viernes, 29 de julio de 2016
CAPITULO 28 : (PRIMERA HISTORIA)
La deseaba.
Paula tuvo que hacer un gran esfuerzo para no pedirle a Pedro que aparcara el coche en el arcén, pues sólo pensaba en tirarse sobre él allí mismo.
Al llegar a su casa, bajaron del coche apresuradamente y subieron las escaleras a toda velocidad. La casa estaba a oscuras, únicamente iluminada por las luces exteriores del jardín.
Sin hablar, Pedro la tomó de la mano y la condujo escaleras arriba.
—¿Y el ama de llaves? —le preguntó Paula.
—Esta noche no duerme aquí.
Al llegar a la planta superior, Pedro abrió una puerta y Paula se encontró en un dormitorio magnífico de techos altísimos.
En el centro de la estancia, había una cama muy grande cubierta por un edredón verde y dorado.
—¿Luces? —preguntó Pedro.
Paula negó con la cabeza.
—¿Vino?
Paula cerró los ojos y volvió a negar con la cabeza.
—Tú. Ahora.
Pedro la tomó en brazos y comenzó a besarla por el cuello, lo que hizo que Paula se estremeciera de pies a cabeza.
—Oh, Paula, si supieras cuántas veces te he imaginado aquí.
—¿Ah, sí? ¿Y qué hacía exactamente en esta habitación? —le preguntó descaradamente.
—No creo que quieras saberlo —se rió Pedro.
—Claro que quiero. Por eso lo he preguntado —sonrió Paula con aire travieso.
Aquellas palabras excitaron a Pedro. Paula aprovechó para quitarse la blusa y quedarse ante él en sujetador.
—Si no me dices nada, no voy a saber qué hacer.
—Paula.
—Yo siempre te imagino a ti desnudo en mi habitación —continuó ella.
—¿Me imaginas en tu habitación?
—Desnudo.
—No hay problema —dijo Pedro quitándose la camiseta y los pantalones cortos.
En la limusina, Paula no había tenido oportunidad de verlo completamente desnudo. Ahora, sí. Aquel hombre tenía un cuerpo espectacular de pies a cabeza.
—Eres mejor al natural que en mi imaginación.
Pedro gimió satisfecho y atrajo a Paula hacia sí agarrándola de la cinturilla del pantalón.
—Yo siempre te imagino con prendas de seda o de raso.
—¿Y tienes algo por ahí de seda o de raso que me pueda poner?
—No —contestó Pedro desabrochándole los vaqueros y bajándole la cremallera—. ¿Y tú tienes algo interesante por ahí?
—Mira a ver.
Pedro acarició el frontal de sus braguitas.
—Oh, sí.
Paula sintió que las sensaciones se apoderaban de ella y se apoyó en los hombros de Pedro. No tardó en deshacerse de sus vaqueros y en comenzar a besarlo por el torso desnudo, que estaba salado de los baños en el mar.
—Te imagino en mi cama —murmuró Pedro—. Desnuda, sonriendo…
Paula se apartó levemente, se quitó el sujetador y lo dejó caer junto a las braguitas al suelo. No se sentía avergonzada en su desnudez en absoluto. Se sentía poderosa y bella.
Pedro la miró con deseo, excitándola todavía más. Paula se acercó a la cama y Pedro la siguió.
—¿Así? —le preguntó Paula sentándose sobre la colcha.
—Tumbada —contestó Pedro con voz ronca.
Paula se tumbó esparciendo su melena sedosa sobre las almohadas.
—Perfecta —sonrió Pedro con reverencia—. Me parece que me voy a quedar aquí sentado mirándote toda la noche.
—De eso, nada —contestó Paula enarcando las cejas.
—Convénceme de lo contrario.
Paula se sentó de nuevo y lo abrazó con las piernas de manera que la boca de Pedro quedaba frente a sus pechos.
Pedro tomó uno de sus pezones y comenzó a lamerlo.
—¿Vamos a negociar, Pedro Alfonso?
—Por supuesto —contestó Pedro—. Tú y yo siempre lo hemos negociado todo. Lo malo es que tú eres mucho mejor negociadora que yo y siempre te sales con la tuya. Te bastaría con chasquear con los dedos para que fuera tuyo para toda la vida.
Paula comenzó a besarlo con pasión, dejando que las sensaciones se apoderaran de ella. Quería sentirlo todavía más cerca.
—Ahora —le dijo.
—Pero…
—Mis pechos a cambio de tu…
Antes de que le diera tiempo de terminar la frase, Pedro se había colocado entre sus piernas y la había penetrado.
Por fin.
Paula lo abrazó con las piernas por la cintura y lo apretó contra su cuerpo sin dejar de besarlo mientras Pedro la acariciaba entrando una y otra vez en su humedad.
Paula quería que aquello durara para siempre, pero, al cabo de un rato se le nubló la vista y escuchó la respiración entrecortada de Pedro. El sudor corría entre sus cuerpos y la pasión había alcanzado cotas que rayaban el dolor para cuando Pedro gritó su nombre y se desplomó sobre ella.
Paula sintió oleadas de placer por todo el cuerpo. Pedro pesaba bastante, pero Paula no quería que se moviera. Aquello era cómo estar en el paraíso. Se sentía completamente satisfecha.
—¿He entendido bien tu fantasía? —le preguntó en tono de broma.
—A las mil maravillas —contestó Pedro tumbándose boca arriba en la cama y arrastrándola con él, sentándola a horcajadas sobre su cuerpo y tapándola con la colcha—. No te puedes ni imaginar cuántas noches he pensado en ti tumbado en la cama.
—¿Cuántas? —le preguntó Paula sintiendo que el corazón le explotaba de felicidad.
—He perdido la cuenta.
—¿Desde cuándo?
—Desde aquel beso tontorrón en el Túnel del Amor, cuando me enteré de quién eras, cuando me di cuenta de lo complicada que sería nuestra relación.
—¿Te gustaba desde hacía tanto tiempo? Vaya, yo llevaba fantaseando contigo sólo desde…
—Siempre tienes que ganar, ¿eh?
Paula decidió que debía ser sincera.
—Yo te deseo desde la primera vez que me mentiste. Esta vez has ganado.
—Me parece que hemos ganado los dos —sonrió Pedro besándola en la boca—. ¿Quieres probar la bañera de hidromasaje?
—Por supuesto que sí.
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