sábado, 3 de septiembre de 2016
CAPITULO 24: (QUINTA HISTORIA)
Pedro nunca había dormido bien pero, por una vez, agradeció su insomnio. Con la pálida luz del amanecer observó a Paula dormir con una satisfacción que nunca había sentido antes… o que no recordaba haber sentido.
No recordaba haber estado con ella. En los últimos días había tenido destellos de recuerdos difusos; y las explosivas horas que acababan de pasar en la cama no habían transformado esos destellos en recuerdos reales.
Pero en ese momento no lo inquietaba la falta de recuerdos.
Ya que la tenía, solo le importaba conseguir que siguiera con él. En su cama, su casa, su vida. La permanencia que implicaba esa idea debería haberlo aterrado, pero no era así.
Impaciente por avanzar hacia un futuro compartido, la dejó durmiendo y se vistió. A resultas de la tormenta, la dirección de The Palisades enviaría un barco. Su intimidad estaba a punto de concluir y tal vez no tuviera otra oportunidad de obtener las respuestas que necesitaba.
Recorrió la isla para evaluar los daños. Cuando vio el tamaño de la rama que había atravesado el ventanal, se le encogió el estómago. A su regreso, la puerta que daba al porche estaba abierta.
La vio en el porche. La luz matutina silueteaba su cuerpo a través de la camisa, y cuando alzó una mano para apartarse el pelo de la cara, su belleza lo golpeó de lleno.
Se tensó con algo más que lujuria o aprecio por la imagen que veía. Había algo en su lenguaje corporal, en la tensión de su cuello y en cómo se aferraba a la barandilla, que denotaba su tensión interior y que él absorbió.
A la luz del día, debía estar arrepintiéndose de lo que habían hecho en la oscuridad. Suponía que lo culparía, pero él no tenía ninguna sensación de culpabilidad. Lo hecho, hecho estaba.
La había llevado allí para seducirla, para darle razones que la llevaran a cancelar la boda. La noche anterior ni siquiera había pensado en eso, pero no podía simular que lamentaba lo ocurrido.
Se preguntó si Carlisle estaría en el complejo central, esperando su regreso. Dudaba que no fuera así. Suponía que lucharía con uñas y dientes para no perder a Paula.
Ella volvió la cabeza y lo vio. Sonrió, pero fue una sonrisa tensa y frágil, el arrepentimiento velaba sus ojos.
—Te he visto paseando —dijo ella—. Parece que han caído muchos árboles. ¿Hay muchos desperfectos en la casita de abajo?
Pedro odió la recriminación en sus ojos y la falsa nota risueña de su voz.
—¿Vas a simular que lo de anoche no ocurrió?
—De momento, sí —dijo ella, tensa y suplicante—. Ahora no puedo…
—Tiene que ser ahora.
Ella lo miró con ojos muy abiertos e inquietos.
—¿Por qué?
—Hay barcos en la bahía. Imagino que uno de ellos viene hacia aquí.
—Ah. Entonces será mejor que me duche.
—Después de que hablemos, Paula.
Interceptó su movimiento para entrar en la casa, intentó no distraerse por el cuerpo desnudo bajo la camisa y esperó a que ella lo mirara. Vio en sus ojos que estaba molesta consigo misma.
—Eh —musitó—, no te castigues —con una mano, le colocó el cabello tras la oreja y acarició su mandíbula con el pulgar—. Era inevitable.
—No —ella sacudió la cabeza y se apartó—. Me diste la oportunidad de rechazarte. Y no lo hice.
—Estás en esta isla por mi culpa.
—Estoy aquí porque elegí estarlo —dijo ella con voz entrecortada—. No debería haber venido. Debería haberme quedado en Melbourne. Debería estar en mi luna de miel.
Pedro la miró unos segundos, dudando haber oído correctamente. Oyó un zumbido y vio un helicóptero que se acercaba a la isla.
—No vas a casarte con Carlisle —dijo, volviendo a concentrarse en Paula.
—¿Después de anoche? —susurró ella con ojos llenos de remordimiento—. No, supongo que no.
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