viernes, 2 de septiembre de 2016

CAPITULO 21: (QUINTA HISTORIA)





Una rama había caído ante la casa, sin causarle ningún daño. Pedro agradeció la interrupción. Si Paula hubiera seguido mirándolo así, si hubiera tocado cualquier parte de su cuerpo, no habría sido responsable de sus actos. 


Antes de volver a entrar, necesitó diez minutos de viento helado para calmar el ardor de su cuerpo.


Dos horas después habían cenado y la tormenta había amainado, pero no antes de que otra rama cayera contra un lateral de la casa.


—Ya entiendo qué querías decir cuando me amenazaste con ponerte a gritar —dijo Pedro. No fue buena idea recordarlo, porque también volvió a su mente el olor de su piel, el calor de su ira, el deseo de estar tan cerca de ella otra vez.


—Eso no fue un grito —lo contradijo ella—. Más bien… un gritito.


Pedro se recostó en la silla y la contempló con una mezcla de diversión y deseo. La princesa Paula era increíble. 


Cada hora que pasaba con ella descubría algo nuevo.


—Por curiosidad… ¿qué te hizo lanzar ese grito espeluznante aquel fin de semana?


Ella terminó de lamer el azúcar caramelizado de su cucharilla antes de contestar.


—Una rana. Fea. Quizá fuera un sapo —aclaró ella—. Estábamos en el jacuzzi y giré para agarrar algo; estaba en el borde de la bañera. Allí mismo.


—¿La princesas no besan a los sapos?


—Las princesas besan a los príncipes.


Él debería haberse reído. O haber seguido bromeando sobre la rana o sapo. Pero se perdió en el recuerdo del sabor de su beso y la frustración que había mantenido a raya resurgió.


—¿Un príncipe como Carlisle? —preguntó.


—Nunca he besado a Alex —respondió ella, con la cuchara en la mano.


El corazón de Pedro casi se detuvo al oír eso. Nunca se había acostado con Carlisle.


—¿Y aún así vas a casarte con él?


—No lo sé. Puede que no tenga alternativa.


—¿Es eso lo que buscas, Paula? ¿Una alternativa? —sus ojos se estrecharon como rayas plateadas—. ¿Otra proposición?


—¡No! —alzó la barbilla y lo miró con lo que parecía ira auténtica—. Sé que no quieres casarte. Que valoras tu independencia demasiado.


—Entonces, ¿qué quieres? ¿Quieres que te quite la elección de las manos? ¿Que me levante de la silla, rodee la mesa y te lleve a mi cama a…?


—¡No!


—¿No me deseas? —bajó la voz—. Mentirosa.


—Sabes que te deseo —contestó ella con voz vibrante de agonía—. Y sabes por qué no me permitiré estar contigo.


—¿Por tu padre, el infiel?


—Sí. Mi padre, el traidor. No seré como él. Y cumpliré mi palabra con Alex.


Con el corazón en la boca, Paula lo contempló ponerse en pie. Se preguntó si rodearía la mesa, si la presionaría, tras no haberlo hecho la noche anterior.


—Voy a ver si hay algún desperfecto afuera —dijo él.


—¿Puedo ayudar?


—Puedes ayudar yéndote a la cama —dijo él con una sonrisa entre divertida y amarga—. Puedes utilizar el dormitorio libre de esta planta, si te sientes más segura.


Ella miró la puerta que había al lado de la del dormitorio de él.


—Sí —dijo él con ironía—. Tal vez deberías plantearte echar el cerrojo.


Se fue y ella decidió dormir abajo, pero luego recordó las duchas separadas por una fina pared, y lo vulnerable y tentada que se había sentido allí. Toda la noche, tan cerca, era demasiado peligroso.


Podía dormir arriba. Solo era viento. Y el día anterior había hecho un viaje en barco sin humillarse. Si podía con esa noche, tal vez algún día podría enfrentarse a una rana.


Subió la escalera y empezó a desnudarse en cuanto cerró la puerta. Pronto podría meterse bajo el cobertor y quedarse allí, tapada y segura. Se quitó la ropa interior, se lavó la cara y se puso su camisón improvisado.


La camisa de Pedro.


La tela acariciaba su piel, fina y fría como la seda. Muy adecuada para la princesa Paula. Una sonrisa curvó sus labios mientras doblaba los puños y empezaba a abotonarla.


Llevaba dos botones cuando un terrible golpe de madera contra cristal detuvo sus dedos; la sonrisa se convirtió en un grito.





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