viernes, 26 de agosto de 2016

CAPITULO 25: (CUARTA HISTORIA)





Pedro aparcó su Screamin‘n Eagle en la obra.


Dos semanas habían pasado ya desde la última vez que había hablado, a solas, con Paula. Cada vez que había aparecido por la obra, ella había estado en algún lugar del interior del edificio y había sido su capataz quien le había puesto al tanto de la marcha de los trabajos. Se negaba a devolverle las llamadas, ignoraba sus mensajes de texto.


Paula se estaba comportando como si no hubiera sucedido nada entre ellos, como si sus vidas no hubieran quedado alteradas. Porque ella le había cambiado la vida. No sabía exactamente cuándo había empezado a hacerlo, pero lo había hecho. Hervía de furia por dentro. ¿Acaso no le había dicho Paula que lo amaba? Entonces no podía desentenderse tan fácilmente de su persona. A no ser que no hubiera sido sincera. Pero Pedro sabía que ella nunca le habría mentido.


Quería que Paula le escuchase. Quería hacerle comprender que Melanie ya no formaba parte de su vida. Que había terminado con ella para siempre. Solo había necesitado ver a las dos juntas para asumir y aceptar lo que había sabido desde un principio. Llamó a la puerta del remolque, pero no esperó a que ella abriera o respondiera. Entró directamente… y se quedó paralizado.


Paula se hallaba en su escritorio, y una mujer madura, muy hermosa, estaba sentada frente a ella. Las dos, que al parecer habían estado comiendo en agradable compañía, se quedaron igualmente sorprendidas cuando lo vieron entrar.


—No quería interrumpir —dijo, cerrando la puerta a su espalda—. Paula, necesito hablar contigo.


Paula dejó el tenedor sobre su plato de ensalada y se levantó.


—Ahora mismo estoy comiendo con mi madre, Pedro. ¿Se trata de un asunto de trabajo?


Pedro desvió la mirada hacia la otra mujer. Dios, ¿aquella mujer era la madre de Paula? Obviamente se conservaba muy bien.


—Soy Pedro Alfonso —le tendió la mano—. Ya veo de quién ha sacado Paula esa belleza suya…


La mujer se la estrechó, sonriente.


—Ya me dijo mi hija que eras un hombre encantador… Lorena Chaves.


Pedro le retuvo la mano al tiempo que miraba a Paula arqueando una ceja.


—Ella le ha hablado de mí…


—Solo a manera de advertencia —repuso Paula, muy seria—. ¿Qué es lo que necesitas?


Pedro hundió las manos en los bolsillos de sus téjanos.


—Lo mismo que llevo semanas necesitando. Hablar contigo a solas.


—Seguro que tú precisamente sabrás lo que significa que te den calabazas, Pedro. ¿No es así como funciona la cosa? Vuelve con Melanie o con quien quieras. No me interesas.


Pedro pensó que, si a ella no le importaba que su madre escuchara su conversación, a él tampoco.


—Yo no estoy interesado en Melanie. Te quiero a ti.


Paula se lo quedó mirando fijamente antes de bajar la vista a su escritorio, pero a Pedro no le pasó desapercibido el brillo de lágrimas de sus ojos. O la manera que tuvo de parpadear rápidamente para disimular su emoción.


—Bueno, pues resulta que no siempre podemos tener lo que queremos —su tono parecía haberse suavizado un tanto. Recogió los restos de ensalada y los arrojó a la basura—. Y ahora, si no tienes nada más que decirme, me gustaría terminar de hablar con mi madre.


Pedro asintió, negándose a pedirle perdón de rodillas. Había sido él quien había causado aquel desastre, y ahora tendría que vivir con ello.


—Ha sido un placer conocerla —regaló una sonrisa a Lorena aunque se moría de ganas de ponerse a gritar o a lanzar cosas, lo que fuera con tal de que Paula lo escuchara—. Necesito hablar con el capataz antes de marcharme. Con permiso.


Abandonó la oficina sin mirar atrás. Si Paula había terminado realmente con él, entonces lo mejor que podía hacer era marcharse y dejarla en paz. Pero todavía no podía creer que esa fuera la situación, porque ella se había mostrado incapaz de mirarlo a los ojos…


Montó en su moto. No estaba tan desesperado como para hablar con el capataz: tenía algo mucho más importante que hacer. Un plan estaba cobrando forma en su mente. Un plan del que dependía su futuro con Paula. Por una vez en su vida, estaba anteponiendo su vida personal a su trabajo. Y anteponiendo una mujer a su propia persona. No conocía otra palabra que explicara ese comportamiento: tenía que ser amor.


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