlo, de relacionarme con nadie. Yo aún estaba colgado de Melanie, aunque me negaba a admitirlo.
Escuchar aquellas palabras de sus labios, saber que eran sinceras no logró sin embargo atenuar el nudo de acero que seguía atenazándole el pecho. Todavía logró apretarlo aún más.
—Pero tú lo cambiaste todo —continuó él—. Yo nunca quise tener otra relación, pero no puedo negar lo que siento. No puedo renunciar a ti.
Paula se lo quedó mirando fijamente a los ojos, reconociendo en ellos el brillo de las lágrimas.
—¿Cómo puedo creerte? ¿Cómo puedo saber que no me quieres solo porque me habías perdido? ¿Y si decidieras dejarme el mes que viene? Tú mismo has admitido que siempre estás buscando algo mejor… —mientras lo miraba, la esperanza que había nacido en su pecho cuando vio los planos de la casa iba creciendo poco a poco—. ¿Qué me dices de Melanie? Tú la amas.
—No —se sentó a su lado, en el sofá—. Creía que la amaba, y quizá la amaba de algún modo, pero lo que fuera que sintiera por ella no es absolutamente nada comparado con lo que siento por ti.
Paula se acercó a él: quería mirarlo a los ojos cuando le hiciera la siguiente pregunta. Quería acechar en ellos la posible duda, la mentira.
—¿Qué es lo que sientes por mí?
—Amor —una amplia sonrisa iluminó su rostro—. Admito que, la primera vez que me di cuenta de que te amaba… me negué a mí mismo. No quería volver a sufrir.
Paula ya no intentó contener las lágrimas:
—¿Sufrir, dices? Tú me destrozaste cuando descubrí que habías estado comunicándote con Melanie… Pero saber que me amas… Dios mío, Pedro, eso es más de lo que pensé que jamás sentirías por mí. Quiero creer…
Pedro le acunó entonces el rostro entre las manos y se apoderó de sus labios en un violento, apasionado beso.
Apasionado, sí. Paula lo sintió en cada fibra de su ser: la amaba. Le echó los brazos al cuello, incapaz de controlar sus sentimientos por un momento más.
—Créeme —murmuró él contra su boca, y apoyó la frente contra la suya—. Paula, cree en todo lo que te estoy diciendo. No dudes de mi amor por ti. Jamás.
No pudo hablar debido a la emoción, de modo que asintió con la cabeza.
—¿Eso es un sí a la pregunta de si construirás mi casa?
—Sí… sí —se sorbió la nariz—. Sabía que en el fondo me amabas, Pedro. Lo que no sabía era si llegarías alguna vez a descubrirlo por ti mismo. Has sido tan paciente, tan comprensivo conmigo… Sé que lo que he encontrado en ti me convertirá en la mujer más feliz del mundo.
Pedro se apartó, enjugándole delicadamente las lágrimas con las yemas de los pulgares.
—Tengo otra condición.
—¿Cuál?
—Solo nos quedan un par de meses con el centro turístico de Victor y luego mandarás a tu equipo a Dallas, pero antes quiero que te quedes un tiempo aquí.
—Pero tendré que comenzar las nuevas obras, Pedro, yo…
—Cásate conmigo —le pidió con una sonrisa—. Dime que te quedarás en mi vida para siempre.
Estupefacta, eufórica, nerviosa… Paula no sabía cómo nombrar todos los sentimientos que se arremolinaron en su mente, en su corazón.
—¿Estás seguro? —inquirió—. Ya te casaste antes y juraste que no volverías a hacerlo.
La besó de nuevo. Abrazándola de la cintura, la estrechó con fuerza contra sí.
—Por supuesto —la tumbó en el sofá, y empezó a desabrocharle el vestido—. Y tengo otra sorpresa para ti…
—Ya la he visto —rio, picara.
—No es ésa… Te he comprado una moto. Está en el garaje.
—¿Una moto?
—Sí. Quiero que montes conmigo.
Paula reflexionó por un segundo y asintió con la cabeza.
—Bueno, supongo que dado que me has iniciado en tantas cosas… también podrías enseñarme a montar. Espero que esta vez podamos al menos arrancarla.
Pedro no dejó de sonreír, pero su mirada se tornó seria mientras recorría su rostro.
—Tú también me has iniciado a mí. El amor nunca tuvo ningún significado en mi vida hasta que te conocí, Paula Chaves.
Y Paula supo que el viaje en el que estaba a punto de embarcarse con Pedro no era más que el comienzo de una larga serie de iniciaciones.
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Amé esta historia.
ResponderEliminarQue hermosa historia, me encantó fue re tierna
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