lunes, 12 de septiembre de 2016

CAPITULO 21: (SEXTA HISTORIA)




Pau había regresado a su apartamento hacía dos días y el dolor que sentía seguía siendo insoportable. Se le había metido bajo la piel, haciendo que se sintiera desgraciada.


Cuando Pedro la llamó, no pudo contener las lágrimas.


—Hola, Paula, ¿cómo estás? ¿Qué tal tu vuelo de vuelta?


El sonido de su voz provocó que se le acelerara el corazón.


—Estoy bien. Y el vuelo fue bien —contestó ella, tratando de recuperar la respiración—. ¿Tú cómo estás, Pedro?


—Bien.


Pau frunció el ceño. ¿Era eso todo lo que él tenía que decirle?


—Me alegro —contestó ella. ¿Qué más podía decirle? ¿Que lo echaba tanto de menos que le dolía el alma? ¿Para qué? Él le había dejado claro que no podían mantener una relación—. ¿Cómo está Boyo? —preguntó al fin.


—Se pondrá bien. Sigue en la clínica, pero le han retirado la bala y solo tiene que esperar a que se le cure la herida. Y hay otra noticia. Sus cachorros nacieron ayer por la mañana. Siete, en total.


—Un buen número. Me encantaría verlos. ¿Tú los has visto ya?


—No, todavía no —hizo una pausa—. ¿Cómo está Dani?


—Mejor. Al menos ya abre la puerta de su habitación y se reúne con mis padres para comer. Pero no sale mucho, y nunca sola.


—Le llevará tiempo —volvió a hacer una pausa, como si no tuviera nada más que decir.


—Lo sé —dijo ella—. Lo bueno es que ha aceptado recibir la ayuda de un profesional..


—Eso está muy bien —dijo él—. Ah, además de llamarte para ver cómo estabas, quería contarte que he aceptado otro trabajo.


Durante un segundo, al oír la palabra «trabajo» deseó que se estuviera refiriendo a un trabajo normal, de nueve a cinco.


—Otra cacería —dijo ella, regañándose en silencio por desear algo que no era posible.


—Sí. Esta vez en la ciudad —continuó antes de que ella pudiera intervenir—. Un desfalcador sospechoso de haber actuado en gran parte de Los Angeles.


—¿Conoces bien la ciudad? —Pau ya estaba preocupada y él ni siquiera se había marchado todavía.


—No como las montañas —admitió él—, pero lo encontraré —dijo con seguridad.


—Sé que lo harás —Paula respiró hondo—. ¿Intentarás que no te hagan daño mientras lo buscas?


Él se rio.


—Haré todo lo posible.


Ella trató de reírse, pero el nudo que tenía en la garganta no se lo permitió. No quería que él siguiera cazando personas, al menos, no sin que ella lo acompañara.


—¿Paula? —la llamó en tono de preocupación.


—¿Sí?


—Pensé que habías colgado —hizo otra pausa, como si tuviera problemas para encontrar las palabras—. Yo… Será mejor que cuelgue. Me voy mañana y todavía tengo que preparar las cosas.


—De acuerdo. Adiós, Pedro. Ten cuidado —deseaba abrazarlo, protegerlo. Estúpida.


—Haré todo lo que pueda —dudó un instante, y dijo—: Te echo de menos, Paula.


Pedro colgó antes de que ella pudiera contestar. No le importó, tampoco estaba segura de poder hablar. Al menos, sin llorar. Permaneció con el teléfono en la mano, sin darse cuenta de que se oía la señal para llamar, ni de que las lágrimas rodaban por sus mejillas.


«Paula».


Pedro se quedó inmóvil, con el teléfono en la mano. Cerró los ojos para tratar de calmar el dolor, el deseo, y el sentimiento de vacío que se apoderaba de él. Nunca había sentido tanta nostalgia como la que sentía por ella, por su risa, por el brillo de su mirada.


«Maldita sea», pensó para sí. Estar enamorado provocaba mucho dolor. En su cuerpo, y en su alma.


Suspirando por lo que nunca podría tener, se ordenó dejar de soñar como un niño y ponerse en marcha. Tenía trabajo que hacer. Pero por mucho que lo intentara, no conseguía olvidarse de que echaría de menos que Paula trabajara con él.



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