lunes, 12 de septiembre de 2016

CAPITULO 22: (SEXTA HISTORIA)





Las semanas siguientes fueron agotadoras para Paula. 


Había pasado la primavera y, con ella, los exámenes finales de la universidad. Aunque siempre quedaban los estudiantes de los cursos de verano, en la biblioteca había mucho menos movimiento.


Pau estaba aburrida, inquieta, y hambrienta de algo que no tenía nada que ver con la comida. Cuando no trabajaba en la biblioteca, se esforzaba por mantenerse ocupada. 


Rechazaba todas las invitaciones para salir que le hacían sus amigas, e incluso algunos hombres. Solo le interesaba un hombre, y él estaba poniendo su vida en peligro para encontrar a un delincuente. Pau tenía que hacer grandes esfuerzos para no pensar en ello.


La mayor parte de su tiempo libre lo pasaba en casa de sus padres, con su hermana. Dani seguía sin salir mucho de casa y temía el día que tuviera que testificar contra Jay Minnich, a quien habían extraditado de Colorado a Pennsylvania.


Y aunque el hombre estaba entre rejas y no iba a salir pronto, Dani todavía tenía miedo de salir sola, si era que salía para algo.


Mientras Pau trataba de animar a su hermana, notaba que la preocupación que sentía por Pedro la estaba comiendo por dentro. Él no había vuelto a llamar. ¿Estaría a salvo? ¿O no llamaba a propósito para demostrarle que su relación había terminado?


Ella lloraba a menudo y apenas dormía por las noches. Y fue en una de esas noches que pasaba sin dormir cuando sonó el teléfono y le dio un susto de muerte.


¿Les habría sucedido algo a sus padres? ¿A Dani? Antes de que el pánico se apoderara de ella, Pau miró la pantalla del teléfono. Era un teléfono móvil y no reconocía el número. 


Tras dudar un instante, contestó con cautela.


—¿Diga?


—¿Paula?


La voz de Pedro le resultó extraña.


—¿Pedro? ¿Eres tú?


—Sí —murmuró él—. Siento despertarte.


—Oh, no importa —no le contó que apenas dormía—. ¿Dónde estás? Tienes la voz rara. ¿Estás bien?


—Sí, sí, no te preocupes —susurró él—. Mi voz te parece extraña porque tengo la mano alrededor del micrófono, para que nadie pueda oírme. Sigo en Los Angeles, en una cafetería de las que abren las veinticuatro horas.


—¿Qué diablos haces ahí? —preguntó ella, consciente de que era una pregunta absurda.


—Te aseguro que no estoy disfrutando —murmuró—. Estoy trabajando, ¿recuerdas?


—Sí, por supuesto —dijo ella—. ¿Has avanzado algo con la búsqueda?


—Sí, estoy prácticamente en sus talones —contestó satisfecho—. Pero no te he llamado por eso. Mañana, en algún momento, recibirás un envío. Puesto que es sábado, espero que estés en casa.


—¿Un envío? —Pau frunció el ceño—. Me quedaré en casa hasta que llegue, pero ¿qué es?


—No tengo tiempo de contártelo ahora —dijo él—. En una carta te lo explico todo. Ahora tengo que irme.


—Está bien. Adiós —se contuvo para no protestar—. Por favor, cuídate.


—Siempre —susurró él—. Adiós, Paula —se hizo una pausa y ella pensó que había colgado—. Te echo de menos. Y te quiero, Paula —añadió él.


Clic. Colgó.


«Te quiero».



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