sábado, 3 de septiembre de 2016
CAPITULO 25: (QUINTA HISTORIA)
Pedro había predicho que no podrían hablar una vez llegara el grupo de rescate, con razón. Cuando llegaron al complejo, estuvieron siempre rodeados por solícitos empleados.
Después, el helicóptero los llevó al aeropuerto para que tomaran un vuelo a Melbourne. Fue todo tan eficiente y rápido, que no pudieron hablar hasta que estuvieron en el avión. Entonces él la miró y ella supo que era inevitable hablar del futuro.
—¿Qué ocurrirá cuando lleguemos a Melbourne? —le preguntó, ladeando la cabeza.
—Arreglaremos el tema del contrato de The Palisades. Después hablaremos… —se acercó y le dio un golpecito en la mano—… de nosotros.
A Paula se le aceleró el corazón, y tuvo que controlarse para no ver una promesa en sus palabras. Antes tenía que solucionar las cosas con Alex. Luego estaba su empresa, que quebraría si no recibía una inyección de fondos.
—Esta tarde tengo una reunión con Armitage —dijo él.
No había perdido tiempo en volver al trabajo. Ella ni siquiera sabía cuándo había telefoneado al director ejecutivo de Chaves. La excitación que había sentido con ese «de nosotros», se esfumó.
—¿Tan pronto? —protestó—. ¿No deberías esperar hasta que hable con Alex?
—Necesito poner todo en marcha antes de irme.
—¿Te vas? —ella se enderezó y lo miró a los ojos—. ¿Cuándo?
—Depende de la reunión, pero lo antes posible.
—¿Por Mac? —adivinó ella.
La azafata interrumpió el intercambio, pidiéndoles que escucharan las instrucciones de seguridad. Paula, mirando la pantalla, digirió la información. No había pensado que se iría tan pronto. No se había permitido pensar más allá…
—Ven conmigo —le dijo él al oído, con voz grave. Atónita, giró la cabeza y se enfrentó a sus ojos plata, agudos e intensos.
—No puedo —dijo, con el corazón en un puño—. Tengo que hablar con Alex, y tengo mi empresa. No puedo dejarlo todo y marcharme sin más.
—¿No ibas a hacerlo para tu luna de miel?
—Sí, pero… —su voz se apagó y volvió a mirar la pantalla. Una luna de miel duraba dos semanas. Él le estaba pidiendo… No sabía qué quería decir ese «Ven conmigo»—. ¿Podemos esperar a que haya hablado con Alex?
—¿Cuándo?
—No lo sé. Tan pronto como pueda.
Él se quedó silencioso; ella pasó el resto del vuelo dando vueltas a la conversación. Pedro le había dicho que no se culpara, pero era imposible no hacerlo. Había actuado con deshonor, sin fuerza de voluntad. No podía exculparse achacando sus acciones al miedo, a la adrenalina, o al regocijo de estar viva. Tenía que decirle a Alex que el aplazamiento temporal de la boda era permanente.
No podía casarse con él cuando otro hombre era dueño de su corazón.
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